Cada despedida (Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2010) esuna novela fragmentaria quedemuestra que el ejercicio novelístico puede basarse en la duda y en la reiterada exploración de lo nimio, lo aparentemente banal, los resquicios de una vida rescatados por la literatura.
Mariana Dimópulos mueve a su protagonista, una joven de 23 años, por Alemania y Argentina. Renuente a establecer lazos duraderos, la joven huye por consigna para viajar a otro lugar donde las cosas han cambiado. Si la bildungsroman o novela de formación se enfoca en el aprendizaje, en una transición o cambio, en las páginas de esta novela la protagonista parece estancada, esperando el momento para huir antes de que acontezca algo y, mientras tanto, gravita de trabajo en trabajo, establece lazos efímeros, registra de manera obsesiva fragmentos de conversaciones, huellas de personas materializadas en objetos: una taza de café, un perfil tras una vitrina. En este caso la narración en primera persona es indispensable para lograr ese acercamiento, un close up íntimo que, unido a la cadencia del lenguaje, intenta ganar al lector por un efecto hipnótico.
Ante la avalancha de novela “temáticas” escritas por autores en busca de una identificación fácil, un mercado ideal, Dimópulos apuesta por la ambigüedad, por una historia sin referencias, apenas los nombres de pila de algunos actores que se deslizan, casi en silencio, en las páginas de su novela. El lector se enfrenta a un catálogo de escenas unidas no por los vericuetos de una historia, una peripecia llamativa, sino por un registro particular, cierta elección de palabras que dan densidad a la prosa. Las imágenes que logra la autora, engañosamente sencillas, tienen la textura de una película uniformada por tonos sepia, a veces grisáceos. Ese matiz encuentra una correspondencia con la vida de la protagonista, los enamoramientos no pasan de un mero escarceo, la intensidad nunca llega o se desbarata pronto; incluso, la relación con su padre —uno de los elementos con peso en la historia—, sus desencuentros y posterior muerte, se unen como un elemento más del mosaico narrativo.
En este caso la narración en primera persona es indispensable para lograr ese acercamiento, un close up íntimo que, unido a la cadencia del lenguaje, intenta ganar al lector por un efecto hipnótico.
Dimópulos imita con su prosa las continuas dudas de su personaje, las variaciones y los diálogos transcurren sosegados y uniformes. Las historias de Cada despedida conducen a un sinfín de ramificaciones pero, en contraste, ese calidoscopio no tiene correspondencia con el tono narrativo. En este punto, sobre todo en los momentos de clímax salpicados en la novela, se extraña una narración con más variaciones, que el letargo se rompa por un instante. Otro punto que, a mi parecer, juega en contra de Cada despedida es sembrar en la trama un asesinato que nunca se resuelve del todo y que es una pista falsa al lector. Estoresalta por las pocas ocasiones en que aparece esta subtrama, casi como un déjà vu reiterado que enturbia innecesariamente y que hace dudar de las intenciones de la narradora. Hay una cita de André Gidé que es ejemplar: “Crea el infinito con lo impreciso e inacabado”. La novela de Mariana Dimópulos se sostiene en esta frase, por su dispersión, por destacar las interrogaciones de una vida, sus continuas despedidas: la bella cualidad de lo efímero. ®