Do anything. Jack Kirby ripped my face. Thoughts on comics and things, Warren Ellis [Avatar Press, 2010]
Es un hecho que los cómics y las novelas gráficas se han puesto de moda. Y que por esa razón han brotado libros sobre el medio que lo mismo cuentan la historia del cómic que analizan sus géneros: los superhéroes, el manga, la novela gráfica alternativa. Hay una sobreoferta. Por eso esta breve colección de ensayos de Warren Ellis destaca considerablemente. Escritos originalmente como posts para la página Bleeding Cool, se trata de una exploración desde el punto de vista de uno de los mejores escritores del medio. No son textos académicos, sino más bien elaboraciones en las que Ellis cruza datos, descubre hechos oscuros, cuenta anécdotas de artistas de cómics, pero también de músicos, arquitectos o cineastas. Al final cuenta la historia detrás del universo del cómic, la historia oculta. Como buen escritor de ficción, crea una situación a partir de la cual comienza a contarnos lo que quiere. Asegura poseer lo único que queda de Jack Kirby: su cabeza mecanoide, a la que alimenta con tazas de café y que le exije habanos Romeo y Julieta, y sobre quien, confiesa, en ocasiones pone sus calzones. La cabeza le habla, le cuenta cosas, le exige que aclare algunos puntos. Y Warren Ellis saca a relucir su conocimiento, sus anécdotas personales y su experiencia como autor.
Este libro es esencial para cualquier escritor, lea cómic o no. También para los aficionados a la cultura popular y la teoría del sexto grado. La cultura está interconectada, ya no hay duda de eso, y todo cuenta. El aleteo de un cómic en Europa puede desencadenar una corriente artística en alguna parte del mundo.
Ode to Kirihito. Parts 1 & 2, Osamu Tezuka [Vertical, 2006]
“¡No soy un animal, soy un ser humano!”, gritaba Joseph Merrick (o John Hurt caracterizado como tal) en una plegaria que buscaba un poco de dignidad. Su deformidad lo volvía un fenómeno circense, una anomalía para ser mostrada en sideshows entre otras criaturas igualmente maltratadas por la naturaleza. Y son las mismas plegarias y gritos desesperados los que lanza Kirihito Osanai, un médico que ha sido enviado a la localidad de Doggodale a investigar las posibles causas de una extraña enfermedad degenerativa llamada monmow que provoca mutaciones en quienes la padecen, a tal grado que su fisonomía es la de un perro humanoide. La investigación médica trata de llegar a una conclusión: si se trata de una enfermedad viral o endémica. Y, claro, Kirihito contrae la enfermedad.
La terrible odisea del protagonista es una batalla contra el ser humano. El ser humano de las más bajas pasiones, de la intolerancia engendrada en la ignorancia pero también en las creencias arraigadas —más bien incrustadas— en la fe. El ser humano corrupto y corruptor, el que es capaz de infectar para ascender lo mismo que para divertirse.
Tezuka —creador de Astroboy— se sacude el mote de “Walt Disney del manga” con este tipo de historias profundas, en las que demuestra su gran, gran maestría tanto como narrador como dibujante. Los paneles están llenos de sorprendentes imágenes, paisajes meticulosamente trabajados, ashurados extensivos y bastante bien cuidados. La narración mantiene su ritmo suspensivo, casi neurótico, saltando de localidades: de Sudáfrica a Osaka, del desierto a los esterilizados consultorios de un hospital de primera línea. Son impresionantes las secuencias introspectivas de la operación quirúrgica que dibuja Tesuka y de la carrera a campo traviesa del doctor Kirihito. No hay desperdicio, y sí un buen número de secuencias brutales.
Una conclusión de esta historia es que existe mucha más degeneración en los supuestos valores de los humanos que en la enfermedad. Los personajes luchan consigo mismos, no hay personajes absolutamente buenos o malos, pues todos tienen una motivación o una desviación. La esclava sexual que realiza un peligrosísimo acto —pero también fascinante— por el que es llamada “el tempura humano” es una víctima que, sin embargo, también es dominada por su gran ardor sexual; el doctor que no encuentra otra manera de demostrar su amor más que abusando sexualmente de las mujeres a las que adora, posee buenos sentimientos y buena fe.
En suma, una aventura médica que puede ser una buena manera de internarse en el gekiga, el símil de las novelas gráficas de occidente.
Blankets, Craig Thompson [Top Shelf, 2003]
Posiblemente Craig Thompson entre al museo de las grandes estrellas de la novela gráfica gracias al depurado estilo y técnica naturalista de este trabajo, cuya extensión (582 páginas) no tiene nada que ver con su gran efecto, y en realidad el relato de su paso de la infancia a la adolescencia fluye sin contratiempos a lo largo de las páginas. Una novela en la que Thompson deja claro que los cómics no son mercado exclusivo de los niños y puede lidiar con las mismas cuestiones formales del storytelling, con el agregado de que aquél debe sostener un ritmo gráfico.
Ésta es la historia del primer amor de Craig, el más desgraciado, el más llorado, el que más cicatrices deja pero que es, sin embargo, el mejor. La pureza del primer amor parece representarse en los paisajes nevados en donde se dan sus primeros escarceos románticos, eróticos, sexuales.
Los narradores estadounidenses tienen una habilidad especial para narrar los momentos más penosos de la infancia. Craig y Phil, su hermano menor, comparten su cama, pero también el horror que significa la imponente e impositiva figura de su padre quien, para que aprendan a no rebelarse, los encierra en el polvoso cuarto de los triques, con los muebles y objetos que ya nadie quiere. El trato con su padre se verá reflejado en la disfuncional manera de relacionarse con la gente, como Raina, una linda chica con la que debería de haber sido capaz de mantener una sólida relación (y aquí el lector se involucra tanto que así lo desea: un final feliz para Craig y Raina, ¿será posible, por favor?). Una historia melancólica, triste. El primer beso que en nada se parece al duro paisajeen el que el solitario debe vivir. ®