Casi al principio de la más reciente novela de Antonio Ortuño ocurre una descripción que de muchas maneras dibuja lo que se avecina. El narrador nos introduce en el mundo de su amigo muerto: “Nunca profesó mi amigo la fe de las vírgenes y los santos, y a Cristo lo distinguía con un resentimiento peculiar. Pero es que nada de todo esto se ha hecho para él, aunque sea su carroña la que nos hemos reunido a despedir”.
Ánima (Random House Mondadori, 2011) no es una novela que reconstruye la realidad como quien recorre un escenario del crimen donde nada ha sido modificado, sino más bien se trata de una novela que premeditadamente ha elegido los elementos necesarios para construir su propia escena del crimen. ¿Es esto algo malo? No necesariamente. Entre tantas otras cosas, la literatura es un laboratorio donde se fragua todo tipo de invenciones, con mayor o menor suerte. Alterar la escena del crimen para formular una visión de la jodida realidad y hacerlo de tal manera convincente, irónica y cruda es algo agradecible, sobre todo para aquellos lectores que buscan en la superficie de lo cotidiano señales íntimas, claves que desentrañen o se propongan desentrañar nuestras miserias.
El mundo del cine que describe Ánima no difiere del mundo en general. Nos habita la discordia, la envidia, el arribismo, la puñalada trapera, el servilismo en pos de favores y un infinito etcétera que fácilmente se puede aplicar a esa condición humana que se devora a sí misma. Pero esto no es lo esencial de la novela. Deplorar obsesivamente la miseria cotidiana es un acto de redundancia que sólo puede producir relatos igualmente deplorables, previsibles y vacuos. El mundo es así y hay que encararlo sin contemplaciones. Antonio Ortuño elige hacerlo desdoblando la realidad para extraer de ella frases breves que la evocan con cierta saña y un ritmo narrativo que a ratos se desplaza vertiginosamente, a ratos recorre la realidad en cámara lenta, o simplemente nos arroja a un territorio sórdido donde el tiempo cae en el limbo.
Ortuño fue considerado uno de los 22 mejores narradores jóvenes en español, “con quienes hay que contar para el futuro”, según la revista británica Granta. Si uno aplica el argumento de Ánima a ese hit parade, y hacerlo es de lo más obvio, la conclusión no tendría nada que ver con la literatura sino con los afanes de un mercado tan propenso a ofrecer productos adulterados que no tardan en caducar, o que en realidad nacieron muertos. Escandalizarse por esa pretensión canónica de Granta es como llorar amargamente por las patrañas comerciales de la coca-cola. El camino de la literatura, y del arte en general, nunca ha sido poblado por todos sus grandes creadores. No se si Antonio Ortuño se un autor con quien “hay que contar para el futuro”. Pero sí se que en lo inmediato me ha despertado esa agradable sensación que provoca la risa ante la miseria y las desgracias humanas. El mismo Orduño lo ha contado así en una entrevista: “Mi humor es una postura literaria. Como decía Ibargüengoitia: no es un ingrediente para un guiso, sino una manera de ver el lenguaje, las situaciones y a las personas”. ®