Todo comienza con un anuncio en el periódico que ofrece sueldo increíble más bono y comisiones, no importa si no tienes experiencia, eres menor de edad o abiertamente estúpido: cualquiera es el candidato perfecto. Pregunte por la licenciada Rosy.
Los incautos que piensan ser más astutos que su suerte corren a la papelería y adquieren una de esas solicitudes de empleo color ocre diseñadas para servir como platos desechables cuando se pide pizza en los departamentos de Recursos Humanos.
Y uno acude a la dirección del anuncio, pero lo que se imaginaba como un enorme edificio elegante y con ejecutivos de traje y autos finos no es más que una simple casa de interés social adaptada como oficina, con escritorios que conocieron mejores años, un calendario de una carnicería en una de las paredes y el baño funcionando como archivero.
Se pregunta por la licenciada Rosy y la secretaria, que masca chicle y lleva uñas postizas y aberrantemente largas con paisajes ininteligibles pintados, sonríe con indulgencia y señala una silla en medio de lo que originalmente debía ser una sala pero fue adaptada como salón de juntas.
Y si se voltea alrededor una vez instalado en la silla se observará a otros tantos optimistas del aviso clasificado que durante una hora escucharán una charla sobre el éxito y la felicidad a cargo de un sujeto bien rasurado y con un traje más caro que la renta que paga por el lugar, seductoramente seguro de sí mismo y en su elemento, poniendo en ridículo con una facilidad pasmosa a quien se preocupa por las dificultades de la vida.
Se pregunta por la licenciada Rosy y la secretaria, que masca chicle y lleva uñas postizas y aberrantemente largas con paisajes ininteligibles pintados, sonríe con indulgencia y señala una silla en medio de lo que originalmente debía ser una sala pero fue adaptada como salón de juntas.
Uno sale del lugar como iluminado, con la certeza de que su vida será distinta en adelante, gracias a la maravilla de las ventas. Entonces la licenciada Rosy entrega a cada sujeto un maletín de imitación piel cargado con joyería barata, enciclopedias inverosímiles o curiosidades tan hermosas como inútiles fabricadas por esclavos chinos o vietnamitas. Luego se dividen en grupos y todos obtienen una manzana de un barrio: uno llega a la primera puerta de su primera calle en el primer día de lo que será la felicidad de acuerdo con el tipo de traje tan seguro de sí mismo, y da unos golpecillos, sonríe, emocionado, y un ama de casa somnolienta abre la puerta y con fastidio escucha la mitad del guión ya bien aprendido sobre las bondades del producto y le cierra la puerta en el rostro.
Pero tarde o temprano se logra la primera venta, siempre hay alguien más cándido o que cede a la lástima, aunque al final de la quincena el sobre blanco con el sueldo no alcanza ni para pagar la renta. El capacitador seguro de sí mismo y en su elemento debió equivocarse en algo.
Pero hay quien logra ver el verdadero negocio en esto y devuelve el maletín de imitación piel y mejor va y compra el mejor traje que pueda y pone un anuncio en el periódico, le pide la casa a la madre o a la tía como salón de juntas y le ofrece un poco de dinero a la comadre o a la prima para que se haga llamar momentáneamente licenciada Mary. Luego, todo es una historia de éxito. ®