Gaspar Henaine y la dialéctica

La “comunicación social” de los políticos

Tanto la comunicación interpersonal como la política y la social, dada entre instituciones o entre éstas y el ciudadano, o simplemente la opinión pública, son ilustraciones de las formas de ser de un grupo humano y su cultura, su idiosincrasia y su carácter. La comunicación puede engañar pero las formas que emplea para ello la delatan.

Pensar en cómo y para qué emplea el ser humano la valiosísima herramienta de la comunicación es sinónimo de observar la naturaleza de su ser y antelar las formas de su destino, pues un determinado tipo de espíritu corresponde a un destinación específica. Esto ya lo pensaron los griegos antiguos, por ello inventaron los géneros literarios, la tragedia y la comedia, esquemas básicos de los que parten los arquetipos humanos.

Tanto la comunicación interpersonal como la política y la social, dada entre instituciones o entre éstas y el ciudadano, o simplemente la opinión pública, son ilustraciones de las formas de ser de un grupo humano y su cultura, su idiosincrasia y su carácter. La comunicación puede engañar pero las formas que emplea para ello la delatan. “Forma es fondo”.

De lo acontecido en la vida pública del Estado mexicano en días recientes, tres casos de comunicación política y social vienen a ponerse de ejemplos: el del gobernador del estado de Guerrero, Ángel Aguirre Rivero, que primero se ensalza anunciando que dará a conocer los resultados del antidoping aplicado a sus funcionarios y luego se deslinda (este texto fue escrito antes de que Aguirre Rivero anunciara “valorar la pertinencia de hacer públicos” los resultados de antidoping a sus funcionarios); el de Rosario Herrera (titular de la Secretaría de la Mujer, en Guerrero) y su vago aparato crítico para asegurar que sólo algunas muertas en ese estado son casos de “feminicidio”, y entonces se asume víctima de una agresión, y el del director del Parque Papagayo, Arquímides Usman Cisneros, quien demanda el consenso con las sociedades protectoras de animales para reducir una plaga de 500 gatos que ocupa el parque, sin considerar que el león que tienen aterido en ese cautiverio opresivo también es un felino que demanda una atención adecuada y urgente, pues el parque no tiene infraestructura ni vocación de zoológico.

¿Cuál es la constante en estas muestras de comunicación política y social? El albur. Vocablo que, antes de ser integrado al idioma español mexicano como un uso retórico, refiere a la “contingencia o azar a que se fía el resultado de una empresa”. En segunda instancia “albur” significa nuestro juego de dobles sentidos, la ambigüedad o dualidad maliciosa con que se dice algo. Ya la inteligencia mexicana ha sobado bastante el tema pero no deja de fascinar y de aterrar esta visión del mundo supeditada al sí pero no, pensando en Chespirito, a fórmulas como “es que como digo una cosa digo otra”, o el “para qué te digo que no si sí” chimoltrufiesco. Para que se cumpla la estructura del pensamiento silogístico, que es el sentido de la racionalidad, debe desembocar en una síntesis, si no, entonces tenemos caricaturas como la del Chanfle o Cantinflas. Parece que es ésta la problemática de las comunicaciones de los mexicanos, que no llegan a nada porque no concluyen ni hacen contacto con la realidad concreta. Si esta dialéctica atorada del pensamiento y las comunicaciones de los mexicanos llegara a resolverse, entonces tendríamos, a decir de Gilles Deleuze, un importante filósofo del siglo XX, una visión cinematográfica, panorámica y dinámica, una visión de visiones, que se traduciría en un entendimiento de muchas comprensiones, propiamente expresado, en un “sistema de perspectivas”, lo propio de la modernidad. Pero sobre todo, la posibilidad de acortar la distancia entre el decir y el hacer.

¿Cuál es la constante en estas muestras de comunicación política y social? El albur. Vocablo que, antes de ser integrado al idioma español mexicano como un uso retórico, refiere a la “contingencia o azar a que se fía el resultado de una empresa”. En segunda instancia “albur” significa nuestro juego de dobles sentidos, la ambigüedad o dualidad maliciosa con que se dice algo.

Semejante defecto de comunicación, si dehecho lo verificamos en las esferas políticas e intelectuales, podemos estar seguros de que se reproducen en las comunicaciones en el plano interpersonal, pues aquéllas representan el refinamiento de los actos de pensar y comunicar del pueblo mexicano. En 2002 Xavier Rodríguez Ledesma, investigador dedicado al estudio de la historia cultural contemporánea, publicó El poder frente a las letras. Vicisitudes republicanas (1994-2001), trabajo en que describe las relaciones entre la camada intelectual de esa época y los sujetos del poder político-económico, y cómo tales relaciones se configuran y determinan en gran parte por la comunicación y la opinión pública. Rodríguez Ledesma, a partir de uno de los pasajes más complicados de la vida nacional reciente, el brote en 1994 de la rebelión zapatista en Chiapas, dentro del contexto del fatalismo salinista y su consecuente caída económica, la muerte del candidato Colosio, la del coordinador de diputados priistas Ruiz Massieu, el error de diciembre zedillista y otras urdimbres, describe los enredos de las comunicaciones entre intelectuales, periodistas, ideólogos, actores políticos y culturales; en síntesis, un batiburrillo que arroja las siguientes conclusiones. La comunicación en México se realiza en términos de “repetición argumentativa, discusiones que no llegan a ser tales, limitándose a un largo ir y venir de monólogos, en donde ningún interlocutor está dispuesto a modificar sus puntos de vista, sino al contrario”. Y es evidente que cuando uno no está dispuesto a ceder en ninguna instancia, al “sí” responde con “no” y viceversa, y así la escollera lógica se vuelve trascendental, a menos que comencemos a relajarnos y a admitir que existen otras ideas y puntos de vista, es decir, dejar de lado el autoritarismo, la vanidad y la egolatría.

El rasgo central de la responsabilidad y de la madurez es el reconocimiento de lo otro, es decir, de que al universo también lo conjugan los demás con todo y sus ideas, que sin juego dialéctico, de preferencia bien concluido, no hay dimensión certera de la realidad. De Marx, y acerca del concepto de ideología, se interpreta que si ésta no hace contacto con la realidad material entonces deviene en mistificación. Parece que es justamente lo que acontece en nuestras comunicaciones. Aquel que está tomado por una ideología, explicaba el sociólogo mexicano Gabriel Careaga, resulta una persona autoritaria y de reacción a priori. Algo así como un prejuicio viviente que, según sus grados, en su mayor alcance se expresaría en términos de tiranía e inquisición, de criticonería si se ajusta a una media, o el extremo, la indiferencia o la negación de lo que no se identifica con nuestra subjetividad.

Cae la pregunta a rajatabla: ¿por qué el mexicano se expresa en términos de albur (de procedimiento azaroso), por qué parece que siempre tendrá una salida tangencial para sus enunciados declarativos? Para un mejor entendimiento del problema quizá convenga plantear la cuestión desde otra perspectiva: ¿por qué para la mentalidad mexicana promedio el comprometer su palabra y ser consecuente con ésta le viene como una suerte de camisa de once varas? ¿Será un problema sólo de los mexicanos? Es el único caso que constatamos. ¿Cabrá la sospecha de que el recurso de dotar al lenguaje de una significación refaccionaria, es decir, de un sentido alterno que yace latente “por si las moscas”, por si se ve uno obligado a recurrir a un saque de compromiso, anuncie de su usuario un refinado artefacto para ocultarse de su propio patetismo de dar vueltas sobre el mismo eje y no poder desarrollarse? La palabra de un hombre es el capital elemental y la fuente primaria de su dignidad humana, dado que es el reflejo de su voluntad, del tipo de espíritu que lo habita, fuerte o débil, cómico o trágico. Parece que lo patético es el carácter de las comunicaciones de los mexicanos.

Luego entonces se perfilaría la urgencia de configurar un concepto de Vergüenza Nacional, de Patetismo Mexicano, exactamente al modo y función identitaria de la saudade portuguesa. Porque sólo de las cenizas de la vergüenza y la ignominia, del saberse piltrafa (no tanto, pues) tras el auto reconocimiento, es que puede uno entender vivencialmente qué es la dignidad, el coraje, la expresión necesaria del amor propio, que más tarde influye, determina y rubrica nuestra comunicación y sus formas.

Epílogo: Comunicaciones y acciones dignificadas impedirían chilletas como las de este autor, que se vale de “comprobar la limpieza propia denunciando la suciedad ajena”, un recurso tan rancio pero tan actual como la idiosincrasia colonial, con el mismo grado cultural que distingue al coco y a la Llorona en su función de depósitos del imaginario social. ®

1. Uno de los filósofos más importantes del siglo XX. En sus estudios acerca del cine propone el concepto de “imagen-precepción”, que consiste en una “visión que supera lo subjetivo y lo objetivo hacia una forma que se erija en una visión autónoma del contenido”, “un nuevo estatuto de la imagen que exprese el mundo moderno”, “una forma estética superior”.

2. Sociólogo mexicano, autor del trabajo de investigación y libro La clase media mexicana; mitos y fantasías.

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Publicado en: Julio 2011, Política y sociedad

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  1. Maestro Dante

    Me parece un artículo.muy bueno, con un planteamiento certero y bien llevado. Solo quiero denotar que a capulina nunca se le escucho albur alguno, por eso fue el rey del humor blanco…

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