Una mano sobre la mesa corta todo intento de iniciar el diálogo. El poeta baja un poco la mirada, que pareciera languidecer, pero quizá sólo ha sido para retomar fuerza cuando levanta el rostro y mira directo: de los ojos semicaídos no sale más que firmeza.
Cualquier interlocutor sabe que no hay gran cosa que hacer a continuación. Las entrevistas son diálogo, no se puede caerle a golpes para que hable. “Mejor lo dejamos acá”, dice Juan Gelman al reportero bajo el argumento de que él es poeta y no “personaje”. Si el tema no era la poesía, no habría entrevista.
Camisa a cuadros, rostro sereno, con algo del cansancio que dejan horas de vuelo y ratos en automóvil en la llegada a Yucatán. Luego de ahí casi directamente a conferencia de prensa. Apenas un leve descanso. Se le nota el hartazgo que contrasta con el ánimo con el que contesta tanto preguntas sobre su presencia en el estado como la forma en la que recibe las lisonjas de reporteros-fan.
La cosa cambia cuando se pide la entrevista exclusiva. Gelman niega su personalidad pública pese a la larga trayectoria que es justo de lo que viene a hablar a Yucatán, acompañado de dos enormes libros con toda su obra poética.
Pero es Juan Gelman, el poeta argentino, el que vivió en el exilio durante la dictadura de Videla. ¿Qué artista no termina siendo eso, un personaje?, se pregunta el reportero. Ese mismo Gelman es el que pone la mano sobre la mesa marcando barrera. Se lleva la botella de agua a la boca, toma un par de tragos y sin mirar al que lo quiere entrevistar reitera: “Mejor lo dejamos acá”.
Apenas un minuto antes sonríe, se abre a la entrevista. Saluda cordial, con la impronta en la mirada que en ese momento pareciera delatarlo como poeta, aun para quien no conociera a qué se dedica. El tema no le gusta y cierra toda puerta. Mata a la musa periodística con sólo atajar las palabras con un sutil movimiento de mano sobre la mesa. Ese gesto es imperdible, quien no lo entienda sería muy ingenuo. Es no y nada más.
Luego aclara: “Yo estoy acá en calidad de poeta”.
El reportero sabe que su deber es insistir. Lo hace. Es cierto: la entrevista es diálogo, pero el diálogo no tiene que ser consenso siempre. Puede ser debate, choque, como también encuentro y coincidencia. Cierto, el interlocutor tiene derecho al silencio, pero ¿hasta dónde el reportero debe insistir y hasta dónde el entrevistado negarse, o en este caso el no-entrevistado, el no-sujeto de la no-entrevista?
La entrevista es diálogo, pero el diálogo no tiene que ser consenso siempre. Puede ser debate, choque, como también encuentro y coincidencia. Cierto, el interlocutor tiene derecho al silencio, pero ¿hasta dónde el reportero debe insistir y hasta dónde el entrevistado negarse, o en este caso el no-entrevistado.
Trata el reportero de no incordiar: “¿Le molesta? Bueno, no es que yo lo interprete así, quizá es la palabra equivocada”.
“No es que me moleste”, aclara pero usando el tajo en el tono. Entonces debería cortarse esa percepción, diría la acotación respectiva. “No es que me moleste”, repasa el reportero mentalmente.
Luego Gelman revira: “Lo que me molesta es que si estoy acá en calidad de poeta, participando en un evento cultural, se me hagan esas preguntas. Si usted quiere yo no tengo ningún problema en hablar de lo que usted guste, pero no es el caso”. Ahí la contradicción, por eso, el reportero busca el rincón, el pasillo donde colarse, para tirar la primera pregunta aunque sea; a ver si pasa y engancha y jala el resto… pero el poeta no cede.
“Si no quiere, me retiro”, dice el reportero.
“Perfecto, pero usted entiende”, dice Gelman ya comenzando a dejar de mirarlo.
Y el reportero le dice que sí, que lo entiende. (No está de acuerdo, pero ya qué).
Y Gelman se mete en justificaciones, va más allá, generaliza el momento, como si tomara a pie juntillas eso de que toda la prensa es igual.
Ahí, frente a él, el reportero se vuelve una anécdota más: “Lo que pasa es que después la cosa se adentra en territorios, en personajes, que si la muerte de mi hijo… Yo soy poeta, no soy personaje. Mejor lo dejamos acá. Le ruego me disculpe”.
Y el reportero se pregunta mientras se va: ¿disculparlo de qué?
Después del primer intento y corte de entrevista con la mano a la mesa y mirando hacia otro lado marcado por Juan Gelman, el reportero se quedó con la cosquilla, con “el gusanito”, le dicen.
Espera paciente a que termine la charla entre el argentino y dos poetas yucatecos de buena pluma, Rubén Reyes y Manuel Iris. Luego hace otra antesala que se alarga con los clásicos: “¿Me puedo tomar la foto con usted?”
Finalmente los seguidores gelmanianos nuevos y de antaño lo dejan libre, por eso el reportero sabe que es ya o nunca. Y se acerca, con la sonrisa hacia un lado.
El poeta lo ve. Se sorprende. No sonríe, mira con seriedad y antes de que pueda hablar, el reportero se lanza: “Usted me dijo que si era de poesía la entrevista va. Pues aquí estoy, hablemos, en corto, de poesía”.
“Es usted persistente”, dice Gelman mostrando apenas el esbozo de una sonrisa.
“Soy reportero, qué se le va a hacer”, recibe por respuesta.
Ahora sí ríe un poco. Pero dice estar cansado… que no es momento.
“¿Mañana? Igual y tengo tiempo y si no, lo dispongo”, le contesta el reportero.
“¿Mañana? Mañana me voy a Chichén Itzá temprano, luego tengo algunas cosas más, no sé si será posible”, revira el poeta.
“Yo lo vengo a ver al teatro”, contesta el reportero.
“En serio que es persistente, ¿no te parece?”, pregunta Gelman a Rubén Reyes, quien ríe un poco por lo bajo, bien que conoce al reportero.
Unas doce horas después, diez minutos bastaron para cumplir el cometido.
Sí, el poeta era el que iba a hablar, y no el personaje. Como dirían sus coterráneos: “Y ya está”.
No hay que pedir a la poesía que solucione problemas que no motivó
Para Juan Gelman esperar que la poesía o la literatura en general funcionen como paliativos contra la violencia social no es viable. El problema no está relacionado, a su parecer, con promover más el arte, sino con solucionar los grandes problemas que enfrenta la sociedad y que son la base que alimenta la violencia.
Es contundente y directamente cierra la discusión al respecto con una sola pregunta: “¿Por qué le piden a la poesía que solucione problemas que no motivó?”
De paso por Yucatán, donde participó en un par de recitales sobre su poesía como parte del programa del “Mérida Fest” —un encuentro cultural para conmemorar el 471 Aniversario de la Fundación de Mérida, la capital yucateca—, se toma unos minutos para charlar, de poesía nomás, porque descarta hablar de lo social, de sí mismo como “el personaje”.
Encuentra en las nuevas tecnologías de la información un espacio abierto para la literatura, pero que finalmente depende de quien escribe. Marca una frontera porque ahí en las redes sociales virtuales, en esa corriente llamada poetuit se topa con mucha “liviandad”, con “poco material valioso”.
—Usted ha dicho que son las obsesiones las que guían al poeta y que con el tiempo lo que cambia no son las obsesiones, sino la perspectiva desde la que el poeta las aborda, pero pasado ese tiempo y el trabajo en la poesía, ¿usted ha cambiado la perspectiva sobre la poesía misma?
—No, no creo. Lo que cambia, como dije, es el punto de vista desde el cual se ve la misma obsesión y que eso requiere una nueva expresión. Eso es lo que cambia. Pero en cuanto a la necesidad de escribir, es la misma.
—¿No ha aumentado esa necesidad de decir más cosas? Con los años se va teniendo más experiencias, quizá se tengan que decir más cosas.
Yo estoy un poquito cansado de esa clase de quejas. Porque lo importante es escribir. Después si leen mucho o no leen mucho… Hay cosas que se rescatan después de siglos. De manera que como dijo Ezra Pound: “Cronos es el juez”. Es el que sabe finalmente.
—Pero eso no depende de la edad. Eso depende del ataque de las obsesiones, no de la edad.
—Del ataque de las obsesiones al poeta o del poeta a las obsesiones…
—De las obsesiones al poeta.
—Y el poeta responde…
—No tiene más remedio. Tiene que escribir, no tiene más opciones.
—Hay un tema recurrente, sobre si la poesía se lee o no, de hecho usted tiene un poema al respecto. ¿Es un mito, es verdad? Porque finalmente los poetas publican, pero hay quien dice que es el género más soterrado.
—Bueno, sí, pero usted se habrá dado cuenta de que es un poema irónico. Yo estoy un poquito cansado de esa clase de quejas. Porque lo importante es escribir. Después si leen mucho o no leen mucho… Hay cosas que se rescatan después de siglos. De manera que como dijo Ezra Pound: “Cronos es el juez”. Es el que sabe finalmente.
—En esta búsqueda que tenemos los seres humanos para enfrentar la realidad, a veces la encontramos plana y necesitamos más. En la religión encontramos el enigma, buscamos todo el tiempo cómo resolverlo, pero otro punto que nos mantiene vivos es el asombro y ese está en literatura y ahí la poesía tiene un espacio quizá mayor.
—Sobre el tema de la religión es una cuestión de cada quien. En cuanto a la definición del asombro que es la literatura, y en particular la poesía, sí estoy de acuerdo.
—¿Qué tanto es necesario que tengamos este asombro? Aun cuando la realidad es tan amplia, está esa sensación donde pareciese que ya lo hubiéramos visto todo o casi todo.
Yo creo que al poder le interesa eso. Le interesa no sólo quitarnos la capacidad de asombro. Le interesa uniformarnos. Le interesa mutilarnos el espíritu. Y hace muchos años que lo vienen haciendo.
—Bueno, tanto más necesario. Justamente por eso.
—La modernidad nos quita esa capacidad de asombro…
—Yo creo que al poder le interesa eso. Le interesa no sólo quitarnos la capacidad de asombro. Le interesa uniformarnos. Le interesa mutilarnos el espíritu. Y hace muchos años que lo vienen haciendo.
—Pero están ustedes —los creadores— todavía machacando contra eso…
—No sólo nosotros. Hay mucha gente que machaca.
—Mencionó usted el vínculo que hay entre el periodismo y la poesía. De alguna manera algunos de los que hacemos periodismo lo comentamos, pero personalmente nunca le he encontrado el gancho exacto, ¿cómo expresarlo más claro?
—Ambas cosas son literatura. Porque son escritura de palabras. Esto no significa… es decir, cuando yo era cronista, que es lo que más me gusta del periodismo, tenía experiencias, encontraba cosas en la calle, hablando con la gente, asistiendo a las asambleas obreras que nunca había podido conocer. En ese sentido, en ese periodo, el periodismo me alimentó. Yo no creo que sean dos géneros que choquen entre sí en la misma persona. Son dos prácticas diferentes de la lengua.
—Y también en el periodismo todavía puede existir la capacidad de asombrarse, tanto del periodista como del público.
Ambas cosas son literatura. Porque son escritura de palabras. Cuando yo era cronista, que es lo que más me gusta del periodismo, tenía experiencias, encontraba cosas en la calle, hablando con la gente, asistiendo a las asambleas obreras que nunca había podido conocer.
—Ahí vienen los periodistas que investigan, que era lo segundo que me gustaba mucho hacer, investigar. La crónica al principio… después lo meten a uno en las redacciones y ya no sé. Lo que resulta más interesante entonces es la investigación, para mí.
—Volviendo al asunto de la capacidad de asombro que viene en discusión con que si las nuevas tecnologías nos lo quitan también… ¿cuál es su opinión de eso? Si bien por una parte nos distrae esta saturación de información, también abre espacios para quien está comenzando a escribir y no tiene el apoyo de una editorial, de un medio…
—Bueno, como siempre, depende de quien escribe.
—Ahí están estas nuevas corrientes, como eso que le llaman los poetuits. También depende ahí de quien escriba, pero son herramientas útiles, ¿no?
—Mire, lo que yo veo en esas poesías que se escriben portuiter y por internet en general, es mucha liviandad, en general. Es decir, cosas bastante ligeras. Encuentro poco material valioso, pero de todos modos, como usted bien dice: es una posibilidad. Es una posibilidad de expresarse, manifestarse y que en ocasiones a la gente le puede agradar.
—En México, frente a la violencia hay movimientos entre personajes y gente cercana al periodismo, a las artes y organizaciones civiles que comenzaron a expresar la necesidad de más letras y cultura frente a la violencia que vivimos todos los días. Recuerdo mensajes, incluso graffitis que decían cosas como “Más poesía y menos balas”. ¿Realmente eso pudiera ser no un paliativo, una forma de evitar la violencia, o son otras cosas?
—¿Por qué le piden a la poesía que solucione problemas que no motivó? ®