EL UNIVERSO DENTRO DE UNA TABLA

La tabla
Armando de Armas

Decía Carlos Gardel que veinte años no eran nada. Pues para Amadís, el protagonista de La Tabla (Editorial Hispano Cubana, 2008) de Armando de Armas, treinta años sí que es mucho. Mucho con demasiado, me atrevería a decir, con dislate gramatical y todo. El caballero Amadís, que no es sólo caballero sino también hampón y valentón pero no compañero, que uno tiene sus límites, nos lleva de la mano (del pelo, del pescuezo, de donde nos agarre) a recorrer las tres últimas décadas de la historia cubana. Entrelaza el narrador el presente sandunguero de un rapidín en tren con la infancia del personaje. Amadís comienza como un niño campesino que juega a ser guerrillero y que sueña con ser guardaespaldas, pero que termina siendo marginal y libre, tan libre como se puede ser después de haberse escapado de la cárcel dos veces.

Hay mucho en esta tabla de Amadís o de De Armas. Hay frases que no tienen precio sobre los chivatos, “a quienes antes les decían 33.33 por ser ése el salario que les pagaban por tan honorable oficio, ahora lo ejercen gratis o les pagan menos”. Hay definiciones como “la libertad es un guineo azul” que la dejan a una pensando. Porque, en realidad, ¿qué es la libertad, eh? Un guineo azul vale tanto como cualquier otra imagen… Hay personajes que saltan de las páginas: un comunista vanguardia que es el tío Periquín y una Abuela muy abuela que oye novelas radiales, como todas las abuelas que se respeten, y que trata de educar al nieto en los valores de su grey. Y hablando de personajes bien trazados y vivos, junto a Amadís cimbrea su Oriana, la amada del héroe, su lado femenino, encerrada en la cárcel junto a él.

¿Y qué me dicen de las referencias? “No es tiempo de ceremonias, esto último aparte de ser el título de un mal libro policíaco es una realidad que nos impulsa a matar”, advierte el personaje. Código cubano por excelencia, como el lenguaje de las calles habaneras porque ¿cuántos de nosotros no nos disparamos en Cuba el mencionado libraco (como nos disparábamos Diecisiete instantes de una primavera, lo mismo) cuando no había otra cosa más constructiva que hacer? La tabla es, en ese sentido, un mural de referencias, una magdalena de Proust en tinta fresca, pura tinta cubana. Una magdalena que trae recuerdos del festival mundial de la juventud y los estudiantes, del Mariel, de las guerras de África. Todo a base de lemas, de fogonazos, de aguafuertes, de instantáneas que nos transportan a otro tiempo y lugar. Nadie escuchaba se mezcla con lemas de pioneros, cuentos de monos tiroteados en la barriga y del chaleco de la UNITA… Se unen en extraña simbiosis la monada y la mónada porque el narrador es un intelectual asere o un asere intelectual que está en todas y todas se las sabe. ¿O no?

Aparecen aquí frases que se convierten luego en títulos de cuentos como “A la fiesta de los caramelos no pueden ir los bombones”, título de una historia publicada más tarde en la colección Mala jugada (Universal, 1996) con el mismo Amadís de protagonista, marginalmente colado en una fiesta de burócratas a los que desprecia tanto como éstos lo desprecian a él. En ese aspecto la novela es un universo del cual, a su debido tiempo, saldrán planetas: cuentos, otras novelas y hasta artículos. Amadís se multiplica en “Mala jugada”, en “Como un pavoroso caballo que se les viene encima” y en un montón de historias más. Y qué bueno porque el lector no quiere que se acabe La tabla, sino que se prolongue, que se alargue hasta volverse un bote, una lancha o al menos que se vuelva, para sus personajes, una verdadera tabla de salvación. ®

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Publicado en: Abril 2010, Libros y autores

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