Democracia en Bolivia

Un pasito adelante y dos atrás

No solamente se ha resquebrajado el esquema de gobierno por desacuerdos ideológicos o porque al presidente no le gusta que nadie le haga sombra, sino también por causa de la corrupción, no muy diferente pero más ostentosa que la de los gobiernos “neoliberales” por el nivel de los personajes implicados.

Evo Morales

Lejos de la parafernalia saturada de plástico, luz y sonido (y publicidad) que caracteriza a los juguetes de hoy, cuando éramos niños nuestros juegos y juguetes eran tan sencillos como el barrilete (papalote), el trompo, el yo-yo o la choca (balero), la taba, los soldaditos de plomo, las canicas de vidrio para jugar “chutis”, el mecano de metal y el osito que dormía en una caja de zapatos. La televisión era todavía un objeto nuevo y caro y no despertaba en nosotros la adicción adormecedora que hoy la caracteriza.

Y si no había juguetes, había juegos, como el que aludía al tren que une a La Paz, la sede de gobierno de Bolivia, con la ciudad de Arica (hoy chilena, antes peruana). Tomados de los hombros avanzábamos en fila con pasos cortos entonando a la cadencia del tren la canción “Arica-La Paz, La Paz, La Paz… un paso p’atrás, p’atrás, p’atrás, p’atrás”. Hoy ese juego me sirve para hablar de la democracia en Bolivia, que suele comportarse como el trencito que avanza un paso y retrocede dos.

Como casi siempre en política, no todo es lo que parece, y las más de las veces parece más de lo que es, en lo bueno y en lo malo.

Un poco de historia ayuda a situarse en contexto. Antes que Cuba, Bolivia fue el segundo país de América Latina que tuvo una revolución que cambió completamente las estructuras de poder en la nación. La primera tuvo lugar en México y culminó en 1917 luego de siete años de cruentas luchas. La boliviana triunfó en abril de 1952 y se caracterizó por cuatro medidas radicales que sólo fue posible tomar porque el partido que llegó al poder, el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), tenía el apoyo indiscutible de la población indígena del país, que entonces representaba más de 80% del total.

Las cuatro medidas transformaron el país. Una de ellas, la nacionalización de las minas, atacó el núcleo mismo de la economía nacional, que por entonces estaba en manos de los tres “barones del estaño”, cuyo poder se reflejaba sin disimulo en casi todos los gobiernos de la primera mitad del siglo XX, con honrosas excepciones. La segunda medida, la reforma agraria, atacó el corazón de la injusticia social con base en una premisa sencilla: la tierra es de quien la trabaja. La abolición del pongueaje y la desaparición de los terratenientes permitieron que el grueso de la población boliviana pudiera alimentarse a sí misma. Esta medida fue complementada por el voto universal, que hizo que esa numerosa masa indígena accediera a un estatus de ciudadanía. Antes solamente votaban los que sabían leer y escribir y unos pocos miles decidían los destinos del país a través de gobiernos impuestos por las empresas mineras. La cuarta medida también atacó un centro de poder: los militares. Se cerró el Colegio Militar, se abolió el ejército y se crearon las milicias populares.

Sesenta años más tarde es fácil encontrarle fallas a aquellas medidas. El mismo ejercicio se puede hacer con cualquier otro proceso revolucionario en el mundo. En Bolivia la reforma agraria no resolvió el problema de la marginación de los indígenas, pues la distribución de tierras llevó al minifundio y la propiedad hizo conservador al campesino. Las minas nacionalizadas enfrentaron falta de inversión al extremo de que décadas más tarde el costo de producción del estaño era mayor que su precio en el mercado internacional y el Estado se veía obligado a cubrir la diferencia para proteger el empleo y los salarios, de por sí magros, de los trabajadores mineros. Y el ejército volvió a las suyas, no tardó mucho en reorganizarse con ayuda de Estados Unidos y protagonizar a lo largo de las décadas de 1960 y 1970 golpes militares y episodios de represión política.

Estas constataciones, que no es difícil hacer desde la cómoda posición neutral del analista político, no le quitan mérito a un proceso que transformó al país radicalmente. Hay un antes y un después de la revolución de abril de 1952. Más aún, nada de lo que está viviendo Bolivia en estos tiempos se podría explicar sin ese antecedente. Evo Morales no sería presidente, los indígenas no serían la fuerza política que son y no se hubiera producido la integración geográfica y social del país.

¿Un nuevo comienzo?

Resulta por ello un contrasentido pretender que la historia de Bolivia comienza con Evo Morales, como afirma el gobernante boliviano, quien divide la historia en dos grandes bloques, antes y después de su gobierno. Es decir, los “quinientos años de coloniaje”, que en su aritmética se extienden hasta que asumió el poder, y los qunientos años que gobernará su modelo político, como anunció a fines de mayo.1

No cabe duda de que la mayoría de la población boliviana apostó por Evo Morales. Fue una apuesta muy clara por el hombre, por el símbolo, y fue también una manifestación de rechazo a los partidos políticos tradicionales. La emergencia política de la figura de Evo en el curso de pocos años se debió en buena parte al discurso de reivindicación cultural de la hoja de coca, penalizada como droga a nivel internacional, y a la transfiguración del dirigente de los cocaleros en símbolo de los indígenas, algo que le permitió ganar popularidad dentro y fuera de Bolivia.

La llegada al poder de Evo Morales se vio favorecida por un contexto nacional e internacional muy favorable, tanto en lo social y político como en lo económico. Ningún gobierno anterior había tenido una coyuntura tan propicia como la que recibió a Morales: excelentes precios en el mercado internacional de todo lo que Bolivia produce, simpatía de los gobiernos del mundo por el dirigente de origen indígena, apoyo masivo dentro del país, contexto político progresista en América Latina, etcétera.

Esas condiciones le hubieran permitido hacer grandes cambios como los que anunció a los cuatro vientos. Sin embargo, no ha sucedido así. Esta afirmación puede levantar sospechas en algunos lectores que no están cerca de la situación boliviana. ¿Cómo que no ha habido cambios? ¿Y la nacionalización del gas? ¿Y la revolución agraria? ¿Y la erradicación del analfabetismo? ¿Y la salud gratis para todos? ¿Y la defensa de la madre tierra? ¿Y el fin del neoliberalismo?

Hay respuesta para cada una de esas preguntas. La respuesta corta es ésta: existe una enorme distancia entre el discurso de Evo Morales y las obras del gobierno. Esa distancia, cada vez mayor, le ha causado muchos inconvenientes en meses recientes, pues está perdiendo la base social que lo respaldaba.

La respuesta larga, o medianamente larga, a cada una de las preguntas, es todavía más inquietante…

La respuesta corta es ésta: existe una enorme distancia entre el discurso de Evo Morales y las obras del gobierno. Esa distancia, cada vez mayor, le ha causado muchos inconvenientes en meses recientes, pues está perdiendo la base social que lo respaldaba.

No hubo nacionalización del gas, no se nacionalizó ni un lápiz, a pesar de los titulares que dieron la vuelta al mundo. Nacionalizaciones de hidrocarburos hubo dos en Bolivia: en 1937 durante el gobierno de David Toro, y en 1969 con el gobierno de Alfredo Ovando, dos militares progresistas. Con Evo Morales no fue así. Las mismas empresas transnacionales que operaban en el país siguen allí. Lo que se logró fue nuevos contratos y un ajuste en los impuestos, de manera que esas empresas pagan ahora más en beneficio del Estado, pero la negociación fue larga y mientras tanto la producción de gas bajó al extremo de no poder cumplir los compromisos adquiridos con Argentina.

De la “revolución agraria” ya nadie habla. Se estrenó con una medida sana, como es el reconocimiento de que las mujeres también podían recibir títulos de propiedad si eran cabeza de familia, y con la donación de centenares de tractores que pocos meses después aparecieron en venta en el mercado, como suele pasar con las cosas que se reciben gratis.

Bolivia anunció la “erradicación del analfabetismo”, pero ninguna organización internacional seria y responsable se ha atrevido a certificar tal proeza. Y la realidad, en cualquier observación directa en el área rural, demuestra que si bien se ha avanzado en la alfabetización de adultos en castellano, con el apoyo del programa cubano “Yo sí puedo”, queda mucho por hacer para implantar en el país una educación de calidad y bajar la tasa real de analfabetismo.

En cuanto a la gratuidad del sistema de salud, el decreto presidencial no fue en absoluto suficiente, puesto que ni aumentó el presupuesto destinado a la salud ni se mejoraron los equipamientos de los hospitales públicos. La precariedad del sistema de salud del Estado hace que los propios médicos de esos establecimientos deriven los pacientes a los servicios de salud privados.

El fin del neoliberalismo no pasa de ser un leit motif de la propaganda gubernamental. La principal medida “neoliberal” de 1985, el Decreto Supremo DS 21060, goza de buena salud y no existe la menor intención de alterarlo, porque ha cumplido —se reconoce a izquierda y a derecha— su función de sacar al país de la severa crisis económica en la que estaba inmerso a principios de los años 1980. Tampoco se ha tocado la Ley 1008 de control del narcotráfico, contra la que tantas veces Evo Morales se manifestó cuando estaba en la oposición.

Todo lo anterior podía disgustar a la base social del gobierno, pero no afectó mucho la popularidad de Evo Morales, que ha mostrado una capacidad de resistencia notable.

Sin embargo, el parteaguas definitivo se dio durante 2011, cuando las organizaciones indígenas de las tierras bajas descubrieron que el gobierno había firmado contrato con empresas brasileñas para construir una carretera que pasaría en medio del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Secure (TIPNIS), una reserva ecológica. Esto en violación de la propia Constitución Política del Estado y de todo el discurso de la “madre tierra” enarbolado por el gobierno de Evo Morales durante años.

La IX Marcha Indígena en defensa del TIPNIS tiene lugar precisamente en estos días como una nueva demostración de repudio al gobierno, que mantiene su decisión de construir la carretera, aunque al cabo de la marcha anterior se había comprometido a cancelar el contrato. En realidad, al gobierno le interesa más el compromiso adquirido con Brasil y con el proyecto geopolítico de la nación vecina, que le permitirá unir sus intereses económicos con la cuenca del Pacífico. Para ello el gobierno boliviano no ha dudado en crear organizaciones indígenas paralelas para oponerlas, a veces con violencia, a las organizaciones legítimas.

De este modo, el logro real más importante del proceso de cambio impulsado por el gobierno de Evo Morales está siendo desvirtuado: la emergencia de la cultura indígena y la conquista de su ciudadanía a través de la participación en el poder.

La democracia sin partidos

Evo Morales

¿Y la democracia? Bien, gracias. A simple vista nadie puede decir que no se viva en Bolivia un periodo de democracia, a pesar del centralismo autoritario del presidente.

Los medios de información son libres de publicar o emitir las opiniones que quieran, aunque el presidente se queja con frecuencia de que los medios masivos lo agreden, lo cual no es tan cierto, si se compara al tratamiento que le otorgan los medios privados de Venezuela al presidente Chávez o de Ecuador al presidente Correa. Evo Morales no admite crítica de ninguna clase, por eso se queja de supuestas agresiones.

En teoría hay plena libertad en Bolivia para organizarse y no existe ningún límite a la participación política de los ciudadanos. Sin embargo, el gobierno de Evo Morales actúa a través de todos los mecanismos a su alcance para despejar el paisaje político de cualquier figura que pudiera hacerle sombra. Esto ha sucedido hacia adentro de su propia organización, el Movimiento al Socialismo (MAS)2 y hacia el resto de las fuerzas políticas de oposición. No es banal el dato de que la principal oposición política que enfrenta Morales es de izquierda, y no de derecha, como afirma el gobierno para descalificar a sus críticos.

Figuras de importancia que acompañaron a Evo Morales a lo largo de los primeros años de su mandato se fueron distanciando a medida que pasaba el tiempo. Andrés Soliz Rada, ministro de Hidrocarburos del primer gobierno de Evo Morales, fue uno de los primeros en salir por desacuerdos con la fallida “nacionalización” del gas. El exdirigente minero Filemón Escobar, a quien se le atribuye el crecimiento de la figura sindical de Evo entre los productores de coca, también se apartó del esquema. Ha sucedido lo propio con Alejandro Almaraz, quien fuera viceministro de Tierras; Alex Contreras, exportavoz presidencial; Gustavo Guzmán, exembajador de Bolivia en Estados Unidos; José Pinelo, exembajador ante la OEA; Pablo Solón, exembajador de Bolivia ante Naciones Unidas; la conocida luchadora de los derechos humanos Loyola Guzmán, y Raúl Prada, ambos delegados del MAS en la Asamblea Constituyente… Y una larga lista de personalidades políticas de reconocida trayectoria anterior a su participación en el gobierno de Morales.

También se separó del gobierno de Evo Morales el Movimiento Sin Miedo (MSM) liderado por el exalcalde de La Paz, Juan del Granado, figura muy respetada en la izquierda por su consecuente trayectoria de lucha por la democracia, probable candidato de la oposición en las próximas elecciones generales.

Si uno analiza la composición de los movimientos sociales encuentra el mismo patrón de distanciamiento de Evo Morales. Dirigentes conocidos por sus luchas en las décadas de 1990 y 2000, como Óscar Olivera o Marcial Fabricano, entre otros, manifiestan hoy su oposición cerrada al gobierno de Morales.

En el entorno palaciego la mayor parte de los asesores nacionales y extranjeros que nunca figuraron públicamente pero que tenían un papel importante en el diseño de las estrategias del gobierno han ido desapareciendo en silencio.

¿Quiénes quedan junto a Evo? Un porcentaje alto de simpatizantes en la ciudad de El Alto y en zonas del altiplano y de Cochabamba, aunque ya no el 63% que tuvo en algún momento. A su lado permanecen algunos dirigentes obsecuentes, que saben que ya es muy tarde para desmarcarse, y otros algo más respetables que ingenua o voluntariosamente creen que el proceso puede tomar un nuevo rumbo y “rectificar”.

Pero esa es solamente una parte, la de los aliados. Lo que sucede en el resto del espectro político es digno de análisis. A simple vista los partidos políticos tradicionales han desaparecido. En la medida en que la composición de la Asamblea Plurinacional, que remplazó al sistema bicameral republicano, está casi en su integridad ocupada por militantes del MAS, los demás partidos políticos tienen pocas opciones de expresarse. La derecha no levanta cabeza, no cuenta, y en el centro izquierda las cabezas visibles han sido sometidas al tratamiento de rigor que aplica el gobierno a todos sus opositores: juicios penales.

En las elecciones para el Poder Judicial cerca de 60% de los votantes optó por anular sus votos o votar en blanco como consigna contra la abierta manipulación que hizo el gobierno de esas elecciones. Los nuevos magistrados fueron elegidos individualmente con porcentajes inferiores a 4% o 5%, y son naturalmente afines al presidente Morales. De ese modo, los juicios en contra de los expresidentes y exvicepresidentes, como Jorge Quiroga, Carlos Mesa o Víctor Hugo Cárdenas, así como contra políticos progresistas como Samuel Doria Medina o Juan del Granado, y varios gobernadores de la oposición, van viento en popa. El caso del exgobernador de Pando, Leopoldo Fernández, es emblemático: cuatro años en la cárcel sin ser juzgado. Y todos estos juicios tienen un objetivo certero: la constitución inhabilita en las elecciones a cualquier ciudadano que tenga un juicio pendiente. Los juicios políticos no avanzan, porque lo que se quiere es que no terminen.

¿Quiénes quedan junto a Evo? Un porcentaje alto de simpatizantes en la ciudad de El Alto y en zonas del altiplano y de Cochabamba, aunque ya no el 63% que tuvo en algún momento. A su lado permanecen algunos dirigentes obsecuentes, que saben que ya es muy tarde para desmarcarse, y otros algo más respetables que ingenua o voluntariosamente creen que el proceso puede tomar un nuevo rumbo y “rectificar”.

No solamente se ha resquebrajado el esquema de gobierno por desacuerdos ideológicos o porque al presidente no le gusta que nadie le haga sombra, sino también por causa de la corrupción, no muy diferente pero más ostentosa que la de los gobiernos “neoliberales” por el nivel de los personajes implicados. Uno de los casos más notorios es el del profesor rural Santos Ramírez, brazo derecho y amigo “de cama y rancho” de Evo Morales, quien fuera elevado al cargo de presidente de la principal empresa del Estado, Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB), hasta que se descubrió, a raíz de un asesinato, que era el “señor 10%”, pues obviando los mecanismos de control financiero firmaba millonarios contratos con empresas de servicios de dudosa existencia, para recibir comisiones, o “coimas”, como se las llama en América del Sur.

Otro caso, simbólico de estos tiempos de recuperación de las tradiciones ancestrales, fue el del amauta (líder espiritual aymara) Valentín Mejillones, quien entronizó a Evo Morales como presidente en enero de 2006 y a quien la Fuerza Especial de Lucha contra el Narcotráfico (FELCN) apresó en 2010 en su casa con 240 kilos de cocaína y un par de huéspedes colombianos.

El narcotráfico ha crecido en Bolivia paralelamente a la extensión de las plantaciones de coca que duplican las doce mil hectáreas autorizadas por el Estado para el consumo tradicional. Varios funcionarios del gobierno del MAS han sido atrapados con las manos en la masa, pero el caso más sonado es el de René Sanabria, general de la Policía Nacional, nada menos que exjefe de la entidad gubernamental de lucha contra el narcotráfico, a quien agentes encubiertos de la DEA atraparon fuera de Bolivia por sus nexos con el narcotráfico. Hoy está preso en Estados Unidos con una condena de catorce años.

El descabezamiento de aliados y de opositores por igual cierra paulatinamente el abanico de la política boliviana. Las perspectivas para las elecciones de 2014 no son halagadoras para quienes desearían un cambio de timonero en la conducción del proceso de cambio. Entiéndase bien, ni siquiera la derecha se opone a la necesidad de cambios sociales en el país, pero cada vez más crece el sentimiento en la población de que el líder autoritario que controla Bolivia se ha encerrado en un discurso que ni es democrático ni corresponde a la realidad que vive el país.

Y por eso nuestra democracia está en uno de esos ciclos históricos donde un paso adelante puede significar dos pasos p’atrás. ®

Notas
1 En Cambio, el diario oficialista, 24 de mayo 2012.

2 Paradójicamente la sigla fue comprada a un extinto partido de corte fascista para poder participar en las elecciones presidenciales.

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Publicado en: Destacados, Elecciones y democracia, Junio 2012

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