Cine de viajes, I

Al principio fue Rossellini

Desde sus inicios la cámara cinematográfica buscó imágenes exóticas para acercarlas a su público. A medida que el transporte y la comunicación hicieron el mundo más accesible, los filmes de viajes cambiaron su forma y su sentido. Con este artículo comenzamos un camino en el que nos preguntamos cómo el cine nos hace viajar.

Durante un razonamiento o una discusión podemos utilizar diferentes recursos, entre ellos están la definición (por ejemplo: “Un zombie es alguien que primero murió y luego resucitó, por lo tanto los bichos de 28 días después no son zombies”) y la cita de autoridad (por ejemplo: “Mamá dijo que podía quedarme despierto hasta tarde” o “el papa dice que no hay que usar condones, así que contagiémonos”). En el primer caso es crucial la fuente de la definición que usemos, por ejemplo, la definición de pecado de la Biblia tendrá sentido en ciertas discusiones y ciertos ámbitos, en otros habrá que tomar la definición de la Torá o del Corán, y en otros ámbitos definir el pecado sería irrelevante. De la misma forma la cita de autoridad sólo tiene sentido si todos estamos de acuerdo en que esa persona/institución es una autoridad.

Ya que hoy quiero proponerles que en estos cuatro artículos pensemos el cine que tiene como tema los viajes, voy a comenzar por definir qué es un viaje. Mi definición es por completo arbitraria, pero para disimularlo voy a utilizar una cita de autoridad. Roberto Rossellini es una autoridad indiscutida en el ámbito del cine, a tal punto que si a alguien no le gustan sus películas sólo se atreverá admitirlo cuando esté borracho, entre íntimos amigos y bajo la solemne promesa de que no se lo contarán a nadie (éste es, obviamente, un desafío a los lectores y colegas de que griten a los cuatro vientos que no les gusta Rossellini y logren justificarlo). Por todo esto, para definir qué es un viaje, utilizaré su filme Viaje en Italia (Viaggio in Italia, 1954, también conocida como Viaje a Italia o Te querré siempre).

Un desplazamiento espacial

Muchas veces decimos que una experiencia con drogas, el impacto de una obra de arte o un encuentro sexual “es un viaje”. Supongo que con esa expresión queremos decir que espiritualmente nos llevó a un lugar distinto de donde estábamos antes. Les pido que en esto seamos conservadores y acordemos que en un viaje las personas involucradas salen de su ámbito geográfico habitual y llegan a otro distinto. En el filme de Rossellini, Catherine y Alex, un matrimonio de Londres, viajan a Nápoles para ocuparse de la venta de la casa de Homer, el recién fallecido tío de ella. El filme comienza cuando la pareja está a punto de llegar en coche a Nápoles, pero este breve trayecto es sólo el primero que veremos: los personajes se pasan toda la película recorriendo pasillos, calles, salones, museos y ruinas, se mueven de un extremo del plano al otro muchas veces sin añadir nada al argumento. Estos eternos recorridos no son nuevos en la filmografía del director ni de sus contemporáneos, pero si durante el neorrealismo italiano la cámara nos hacía ver una realidad social que hasta el momento el cine había evitado, en Viaje en Italia no hay (o al menos yo no veo) ningún tipo de denuncia de un aspecto oculto de la sociedad: los personajes se mueven mucho, en general sin ir a ningún lado, y se mueven por lugares que resultan extraños para ellos y para el espectador. Aunque ambos presencian en Pompeya (la ciudad arrasada por el volcán Vesubio) el descubrimiento de los cadáveres de una pareja, es en general Catherine quien recorre atracciones culturales y naturales. Cientos de calaveras alineadas, cráteres llenos de lava o de humo, la colección de esculturas de un museo y las multitudes de las calles de Nápoles son escenarios que la protagonista ve por primera vez.

Incomodidad

Cambiar por ejemplo Buenos Aires por Madrid no implica ningún tipo de incomodidad (no así el cambio inverso), ya que cualquier porteño se sentirá como en casa al encontrar agua corriente, transporte público, una tradición gastronómica similar y un idioma casi idéntico. Es decir, no hace falta adaptarse. Aunque Catherine y Alex socializan con compatriotas y otras personas que hablan inglés, deben enfrentarse a la falta de comunicación con otros personajes (“Cómo se atreve a hablarme así”, le dice Alex a una mujer italiana, a quien no le entiende una palabra), a una comida que detestan (Catherine mira su plato de pasta sin saber qué hacer con él) y unas costumbres que no comprenden (como la siesta y el culto a las imágenes). Pero la incomodidad no surge sólo de un contexto ajeno sino también de los cambios que surgen en su propia relación: es la primera vez desde que se casaron que están solos y descubren cosas no sólo en el paisaje sino también en sí mismos. La incomodidad exige resignación o cambio, y aunque la pareja se resigna a la comida extraña deciden que su pareja necesita un cambio drástico.

Encontrar algo distinto a lo que se buscaba

Alex hace un segundo viaje: a causa de las constantes discusiones con su mujer decide alejarse a Capri donde una amiga lo recibe en compañía de otras mujeres. Es evidente que busca una aventura con su amiga o alguna de sus acompañantes pero sólo encuentra en la primera la opinión de que él sigue enamorado de Catherine, y en las demás un claro rechazo.

Estos eternos recorridos no son nuevos en la filmografía del director ni de sus contemporáneos, pero si durante el neorrealismo italiano la cámara nos hacía ver una realidad social que hasta el momento el cine había evitado, en Viaje en Italia no hay (o al menos yo no veo) ningún tipo de denuncia de un aspecto oculto de la sociedad.

Catherine por su parte parece tener sus propios objetivos ocultos: durante su primer día en casa del tío Homer ella le cuenta a su marido la trágica historia de Charles, un antiguo pretendiente, que es una versión apenas modificada del discurso de Gretta en Los muertos (The Dead) de James Joyce. Charles era poeta y escribió sobre Nápoles y sus alrededores, de hecho fue allí donde contrajo la enfermedad de la que murió tiempo después. Catherine busca en los museos y las ruinas las fuentes de inspiración de su amigo, quizás algún rastro de la pasión del pasado, pero sólo encuentra muerte y estatuas con rostros que la atemorizan. Ni su matrimonio ni su recuerdo son más que ruinas.

Considero que la elección de estas tres características no es tan arbitraria como dije en un principio. Si los personajes encontraran lo que buscan el argumento carecería de conflicto, lo cual dificultaría en gran medida hacerlo avanzar. El cambio de escenario, ver lugares, objetos y personas por primera vez implica elegir una mirada y por lo tanto asumir una posición específica y quizá nueva. Claro que podemos viajar por el mundo con una misma posición (el imperialismo es prueba de ello) pero la incomodidad es un impulso extra para el cambio, y un cambio de posición puede llevar, justamente, a un cambio de objetivos. Por lo tanto, quizá no es que no encontramos lo que buscábamos, sino que simplemente dejamos de buscarlo. Pero agreguemos algo más: estas tres características se aplican también a la relación del espectador con el filme. El conocer lugares exóticos fue una de las grandes motivaciones de los primeros espectadores cinematográficos y por los tanto una de las primeras vocaciones del cine. Cuando tenemos un protagonista que viaja podemos acompañarlo en el viaje y maravillarnos con él ante las novedades sin tener que sufrir, en principio, la incomodidad. Pero Viaje en Italia no le ahorra al espectador ninguna molestia: los personajes deambulan sin objetivo, pasan de una frustración a otra y a pesar de sus evidentes celos e infelicidad no logran comunicarse. Se trata de una película incómoda en la que no pasa realmente nada. En este sentido creo que el espectador no encuentra lo que va a buscar (si es que va a buscar algo específico a la sala de cine): incluso quienes ya hayan visto Stromboli (Roberto Rossellini, 1950), que tiene varias características similares a Viaje…, no encontrarán aquí la tensión de la isla volcánica, de la acusadora mirada ajena ni la desesperación de una mujer atrapada en una sociedad que le es extraña, porque Viaje en Italia es único, incluso dentro de la filmografía de Rossellini. Por todo esto creo que los filmes de viajes que tienen estas características abogan (con o sin intención de los artistas involucrados) no sólo por la liberación de las costumbres repetitivas y la persecución de objetivos pensados de antemano, sino principalmente por un cine que proponga otra mirada sobre la realidad y sobre el rol del cine y su relación con el espectador. Mi objetivo en los próximos meses será descubrir la forma en que películas de viajes de tiempos y culturas lejanos a Rossellini juegan con estas tres características. Ahora sólo queda ver si este objetivo y este razonamiento se sostienen a lo largo del camino. ®

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Publicado en: Cine, Mayo 2012

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