LA FUTUROLOGÍA COMO DISCURSO NEOCONSERVADOR

El fin de las ideologías

El desarrollo tecnológico y la información, más que las ideologías, han transformado las actividades económicas y comerciales, así como los procesos de producción, distribución y venta. La informatización de la sociedad y la economía es un hecho dado y consumado.

El fin de las ideologías

Daniel Bell

Anticipando el colapso soviético, El fin de las ideologías (The End of Ideology, 1960), del sociólogo estadounidense Daniel Bell, es considerado un texto básico de lo que la crítica académica ha denominando neoconservadurismo, como una línea de pensamiento, especialmente de autores también estadounidenses, que presta especial atención a los problemas de las sociedades capitalistas desarrolladas y democráticas, y para su explicación destacan el cambio de los valores y la crisis de la religión, así como la importancia de los avances tecnológicos como causa de las transformaciones sociales y morales. Como libro, El fin de las ideologías es una recopilación de artículos publicados entre 1952 y 1959, y es uno de los primeros y más influyentes trabajos en ciencias sociales en los que se plantea que las ideologías se encuentran en un callejón sin salida como resultado del fin del proyecto de la modernidad y el desencanto en las esperanzas milenarias religiosas o revolucionarias. No quiere decir que las ideologías desaparezcan o dejen de tener alguna función social importante, sólo que tienen una influencia acotada para transformar el orden político y económico.

En El advenimiento de la sociedad posindustrial, publicado en 1973, Bell procuró dar una sustentación empírica a la tesis de El fin de las ideologías, pues al analizar la distribución ocupacional de la población laboral en Estados Unidos demuestra que conforme avanzó la segunda mitad del siglo XX la participación en los sectores económicos fue cada vez mayor en el sector de los servicios, y proporcionalmente menor en los sectores industrial y agrícola, mucho menor en el último. A esta sociedad en la que el sector de los servicios ocupa la mayor parte de la economía y del empleo es llamada por Bell sociedad posindustrial. De allí el título de su ensayo. A más de 35 años de distancia de su publicación, podemos reconocer que el desarrollo tecnológico, más que las ideologías, ha transformado las actividades económicas y comerciales, así como los procesos de producción, distribución y venta.

Otros autores han coincidido con Bell en que la tecnología transforma a la sociedad más que las ideologías, entre ellos cabe citar a Alain Touraine (La Société Postindustrielle, 1969) y Zbigniew Brzezinsky (United States: Tecnetronic Age, 1970), quienes advirtieron que las aplicaciones de la informática producen cambios en las relaciones interpersonales, inter e intrainstitucionales, transformando así los modos de producción económica (estructura) y cultural (superestructura). De modo que desde entonces estamos ante cambios que se están dando en la sociedad como consecuencia del desarrollo tecnológico: el final de la sociedad de masas y el advenimiento pleno de una sociedad de individuos, en la que el papel dinámico de la información y el conocimiento se convierten en principio de esta nueva organización, de la acumulación de riqueza y del poder político.

El advenimiento de la futurología

Al principio del siglo XX inventos como el automóvil y el aeroplano hacían pensar a algunos observadores como Filippo Tommaso Marinetti que la tecnología podía conducir a la humanidad a un destino distinto al del capitalismo manchesteriano. Es decir, que no había que destruir a las máquinas, como proponían los ludistas, para liberar al hombre de su amenaza, ni debía verse en ellas la condena a una vida esclavizada de un trabajo rutinario, sino como una posibilidad de experiencia libertaria. De modo que la visión genial de Leonardo da Vinci con sus máquinas fantásticas se estaba volviendo realidad. Marinetti precedió a McLuhan al anunciar a los medios tecnológicos como extensión no sólo de los sentidos del hombre, sino también de sus instintos y pasiones. Estamos así ante el futurismo como propuesta de una vanguardia estilista, fetichista de las máquinas; con temas predilectos como la tecnología, la velocidad, el movimiento, la fuerza, la dominación de la naturaleza y la guerra. En torno a esta épica Marinetti anticipó las guerras del futuro, como diría Alvin Toffler, previendo las batallas aéreas y los bombardeos de aviones contra objetivos civiles (ciudades indefensas) detrás de las líneas de combate en tierra (Véase Lambiase y Nazzaro, 1986).

De modo que la visión genial de Leonardo da Vinci con sus máquinas fantásticas se estaba volviendo realidad. Marinetti precedió a McLuhan al anunciar a los medios tecnológicos como extensión no sólo de los sentidos del hombre, sino también de sus instintos y pasiones.

Si pudiera pensarse en Marinetti como un pensador reaccionario y protofascista, cabe comentar que este culto a la tecnología ha sido compartido por muy distintas e incluso contrapuestas líneas de pensamiento y regímenes políticos. Por ejemplo, en la Unión Soviética estaliniana se erigieron monumentos a los tanques, aviones y demás armas, y no a los generales o soldados que combatieron en la II Guerra Mundial, como si la victoria fuera mérito de las máquinas y no de las personas que las operaron.

Hasta el final de los años cincuenta y principio de los sesenta fue cuando los estudios del futuro obtuvieron algún reconocimiento como disciplina académica. Así fue constituyéndose la futurología, como “el conjunto de estudios y reflexiones que orientan las investigaciones sobre el porvenir” para “extrapolar la situación del presente del mundo”, “prever cómo evolucionaría” y “tratar de influir” al respecto para tratar de “proyectarla” hacia aquello que está a nuestro alcance como algo posible o deseable (Cuadra, 1997: 187).

La futurología, sin el romanticismo o idealismo de Marinetti y sus motivos artísticos, arroja por la borda las pretensiones de utopía, por un lado y, por otro, las pretensiones científicas del marxismo-leninismo, las cuales han perdido atractivo y credibilidad. En contraste, este futurismo, de tipo prospectivo, es modesto. No promete acabar con la pobreza ni redimir clases ni acabar con la injusticia social. No hay promesas; apenas puede aspirarse —pareciera decírsenos— a paliativos que alivien los costos sociales del gobierno del mercado.

Así, investigar el futuro se ha convertido en motivo de diversas metodologías y técnicas de estudio. Abundan analistas y consultores que se ostentan como especialistas en teorías de escenarios y calculan distintas posibilidades de cómo se puede presentar un fenómeno. Otros se aventuran a prever una sola línea de desarrollo histórico a partir de un conjunto de factores que inciden en una dirección, como John Naisbitt y Alvin Toffler, quienes con sus libros Megatendencias (Megatrends, 1982) y La tercera ola (The Third Wave, 1980), respectivamente, tuvieron mucho éxito en ventas, con una versión de futurología que podríamos denominar simplemente como previsión. Abundando en ello, cabe decir que para estudiar el futuro existen por lo menos seis enfoques diferentes, que son los siguientes:

Uno, de la proferencia, que es una denominación que agrupa a una serie de técnicas para acceder al futuro con base en la experiencia. Es decir, se fundamenta en el pasado para construir el futuro. Los recursos empleados por la proferencia se basan siempre en un antecedente, para deducir un consecuente.

Dos, de la proyección, que consiste en tomar datos del pasado y del presente, llevándolos a través de métodos matemáticos, estadísticos y cualitativos hacia el futuro. Se encuentra centrada en el análisis y el comportamiento regular y repetitivo de una sola variable durante un largo periodo. Brinda información sobre la trayectoria de un evento ofreciendo una serie de alternativas a considerar, sean deseables o indeseables. Da una imagen del futuro, asumiendo la continuación del patrón histórico de las tendencias actuales y pasadas.

La futurología, sin el romanticismo o idealismo de Marinetti y sus motivos artísticos, arroja por la borda las pretensiones de utopía, por un lado y, por otro, las pretensiones científicas del marxismo-leninismo, las cuales han perdido atractivo y credibilidad.

Tres, de la predicción, que se basa en visiones deterministas sobre lo que necesariamente habrá de suceder. Las predicciones racionales, a diferencia de las predicciones mágicas y las predicciones intuitivas, son construcciones mentales derivadas de la búsqueda consciente y preocupada por la eliminación de contradicciones. En las predicciones necesitan explicarse las razones o causas del comportamiento de un determinado evento. Si se predice algo, se puede decir el porqué.

Cuatro, de la previsión, que describe sucesos probables a los cuales será preciso adaptarse, conduciendo a decisiones inmediatamente ejecutables.

Cinco, del pronóstico, que es un juicio razonado sobre un asunto importante que se toma como base de un programa de acción. Pueden encontrarse pronósticos de carácter normativo o exploratorio. Para un periodo próximo, su propósito es operativo, requiere exactitud y es eminentemente cuantitativo. Para un lapso mayor, su objetivo es más estratégico, lo cual conlleva la necesidad de comprensión de los orígenes de cambio, de sus efectos y del grado de control sobre ellos.

Seis, de la prospectiva, que se ocupa en plantear alternativas que concilian lo deseable con lo posible. Respecto del futuro, con frecuencia nos preguntamos ¿qué pasará?; pero la prospectiva se concentra en esta otra: ¿qué debemos y podemos hacer hoy para lograr un porvenir deseado? No busca adivinar el futuro, sino que pretende construirlo, Se propone hacer el futuro deseable, más probable que los otros, trascendiendo lo exclusivamente posible, pero sin dejar de incorporarlo (Miklos y Tello, 1998: 42-51).

La praxis prospectiva

© Rodrigo Ponce Betancourt

De estos enfoques, la prospectiva se ocupa de construir el futuro, no tanto en imaginarlo, calcularlo o suponerlo. Se trata, por tanto, de una posición activa, no pasiva. Despojada de la ilusión o el romanticismo utopista, o del pesimismo catastrófico fatalista. La prospectiva se mide en metas factibles a corto, mediano y largo plazo. Debido a este tratamiento de los problemas y su propuesta metodológica, la prospectiva es una tendencia dominante en el mundo de los negocios y su ciencia administrativa, según dan cuenta autores como Peter Drucker, quien desde La gerencia efectiva (Managing for Results, 1964) hasta Las nuevas realidades (The New Realities in Goverment and in Society in Economy and Economics and in World View, 1989) y La sociedad postcapitalista (Post-Capitalist Society, 1994) plantea la planeación estratégica como un requisito imprescindible para sobrevivir y tener éxito en el mundo empresarial.

La prospectiva concibe al futuro desde la teoría del caos, como una serie de discontinuidades, no como una secuencia lineal con el pasado. Para Charles Handy (1997: 28-31), prestigiado consultor empresarial, no se puede predecir el futuro, pero es preciso actuar, creando “islas de seguridad” dentro de un medio en el que predomina la incertidumbre. Es decir, hay que ser proactivo ante el futuro, no responder a él.

La prospectiva y la previsión son totalmente diferentes, ya que esta última consiste en intentar descubrir un futuro probable, mientras que la prospectiva trata de lo posible y deseable. Por estas cualidades, la prospectiva tiene posibilidades exitosas en cuanto a certidumbre, en las organizaciones, en donde los directores tienen cierto margen de maniobra para controlar las variables internas y externas. En el campo de la administración pública contemporánea, con sus influencias gerenciales, se incorpora la planeación estratégica y los estudios prospectivos para el desempeño gubernamental y la implementación de políticas públicas; pero fenómenos imprevistos como colapsos financieros o ataques terroristas hacen cada vez más difícil empatar lo posible con lo deseado. Sólo pueden construirse “islas de seguridad”, como apunta Handy. Pero cuando se pasa al análisis sistémico de grandes conglomerados humanos y del universo de las organizaciones, la prospectiva se desdibuja ante la escasa capacidad de que un grupo, por muy poderoso que sea, pueda por sí mismo determinar el curso de los acontecimientos. Es allí cuando la previsión encuentra sus esfuerzos analíticos más ambiciosos.

El futurismo, como tal, deja de verse cada vez más como un ensayo especulativo sobre situaciones que, aunque interesantes, tienen poca relación con las necesidades y problemáticas actuales y cotidianas, y va adquiriendo el carácter de análisis del presente como planteamiento de probables escenarios tendenciales a mediano y largo plazo que arrojan un conjunto de pistas y orientaciones para explicar la realidad presente y para actuar proactivamente con visión y estrategia.

El futurismo, como tal, deja de verse cada vez más como un ensayo especulativo sobre situaciones que, aunque interesantes, tienen poca relación con las necesidades y problemáticas actuales y cotidianas, y va adquiriendo el carácter de análisis del presente como planteamiento de probables escenarios tendenciales.

El conflicto es, en todo caso, una consecuencia del cambio, un mal necesario, pero, sobre todo, el saldo de la resistencia a un devenir que de suyo es inevitable. El cambio es la única constante, lo único cierto es la normalidad propia del sistema. En consecuencia, dada la inevitabilidad del cambio, considera que adaptándose a él lo más rápido posible es como los conflictos resultantes se regularán con menor dificultad. Su consejo podría resumirse del siguiente modo: Si no puedes contra el cambio, únetele.

Pero si algunos internacionalistas o políticos no han querido aceptar estos supuesto de la permanencia del cambio —expresión que en estricto sentido podría considerarse ontológicamente contradictoria, pues más bien quiere decir cambios continuos—, desde las líneas de pensamiento de la administración de empresas ha tenido muy buena acogida. De ahí el éxito de las consultorías que diagnostican diversas necesidades de las organizaciones y orientan su planeación y procesos. De ello también el reconocimiento de la necesidad de capacitación permanente de todos los niveles del personal laboral de las organizaciones. Por eso es imperativo para ellas que mantengan la innovación como una regla que oriente la actividad y la planificación permanente. A propósito, Drucker (1994: 66) habla de la “innovación deliberada” como una actividad permanente que tiene que incorporar toda organización en su estructura, a modo de gestión del cambio.

Pero el más claro ejemplo es el de la reingeniería de Michael Hammer y James Champy (1994: 19-25), con su bussiness revolution, en el reconocimiento de que “el cambio es permanente”, premisa a partir de la cual construyen toda su argumentación para transformar los procesos de producción y de servicios: la tecnología de la información no es para seguir haciendo lo mismo de un modo automático, sino para aplicar los conocimientos para hacer las cosas de un modo diferente que sea mejor al anterior y que le permita enfrentar la competitividad que se da en el entorno.

El culto a la información

Si bien todo este cúmulo de manifestaciones de la sociedad de la información, cargado de optimismo, constituye una visión de la realidad producido por los aparatos ideológicos del establishment, que contribuye a mantener o reformar el poder de las clases dominantes, se trata también, de acuerdo con el comunicólogo Manuel Martín Serrano (1994: 43), de representaciones que “ni son arbitrarias ni son gratuitas, ni están exclusivamente destinadas a ser asumidas por los grupos dominados”. Se trata, por tanto, de “un modelo del mundo reconocible en el entorno o fácticamente posible… se da por supuesto que ese funcionamiento social es el único que merece ser conservado, el único legítimo, razonable o viable”.

Actualmente la sociedad de la información o del conocimiento es consecuencia de dos factores: la información y la innovación tecnológica; la primera como el elemento que configura la sociedad contemporánea, pues es el principal factor de riqueza y principio de organización, y la segunda como instrumento para aproximarse a ella. En suma, la información y la innovación tecnológica tienen consecuencias en la transformación de la organización económica y social, independientemente de las ideologías de los operadores de los poderes públicos o fácticos del Estado y del mercado. Por ejemplo, las nuevas tecnologías de la información pueden facilitar rápidamente el control social con cámaras por todos lados, acelerar la toma de decisiones con programas computacionales y potenciar la capacidad de los medios de comunicación por medio de la infraestructura satelital y los procesos de digitalización y transmisión de datos. Por eso las decisiones y los cambios en las sociedades posindustriales estarán más determinados por el avance tecnológico y cada vez menos por las ideologías, enunciado según el cual los gobiernos toman sus decisiones por criterios técnicos, como la eficiencia, y cada vez menos por ideales como la igualdad o la fraternidad.

Es un hecho, por ejemplo, que la transición hacia la sociedad informatizada no es tan inevitablemente histórica, sino que ha sido impulsada por Estados-nación y organismos financieros internacionales.

El debate entre neoconservadores y sus críticos neoizquierdistas puede también considerarse como la nueva etapa del viejo debate entre apocalípticos e integrados. Desde luego que el discurso neoconservador se inscribe en el campo de los integrados, dado el optimismo en los avances tecnológicos como llave para solucionar problemas como el desempleo o la pobreza; en tanto, la posición apocalíptica estaría ahora argumentada desde posiciones crítico-sociales que denuncian la revolución informática como un proceso que tiene como único objetivo expandir y asegurar el sistema global capitalista a costa de mayor inequidad económica y exclusión social.

En este debate ambos argumentos poseen parte de la verdad, enfatizando en cada uno ciertos puntos. Es un hecho, por ejemplo, que la transición hacia la sociedad informatizada no es tan inevitablemente histórica, sino que ha sido impulsada por Estados-nación y organismos financieros internacionales. No en balde se apunta que el neoconservadurismo ha sido el bagaje ideológico que ha propulsado la conformación de la sociedad informatizada, en la que el Estado va siendo desplazado como promotor del bienestar social y en su lugar se instala el mercado, a la vez que se reconforma como garante de la seguridad y soberanía corporativa transnacional del capitalismo.

Pero, a la vez, independientemente de la utilidad ideológica —e inclusive económica para las empresas multinacionales— que puedan tener los textos de neoconservadores, hay en ellos planteamientos con valor académico que hacen referencia a las transformaciones de la sociedad y su relación con los avances tecnológicos, los cuales, desde luego, son explicados o interpretados de acuerdo con sus propias convicciones.

Además, el futurismo, como tal, deja de verse cada vez más como un ensayo especulativo sobre situaciones que, aunque interesantes, tienen poca relación con las necesidades y problemáticas actuales y cotidianas, y va adquiriendo el carácter de análisis del presente como planteamiento de probables escenarios tendenciales a mediano y largo plazo que arrojan un conjunto de pistas y orientaciones para explicar la realidad presente y para actuar proactivamente con visión y estrategia.

Y si en un momento el rumbo de la globalización no habría de dirigirse inevitablemente en dirección de la sociedad de la información como nueva fase superior del capitalismo, sino que fue dirigida o promovida por los intereses de la élite del poder, como diría C. Wright Mills, una vez que la maquinaria del capitalismo y sus resortes ideológicos han tomado el derrotero hacia tecnópolis (de manera deliberada o no), la informatización de la sociedad y la economía es un hecho dado y consumado. ®

Referencias

Daniel Bell(1964), El fin de las ideologías, Madrid: Tecnos. Título original: The End of Ideology, 1960.

——(1976), El advenimiento de la sociedad posindustrial, Madrid: Alianza. Título original: The Coming of Post-industrial Society, 1973.

Héctor Cuadra (1997), “Futurología”, en J.L. Orozco y C. Dávila (Comps.), Breviario político de la globalización, México: Fontamara-Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.

Peter Drucker (1994), La sociedad postcapitalista, México: Norma. Título original: Post-Capitalism Society, 1993.

Michael Hammer y James Champy (1994), Reingeniería, México: Norma. Título original: Reengineering the Corporation: A Manifiesto for Bussiness Revolution, 1993.

Charles Handy (1997), “Encontrar sentido en la incertidumbre” en Rowan Gibson, entre otros, Repensando el futuro, México: Norma. Título original: Rethinking the Future: Rethinking Business, Principles, Competition, Control and Complexity, Leadership, Markets and the World, 1996.

Sergio Lambiase y Battista Nazzaro (1986), Marinetti entre los futuristas, México: Fondo de Cultura Económica. Título original: Marinetti e i futuristi, 1978.

Manuel Martín Serrano (1994), La producción social de comunicación (2ª Ed. reformada), México: Alianza.

Tomás Miklos y María Elena Tello (1998), Planeación prospectiva. Una estrategia para diseñar el futuro, México: Limusa-Noriega.

Theodore Roszak (1990), El culto a la información, México: Grijalbo-Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Título original: The Cult of Information. The Folcklore of Computers and the True art of Thinking, 1986.

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Publicado en: Enero 2011, La derecha

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