Desde el primer momento en que la colombiana Bastardilla comenzó a recorrer las calles, a conocerlas, supo que usaría los espacios públicos a manera de lienzo.
Hoy, su obra se encuentra diseminada por diversos rincones del orbe y, aunque no se multiplica al ritmo que quisieran quienes disfrutan de su obra, muros, puertas y cortinas metálicas del mundo ya exhiben alguno de sus rostros femeninos de dulces rasgos latinos, descubiertos o semiocultos por el cabello, y casi siempre acompañados de flores, colibríes y esas salpicaduras de brillantina que hacen dialogar sus creaciones con la luz de la luna llena o con el alumbrado público.
“Noté que permanecer en la calle y callejear me encantaba”, dice Bastardilla en entrevista para Replicante, “pero en esa época aún no me atrevía a pintar sin permiso, pensaba que era muy complicado y peligroso —tenía trece años. Pasado un tiempo, descubrí el manifiesto de los muralistas mexicanos y me sentí muy identificada con el carácter popular que éste proponía, pero entonces mantenía unas limitantes muy fijas al pensar que la única manera para lograr pintar en la calle era pidiendo permiso y teniendo los materiales suficientes que presupuestaba en altos recursos”.
Pero llegó el momento en que su mirada se amplió, comenzó a ver el movimiento del graffiti y el arte urbano como una oportunidad por ser acorde a sus intereses y fue haciendo a un lado los prejuicios y algunos miedos… Llegó entonces lo que llama una renovada relación calle-pintura, en la que su gusto por la calle se combinó con hacer lo que más le interesaba: pintar.
Llegó el momento en que su mirada se amplió, comenzó a ver el movimiento del graffiti y el arte urbano como una oportunidad por ser acorde a sus intereses y fue haciendo a un lado los prejuicios y algunos miedos… Llegó entonces lo que llama una renovada relación calle-pintura, en la que su gusto por la calle se combinó con hacer lo que más le interesaba: pintar.
Hace unos días anduvo por México haciendo eso que tanto le gusta. No desaprovechó su visita: la fachada del espacio Zapata, en Oaxaca, luce una de sus creaciones, al igual que las láminas de un puestecito de orfebrería en la Central de Abastos oaxaqueña; también anduvo en Soledad de Graciano Sánchez, San Luis Potosí, pintando en compañía de Bazia, grafitera defeña; en La Realidad, en Chiapas, dejó algo que ella describió como “muy pequeño y muy rápido”; una más en Xochimilco; un par de “pintadas” por el Metro Camarones en colaboración con Saner, y para despedirse de México (“espero no por mucho tiempo”) dejó su rúbrica en tres cortinas metálicas a las afueras del Museo del Juguete, ahí en la Doctores.
—¿Qué es lo que más disfrutas de pintar en la calle?
—Encontrar gente y lugares siempre nuevos y compartir a mucha gente mi trabajo, lo que siento decir, sin motivo mercantil alguno.
—¿Cómo describirías tu obra a alguien que jamás la ha visto?
—Pintura en espacios públicos y rurales, pinto personajes que vienen de historias íntimas, ancestrales, intrusivas y públicas. El trabajo que hago se convierte en un juego y una disculpa social para aprender de otras personas, situaciones y de mí misma.
—¿De qué parte de Colombia eres?
—Yo nací en Medellín, pero crecí en la capital colombiana, en Bogotá. No me siento que soy de una parte o de otra, porque también viví cuatro años de mi infancia en otro país, lejos del continente americano, y hay un refrán que dice que “uno es del lugar donde transcurrió su infancia”. Pero bueno, la infancia puede estar con uno hasta los cien años, ¿no? De Colombia me siento más parte de las zonas rurales, que a mi modo de ver revelan eso ingenuo de las personalidades únicas. Me siento parte de la selva amazónica, la costa atlántica, los cantos de los llanos, las curvas y los abismos del final de la Cordillera de los Andes. Pero de alguna manera me voy haciendo parte de los otros lugares que voy recorriendo en el mundo.
—¿De qué manera crees que esté presente Colombia en tus creaciones?
—Está harto, porque es un lugar en el que he vivenciado tantas experiencias, donde he presenciado tantas noticias lindas, increíbles, dolorosas… A través de sus amplios aspectos multiculturales, sus historias no oficiales, sus altibajos sociales e injusticias he aprendido a sentirme responsable de responder con algo y he intentado que no sea sólo desde la pintura. Pero, como te decía en la anterior pregunta, no siento que sea sólo Colombia lo que tengo presente; al recrear imágenes, son muchos lugares los que están ahí tocándome, muchos son los países, sobre todo latinoamericanos, andinos, centroamericanos, antillanos, que gracias a hombres y mujeres de ejemplos valiosísimos de vida y que traen consigo resistencias y propuestas esperanzadoras es como logro sentirme acompañada y motivada a ser parte de estas deconstrucciones, re-pensamientos y representaciones de lo que vivimos y sentimos, para que aparte también lo noten quienes aún siquiera lo habían advertido.
—En tu participación en el Centro Cultural de España estabas enmascarada. ¿Por qué crees que el artista urbano debe mantenerse en el anonimato?
—No creo que se deba cumplir una postura en específico para las personas que trabajan interviniendo las calles, ni para ninguna otra. Algunas personas se muestran públicamente, otras no, es una decisión individual. En lo personal me gusta que prevalezca la propuesta que estoy dejando en las superficies públicas por encima de la apariencia. En esta época donde se comparten por redes virtuales tantos tipos de ofertas y autorretratos fotográficos, yo no quiero figurar desde mi apariencia física, prefiero mantenerme alejada de ser un personaje público que se reconozca.
—¿Alguna anécdota divertida que hayas tenido mientras pintabas?
—La más divertida que recuerdo ahora fue alguien que pasó justo cuando había terminado una pintura a la que le había puesto mucha brillantina (suele pasar cuando aplico brillantina a los muros que bastantes otras partículas salen volando y cubriendo varias calzadas). El señor se quedó mirando el muro y el piso lleno de brillantina mientras seguía caminando, y entonces dijo: “¡Qué hermoso se ve el suelo!”
—Ahora cuéntame una anécdota desagradable.
—Un tipo con aspecto militar en Madrid me amenazó con su cuerpo y por muy poco me golpea, se puso superviolento y grosero al sorprenderme en “su” muro intentando pintar.
—¿De qué se alimenta el imaginario de Bastardilla?
Está harto, porque es un lugar en el que he vivenciado tantas experiencias, donde he presenciado tantas noticias lindas, increíbles, dolorosas… A través de sus amplios aspectos multiculturales, sus historias no oficiales, sus altibajos sociales e injusticias he aprendido a sentirme responsable de responder con algo y he intentado que no sea sólo desde la pintura.
—Me alimenta el aprendizaje cotidiano, los rostros y gestos de la gente, las conversaciones sinceras y meditabundas, las complejidades en las diferentes relaciones sociales y la verdad es que mucho también de la lectura. No quiero decir que soy una gran lectora… No, no, más bien soy muy dispersa con lo que leo y mezclo muchas cosas a la vez. Pero me encanta leer u oír canciones, entrevistas, ensayos, cuentos y demás géneros. Me gusta mucho la música, y según cada quien las letras de Clarice Lispector, Yukio Mishima, Zenaida Osorio, Domitila Barrios de Chungara, Eduardo Galeano, Simón Díaz, Chan Marshall… Y tantísima otra gente que no son famosos, una lista extensa, extensa. Otra cosa que me gusta mucho es la tradición oral, y ésa es la que encuentro en las canciones regionales y, sobre todo, con algunos amigos de pueblos indígenas, quienes con sus tradiciones e interesantes historias transmiten una poética y una profundidad única que logra dibujar y colorear muy claro en mi mente.
—¿Consideras que el arte urbano como una expresión puede ser más auténtica, atrevida o crítica que otras artes visuales?
—Es relativo, hay propuestas subversivas desde tantos escenarios, no sólo desde la categoría de “artes”; por ejemplo, la comida que se prepara al interior de una cocina llena de intenciones cuidadoras puede ser un arma contundente para encontrar beneficio, curar la tristeza, para trabajar con ánimo. Pero bueno, contestando a tu pregunta: no creo que en general una corriente artística sea más propositiva que otra, pero lo que sí resaltaría de lo que se hace y se ve en la calle es, en muchas ocasiones, su carácter espontáneo, sorpresivo, democrático, en el que el dinero no es un factor transversal.
—¿Cuál ha sido la crítica más fuerte que ha recibido tu trabajo?
—La crítica que más dicen es algo así como: “Oye, no he vuelto a ver nada tuyo, ¿todavía estás pintando?” Lo cierto es que, por una parte, hay pintadas en la calle que por diferentes razones no me interesa publicar, otra veces pinto en lugares que no son de fácil acceso o muy visitados, y la otra razón: es verdad que sí, a veces dejo de materializar las ideas y no pinto, sino que me dedico a recrear sólo en la cabeza y me tomo el tiempo para otro tipo de actividades que también me son necesarias. Ésa es la respuesta a esa crítica, pero igual pienso que si dejo de pintar o continúo, seguiré tomando esa decisión desde mi autonomía. No estoy siendo contratada o comisionada para pintar en la calle —y no me interesa estarlo—, y quiero pintar sólo cada vez que me siento con el ánimo y la decisión propia y sincera para hacerlo.
—¿Cuál consideras tu mejor pieza hasta ahora?
—Es relativo y hasta mentiroso el concepto de “mejor”, y lo que pasa con lo “favorito” es que es un estado transitorio. Más bien las obras que recuerdo con más afecto han sido donde he encontrado contento y nuevas cómplices.
—¿Tu obra está hecha para permanecer o está pensada como efímera?
—Está hecha a modo de experimento, sabiendo que va a desaparecer por factores climáticos o por la intervención de otra gente. No es fácil que una obra sobreviva en un espacio tan hostil y tan cambiante; los fuertes vientos, las lluvias, la intolerancia, la creatividad o la censura de otra gente, casi cien por ciento segura, lo modificarán. Hay algunos casos en los que algunas pinturas no son intervenidas y más bien se respeta que habiten en determinados muros o espacios, pero con los años pierden color y hasta comienzan a ser casi invisibles por el hábito de permanecer allí a diario, por las capas de smog y polvo sobre ellas. Como muchas situaciones en la vida, esos lugares intervenidos piden un cambio, no tienen el mismo carácter de las estatuas que hay en parques o centros de avenidas. La dinámica de estas imágenes es la de renovarse y regalar la oportunidad de contar otras historias en un mismo sitio, sin que la desaparición de éstas signifique que se puedan olvidar.
—¿Cuál es tu opinión de la transición del arte urbano a las galerías?
—Pienso que nunca va a ser lo mismo, pierde todo sentido, lo que está en una galería es una obra gráfica, conceptual o plástica, y sólo es y seguirá siendo eso; no puede ser graffiti o arte urbano, porque éste sólo habita en espacios públicos, sin horarios marcados que impidan presenciarle, sin un precio que pagar por él.
—Participaste en el libro Nuevo Mundo, publicado por Gestalten, escribiendo sobre el fenómeno del arte urbano en Colombia. ¿Cómo se dio la invitación?
—Maximiliano me contactó por correo electrónico en vísperas de la preproducción del libro. Su amable invitación fue una oportunidad bonita para compartir algunas cosas sobre el movimiento, aunque tenía la clásica limitante de espacio y caracteres. Entonces, varias anécdotas, reflexiones y autoras se quedaron en esa presentación sin contar.
—¿Qué te propusiste destacar en él para que todo mundo se enterara?
—Aproveché la invitación, en la medida de lo posible, para dejar saber algo de la esencia que carga el arte urbano en Colombia. Hay algo muy especial en ese país, como en otros, y es que en este momento en Colombia no hay galerías que se especialicen en cooptar autoras de arte urbano ni tampoco hay mercado exagerado que esté intentado aprovechar lo que se hace en las calles. Así que la gente que anda por ahí dejando sus manchas y mensajes sólo lo hace al parecer por un auténtico disfrute por dar y recibir de la calle. ®