¿Cómo extraer de un páramo el bálsamo de la vida? ¿Cómo asir la cuestión última del sentido de la existencia y de sus combates? Para responder esto todos los pueblos elaboraron, incluso antes del descubrimiento de la escritura, tradiciones orales, que hundían a veces sus raíces en hechos reales, pero que tenían como característica común dar una justificación a menudo poética de sus orígenes, de su organización social, de su prácticas de culto, de las fuentes del poder o de los proyectos futuros de la comunidad. Estos grandes mitos jalonan la epopeya de la humanización del Hombre expresando, por medio de la narración de los logros de un dios o un ancestro legendario, los grandes momentos del periplo del hombre en su toma de conciencia de sus posibilidades y de sus deberes, de su vocación de superación de las condiciones presentes a través de imágenes concretas nacidas de su experiencia o de sus esperanzas; de esto es de lo que habla Señales que precederán al fin del mundo (Cáceres: Periférica, 2009).
Como ya lo había anticipado con su anterior obra, Yuri Herrera toma de la literatura clásica la estructura sobre la cual edifica su narración; esta vez, basado en las nueve etapas del camino a Mictlán, habla de la travesía de Makina, una joven que vive la realidad de ese México rural donde los pueblos se están quedando sin hombres y las mujeres hacen de padre y madre. En este caso es encomiable la forma que es esbozado el personaje de Cora, quien a pesar de aparecer intermitentemente siempre está omnipresente en la protagonista. El sitio del que sale Makina para ir a buscar a su hermano bien podría ser alguno de los municipios del Valle del Mezquital: Ixmiquilpan, Cardonal, Nicolás Flores, Zimapán, Tasquillo, Mixquiahuala o Actopan, donde el fenómeno es recurrente: los jóvenes apenas concluyen su educación secundaria se van a trabajar a Estados Unidos a alcanzar a sus padres, hermanos mayores o amigos, en busca del mentado sueño americano. Pero no es tan sencillo, las fibras con que está tejida la obra son de un tramado casi imperceptible, pues como su protagonista, existe en el narrador una vocación, un carácter por guardar secretos y a la vez comunicar, casi de forma velada, la verdadera intención del mensaje, como lo dice en el capítulo 1, “La tierra”: Una es la puerta, no la que cruza la puerta.
A esas reglas se atenía y por eso la respetaban en el pueblo. Estaba a cargo de la centralita con el único teléfono en kilómetros y kilómetros a la redonda. Timbraba, ella respondía, le preguntaban por tal o por cual, ella decía Voy vengo, llama de nuevo en un ratito y te contesta tu persona o yo te digo a qué hora la encuentras. A veces era gente de pueblos de por ahí la que llamaba y ella contestaba en lengua o en lengua latina. A veces, cada vez más, llamaban del Gabacho; éstos frecuentemente ya se habían olvidado de las hablas de acá y ella les respondía en la suya nueva. Makina hablaba las tres, y en las tres sabía callarse.
De esta misma manera, y sin llegar a emitir sentencia alguna sobre la bondad o debilidad del idioma, Herrera Gutiérrez muestra una especial preocupación por el tratamiento del lenguaje, la maleabilidad de éste y su transformación en un espacio intermedio: spanglish. Así como una singular incisión del silencio como forma narrativa.
Otra de las preocupaciones del autor actopense está en denunciar lo cruento del éxodo que los indígenas realizan para buscar la riqueza que su tierra no puede darles, y en ese sentido lo que uno se encuentra en las páginas es un verdadero periplo al infierno personal. El camino que recorre Makina está pavimentado de soledad, de interrogantes, de incertidumbres; el viaje aparentemente sólo tiene un objetivo que alcanzar: encontrar a una persona que logre su salvación, pero en realidad tiene un trasfondo que se desvelará al final de la historia.
Fernando Pessoa escribió en el celebre Libro del desasosiego que
El mundo es de quien no siente. La condición esencial para ser un hombre práctico es la ausencia de sensibilidad. La cualidad principal en la práctica de la vida es aquella cualidad que conduce a la acción, esto es, la voluntad. Ahora bien, hay dos cosas que estorban a la acción: la sensibilidad y el pensamiento analítico, que no es, a fin de cuentas, otra cosa que el pensamiento con sensibilidad. Toda acción es, por naturaleza, la proyección de la personalidad sobre el mundo exterior, y como el mundo exterior está en buena y en su principal parte compuesto por seres humanos, se deduce que esa proyección de la personalidad consiste esencialmente en atravesarnos en el camino ajeno, en estorbar, herir o destrozar a los demás, según nuestra manera de actuar.
Tal vez pensando en esto el autor trazó la senda que Makina anda: ella deja el pueblo, va a una de las urbes más pobladas del planeta, atraviesa su país, cruza el río y, a pesar de sus vicisitudes, parece no sentir. Su fragilidad no está en lo físico, sino en la reflexión y la comparación del mundo en el que ha vivido con el que está observando ahora. En cada uno de los capítulos la protagonista, más allá de lo mitológico y lo social, se adentra en sí para tratar de explicarse qué le ocurre a quienes como ella han sido arrastrados a migrar, qué es lo que piensan, cómo sobreviven, por qué actúan como actúan. Un ejemplo que podemos tomar es el fragmento de “La serpiente que aguarda”:
Nosotros somos los culpables de esta destrucción, los que no hablamos su lengua ni sabemos estar en silencio. Los que no llegamos en barco, los que ensuciamos de polvo sus portales, los que rompemos sus alambradas. Los que venimos a quitarles el trabajo, los que aspiramos a limpiar su mierda, los que anhelamos trabajar a deshoras. Los que llenamos de olor a comida sus calles tan limpias, los que les trajimos violencia que no conocían, los que transportamos sus remedios, los que merecemos ser amarrados del cuello y de los pies; nosotros a los que no nos importa morir por ustedes ¿cómo podía ser de otro modo? Los que quién sabe qué aguardamos. Nosotros los oscuros, los chaparros, los grasientos, los mustios, los obesos, los anémicos. Nosotros, los bárbaros.
Sin embargo, esto no es lo único que ocurre en la novela, en ella también hay mafiosos que reparten puestos políticos, polleros, sicarios, burros, obreros, agentes de migración que persiguen y matan a ilegales, familias disfuncionales, así como otros muchos personajes y situaciones que van sumando un catálogo de escoria humana.
Si olvidamos esa conexión entre la tradición literaria y la realidad social del México que vivimos Señales que precederán al fin del mundo tiene también una desbordante carga del desasosiego de nuestros contemporáneos. Pues habla de la vacuidad y la inmediatez que nos circunda. Sin jugar a ser enfant terrible, autor experimental, académico soporífero, intelectual orgánico o cosmopolita, Yuri Herrera narra una historia que habla de la moral y el sentido de ser humano. ®
Frida
me encanta que el autor haya puesto una fotografía que no es suya, para parecer más galán… sin complejos Dany… jejeje
Darío Rabadán
Yuri Herrera es buen escritor
¿Para qué recomendarlo con tanta verborrea?