Hace muchos años el genial dramaturgo y artista mexicano Juan José Gurrola (1935-2007) dijo que la televisión era un dragón enloquecido, que todo lo tragaba para vomitarlo inmediatamente después. Otro mexicano, el escritor Carlos Monsiváis, hizo famosa la frase “La televisión es la verdadera Secretaría de Educación Pública”. Más alla de lo veraces o exageradas que puedan ser estas sentencias, no puede negarse que la televisión es uno de los vehículos más importantes de la cultura contemporánea mundial, productor y emisor de toda clase de información, entretenimiento y de los más variados e insólitos contenidos. Ya sea que esté al servicio del Estado, de corporaciones privadas o en manos de los más diversos actores sociales —universidades, comunidades religiosas, de ciudadanos—, la televisión ha sido denostada y exaltada por igual. En los años sesenta, para los intelectuales de la izquierda latinoamericana la televisión era “la caja idiota”, un mero instrumento del imperialismo yanqui. Hoy muchos postmarxistas siguen calificando como tal al televisor, sin detenerse a pensar en la enorme cantidad de emisoras de distintos signos ideológicos alrededor del mundo y al alcance de todo aquel que cuente con una conexión a internet.
Hace muchos años el genial dramaturgo y artista mexicano Juan José Gurrola (1935-2007) dijo que la televisión era un dragón enloquecido, que todo lo tragaba para vomitarlo inmediatamente después. Otro mexicano, el escritor Carlos Monsiváis, hizo famosa la frase “La televisión es la verdadera Secretaría de Educación Pública”.
No tiene la culpa la televisión, sino quien programa sus contenidos. Y, en este sentido, la televisión está experimentando una revolución casi tan importante como su misma invención hace ya casi un siglo: no es exagerado decir que en un futuro próximo serán las personas o comunidades específicas las que creen y programen sus propios contenidos televisivos. A su vez, las grandes y pequeñas empresas de telecomunicaciones deberán adaptarse a las nuevas tendencias de la tecnología, lo que posiblemente las obligue a ser cada vez menos unidireccionales.
Una nueva era del internet anuncia una nuevo amanecer para la televisión. Juan Mascardi, comunicólogo argentino, especialista en el tema, advierte en una de sus colaboraciones para el dossier del mes. “TV y plataformas digitales se entrelazan, se mezclan y avanzan en la generación de contenidos. Prueba y error. Así ocurre en momentos de transición, cuando el paradigma de comunicación se quiebra. Las audiencias no están solas. Miles de internautas siguen la programación —celular en mano— ávidos de comentar, compartir, criticar y corregir”. Así como ocurrió con el periodismo, parece que el futuro de la televisión descansa en manos de los ciudadanos. ¿Sabremos sacarle provecho a esta nueva oportunidad? Ahora que vive bajo el imperio de la imagen, ¿tiene el hombre del siglo XXI suficiente imaginación para reinventar el más poderoso de los medios? Pronto lo vamos a averiguar y este número es una buena forma de comenzar la indagación. ®