La idea que tienen muchos acerca de estos géneros es que son menores, de fácil construcción, con recursos narrativos básicos y, lo que es peor, con lectores que aún no tienen la capacidad para discernir y analizar las grandes obras literarias, por no decir que en ocasiones los niños y los jóvenes son tratados como idiotas por los autores.
Es más fácil regalar juguetes, dulces y llevarlos a comer una gran hamburguesa con doble porción de queso; lo peor es pensar que los niños son felices de cualquier manera, a esa edad, con cualquier cosa y en las circunstancias que sean. Así sea pasando hambre en algún miserable país mutilado por la guerra. Así sea cargando una kaláshnikov en medio de los escombros que dejó a su paso un poderoso bombardero de la OTAN cuyo piloto lee historietas en sus ratos libres. Así sea prostituyéndose en cualquier esquina por unos cuantos pesos o frente a la pantalla de cualquier computadora. O explotados laboralmente sin ningún tipo de prestaciones. Nadie se preocupa por esos niños porque creemos que de alguna manera son felices. Nos justificamos frente a ellos. No entran en programa gubernamental alguno, y si entran el programa fracasa o no consigue resultados. Es mucho el trabajo que realizan distintas organizaciones a favor de la niñez. Save the Children, UNICEF. Pero los esfuerzos aún son insuficientes. También en los países de América Latina y del Caribe, donde el reporte de la UNICEF 2008 asegura que con “respecto a la supervivencia infantil se va por buen camino, aunque persiste una marcada desigualdad en la atención sanitaria y en los índices de supervivencia”, y la edición 2013 está dedicada a la situación de los niños con discapacidad, cuyo informe “examina los obstáculos que privan a los niños con discapacidad en sus derechos y evitan que participen plenamente en la sociedad”. Vaya felicidad la de estos infantes.
Porque vuelan como Supermán al aspirar una estopa con tíner. A algunos les cuesta trabajo creerlo, pero lo cierto es que también a ellos les podría interesar la literatura. Su imaginación no es menor que la de un niño de casa.
Cuente usted los niños en los semáforos. Los que se disfrazan de payasos con globos por enormes nalgas e intentos de sonrisas más bien amargas. Cuente usted los niños que reparten papelitos en el metro donde explican su pobreza porque vienen de estados como Puebla o Toluca —más acertado sería decir que vienen de todo el país. Cuántos de ellos son explotados sigue siendo hasta ahora un misterio. En ocasiones las estadísticas no sirven de nada. Porque niños así se esconden en lotes baldíos. Porque se hacen invisibles con un bote amarillo de PVC entre las manos y construyen sus propias baticuevas con cartón y periódico. Porque vuelan como Supermán al aspirar una estopa con tíner. A algunos les cuesta trabajo creerlo, pero lo cierto es que también a ellos les podría interesar la literatura. Su imaginación no es menor que la de un niño de casa. Aquí sí damos con un punto en común. Leer después de comer. Así es como llamaría al programa de apoyo. La diversión impera durante la infancia y durante la juventud. Ahora vamos al otro lado de la moneda.
Literatura infantil y juvenil
Parece que en torno a la literatura infantil y juvenil se ha edificado un mundo donde sobreviven algunos autores, ilustradores y poquísimos lectores —o quién sabe. Si eres papá o mamá las cosas se ponen peor el mentado día del niño. Has escuchado tantas veces que debes fomentar la lectura en tus hijos —veinte minutos al día, veinte minutos al día, dicho por cualquier idiota en la television— que no pones ningún pretexto para regalar libros. Hasta te sientes orgulloso cuando entras a la librería. Un poco más inteligente. Alzas el rostro. Cuando preguntas por la sección de literatura infantil lo haces casi a gritos. Que vean lo buen padre o madre que eres.
Las dificultades comienzan en cuanto llegas a esa sección. ¿Qué deben leer tus hijos? ¿Por qué lo deben leer? A ver, ¿con qué parámetros se define la literatura infantil? ¿Con qué parámetros se define la literatura juvenil? ¿O eres un papá que se guía por las portadas para salir lo más pronto posible de ahí? “¡Ah, tiene un pinche muñequito mal dibujado montando un caballo que parece de cartón o de chocolate! Seguro que es para niños”. ¿O eres una mamá que compra algo de Gaby Vargas, Cien años de soledad —ahora que está de moda— y aprovecha para comprarle un libro al niño con tal de que deje de estar jodiendo? “Ah, tiene un luchador que parece mexicano —por lo moreno, por lo panzón— y tipografía como la de los graffitis del terreno baldío donde vive mi suegra; seguro que es para jóvenes”.
Fui a una librería —de esas prestigiadas— y pregunté por la sección infantil. Un hombre enclenque de bigotito y de chaleco azul nos condujo a una sala llena de colores y juguetes donde todo parece irreal, menos los precios de los libros y la cara del vendedor, que se empeña en preguntar, mientras tose: “¿Busca algún título?”
Hay que ir con calma. Regresar a ese niño que en algún momento fuimos aunque nos suene a lugar común de final de programa de Rogelio Moreno. Leer de manera atenta cuartas de forros. Si vamos a regalar un libro a un niño primero nos tiene que llamar la atención a nosotros. Considero que regalar a ciegas es una estupidez.
Podría ser Al pie de la letra, de Catalina Kühnepeimbert, con ilustraciones de Gustavo del Valle y editado por Axial. Catalina nos ofrece a través de la historia de un niño sencillos ejemplos de lo que es el lenguaje figurado. Ya saben ustedes: “El señor Benítez estaba tan enojado que pensaron que iba a colgar los tenis”, y efectivamente: vemos en la ilustración al señor Benítez colgando sus tenis en una cuerda, ¡claro!, tomen en cuenta que algunos de los recursos poéticos parten del lenguaje figurado. Lo mismo iba a colgar los tenis en Al pie de la letra que en algún verso, pongamos, de Nicanor Parra o en una greguería de Ramón Gómez de la Serna. Aunque el uso del lenguaje figurado es común en México, bien vale la pena que los niños lo conozcan y recurran a él, deshagan la lengua, machaquen las comparaciones, porque de esa manera es cómo van a aprender a nombrar al mundo: con sus palabras, con sus trucos.
Caillou ya nombró al mundo y por ello ahora lo conoce y cualquier suceso, por insignificante que sea, resulta toda una aventura. Que esto viene desde Séneca ya nos tendría que haber quedado claro a nosotros los “adultos”. Así es como tiene su primer paseo en un camión de bomberos. Su primera ida a un restaurante de adultos en compañía de sus padres. Su primera función de teatro, donde incluso forma parte del elenco; no obstante, cuando regresa a casa su tía no le cree nada y Caillou afirma, de manera por demás certera y hermosa: “Pero si era una obra de teatro de verdad”. Y también al terrible y maléfico dentista, donde en lugar de sufrir tortura china recibe un nuevo cepillo de dientes y dos regalos que escoge de una canasta para su papá y su mamá.
Algo les debe decir el nombre; otros incluso harán un viaje de esos en los que llegas frente a una pantalla de cine en la década de los setenta. Michael Ende y su Jim Botón. O Michael Ende y su increíble Momo (1973). Uno de estos libros, Jim Botón y Lucas, el maquinista (Alfaguara 2013), escrito incluso antes que su famoso Momo. El otro, Jim Botón y el medio dragón Nepomuceno (Alfaguara 2013). Ediciones con historias entretenidas y resistentes a las manos de cualquier niño. Se pueden traer de aquí para allá y los libros aguantarán. Fue a principios de los cincuenta cuando este autor alemán comenzó a escribir sus primeros relatos infantiles; Jim Botón le atrajo sus primeros reconocimientos y lo acompañó hasta su muerte, tal y como se acompañan los buenos amigos: “Porque una cosa es clara: ¡los verdaderos amigos siempre están juntos!, en las buenas y en las malas”. Jim Botón y Lucas, el maquinista (Alfaguara 2013).
¿Género menor?
La idea que tienen muchos acerca de estos géneros es que literariamente son menores, de fácil construcción, con recursos narrativos básicos y, lo que es peor, con lectores que aún no tienen la capacidad para discernir y analizar las grandes obras literarias —por no decir que en ocasiones tanto los niños como los jóvenes son tratados como idiotas por los autores. Así que sin más nos dimos a la tarea de entrevistar a Andrés Acosta, escritor mexicano de cuento, novela, literatura infantil y juvenil, así como de guiones para cine y televisión, y a Antonio Revillas, quien ganó el premio venezolano Fundación Cuatro Gatos al mejor libro infantil publicado por La guarida de las lechuzas (Ediciones el Naranjo); su libro de cuentos Mi abuelo el luchador fue seleccionado como uno de los mejores libros infantiles del año por el Banco del Libro, organismo que promueve la lectura en países de habla hispana.
Andrés Acosta
—Andrés, como escritor estás más enfocado en la literatura juvenil, ¿qué tan complicado es escribir para los jóvenes?
—Si me pongo a pensarlo es muy complicado porque se trata de una especialidad dentro de la literatura. Así como hay quienes creen que para llegar a la novela primero se debe escribir algo más fácil, como un cuento, existe también el prejuicio de que escribir para niños y jóvenes es más fácil que hacerlo para adultos. La realidad es cruel: el cuento demanda más habilidad y precisión que la novela; escribir literatura infantil y juvenil requiere un dominio mayor de la lengua, de los temas y los argumentos que para dirigirse al público general, adulto. Entre otras cosas, la literatura juvenil no admite aburrir a su público.
”Es más, escribo novelas y muchas veces no sé desde el principio si resultará adulta o juvenil. Si al llegar a cierto punto me doy cuenta de que es juvenil entonces recurro, más que a mis vivencias, que podrían ser banales, a las pasiones y las sensaciones que me dominaban cuando era joven.
”En ocasiones sí sé desde el principio que se trata de una novela juvenil y que debo darle cauce. La verdad es que me la paso muy bien haciéndolo. He conocido o leído a novelistas, para adultos, que aseguran sufrir mientras escriben. Cada quien sus tormentos, pero no conozco novelistas juveniles que se acongojen con la escritura. Debe haberlos, pero son los menos.
—¿Consideras que la literatura juvenil es un género literario menor que parte de géneros literarios mayores?
—Admitiendo que exista una denominación tan tajante, pienso que la juvenil en realidad es una literatura específica. Cada uno de los llamados subgéneros implica la necesidad de desarrollar facultades especiales, de convertirse en narradores con una experiencia extra. Como te decía, escribir para adultos es, hasta cierto punto, sencillo, en el sentido de que no se trata de una especialización. En cambio, cuando acotas el público, las temáticas o incluso los cartabones que debe cumplir una narración para pertenecer a un “subgénero” incrementas el grado de dificultad. El trabajo creativo se dificulta cuando estableces límites, sin embargo, dentro de esos límites también se pueden potencializar las aptitudes. Es algo parecido a la experiencia del periodista, que debe desarrollar un tema con características muy específicas. Bueno, hay quienes consideran al periodismo, o incluso al ensayo, géneros menores. Hay quienes no hacen un distinción de subgéneros sino que juzgan la calidad de los resultados.
Cuando acotas el público, las temáticas o incluso los cartabones que debe cumplir una narración para pertenecer a un “subgénero” incrementas el grado de dificultad. El trabajo creativo se dificulta cuando estableces límites…
—Sé que el panorama no es bueno, pero aun así, ¿dónde crees que se ubica en estos momentos la literatura juvenil que se escribe en el país?
—Yo no creo que el panorama sea negativo. Al contrario: la literatura juvenil tiene más lectores cada día. Desde hace algunos años avanza vertiginosamente en varios sentidos. Uno de los aspectos que más me llama la atención es que rompa sus propias barreras para dejar atrás la clasificación de juvenil y apueste por un espectro de lectores más amplio. Las colecciones editoriales prácticamente han erradicado el término juvenil de sus diseños. Desde luego, sabemos que son colecciones juveniles pero ya no se etiquetan como tales. Cada vez más se aproximan a ser literatura sin adjetivos y con la libertad que significa borrar la etiqueta se acrecientan las posibilidades de nuevas temáticas, argumentos y estructuras.
—¿Es necesario tener conocimientos pedagógicos para escribir literatura juvenil?
—Claro que no. Desde hace muchos años la literatura juvenil se desentendió de la intención de enseñar algo a su público, si es que en algún momento la tuvo. De hecho, a diferencia de la literatura infantil, que es más antigua y estuvo en muchas ocasiones subordinada a las intenciones didácticas, la juvenil nace a mediados del siglo XX con la necesidad de narrar una nueva etapa de la vida, que antes no era considerada un periodo tan definido. Después de la II Guerra Mundial es cuando la expectativa de vida aumenta y el derecho a estudiar una carrera universitaria se generaliza. Surgen entonces la juventud y su narrativa casi al parejo. Actualmente ninguna de las editoriales que conozco tiene la tentación de cooptar autores de libros juveniles didácticos.
—¿Te has enfrentado a la censura?
—He visitado muchas escuelas a lo largo del país y nunca he sufrido ningún tipo de censura por parte de ellas. Por parte del público juvenil, aún menos. La gente joven es la más abierta que pueda existir. Curiosamente quienes sí han tratado de ejercer cierto grado de censura sobre los temas son padres de familia. Alguno que otro me ha cuestionado si creo conveniente tratar tal o cual tema en la literatura. Desde mi punto de vista, la ignorancia no ha producido mejores personas ni las ha librado de problemas en su vida. Si por algunos padres de familia fuera, nos quedaríamos sin la mayoría de los temas más atractivos dentro de la literatura en general.
Muchos autores soñamos con el día en que se trate de ejercer censura sobre uno de nuestros libros. Sabemos perfectamente lo que sucedería entonces: se vendería como pan caliente. Aunque no es lo mismo si nos referimos a la censura en un régimen dictatorial.
”Por otro lado, muchos autores soñamos con el día en que se trate de ejercer censura sobre uno de nuestros libros. Sabemos perfectamente lo que sucedería entonces: se vendería como pan caliente. Aunque no es lo mismo si nos referimos a la censura en un régimen dictatorial. Acabo de leer Un elefante ocupa mucho espacio, libro de cuentos infantiles argentino que estuvo prohibido varios años por tratarse de “cuentos destinados al público infantil con una finalidad de adoctrinamiento que resulta preparatoria para la tarea de captación ideológica del accionar subversivo”. Sólo hasta que se restableció la democracia se reeditó.
—Cinco lecturas indispensables que recomiendes a los jóvenes.
—Informe negro, de Francisco Hinojosa; Ulises 2300, de Antonio Malpica; República mutante, de Jaime Alfonso Sandoval; El síndrome de Mozart, de Gonzalo Moure, y Battle Royale, de Koushum Takami.
Antonio Ramos Revillas
—Antonio, ¿por qué crees que a la literatura infantil y juvenil se le sigue considerando un género literario desprestigiado, por así decirlo?
—El otro día leí en una página web El templo de las mil puertas, un manifiesto de literatura juvenil. Entre otras cosas el texto dice lo siguiente: “Lo importante en la literatura juvenil no es lo ‘juvenil’, sino que es literatura”. Lo que ocurre es que a la literatura juvenil siempre se le ha considerado moralizante por muchos estudiosos y “difícil” por muchos escritores serios. García Márquez decía que sus hijos habían leído unos cuentos infantiles que él les había escrito y que el resultado había sido desastroso, y la misma historia la repiten muchos escritores contemporáneos o no. El deslinde tiene que ver con la ignorancia y con los prejuicios, pero hay en la literatura infantil y juvenil una carga tan compleja de lo literario, de las relaciones humanas tan rica como espeluznante y del lenguaje que, desde lo poético hasta lo narrativa recrean las historias difíciles y también lo que significa ser adolescente o niño. Siento que esta mirada de desprecio o de “ninguneo” a la literatura infantil empieza a batirse en retirada y en mucho han ayudado los premios, las valoraciones, los intentos tímidos aún, pero ya en marcha de estudios sobre la literatura infantil y juvenil, así como el amplio mercado.
—¿Cómo se escribe para los niños, cómo entras en la concepción que tienen ellos del mundo y, lo más importante, cómo les cuentas una historia que alcancen a comprender sin considerarlos, como hacen algunos autores, lectores menores sino lectores exigentes?
—La mejor manera de escribir para niños es un triple NO. NO infantilizarlos. NO aconsejarlos. NO protegerlos. Escribir con sensibilidad, pero también con dureza, mostrarles el lado real de una vida que aún no se divorcia de su capacidad de imaginar y de fabular, hecho que a veces los adultos pierden con más facilidad. Mis cuentos han sido siempre de chicos que están buscando algo y el motor que tomo es mi propia infancia y adolescencia. No sé si tuve una infancia feliz o una adolescencia terrible, pero es lo que tengo a la mano para escribir. A menudo se dice que escribir para niños o adolescentes es difícil; yo nunca he considerado incluso el tipo de lector infantil al que quiero llegar: simplemente escribo una historia, pero qué hacen los lectores y de qué edades son es algo sobre lo que no tengo control.
—Tú eres gran promotor de la lectura a lo largo y ancho del país, conoces por lo tanto a distintos tipos de lectores, ¿qué marca a los niños lectores de los adultos lectores, son éstos más exigentes o se les puede dar “atole con el dedo”?
La mejor manera de escribir para niños es un triple NO. NO infantilizarlos. NO aconsejarlos. NO protegerlos. Escribir con sensibilidad, pero también con dureza, mostrarles el lado real de una vida que aún no se divorcia de su capacidad de imaginar y de fabular, hecho que a veces los adultos pierden con más facilidad.
—A ningún lector se le puede dar “atole con el dedo”. Una obra que no se exige a sí misma nunca funciona. Los niños sueltan un libro si no les gusta. Los adultos también. Una novela que intenta ser best seller debe exigirse ciertas condiciones, pero no todas la logran. Una novela infantil y juvenil, no porque hablen de mundos fantásticos o porque tengan personajes juveniles será buena si no está bien escrita.
—Lo mismo ocurre con la literatura para adultos.
—Un lector sabe si existe exigencia en la obra literaria. Un lector compara ese libro con otros que ha leído, juzga con más severidad que cualquier crítico literario y además no tiene qué explicarse el por qué no le gusta; de una manera inconsciente y consciente también rechaza o no el libro por su lenguaje, el interés que la obra despierta en él o si es verosímil o no para sí. Lo que ocurre es que vivimos en un mundo conformado por prejuicios: tanto para cosas buenas como para cosas malas: que la literatura para adultos es mejor, que la literatura infantil es sólo para niños, que la literatura del norte es sólo de narcos, que los escritores de la Ciudad de México sólo escriben de lo que ocurre en lascolonias Roma y Condesa, etc. Vivimos en un ambiente literario parcelarizado que no permite un diálogo entre todas las ricas intervenciones literarias de que goza nuestro país. En el caso de la literatura infantil y juvenil aún tenemos qué buscar un espacio para no rivalizar con la gran cantidad de traducciones que traen a México las editoriales grandes, pero también con la prisa de muchos proyectos editoriales de LIJ que quieren textos y textos y textos y textos y a veces por salir adelante con su plan editorial terminan publicando libros a los que todavía le faltaba cierto trabajo; o el engaño al que puede caer un autor de LIJ por aprovechar el boom. A final de cuentas la literatura infantil, como decía al principio, importa porque es literatura, importa porque forma más lectores que cualquier otra, importa porque para muchos es la llave de entrada a leer, pero como toda literatura: si no es buena, falla. Y si falla sólo un lector muy dedicado la puede salvar. Agregaría esto que dice Wilberto de la Torre: “La vida adulta es con frecuencia una extensión de la infancia, un laberinto prolongado de la imaginación y los juegos y todo lo que descubrimos de niños”. ®