Rob Paravonian definió al Canon en re mayor de Johann Pachelbel como el primer one hit wonder de la historia. ¿Quién cuernos es el tal Paravonian? Nos vamos a detener en él más adelante. Por ahora nos conformemos con tratar de analizar su idea.
Escrita en la segunda mitad del siglo XVII para instrumentos de cuerda, la pieza de Pachelbel es una de las más recordadas del periodo barroco. Aún hoy puede ser reconocida por mucha gente sin tener idea de quién es su autor ni cómo se titula, algo que generalmente sucede con muchas canciones pop. Es, en definitiva, un precursor ejemplo de lo que la industria denomina catchy, pegadizo. Pero ésa es sólo una de las razones de su vigencia.
Más interesante es descubrir que la progresión armónica del Canon se reproduce en innumerables canciones de música popular. No tiene sentido insinuar que se trata de plagios, porque en muchos casos ni siquiera hay influencia: la armonía del Canones sencillamente perfecta y cualquier músico que la descubre por primera vez experimenta algo único. Es un ensamble de acordes tan natural en su conjunto como la imagen final de un cubo Rubik. Un oído humano promedio puede detectar, casi por instinto, que el acorde que escucha es el justo continuador del anterior y así sucesivamente.
No es casualidad que muchísimas canciones compuestas sobre esa idea como base —o con una parte de ella— se hayan convertido en clásicos. ¿Pruebas? “Cryin’” (Aerosmith), “Let it be” (Beatles), “Basket Case” (Green Day), “With or without you” (U2) o “No woman no cry” (Bob Marley) tienen una secuencia de acordes que le deben su esencia al Canon.
También hay ejemplos en el rock argentino. Sólo por nombrar tres que respetan la armonía prodigiosa: “Presente” (Vox Dei), “Amigos” (Enanitos Verdes) y una canción que parece haber sido escrita para ser coreada en los estadios: la increíble “Paloma”, de Andrés Calamaro, que en su momento no fue corte de difusión (lo fue su versión en vivo) y hoy es la infaltable en el cierre de sus recitales.
Podemos decir que la unión de esos ocho acordes mágicos ha fundado una de las grandes tradiciones de la música occidental. Es un caso extraño, que llama la atención a más de un melómano, ansioso por comprender si el fenómeno tiene alguna explicación racional.
Otros, en cambio, prefieren tomarse el asunto con humor. Ahí es donde entra Rob Paravonian, autor de otro hit deudor del Canon, el desopilante “Pachelbel Rant” (algo así como “Bronca contra Pachelbel”).
Podemos decir que la unión de esos ocho acordes mágicos ha fundado una de las grandes tradiciones de la música occidental. Es un caso extraño, que llama la atención a más de un melómano, ansioso por comprender si el fenómeno tiene alguna explicación racional.
Rob, mitad músico unplugged y mitad humorista de stand up, comienza a rasgar los tonos con su guitarra mientras cuenta su historia: de chico tocaba el chelo y odiaba cuando le hacían interpretar el Canon porque debía respetar una línea aburridísima y monótona, a diferencia de las violas y el violín, que tenían reservadas las mejores melodías.
Rob crece con el trauma de sentir que esa música lo sigue a todas partes (se pone a cantar fragmentos de muchas canciones con base en el Canon) y a partir de allí comienza su odio hacia el compositor alemán.
El acto humorístico de Paravonian nos hace advertir algo curioso: la fuerza del Canon no está reservada para la música, sino que también funciona en otros ámbitos. ®