Ojalá y sólo fuesen razones políticas las que han impedido que la película Katyn (2007) no se haya exhibido masivamente en las salas de México, porque tales razones podrían removerse. Pero me temo que la gran obra del anciano director Andrei Wajda se halle detenida por razones de mercado, por falta de interés público en ese drama histórico que fue el estalinismo. Es muy posible que después de veinte años del derrumbe del imperio soviético mucha gente no sepa quién fue Stalin, y muchos jóvenes quizás desconozcan que este gran artista realizó dos de los más bellos filmes del siglo XX: Cenizas y diamantes y Paisaje después de la batalla.
En abril de 2010 el gobierno ruso permitió por primera vez la exhibición de Katyn, y así se abrió paso a otras ciudades de ese país. Pero no debe ser fácil para los rusos enfrentarse a la terrible verdad que expone la película, admitir que durante el siglo XX vivieron sumidos en una mentira infame. En el terrible engaño de un gobierno “popular”, que por las buenas o las malas obligó a varias generaciones a entregar sus sacrificios por el engrandecimiento “de la Patria socialista”. Para un desarrollo que no era ajeno a las mismas prácticas imperialistas y armamentistas de Japón, Alemania o Estados Unidos, acérrimos enemigos ideológicos del comunismo.
Y no debe ser fácil porque Katyn describe la masacre de 22 mil polacos ejecutada por el Ejército soviético durante la Segunda Guerra, y que durante cincuenta años fue achacada a los nazis…
Como se sabe, en 1938 Hitler invadió Austria y una parte de Checoeslovaquia, y quienes podían detenerlo, Francia e Inglaterra, retrocedieron ante su ferocidad. En 1939 las tropas alemanas se apoderaron de la industrializada región de Danzig, en Polonia, y en agosto Hitler y Stalin firmaron un “pacto de no agresión”. Muy pronto se supo que en realidad estaban repartiéndose Europa. Con ese pacto Rusia dejaba las manos libres al nazismo para su expansión en el lado occidental mientras preparaba su avance sobre los países bálticos, Lituania, Letonia, Estonia y Finlandia, y una parte de Rumania. Los servicios secretos ingleses dieron a conocer las cláusulas de ese acuerdo y Stalin negó el hecho como un infundio del anticomunismo occidental. Pero no había pasado un mes de la firma del Pacto Ribbentrop-Molotov cuando las tropas de ambas potencias invadieron Polonia.
En el lado oriental de Polonia los rusos capturaron miles de soldados polacos, que fueron internados en campos de concentración en Kozielsk, Starobielsk y Ostashkov, y en otras prisiones de Bielorrusia y Ucrania. Y en una reunión del Buró Político soviético, de marzo de 1940, Stalin firmó la orden de ejecución de esos “nacionalistas contrarrevolucionarios” polacos, y en los trenes del Ejército Rojo fueron conducidos al bosque de Katyn, cerca de la ciudad de Smolensk, casi en la frontera con Bielorrusia (al este de Polonia). Allí fueron ejecutados por la espalda más de 22 mil soldados, ocho mil de los cuales eran oficiales.
Si esa masacre ponía en evidencia el carácter fuertemente represivo del Estado soviético también respondía a una lógica imperialista muy precisa. Y es que el sistema de reclutamiento polaco preveía que todos los graduados universitarios fuesen oficiales de la reserva (en previsión de ataques de Alemania o Rusia), y de ese modo Stalin eliminaba a una conspicua parte de la clase dirigente de aquel país que por entonces comenzaba a alzar su dignidad nacional, y preparaba a sus cuadros comunistas para ocupar el gobierno en 1945.
Pero Hitler pudo reforzar su ejército con las invasiones en Europa occidental y entonces se lanzó contra su antiguo aliado soviético. En 1943, a su paso por Polonia, los nazis descubrieron las inmensas fosas comunes en Katyn e intentaron desacreditar a Stalin acusándolo de la masacre, pero Hitler ya había perdido toda credibilidad. La invasión a Rusia fue tan demoledora que la defensa de ese país fue la más costosa de toda la guerra: millones de hombres y miles de ciudades fueron aniquilados por la maquinaria nazi, pero con la nueva alianza de Rusia en la coalición liderada por Estados Unidos e Inglaterra se responsabilizó a Hitler por todos los crímenes de la guerra. Hitler, totalmente debilitado, perdió su guerra, pero los principales acusadores de Stalin —el gobierno polaco exiliado en Londres— fue desacreditado por los aliados. La masacre de Katyn, como decía Stalin, se quedaba adscrita como una más de las crueldades de los nazis.
Tuvo que llegar la decrepitud del sistema soviético y su derrumbe para que en 1990 se supiera la verdad. Los archivos de la seguridad del Estado tuvieron que abrirse al escrutinio de los investigadores y el gobierno admitió la responsabilidad del jefe comunista que había sido el más querido y admirado por su pueblo, y al que Polonia tuvo que rendir armas y soberanía, después de la guerra, como su “salvador”.
Ahora el bosque Katyn regresó a las primeras páginas de los diarios porque el pasado abril, en un accidente de aviación, fallecieron el presidente polaco y una numerosa comitiva de altos cargos del gobierno cuando se dirigían a ese lugar para conmemorar el 70 aniversario de la masacre. Irónicamente, entre los muertos había muchos de los que participaron en el Comité de Resistencia de Solidarnosc, la organización que en los años ochenta emergió desde los astilleros de Danzig para protagonizar una de las luchas civiles paradigmáticas del siglo XX: se trataba de la misma clase obrera polaca que se alzaba contra su gobierno comunista y contra la opresión del imperio soviético. La tragedia del avión polaco abrió la herida para ambas naciones, ya que ahora se sabe que muchos soldados soviéticos también fueron asesinados para ocultar esa historia que Wajda ha querido rescatar.
En una entrevista al Corriere della Sera, de Milán, el director cuenta que tardó en rodar la película porque, a pesar de la caída del Muro de Berlín, en 1989, no encontró apoyos firmes pues nadie quería denunciar el crimen de Stalin e irritar al gobierno de Moscú para no alterar los frágiles equilibrios internacionales.
Finalmente, con el apoyo del Ministerio de Cultura polaco, logró sacar la película; en 2008 Katyn fue nominada al Óscar como mejor película extranjera. Ni aun así pudo proyectarse en Rusia, en donde incluso desaparecieron las copias piratas del mercado, y en otros países europeos tampoco entró al circuito de exhibición masiva a pesar de ser un pedazo de historia que les concierne íntimamente. Razones políticas y culturales conspiraban contra la historia.
En el centro de este filme Wajda pone a las mujeres que esperaron cada día y cada hora de su vida el retorno de aquellos oficiales de los que nadie informaba nada. Y a pesar de que el gobierno ruso aceptó la responsabilidad histórica, en los distintos ministerios siguieron ocultando la información. Nadie sabía nada, y la madre de Wajda también esperó en vano. Alguna carta o un informe de su esposo, Jacob Wajda, oficial del 73 regimiento de infantería, que también desapareció en Katyn en 1940.
“No quiero que aquellos oficiales mueran por segunda vez”, dijo Wajda al reportero del Corriere. “Por favor escriba esto y haga saber que este filme no es un instrumento político sino una obligación moral. Y comprendí la importancia de la película cuando se exhibió en la embajada polaca en Moscú ante mil ciudadanos rusos: al término de la proyección se produjo un largo silencio, luego, todos se alzaron de pie y estallaron en aplausos”. ®