El mundo es ancho y ajeno

Viaje. Crónicas, de Eugenio Partida*

Eugenio Partida narra con una prosa a veces aerodinámica y a veces parsimoniosa —siempre ruda, desaseada a veces, sin florituras— lo que pasa ante sus ojos y, principalmente, lo que le sucede a él. Es el propio autor el protagonista de estas crónicas que algo tienen de gonzo y algo más de agobiante viaje iniciático.

Váyanse a otra parte, el mundo es ancho.
—don Álvaro Amenábar y Roldán, en El mundo es ancho y ajeno, de Ciro Alegría.

Las crónicas de los viajes de Eugenio Partida.

Las crónicas de los viajes de Eugenio Partida.

El niño que ya una vez adulto escribió las crónicas reunidas en este libro pensaba que el tren que atravesaba su pueblo se conectaba en alguna remota estación con otros trenes que daban la vuelta al mundo. La imaginación de la infancia es infinita. Una vez, ya con más años encima y la ingenuidad trocada en experiencia, vio que no era así pero que podía viajar lejos no solamente en ferrocarril, sino en barcos o aviones y llegar a parajes de los que nunca había sospechado su existencia —que podía escribir, además, de todo lo que veía y escuchaba, e incluso de lo que se imaginaban o soñaban los personajes tan dispares que se atravesaron en su larga errancia por paisajes, ciudades y pueblos americanos, europeos y norteafricanos. Ahora, a la poderosa y entrañable imaginación infantil podía añadir sus propias visiones de un mundo delirante, inabarcable y muchas veces incomprensible.

Entre imágenes de reiterados estereotipos del cine estadounidense y una áspera y constante confrontación con la realidad —las diversas, pasmosas y paradójicas realidades—, Eugenio Partida narra con una prosa a veces aerodinámica y a veces parsimoniosa —siempre ruda, desaseada a veces, sin florituras— lo que pasa ante sus ojos y, principalmente, lo que le sucede a él. Es el propio autor el protagonista de estas crónicas que algo tienen de gonzo y algo más de agobiante viaje iniciático; introspección en una isla frente a las costas de Alaska; odisea interior en bares de Tijuana o Lisboa; estudio de la naturaleza humana en el zoco de Marrakech. Travesías que son a un tiempo búsqueda y persecución del ideal del escritor —si es que hay tal. Por estas historias se perciben las huellas fantasmales de Lowry, de Bukowski, de Hemingway, de Bowles. Lo cual no significa que la escritura de Partida sea subsidiaria o derivativa. Todo lo contrario. Su voz original es atropellada, bronca e inconforme, inundada de una franqueza dolorosa que nos lleva a sentir y compartir su solitaria desazón, sus resacas irremediables, su admiración y su contento, su fastidio. Nada más alejado de las definiciones habituales del periodismo correcto y cansón que nos asestan los nuevos héroes del “nuevo” “periodismo narrativo”. La crónica no es un extravagante ornitorrinco, no éstas que escribe Partida: reportajes de sí mismo en el centro de la vorágine demoníaca que se materializa en cada paraje que pisa. Un demonio grande y bonachón que ordena las palabras solamente para que nosotros podamos atisbar y sentir el vértigo en la orilla de un mundo en perfecta entropía.

Eugenio Partida.

Eugenio Partida.

Ya hemos visto cómo el nuevo periodismo estadounidense empleó los vastos recursos de la literatura para potenciar su propia manera de narrar. Los acontecimientos de la realidad se enriquecieron con descripciones de personajes, con monólogos interiores, con diálogos novelescos, con escenas dramáticas. La miseria de la guerra, de la civilización, del espectáculo, de las pequeñas y grandes epopeyas de hombres y mujeres del campo y de la urbe se volvían historias que cautivaban a miles de lectores por la intensidad y el verismo con que eran puestas en escena. El periodismo, y especialmente la crónica, se veían liberados de las rígidas convenciones y de la formalidad de editores y medios conservadores que sentían la obligación de ensalzar el nuevo orden americano. Una legión de narradores salvajes que escribían por igual novelas y reportajes empleaban las mismas herramientas para unas y otros con la noble y enloquecida finalidad de demostrar que la realidad también estaba en muchas otras partes.

El cronista mexicano ha heredado un legado envidiable de vertientes locales y anglosajonas, lo cual se advierte en la lectura de esta compilación que es también una biografía —acaso íntima y descarada. Parecería que los distintos escenarios en que se ubica el autor en cada una de estas narraciones funcionan como marcos para su ejercicio de conocimiento y reflexión, para crear retorcidos paisajes mentales.

En México ya había algo muy semejante a esa forma de transcribir o interpretar la realidad: la vida cotidiana, los crímenes, revueltas y convulsiones sociales. Altamirano, Payno, Gutiérrez Nájera y muchos más que atravesaron del siglo XIX al XX con prosa centelleante y provocadora. Hoy tenemos brillantes ejemplos de cronistas que arman el mapa desgarrado de un país desdoblado en muchos países que no se reconocen entre sí. El cronista mexicano ha heredado un legado envidiable de vertientes locales y anglosajonas, lo cual se advierte en la lectura de esta compilación que es también una biografía —acaso íntima y descarada. Parecería que los distintos escenarios en que se ubica el autor en cada una de estas narraciones funcionan como marcos para su ejercicio de conocimiento y reflexión, para crear retorcidos paisajes mentales. La confrontación de su idiosincrasia con la de gringos y chinos en Tijuana o con putas y truhanes cubanos nos ofrece un retrato complejo de un escritor en proceso de configuración. Su escritura no sería la misma sin haber conocido las clínicas de recuperación ideológica de una Habana que se cae a pedazos y en la que no existen los perros callejeros o sin haber escuchado los piropos que le lanzaron travestis agazapados en la fulgurante y sucia noche tijuanense. Acaso nuestro escritor estaría en otros libros, lejos de éste, si no hubiera recibido el clásico insulto español al americano del sur del río Bravo: sudaca de mierda, o de no haber presenciado el espectáculo erótico que ofrecían un hombre maduro y una niña pubescente en una oscuro club de caballeros enfebrecidos en Amsterdam. Por estas páginas deambulan hombres azules del norte africano y obreros atrapados en una isla entre Alaska y Rusia, afables prostitutas portuguesas y balseros desesperados en busca de la libertad o la muerte. Eugenio Partida es un hombre rudo que por medio de su prosa obsesiva y bronca nos ofrece dibujos extraordinarios de los más variopintos ejemplares de la especie humana. Tan parecidos a nosotros, tan diferentes. Estas crónicas son un puente entre él y nosotros. ®

* Prólogo a Viaje. Crónicas, Ediciones El Salario del Miedo/Almadía, Oaxaca de Juárez, 2014.

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Publicado en: Libros y autores, Noviembre 2014

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