En el panorama de la literatura mexicana actual él se mueve despacio. Una cautela casi invisible en cuanto a presencia en los medios. No así con su obra. Digamos que lo suyo es reptar del cuento a la novela. De sus columnas en distintos medios periodísticos a sus polémicos ensayos. De cualquier manera Enrique Serna siempre aparece.
Serna es nuestra señorita México de la literatura del siglo XXI. Sin hacer tanto ruido pisa fuerte. Unos lo consideran hoy por hoy el mejor narrador mexicano. Y es que en el 2002 un jurado convocado por la revista Nexos lo incluyó en el top ten de los mejores cuentistas mexicanos del último cuarto de siglo y, un año después, Gabriel García Márquez lo seleccionó en una antología de sus cuentistas mexicanos favoritos publicada en la revista Cambio. Datos tomados de la solapa de su nuevo libro. Está ahí. Y lo mismo habla de Twitter que de Facebook. Tal vez Enrique pertenece a una generación de escritores que no se agotan. Pero también de amargados: han visto tantos y tantos cambios en los medios editoriales que están en su derecho de estarlo. Y saben reinventarse (y adaptarse) según los tiempos que corren. Humorista ácido (para ejemplo su último libro de cuentos Ternura cannibal), sostiene con pilares de concreto sus opiniones independientes, va contra los snobs, alecciona respecto de la mercadotecnia de la industria editorial y se quita los pelos de la lengua para sentenciar la novela experimental, la poesía hermética, Mallarmé, Paul Valery, así como los mecenazgos culturales. A propósito de Genealogía de la soberbia intelectual tuvimos oportunidad de hablar con él.
—¿Crees que actualmente se aleja más a la gente de la lectura con la finalidad de que los grupos de poder cultural no dejen de consolidarse?
—Sí ocurre en algunos pequeños grupos de escritores e intelectuales. Por ejemplo, en el campo de la poesía hermética hay mucha mala poesía, y a esos poetas les conviene que no haya una fiscalización de la sociedad porque quedarían expuestos; prefieren cerrarse en círculos minoritarios.
—De hecho, en tu libro señalas el caso de Stéphane Mallarmé…
—Sí, el caso de Mallarmé es paradigmático: fue un campeón de la soberbia intelectual y, como lo expongo, llegó a ese elitismo por despecho tras fracasar en su intento por ser un dramaturgo popular; dio la espalda al público y se convirtió en el adalid del arte para minorías. Por supuesto que tanto Mallarmé como su discípulo, Paul Valery, eran grandes poetas, pero creo que esa corriente elitista que ellos inauguraron se prestó, más adelante, para que la literatura no contara con la fiscalización de la sociedad, y eso creo que la ha perjudicado.
El caso de Mallarmé es paradigmático: fue un campeón de la soberbia intelectual y, como lo expongo, llegó a ese elitismo por despecho tras fracasar en su intento por ser un dramaturgo popular; dio la espalda al público y se convirtió en el adalid del arte para minorías.
—¿Crees que los grupos de intelectuales a los que te refieres en tu libro se contagiaron de un sistema político que les enseñó a trepar, hacer acuerdos en lo “oscurito”, ascender pisando cabezas y pasando por encima de los demás?
—Por supuesto, es algo que ya señalaba Octavio Paz desde los años sesenta en unas cartas que le escribió a Tomás Segovia, que había una araña impersonal en el mundo literario que limitaba los tráficos de favores, las componendas en el interior del PRI; yo creo que esto continúa: la burocracia cultural está en manos de intelectuales mediocres que se solapan mutuamente y que intentan darse importancia porque la pequeña comunidad lectora les ha dado la espalda.
—Mencionas la pugna entre la poesía abstracta con raíces aéreas y la poesía terrenal de las emociones, en el caso de Octavio Paz y Jaime Sabines, respectivamente, ¿cuál crees que sería el ejemplo para la novela, siguiendo un poco a Ortega y Gasset y La deshumanización del arte e ideas sobre la novela que también mencionas?
—En los años setenta hubo una tentativa por crear novelas en donde no hubiera personajes ni historias; era la famosa “novela del lenguaje”, que tuvo en México algunos exponentes como Carlos Fuentes y Fernando del Paso, y antes también hubo una moda que tuvo bastantes adeptos: el Nouveau roman. Eran tentativas por renovar la novela y creo que en algunos casos resultaron fallidas. Me parece que las malas novelas experimentales tienen al público engatuzado por un argumento de autoridad, porque van precedidas por un sello de prestigio, pero en realidad dicen mucho menos de lo que puede decir un poema en unas cuantas líneas.
—¿Estás de acuerdo que algo semejante ocurrió en la década de los sesenta cuando se canonizó a la novela latinoamericana no sólo por editoriales españolas sino también por una necesidad de satisfacer a lectores europeos y estadounidenses? ¿Crees que a partir de aquí se reconstruyen los grupos de poder intelectuales?
—El boom es un fenómeno donde la literatura latinoamericana se internacionaliza. A partir de entonces la literatura comenzó a salir de sus fronteras, en el caso de los países latinoamericanos; paradójicamente ahora ha vuelto a encerrarse en ellas porque los grandes grupos editoriales mantienen la política de difundir generalmente a los escritores de mayor venta, y a los que no, los limitan a publicar dentro de su propio país. Me parece que ha habido una involución.
—También hay exigencias del Mercado…
—El problema con la mercadotecnia editorial, al igual que con la mercadotecnia del espectáculo, es que necesita que las masas tengan gustos predecibles para manipularla mejor. Pero hay otro aspecto de la mercadotecnia editorial que es la mercantilización del prestigio.
—Las becas, los premios…
—Cuando se le quiere decir al lector que por el hecho de haber ganado tal o cual premio esa novela ya fue avalada por “los entendidos” y por lo tanto el público debe de obedecer, callar y aceptar ese juicio. A mí me parece que esa utilización del argumento de autoridad por parte de la mercadotecnia editorial nos puede conducir a una situación tan ridícula como lo que actualmente ocurre en las artes plásticas, en donde los curadores de exposiciones o los críticos de artes plásticas dicen de pronto que meter a un tiburón dentro de una pecera llena de formol es una obra maestra del arte contemporáneo, y los snobs aprueban eso porque lo que los caracteriza es la debilidad para el juicio independiente: el snob necesita que algo tenga un sello de prestigio para saber si eso debe de gustarle o no, y me parece que ése es el mecanismo que utiliza la mercantilización del prestigio dentro de la industria editorial.
A mí me parece que esa utilización del argumento de autoridad por parte de la mercadotecnia editorial nos puede conducir a una situación tan ridícula como lo que actualmente ocurre en las artes plásticas…
—En tu ensayo te refieres a la espectacularidad como uno de nuestro mayor síntoma negativo, incluso mencionas La sociedad del espectáculo, de Vargas Llosa, sobre todo al hablar del contenido que ofrecen actualmente las televisoras; sin embargo, recuerdo que Walter Benjamin tiene un escrito donde habla de Mickey Mouse, ¿podríamos valernos de la espectacularidad en sí?
—Los poderes dominantes en el mundo de la cultura actualmente son las grandes corporaciones mediáticas. Decía Nietzsche, por ejemplo, que el filósofo debía ser un cesáreo dominador de la cultura, pero ninguna figura literaria de la antiguedad ni de nuestros días lo ha sido en realidad; en cambio ahora sí tenemos a esos cesáreos de la cultura: son Warren Buffett, Emilio Azcárraga, etcétera. Creo que la manera de contrarrestar su poder, ahora que contamos con internet, es enfrentarlos con otros canales de comunicación, que aviven el espíritu crítico de la gente; por supuesto que en el caso de México hay un gran atraso educativo, lo cual dificulta mucho esa tarea.
—Evodio Escalante acaba de señalar que no conoce mayor soberbia intelectual en México que la que muestran los redactores de Letras Libres, a propósito también de la renuncia de Rafael Lemus a su consejo editorial, y tú colaboras en esa revista, ¿no es una contradicción respecto de la postura que manifiestas en tu libro?
—Mira, en primer lugar, yo no soy vocero de la revista Letras Libres, soy un colaborador más. Y en la revista hay escritores con diferentes puntos de vista, que probablemente no estén de acuerdo con muchas de las cosas de las que yo expongo en mi libro. No me considero el portavoz de la revista. En cuanto a la salida de Rafael Lemus, pues él mandó una carta, explicando que no estaba de acuerdo con la línea de la revista y nunca se le censuró. De modo que creo que la acusación de que los colaboradores de Letras Libres son soberbios es injusta y es una más de esas bravatas absurdas que Evodio lanza constantemente en Facebook, yo le recomendaría que no polemice cuando esté borracho.
—¿Cuál crees que sea el papel de la crítica literaría en México?
Cuando la crítica cumple esa función no es tan fácil que las editoriales manipulen al público…
—Orientar al lector, tratar de convertirse en un contrapoder que contrarreste el poder de la mercadotecnia editorial. Cuando la crítica cumple esa función no es tan fácil que las editoriales manipulen al público, por eso me parece tan grave que haya la cooptación de los críticos por parte de este tejido social tan denso que se hace en el mundo cultural que lleva a la gente a elogiar en público los libros que atacan en privado.
”Por fortuna, nadie va a poder aniquilar a los espíritus libres y además hay todavía entre los libros de éxito grandes obras literarias. Yo precisamente en este ensayo me opongo a ese prejuicio snob de pensar que lo que le gusta al gran público necesariamente es mala literatura; esto no es verdad, y tampoco es verdad lo contrario, que la literatura minoritaria, por el simple hecho de serlo, tenga una gran calidad. Creo que ahora mismo se produce el mismo número de fraudes, por ejemplo, dentro de la novela experimental y la poesía hermética que en la literatura de género, de modo que esos espíritus libres a veces sí se pueden abrir camino entre esta maraña de intereses. La tarea cultural sería allanarles esas dificultades y que no haya tantos obstáculos entre sus obras y sus lectores.
—Uno de los temas que estás abordando últimamente es el de las redes sociales y la función que cumplen, ¿crees que se está gestando aquí una nueva forma de hacer literatura?
—Es posible que ocurra con Twitter. Me parece que ahí puede surgir una muy buena literatura, porque la condensación y la síntesis a la que obligan los mensajes de twitter pueden agudizar el ingenio de los escritores. Y ya empieza a haber casos muy interesantes, como el de la palindromista y poetiza Merlina Acevedo, que tiene estupendos aforismos y poemas en twitter, además de que tiene cerca ya de 40 mil seguidores. ®
Agustín García
Pocas veces encuentro tal clase de opiniones críticas. Lo que dice Enrique Serna es lúcido, informado. Su opinión parece del todo independiente y honesta. Coincido con él y estaré encantado, desde hoy, de leer su obra crítica y sus textos narrativos.