En 1971 Guillermo Caín, el alter ego del cubano Guillermo Cabrera Infante, apareció en los créditos de la película, hoy considerada de culto, Vanishing Point. La historia que narra la cinta de celuloide es tan desaforadamente simple como frenética y vigorosa su acción.
Platón asegura en uno de sus diálogos que Hermes Trismegisto, además de soltar aquella perla que dicta que “todo está en todo”, también regaló a los hombres esa otra joya nacida del alfabeto: la literatura. Este patrono de los escritores, que los egipcios bautizaron como Thot, no hizo otra cosa más que darle a los literatos de cualquier latitud y época la evidencia de que las palabras contienen por entero al universo. Baudelaire, algún tiempo más tarde, llamó “correspondencias” a esta comunicación entre vastedades, e incluso, antes que el poeta maldito, Laurence Sterne hizo decirle a su Tristram Shandy —que, cosa curiosa, originalmente se llamaría Trismegisto— que la digresión, esa otra forma de apelar a la vagancia literaria, es el sol de la prosa. Tomando como eje rector tales certezas, comencemos, pues, un breve paseo por algunos soleados y disímiles parajes imaginativos, artísticos y literarios.
En 1971 Guillermo Caín, el alter ego del cubano Guillermo Cabrera Infante, apareció en los créditos de la película, hoy considerada de culto, Vanishing Point. La historia que narra la cinta de celuloide es tan desaforadamente simple como frenética y vigorosa su acción. Para resumirla de forma decente diremos que un héroe decepcionado de su país, o algo parecido, decide violar todas las reglas posibles mientras viaja a toda velocidad en un épico, magnánimo, fantástico y esdrújulo Dodge Challenger Magnum 440 de color blanco. El impulso que mueve al protagonista y lo lleva a incrustar el acelerador en el piso del auto es asumir su destino a la manera griega, es decir, de forma trágica y radical.
La película, claro está, fue un éxito. Sin embargo, el único inconforme, a pesar de los reportes de taquilla, fue el artífice del guión, quien dijo en varias entrevistas que él había escrito algo enteramente opuesto a lo realizado por Richard Sarafian, director del filme. La idea original del cubano en poco había sido respetada al traducirse al lenguaje de los cuadros por segundo. Quizá nunca veremos en una pantalla de cine aquello que planeó el autor de La ninfa inconstante, pero como a él, siempre nos quedará la imaginación.
No obstante, y a pesar de los reparos del guionista, es posible aventurar algunas lecturas del filme e intentar comprender a Kowalski, el héroe de la historia, a través del mismo Cabrera Infante. Lo que de manera más obvia emparenta a estos dos tránsfugas es la huida sin retorno, su trayectoria sagital hacia la barrera que demarca el horizonte y el implacable final que ahí anida. Ambos eluden, con deliberada conciencia, las convenciones de su época con la motivación clara de que todo es susceptible de burla, de juego, de transgresión. Sin embargo, este impulso no está animado por la necesidad onanista del quebrantamiento per se, su búsqueda es de una naturaleza más emparentada con el inconformismo y la experimentación, la tentativa de encontrar nuevos territorios y ensanchar la conciencia que tenemos del mundo.
Para Kowalski, la travesía que emprende, saturado de anfetaminas, es una celebración extrema, y un tanto hippie, de la libertad; Cabrera Infante, pletórico de aliteraciones que, si se las mira de cerca parecen pildoritas que aceleran el metabolismo de quien las lee, apostó por hacer de la parodia su arma más eficaz. Su más refinado artilugio para minar los andamiajes del poder fue la burla constante, inteligente y sabrosa de todo lo que encontrara en su camino.
Pero no sólo de burlas vive el hombre, también de coincidencias, que le encantaban al acusado de escribir Delito por bailar el chachachá. Un gran fanático de Vanishing Point es Quentin Tarantino. Tan notable es su admiración por el éxito hollywoodense del infante ya difunto que filmó un breve homenaje a la aventura de Kowalski titulado Death Proof, la quinta entrega en su filmografía.
En 1971 Guillermo Caín, el alter ego del cubano Guillermo Cabrera Infante, apareció en los créditos de la película, hoy considerada de culto, Vanishing Point. La historia que narra la cinta de celuloide es tan desaforadamente simple como frenética y vigorosa su acción.
Este singular filme incluye diversos guiños al cine de varios tiempos y directores, pero uno de los más evidentes es la inclusión del heroico Dodge Challenger Magnum 440 de color blanco que dibujó Cabrera Infante en su script original. Notables, por supuesto, son otros ingredientes con los que adereza Tarantino los noventa minutos en los que vemos a Stuntman Mike —Kurt Russell— hacer de las suyas. Como ejemplo, será suficiente guardar en la memoria a aquellas afroditas de secular reputación y flexibles movimientos que protagonizan la película; los originales y sádicos métodos del asesino —prueba del humor que caracteriza la filmografía del célebre Mr. Brown—; así como las iracundas persecuciones automovilísticas. Todo reunido con el único propósito de rendirle un homenaje al bastardo sin gloria que fue Kowalski y, de paso, también para el autor de Vista del amanecer en el trópico.
Las coincidencias, como se puede ver a continuación, vienen en pares; por ello, es preciso mencionar que el cubano dijo sobre Tarantino, cuando aquel participó como jurado en el Festival de Cannes en 1994, que éste le debía todo su lenguaje directo y brutal a las novelas de Hemingway, refiriéndose a los diálogos de apertura de Reservoir Dogs y Pulp Fiction, esta última con la que el joven Quentin ganó la Palma de Oro de ese mismo año.
Pero, según la creencia hermética, el número tres, como Trismegisto, rige al universo entero. Por ello las coincidencias también se presentan en tercios. Así, habrá que recordar que el grupo de rock Audioslave también hizo su propio homenaje a Vanishing Point utilizando fragmentos de la película original en el video de su canción Show me how to live. Además de ser el único grupo de rock estadounidense en pisar la tierra que Cabrera Infante abandonara en 1965, esa tierra que el escritor llamara, con una insolente tristeza, Mea Cuba. Esta última coincidencia, para no ponernos tristes, nos ha llevado al terreno de la música. Ámbito que celebraba con beneplácito el Premio Cervantes 1997, pues sus muchos ensayos, referencias en su prosa y la vasta cultura musical reflejada en entrevistas así lo demuestran.
Pero, antes, permítaseme introducir algo de luz prosística, es decir, digresión en este tema. Es fácil deducir algunos rastros de sangre jocosa y espíritu religioso en Nietzsche a partir de su afirmación de que él creería en un dios, si y sólo si, éste sabía bailar. Suponemos, en consecuencia, que en las tierras frías de Lutero el filósofo del martillo hubiera idolatrado, sin duda, como a una diosa a la cubana Ninón Sevilla. Cuenta la historia que antes de que ella fuera ella, porque no se llamaba así, la muchacha pretendió ser monja. Ya lo observó Descartes, al principio del Discurso del método, los extremos se tocan, que es otra forma de decir que todo está en todo, para recordar, de nuevo, a Trismegisto. Por fortuna, Emelia Pérez, la verdadera ella que fue antes de Ninón, cambió muy pronto no sólo de nombre sino de la idea de cubrirse con los hábitos para descubrirse por hábito en las pantallas del cine mexicano. Cómo no recordar aquella pegajosa canción llamada “La múcura” en la que la grácil y sensual mujer exclama, con jocosidad y pena, que
…la múcura está en el suelo,
mamá no puedo con ella,
me la llevo a la cabeza,
ay, mamá, no puedo con ella.
La múcura, habrá que precisar, es un tipo de jarro con el que las mujeres cargaban el agua, regularmente, sobre sus cabezas. Imagen preciosa que nos invita a disfrutar hasta el último detalle grosero y sensual de la mujer que ha ido por agua al pozo. El gran vate mexicano, oriundo de las tierras mismas donde mi abuelo llevó a mi padre a conocer el hielo, describe de esta forma en Amiga a la que amo una escena por demás similar:
Guárdame en la alegría de mirarte
ir y venir en ritmo, caminando
y, al caminar meciéndote
como si regresaras de la llave del agua
llevando un cántaro en el hombro.
No parecerá extraño que pensemos en Ninón Sevilla al leer este poema de Rubén Bonifaz Nuño, cuando sabemos que él mismo en su juventud, divino tesoro, le escribiera algunos sonetos, hasta ahora publicados, a la exultante, prodigiosa y fenomenal Tongolele.
Después de todo, confirmamos, se escribe sólo para recordar los generosos y protectores brazos que albergaron en perfecto apapacho nuestros sueños e irrealidad, o, como dice Cabrera Infante sobre Guillermo Caín, su crítico ficción, que a pesar de ser un personaje ficticio tenía un apego muy real por las mujeres. El mismo apego que el autor de estas líneas, en su adolescencia temprana, que se ha extendido hasta ahora, siente cuando se imagina como Marcelo Mastroiani en la Dolce Vita, acurrucado en el generoso escote de su particular Anita Ekberg.Pero volvamos a la música, específicamente a la cubana, que según el autor de Tres tristes tigres alcanzó una plenitud juguetona y siempre precisa con Ñico Saquito, autor de esa sutil, además de popular, explicación de la lógica hegeliana del amo y el esclavo:
María Cristina me quiere gobernar,
y yo le sigo le sigo la corriente,
porque no quiero que piense la gente,
que María Cristina me quiere gobernar.
Canción célebre por la popularidad que alcanzó y pegajosa, porque es una guaracha. Ese ritmo caracterizado por su velocidad y tono jocundo. Pero el tono alegre y juguetón no debe de entenderse como una simple sucesión de chistes, pues como dijo Mark Twain en su ensayo titulado How to tell a story hay varios estilos literarios, pero sólo uno de ellos es realmente difícil: el humorístico.
La diferencia que existe entre una narración humorística y una cómica reside, siguiendo al padre de Tom Sawyer, no sólo en que la segunda es más fácil sino que depende por completo del contenido que transmite; mientras que, por otro lado, la historia humorística trabaja sobre la manera en que es narrada. Una es puro contenido y la otra, forma pura, que no confundir con Puro Humo, el libro dedicado por GCI a celebrar con elocuencia y erudito humor su afición por el tabaco puro o puro de tabaco: los cigars, en inglés.
Pero volvamos a lo nuestro. Joyce, autor que tradujo sabiamente Cabrera Infante en Dublineses, y al que celebramos cada 16 de junio bebiendo cerveza y deambulando cual Odiseos en un mar de anhelos y frustraciones, bien puede considerarse un escritor con un gran sentido humorístico. Eso lo sabía muy bien el cubano, que al igual que Joyce salió de su personal Ítaca para nunca regresar. Hecho que a veces mueve a la melancolía porque uno sabe que toda despedida es como morir un poco, y que hay días aciagos en que no hay traje que no apriete, mujer en qué caerse muerto ni Argos que a uno le ladre.
Tanto Kowalski, el conductor desaforado de Vanishing Point, como Joyce o Cabrera Infante son seres que huyen no siempre por gusto, sino en busca de nuevas y terribles aventuras. Porque el sino de muchas personas, y de casi cualquier lector, es siempre anhelar el contenido guardado en lo desconocido que habrá de venir y, en tal empresa, hacer lo necesario para propiciar nuevos y fecundos encuentros.
Pero de vuelta a la novela monstruo, como cariñosamente llamaba Joyce a su Ulysses, no se debe de pasar por alto que es un gran texto humorístico en donde nos reímos no de lo que nos cuenta, que es la muerte, el absurdo de la vida y la existencia desgarrada, sino de cómo lo cuenta y las vueltas y mareos que nos provoca a lo largo de sus páginas. Es oportuno recordar cómo fue descrito Joyce por el más grande, porque era gordo, y lúcido crítico de mediados del siglo pasado: Cyril Connolly: Joyce “en teoría era un adulto; en la práctica, no”.
Tanto Kowalski, el conductor desaforado de Vanishing Point, como Joyce o Cabrera Infante son seres que huyen no siempre por gusto, sino en busca de nuevas y terribles aventuras. Porque el sino de muchas personas, y de casi cualquier lector, es siempre anhelar el contenido guardado en lo desconocido que habrá de venir y, en tal empresa, hacer lo necesario para propiciar nuevos y fecundos encuentros.
Vila-Matas ha escrito hace poco una novelita titulada Dublinesca que, dice él, habla, por un lado, de la desaparición del libro impreso y, por otro más, de Joyce y Beckett, tema y autores sumamente humorísticos. Y la novela es, en efecto, divertida porque se burla de cuestiones tan graves como un matrimonio fallido, la falta de sentido en el mundo, los fracasos existenciales que acumulamos con el tiempo y la parodia constante al mundillo literario y sus ridículas poses. No en balde el personaje principal busca dar “el salto inglés” para darse un chapuzón de mordaz vitalidad, ¿tal vez recordando indirectamente a Guillermo Caín?
Porque el humor, como bien apuntó Cabrera Infante en uno de sus juguetones pero sesudos ensayos, toma la forma de eso que los flemáticos súbditos de la reina Isabel II catalogan como Wit, palabra que el Oxford Dictionary define como “una aptitud natural para utilizar las palabras e ideas de manera rápida y creativa para generar un efecto humorístico”; algo que la literatura tiende a hacer constantemente entre algunos de sus más brillantes protagonistas. No en balde un maestro del wit ha sido Oscar Wilde quien, entre otras inolvidables frases, apuntó que no había nada que él dijera o hiciera que no llevara a la gente a maravillarse. Acto que define el interés de todo cultivador del wit; esto es, reunir cosas diversas y hacer evidente a los lectores que se ha podido encontrar una conexión entre elementos hasta ese momento totalmente disímiles. Búsqueda que emparenta a Wilde, a Carroll y hasta a Lichtenberg con los hermanos Marx cuando, con un ingenio apoyado en la paradoja, Groucho dice: “Es mejor permanecer callado y parecer estúpido que hablar y despejar las dudas definitivamente”. Cualquier diestro en el wit se dará cuenta de que el ingenio es, precisamente, acercar ideas, términos y hasta frases enteras que por su lejanía o distinto campo de acción no estaban relacionadas aún.
El wit y el ejercicio de la escritura en total son parte de un mismo juego en el que la memoria y el ingenio procuran juguetes literarios para los lectores adultos, en las palabras mismas del cubano que siempre se preguntó con postura metafísica ¿por qué Songo le dio a Borondongo y por qué Borondongo le dio a Bernabé? Similar a ese otro cuestionamiento, extremadamente inquietante, con el que el reverendo Charles Dodgson, alias Lewis Carroll, se rompía la cabeza al interrogarse sobre cómo luciría la luz de una vela apagada.
Pero ya es hora de terminar con esta compilación de ingenio y humor pues hablar de ellos y carecer de sus favores es, por decir lo menos, francamente temerario. Como se dijo al principio, todo está en todo y aquí se ha hablado de música, cine, autos, mujeres, alcohol y literatura, pasiones y visiones que a diario conmueven el corazón al desnudo de este hipócrita escritor; todo ello provocado por el detonante y pretexto de recordar la vida y obra de uno sólo de los muchos escritores que mientras existió, mirando el amanecer en el trópico desde el exilio inglés, suscribiera con cada uno de sus libros estas palabras de Wilde: “la vida es demasiado importante como para hablar en serio de ella”.
Por ello, invitemos a este texto el famoso íncipit de Tres tristes tigres para celebrar el humor inglés del escritor cubano y exclamemos con júbilo y desenfreno:
“Showtime!” Señoras y señores. Ladies and gentlemen. Muy buenas noches, damas y caballeros, tengan todos ustedes. Good evening, ladies & gentlemen. Tropicana, el cabaret MÁS fabuloso del mundo… “Tropicana”, the most fabulous night-club in the WORLD… presenta… presents… su nuevo espectáculo… its new show… en el que artistas de fama continental… where performers of continental fame… se encargarán de transportarlos a ustedes al mundo maravilloso… They will take you all to the wonderful world… y extraordinario… of supernatural beauty… y hermoso… of the Tropics…
A gozar y gozarse, que la fiesta ha comenzado. ®