La primera mujer-bomba que se hizo estallar por motivos políticos fue una chiita en el sur de Líbano en 1985, a partir de ahí la práctica de las mujeres kamikaze se extiende a Palestina, Sri Lanka y Chechenia, pero sobre todo a las naciones islámicas radicales donde las mujeres exigen igualdad de derechos incluso como terroristas suicidas.
La objetable veracidad histórica de la guerra de Troya no es un impedimento para tomarla como referencia de grandes batallas, debido a la espectacularidad poética que da forma a La Ilíada. Si hacemos un recuento de otras guerras que quedaron grabadas en la historia, partiendo del determinismo religioso que impulsó el inicio de las Cruzadas en el siglo XI, pasando por el Imperio Mongol y la ferocidad de un ejército liderado por la osadía de Gengis Khan o el olor a sangre y pólvora que impregnaron los campos de batalla napoleónicos y las dos Guerras Mundiales —por mencionar algunas de las más significativas—, no cabe la menor duda de que el dedo acusador siempre va a detenerse sobre un sospechoso común: la testosterona. Pero vivimos en una época de cambios violentos. Las guerras ya no son lo que eran; tampoco sus protagonistas. La igualdad de género se ha abierto paso donde menos se esperaba: dentro del fundamentalismo islámico. La Yihad (Guerra Santa) y sus mártires suicidas se están tiñendo de rimel.
No está de más aclarar que el fenómeno de los ataques suicidas no es algo nuevo. Los iniciadores de la tendencia fueron judíos. Remontándonos al siglo I d.C, los sicariis (de ellos viene la palabra sicario) no eran más que pandilleros urbanos que actuaban como el brazo militar de los zelotes. Los zelotes eran militantes religiosos judíos (en inglés, zealot significa fanático), los líderes radicales que encabezaban las rebeliones antirromanas que pretendían lograr —sin intención de ser irónicamente correctos— la liberación de Palestina. Una de las marcas registradas de los sicariis era su método de asesinato que consistía en aislar a los soldados romanos para degollarlos frente a sus compañeros, completamente conscientes de que ellos mismos morirían segundos después a manos de los funcionarios armados del Imperio Romano. Los nipones también vieron el gran potencial que se escondía detrás de la estrategia suicida —el daño infligido era cuatro veces mayor al de la lucha “convencional”— antes de lanzar a sus ya famosas brigadas de pilotos kamikaze contra la flota marina estadunidense. Si bien el suicidio como arma política y militar lleva acompañándonos desde la antigüedad hasta la era del Blue Ray y los iPhones, lo que marcó un cambio significativo en esta disciplina radical fue la técnica empleada por los nuevos suicidas. Los hombres bomba no llegaron sino hasta la década de los ochenta, como parte de un experimento del Hezbollá para repelar la invasión israelí al Líbano.
El primer caso de una mujer kamikaze se registró el 9 de abril de 1985. Sana Khyadali, una chiita integrante de un grupo político secular denominado el Partido Nacional Socialista Sirio (PNSS), fue la pionera de las mujeres shahid.* La joven de dieciséis años esperaba un convoy del Ejército de Defensa Israelí que patrullaba la zona de Jazzín en el sur del Líbano antes de detonar los explosivos que se escondían retacados dentro de su vehículo para desaparecer y despedirse del mundo junto a dos soldados del EDI.
La igualdad de género se ha abierto paso donde menos se esperaba: dentro del fundamentalismo islámico. La Yihad (Guerra Santa) y sus mártires suicidas se están tiñendo de rimel.
Seis años más tarde, el 21 de mayo de 1991, Thenmuli Rajaratnam (conocida como Dhanu), una joven perteneciente al grupo independentista Los Tigres Tamiles de la Liberación del Eelam** (TTLE) de Sri Lanka, puso fin a su vida y a la de otras dieciséis personas de la misma manera que su semejante libanesa, logrando eliminar en la ciudad India de Sriperumbudur a su objetivo principal: el ex primer ministro indio Rajiv Gandhi.
Además del Medio y Extremo Oriente, el Cáucaso también ha funcionado como escenario para el fenómeno de las mujeres bomba. Shamil Basayev, el Señor de la Guerra, enemigo número uno de Rusia y quien hasta el día de su muerte —9 de julio de 2006, durante un ataque de las fuerzas especiales rusas— fue el jefe militar de la guerrilla chechena y uno de los terroristas más buscados del mundo, a pesar de inclinarse a favor del radicalismo islámico, confesó haber entrenado a Las Viudas Negras chechenas: una brigada caracterizada por sus atentados suicidas y formada por mujeres que, como bien señala el nombre, perdieron a sus maridos (y seres queridos) en la prolongada guerra contra Rusia. Basayev, conocido entre otras cosas por poner un precio a la cabeza de Vladimir Putin, había concretado las amenazas dirigidas a Moscú enviando su brigada de mujeres kamikazes para aterrorizar al Kremlin y a sus ciudadanos. La primera vez que el mundo reconoció este nuevo brazo armado del conflicto checheno fue en octubre de 2002, cuando un puñado de mujeres vestidas de negro y fajadas con cinturones explosivos tomaron más de 800 rehenes en el Teatro Dubrovka de Moscú. Las Viudas Negras (o viudas bomba) integran uno de los grupos suicidas más sanguinarios de la historia y han cobrado la vida de centenares de personas. Uno de los detalles que caracteriza a Las Viudas Negras es que siempre cargan los certificados de defunción de sus seres queridos.
La muralla construida a base de la misoginia promovida por los tabúes sociales y las rígidas imposiciones religiosas que por lo general caracterizan a los países y a los movimientos militantes islámicos es un filtro que debería castigar, detener y por consecuencia disuadir a las mujeres de participar en cualquier actividad política y militar, sobre todo si tomamos en cuenta las connotaciones heroicas que se atribuyen a los fedayín*** y muyahidines**** contra la discreción exigida a las mujeres en este contexto social. Pero hay factores que respaldan y explican estas supuestas contradicciones. El más inmediato es que las mujeres pasan los controles policiales y militares con mayor facilidad que los hombres por el simple hecho de que estadísticamente no encajan con el perfil del terrorista común. También, expertos en materia antiterrorista indican que el impacto en la opinión pública es mucho más profundo cuando se trata de un atentado perpetrado por una fémina, aunque uno no necesita ser experto para entender las razones por las que el terrorismo femenino es más llamativo. Sólo basta con pasear por los lugares comunes de la feminidad como el instinto maternal, la sensibilidad, la compasión, etcétera, para poder apreciar el contraste conceptual. Las posturas de los líderes de algunos de los grupos radicales de mayor renombre como el Hamas o Al Qaeda oscilan entre la conveniencia del pragmatismo y el puritanismo dogmático. El fallecido jeque Ahmed Yasin, jefe del Hamas, no reparó en las posibles contradicciones que algunos vieron en el yihadismo femenino porque partía desde una perspectiva puramente útil, por eso declaró que “los combatientes varones se topan con muchos obstáculos. Se trata de una evolución más en nuestra lucha. Las mujeres son como un ejército en la reserva y hay que usarlas cuando son necesarias”. La postura del número dos de Al Qaeda, el egipcio Ayman Al Zawahiri, es menos progresista, por decirlo de alguna forma. La mano derecha de Bin Laden dedicó parte de su mensaje de dos horas —transmitido como respuesta a más de novecientas preguntas publicadas en internet por parte de simpatizantes de Al Qaeda— para exponer su rechazo a la participación militar femenina en la Yihad. “El papel de la mujer está limitado al cuidado del hogar y los hijos de los muyahidines”, declaró, consiguiendo así una oleada de respuestas por parte de mujeres islamistas radicales que exigían igualdad de género y quienes se sentían profundamente ofendidas porque el número dos de Al Qaeda ignoraba el hecho de que la rama iraquí de su organización contaba con más de veinte mujeres “martirizadas” desde 2003.
A pesar de que la Guerra Santa sigue siendo cosa de hombres, existen algunos grupos de apoyo que promueven esta creciente demanda para la equidad sexual, sin importar si ésta se logra únicamente en la otra vida. Un ejemplo de esto es una página cibernética (www.minbar-sos.com) que se dedica, entre otras cosas, a alentar a las futuras yihadistas. Este sitio fue creado en Bélgica por Malika el Aroud: viuda de quien en 2001 asesinó al jefe de la guerrilla antitalibán.
El terrorismo empieza donde termina el diálogo, y tanto el nacionalismo radical como el fundamentalismo religioso se han encargado de quitarle la voz al otro, sea quien sea ese otro.
Wafa Idris, quien el 27 de enero de 2002 hizo estallar su backpack —matando a un anciano e hiriendo a más de cien transeúntes israelíes— para convertirse en la cuadragésima séptima shahid y la primera mujer que logró morir en nombre de Alá representando la causa palestina, no alcanzó a participar en las discusiones que ha incitado esta polémica. Wafra era originaria del campo de refugiados al-Amari de Cisjordania. “De todos los voluntarios de la Media Luna Roja —el equivalente a la Cruz Roja—, Wafra era la más animada”, dice Bárbara Victor (periodista especializada en el Medio Oriente) sobre la impresión que la palestina de 27 años dejó en ella, dos meses antes de inmolarse en el centro de Jerusalén. Aunque podríamos descartar la depresión como un factor determinante en la motivación suicida de los —y las— shahids, cabe mencionar que las mujeres representan un pueblo reprimido dentro de otro. “A medida que viajaba por Gaza de una población Cisjordana a otra, entrevistando a las familias y a los amigos de las mujeres que habían logrado entregar sus vidas […] descubrí la dura realidad de que nunca era una mujer la que reclutaba a las kamikazes […] que los motivos y recompensas para los hombres que morían como mártires eran muy distintos a los de las mujeres. En consecuencia, consideré que era fundamental comprender el razonamiento de los hombres que ofrecen una justificación moral para seducir y adoctrinar a una mujer o una chica y, en última instancia, convencerla de que lo mejor que puede hacer con su vida es ponerle fin […] Lo que me desconcertó cuando entrevistaba a aquellos hombres fue que todos ellos habían conseguido convencer a hermanas, hijas o esposas a su cargo de que dada la ‘transgresión moral’ cometida por un miembro masculino de la familia, el único medio para redimirse ellas mismas y salvar el honor de su familia era morir como una mártir. Sólo entonces estas mujeres disfrutarían de una vida inmortal llena de felicidad, respeto y esplendor y, finalmente, serían iguales a los hombres”, escribe Bárbara Victor en su libro Las siervas de la muerte.
La “guerra convencional” no es en el fondo más que una expresión eufemística que pretende encubrir la destrucción y el horror institucionalizados. El terrorismo de Estado sí existe y es igualmente reprobable que el “no convencional”. El terrorismo empieza donde termina el diálogo, y tanto el nacionalismo radical como el fundamentalismo religioso se han encargado de quitarle la voz al otro, sea quien sea ese otro. Hay quienes darían su vida para poder alzar la voz y ser escuchados. Ellas lo hicieron, y sus acciones fueron seguidas por un silencio desconcertante. ®
Notas
* Shahid: mártir, del árabe. Una persona que muere por la causa de Dios.
** Los Tigres Tamiles de la Liberación del Eelam: organización armada que surge en 1976 como parte de un creciente resentimiento de la minoría tamil frente a la discriminación de la población cingalesa: el grupo étnico dominante de Sri Lanka.
*** Fedayín: guerrero que actúa obedeciendo sus convicciones políticas.
**** Muyahidín: guerrero que actúa acorde con sus convicciones religiosas.