Philip Ball se propone en este libro comentar los hallazgos más recientes de los llamados físicos sociales, que aplican principios de probabilidad, estadística, teoría de grupos, topología y teoría del caos para determinar asuntos como el comportamiento de la bolsa de valores, las fases de transición que provocan los booms y las caídas de la economía.
Emprender la lectura de un volumen de difusión científica no es fácil y menos cuando éste consta de una extensión rayana en las 600 páginas. Philip Ball (1962), con estudios de química en la Universidad de Oxford y de física en la Universidad de Bristol, editor de la revista Nature por espacio de más de veinte años, obtuvo el prestigiado premio Aventis de vulgarización de la ciencia por su libro Critical Mass. One Thing Leads To Another (2004), donde se propone trazar paralelismos entre la física estadística y un conjunto de disciplinas humanas y exactas como la teoría política, la teoría macroeconómica, demoscopia, sociología, psicología de masas e incluso informática. Ball parte de la teoría cinética de los gases, desarrollada por el físico escocés James Clerk Maxwell (1831-1879), quien rebasando el enfoque tradicional de Newton se concentró no en el movimiento de una sola molécula de gas sino en el comportamiento de la masa de partículas. Con tal enfoque de naturaleza estadística, no basado ya en una exactitud crasa sino en aproximaciones más o menos probables, Maxwell, a cuyas ideas daría formalidad el matemático austriaco Ludwig Boltzmann (1844-1906), echaría las bases de un nuevo enfoque probabilístico que conduciría, por una parte, a la teoría de los cuantos de Bohr y Planck y, por otra parte, a la teoría ondulatoria y corpuscular de la luz de Einstein.
El sueño de aplicar las proporciones exactas y el número no sólo en las disciplinas matemáticas, sino en toda ciencia concebible, no es nuevo y puede rastrearse hasta Descartes y Leibniz. Hobbes y Condorcet propugnaron una concepción mecanicista del hombre y las llamadas disciplinas sociales, la cual, por carecer del aparato matemático adecuado, se quedó más en un buen deseo que en una realidad. El positivismo de Comte, el utilitarismo de Stuart Mill y el pragmatismo de Peirce rozaron, en distinta medida y con intereses diversos, este ideal. Philip Ball se propone en Masa crítica. Cambio, caos y complejidad (FCE-Turner, 2010) comentar los hallazgos más recientes de esos físicos, que se nombran a sí mismos sociales y aplican principios de probabilidad, estadística, teoría de grupos, topología y teoría del caos para determinar asuntos como el comportamiento de la bolsa de valores, las fases de transición que provocan los booms y las caídas de la economía, las razones por las cuales la gente contrae matrimonio en la sociedad moderna o bien se abstiene de hacerlo, los pronósticos plausibles de una elección popular, la razón de ser de las guerras, la división del mundo en naciones y culturas tantas veces antagónicas, en fin, una gama de tópicos que resulta francamente atractiva para casi cualquiera provisto de un espíritu curioso, cualidad indispensable de un buen lector.
Con tal enfoque de naturaleza estadística, no basado ya en una exactitud crasa sino en aproximaciones más o menos probables, Maxwell echaría las bases de un nuevo enfoque probabilístico que conduciría, por una parte, a la teoría de los cuantos de Bohr y Planck y, por otra parte, a la teoría ondulatoria y corpuscular de la luz de Einstein.
Con argumentos que alternan —y pretenden hacer casar— amenidad con cierto carácter técnico, por naturaleza abstruso, Philip Ball pretende familiarizar al lector promedio mediante enfoques estadísticos —que acaban casi siempre en gráficas y esquemas— con problemas de apariencia simple como por qué es que durante un incendio las salidas de un teatro atestado de gente se bloquean, apelando a concepciones de autómatas, alimentados con reglas unívocas (como seguir a la masa, mantener ciertas distancia pero agitarse también cuando se corre peligro de muerte). El estilo del texto es aceptable —en concordancia con toda una corriente en el mundo anglosajón de volver los problemas más abstractos materia de charla cotidiana. Si tal propósito se consigue en todos los casos y no se queda en mera Utopía, como la obra homónima de Tomás Moro, la cual por supuesto se cita en el texto, al lado de otras de Adam Smith, Karl Marx, Friedrich von Hayek, Eric Hobsbawm, ése ya es otro cantar. Buena dosis de algo que en los políticos populistas se llama demagogia se da en todos estos difusores de la ciencia. Quizá además de ciencias duras, un poco de auténtica filosofía de la ciencia —más allá del par de lugares obligados de Karl Popper— no les haría nada mal a aquellos que pretenden erigirse en taumaturgos y ofrecer soluciones que acusan una concepción reduccionista de la realidad. No en vano el pensamiento de Thomas Hobbes, filósofo social del que parte y con el que concluye el autor, fue tildado en su época de mecanicista.
Por otra parte, habría que admitir que la teoría del caos de René Thom, corolario en parte de las brillantes y vanguardistas intuiciones de Henri Poincaré (1854-1912), acerca de tantos temas sugerentes como la forma de los copos de nieve, las colonias de bacterias que forman fractales, el vuelo en masa de las parvadas de aves, la forma de las cordilleras y tantos otros fenómenos de la naturaleza, donde existe un orden o disposición inteligible que resulta en una figura o Gestalt característica, todos estos fenómenos son en verdad sugestivos y preñados de significado. Vale la pena sumergirse en ese océano de páginas para recordar a Rudolph Clausius (1822-1888) y Hermann von Helmholtz (1821-1894), cuyas ideas acerca de las consecuencias de la segunda ley de la termodinámica y la irreversibilidad de ciertos procesos habrían de desembocar en la teoría de la entropía y de que el universo terminará en una masa de calor uniforme y más bien tibio, de la cual no es posible obtener más calor, con la consiguiente extinción del cosmos. Recordar la famosa silueta y proporción de la campana de Gauss y en el ínterin pasarles lista a expertos en biología de la talla de un Darwin, Dalton y Julian Huxley no está nada mal.
Mejor librada pudo salir la erudición británica y la curiosidad científica yendo más atrás en el tiempo, no sólo desde Francis Bacon, maestro de Hobbes, sino a partir de la erección misma en el Medioevo de las universidades de Oxford y Cambridge y evocar algunas de las elaboradas y visionarias especulaciones de Duns Escoto o Roger Bacon. Pero eso ya sería abarcar mucho, remontarse demasiado hacia el pretérito y se trata más bien de lo contrario, ofrecer un atisbo en las nuevas visiones de los actuales académicos en las universidades, no sólo de Inglaterra sino del mundo entero, quienes en estos momentos se hallan realizando algún descubrimiento que pone en relación campos en apariencia tan dispares como son las humanidades y las nuevas concepciones de la física. Aunque estas concepciones rara vez ponen en jaque el status quo y los arreglos tradicionales de la política. De ahí la insistencia en los valores morales que deben guiar todas estas tentativas, como el propio Ball señala.
Una instancia de estructuras en apariencia caóticas la constituyen las redes. Sistemas naturales como las conexiones de las células cerebrales o bien las variadas y fascinantes reacciones bioquímicas de las enzimas que sigue el metabolismo orgánico se comportan como redes, es decir, estructuras interconectadas que cumplen ciertas funciones. La sociedad humana, los grupos de amigos o conocidos, los equipos de trabajo o los gobiernos incluso representan ejemplos de redes que emergen de intenciones definidas si bien no enteramente claras desde un inicio. El más conspicuo ejemplo de una red artificial es la World Wide Web, inventada por el experto en informática británico Timothy Berners-Lee, quien prestaba sus servicios en el CERN de Ginebra. Barners-Lee descubrió un procedimiento para vincular la información del Consejo Europeo para la Investigación Nuclear por medio de hipertextos, en principio un auxiliar para la memoria, en los cuales se resalta un concepto o nombre propio o palabra clave que pulsando se abre y amplía la información, llevando a su vez a otros textos con hipervínculos en un proceso circular virtualmente infinito. Un darle la vuelta completa al lexicón o enciclopedia. La tecnología de redes que supone tal invento apareció antes con ARPANET, la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada del ejército estadounidense en los años sesenta, que más tarde se serviría de la red telefónica con Usenet. En 1990 ya existía la WWW y hacia el 2000 el uso de navegadores como Netscape e Internet Explorer se había generalizado. Los expertos se preguntan todavía cuál es la estructura subyacente de la WWW, la cual presenta una complejidad tal que no es posible dar una respuesta unívoca ni trazar un plano escueto. La web se parece más a la manera sutil y casi incomprensible como se hallan conectadas las neuronas de un cerebro humano en plena actividad.En principio existe un conjunto de vértices (puntos) y aristas (líneas) que conforman lo que el matemático húngaro Paul Erdös (1913-1996) llamó grafos que, a su vez, pueden estar conectados en forma aleatoria o total (si uno de los vértices se une por lo menos con otro). Las propiedades topológicas de los grafos dependen de la longitud media de las trayectorias y el nivel de agrupamiento. Los vértices en la web se llaman nodos. De la forma como éstos se hallen relacionados (si en forma centralizada, descentralizada por medio de servidores, distribuida o bien con maximización de conexiones) se deriva la eficiencia de la web y la relativa vulnerabilidad de ciertos nodos centrales que, inutilizados por piratas, pueden hacer colapsar la red. Los hackers son siempre el terror y en varias ocasiones han puesto en jaque la web amenazando la red defensiva o bancaria de Estados Unidos. Nadie pudo prever la organización actual que ha venido a asumir la web. Al parecer los sistemas, pertenezcan a la naturaleza o sean construidos por el hombre, observan ciertas regularidades como las transiciones de fase (incluidos los desplomes) y la distribución estadística de su comportamiento global. Las extrañas y sutiles matemáticas del caos, el cambio y la complejidad. Una tentativa nada desdeñable ésta de ver lo que se halla en el fondo de las regularidades de sistemas de interacción complejos entre una multitud de elementos. Un recorrido ilustrativo y siempre sugerente el que propone este libro. ®
Comments are closed.