A cien años de Strindberg

Strindberg: el alquimista infernal del teatro, de Víctor Grovas Hajj

A cien años de su muerte, la influencia de August Strindberg en el teatro moderno se sigue percibiendo. El libro que Víctor Grovas Hajj es un justo homenaje.

Cuando Edgar Allan Poe deliraba en las calles de Baltimore y luego moriría miserablemente en el hospital universitario de Washington —según las crónicas de la época—, aquel fatídico año de 1849, pero “en el tercer piso de una amplia casa cerca de la iglesia de Clara en Estocolmo, el hijo del agente viajero y la criada de casa despertó a la conciencia. Las primeras impresiones del niño, tal cual lo recuerda años después, fueron miedo y hambre”. Así, del otro lado del Atlántico, August Strindberg (1849-1912) saludaba al mundo.

En el centésimo aniversario de su muerte, Strindberg: el alquimista infernal del teatro [México: Libros de Godot, 2012], de Víctor Grovas Hajj, “pretende hacer un homenaje a quien fue uno de los transformadores del teatro moderno”. Homenaje que cumple como nota biográfica, aunque adolece de una más profunda compenetración en la obra dramática del escritor sueco. No obstante, hay en el presente estudio varios aspectos sobresalientes, a pesar del tono y el estilo académico del autor y de una serie de erratas a lo largo del libro, donde se integra al final de éste una breve pieza de Strindberg y un modesto dossier dedicado a él.

En la figura de Strindberg se unen y complementan una infinitud de caracteres y de aficiones de diversa índole (la alquimia, la pintura, la historia, el ocultismo y la teosofía, entre otras), aunado a su visión trágica y visceral del matrimonio, que lo marcaría para siempre y desarrollaría en obras posteriores como Infierno. Sin embargo, una de sus más grandes aportaciones, como bien lo menciona Víctor Grovas, está en su concepción del teatro: “Strindberg señalaba la relación entre sus obras ‘de cámara’ y los conciertos ‘de cámara’ y, como sabemos, la relación entre la música y la acción como contrapunto en estas obras contribuía a la ‘polifonía’ que buscaba Strindberg en estas obras cortas y desnudas de toda construcción naturalista”.

En efecto, el vínculo música-teatro es apenas el punto de partida de una compleja y novedosa obra dramática que vislumbraba ya en su economía de medios escenográficos, en el innovador manejo de luces para dar una mayor expresividad a los actores, en su desenvolvimiento escénico, en la interacción más cercana con el público —Strindberg crea su propia compañía y funda su Intima Teatern para ese propósito—, en la resolución psicológica de sus personajes y en la contención emocional de sus dramas, lo que a la postre se convertiría en la culminación del teatro moderno, como preámbulo del surrealismo y del teatro del absurdo, a contracorriente de representaciones más convencionales de su tiempo como las de Ibsen y Chéjov.

Muchas enseñanzas podemos obtener del libro reseñado, como el hecho de que Strindberg, además de genial compositor de dramas, fue tanto un pensador brillante y sumamente prolífico como un hombre impulsivo, caprichoso y de marcados conflictos religiosos, con un delirio de persecución enfermizo, tal vez a la manera de su admirado Allan Poe, de quien afirmaba había encarnado en su espíritu. ®

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Publicado en: Julio 2012, Libros y autores

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