“No serviré a aquello en lo que no creo, sea mi hogar, mi patria o la iglesia: trataré de expresarme en un modo de vida o de arte tan libre como pueda y con tanta plenitud como lo logre. Usaré para mi defensa las únicas armas que me permito utilizar: silencio, exilio y astucia”.
“Estamos aquí reunidos para hablar de las oscuras y siniestras artes de un escritor irlandés que hizo temblar el cielo y la tierra…”. Son palabras de Joyce, de su poema “Gas from a Burner”, un texto satírico narrado en la voz del editor que por su mero gusto estético decidió quemar una edición completa —de mil ejemplares— de Dublineses, primer libro en prosa de James. Antes había publicado un libro de poemas, Música de cámara (1907). Dublineses es una colección de quince relatos, de tal calidad que llevaron a Jorge Luis Borges, maestro del género, a afirmar que incluso sin el Ulises Joyce tenía destinada la inmortalidad con ese libro. Parafraseando a Joyce, Dublineses es “un retrato moral de la comunidad, estrictamente escalonado en secciones de la infancia a la edad adulta, yendo de lo privado a lo público”. Joyce concretó este proyecto de cuentos ya fuera de Irlanda: “Esa amable tierra que siempre manda a sus escritores y artistas al destierro”, reza el poema ya citado.
Tras años de intentar publicar el libro lo propuso en Dublín; entró en pláticas con un editor que por fin lo imprimiría. Luego de firmar el contrato recibió críticas: párrafos que no satisfacían al editor, menciones de lugares reales —bares, además de personas— y hasta una mención poco afortunada de Eduardo VII —entonces rey británico—; esas cosas por el estilo que podrían molestar a una sociedad cerrada.
Nacido en Dublín en 1882, James Joyce se formó en escuelas jesuitas, con un ánimo católico que coincidía con el nacionalismo. Irlanda buscaba sacudirse el yugo del Reino Unido, protestante. Aun así, los artistas de la Irlanda de aquella época siempre tuvieron una predilección por dejar el terruño en busca de espacios más cosmopolitas. El destino solía ser Londres, pero Joyce decidió dejar las islas británicas en busca de una experiencia más continental. Llegó primero a Trieste, ese enclave multicultural del Imperio Austrohúngaro. Allí fue maestro de inglés, y entre sus alumnos había uno célebre, Ettore Schmidt, alias Italo Svevo, autor de La conciencia de Zeno. Deambuló entre varias ciudades más como Zúrich y París, apenas regresó a Irlanda unas contadas veces.
La odisea de Joyce por publicar Dublineses comenzó apenas un año después de su exilio autoimpuesto: concluyó el primer manuscrito en 1905. En 1906 logró firmar un contrato; al poco tiempo el editor se echó para atrás —criticó el lenguaje y algunas decisiones en las palabras utilizadas, bloody, por ejemplo—. Lo ofreció una y otra vez, hasta hartarse de las negativas editoriales. Tras años de intentar publicar el libro lo propuso en Dublín; entró en pláticas con un editor que por fin lo imprimiría. Luego de firmar el contrato recibió críticas: párrafos que no satisfacían al editor, menciones de lugares reales —bares, además de personas— y hasta una mención poco afortunada de Eduardo VII —entonces rey británico—; esas cosas por el estilo que podrían molestar a una sociedad cerrada.
Frente a esa negativa Joyce ofreció asumir el costo del tiraje, que sería de mil ejemplares. Pero el impresor siguió desestimando su calidad literaria, incluso arguyendo que iba en contra de las buenas costumbres que debían regirse por la moral. Cuenta la leyenda que quemó el tiraje entero, que aún no había sido ensamblado como libro. Joyce logró salvar un juego de copias, y las impresiones que serían 999 libros fueron al fuego. Curiosa característica de la censura literaria a través de los años: un libro puede sufrir su muerte por agua —es decir, sumergirlo en líquido para que quede inservible— o puede también se “guillotinado” —cortado en pedazos hasta tener todo un rompecabezas con sus páginas—; los detractores de la literatura siempre han mostrado una predilección por la lumbre. Será la idea del fuego purificador, tal vez. El punto es que la “primera” edición completa de Dublineses se perdió, con la excepción de las hojas que Joyce rescató.
¿El rechazo y la quema de sus cuentos fueron un golpe anímico para el autor? Creo que sí, pues esa fue la última visita de Joyce a Irlanda: era 1912. Finalmente, Dublineses se publicó en Londres un par de años después, en 1914, un año axial para nuestro autor: terminó Retrato del artista adolescente, libro que tuvo un proceso de escritura de diez años. Ese mismo 1914 escribió su única obra de teatro, Exiliados, y comenzó el Ulises.
Antes de continuar con el Retrato… Más allá de la nube de humo de esta primera edición, por esos años Joyce también arrojó al fuego un manuscrito propio: era Stephen Hero, el prototipo de novela que terminó siendo el Retrato…, precisamente. Según la versión oficial, aquel primer borrador llegaba casi a las mil cuartillas. Parte de ese manuscrito de Stephen Hero fue rescatado por la hermana de Joyce, quien estaba presente durante el arrebato de insatisfacción que tuvo el autor cuando lo arrojó al fuego —habrá quien diga que qué casualidad que el autor decide destruir su obra justo cuando hay alguien más presente que pueda rescatarla—. Lo que sobrevive está publicado, incluso en traducción: Esteban el héroe. Son cerca de 200 páginas en la edición en inglés.
Retrato del artista adolescente, la versión lograda de ese borrador, presenta un lado mucho más autobiográfico de la obra de Joyce. Si bien Dublineses está cargado de recuerdos de la infancia y anécdotas de la sociedad que le tocó vivir a Joyce durante su infancia y juventud, es en el Retrato… donde se coloca él como la inspiración para la novela. De la novela surge Stephen Dedalus, el personaje que sobrepasa su propia novela y llega también al Ulises. Del texto sale también quizá una de las frases más citadas de Joyce, sólo detrás del “Sí” de Molly Bloom: “No serviré a aquello en lo que no creo, sea mi hogar, mi patria o la iglesia: trataré de expresarme en un modo de vida o de arte tan libre como pueda y con tanta plenitud como lo logre. Usaré para mi defensa las únicas armas que me permito utilizar: silencio, exilio y astucia”.
Ulises se escribió en un lapso de siete años, entre Trieste, Zúrich y París, según reza la firma que Joyce colocó al final de los 18 capítulos que comprenden la novela.
Antes de que viera la luz en formato de libro, Joyce publicó desde 1918 en Estados Unidos varios de los episodios en la revista Little Review. No sorprende que publicara cruzando el Atlántico: el Retrato… se había impreso en Nueva York, aunque Joyce nunca visitó la Gran Manzana. Los adelantos de Ulises que se publicaron terminaron creando más trabas para la publicación de la novela. A diferencia del largo periplo por el que tuvo que pasar para ver impreso Dublineses —para que se imprimiera y no se quemara, pues—, el de Ulises sería un trabajo menos arduo, cuya polémica generó mayores expectativas en torno a la novela. Ya no era un muchachito con su legajo de cuentos bajo el brazo; era un escritor en París, acusado de utilizar un lenguaje obsceno, con detallados pasajes de las rutinas inmundas de sus personajes. Suena atractivo, pero, ¿por qué inmundas? Por lo menos eso decían las cartas dirigidas a Margaret Anderson, la editora de Little Review. Las quejas llegaron hasta el gobierno, en parte por las denuncias de la Sociedad Neoyorquina para la Supresión del Vicio —una especie de Jalisco es Uno por los Niños de la época—. El gobierno estadounidense de aquel entonces atendió a los conservadores: oficialmente se le impidió a la revista seguir publicando fragmentos del libro. De cualquier manera, los distribuidores ya se negaban a comercializarla. Por cierto: el cabezal de la revista tenía un diseño desde su fundación, en 1914, pero cambió poco antes de que comenzaran a publicar los capítulos de Joyce: “Sin compromiso con el gusto público” era el nuevo eslogan.
La prohibición se esparció: Canadá, Australia, Irlanda e Inglaterra se sumaron al veto. En resumen, buena parte de los países angloparlantes con una industria editorial viable. De ahí el dato curioso: Ulises, una de las máximas novelas de la lengua de Shakespeare, se publicó por primera vez en Francia. Su editora fue Sylvia Beach, propietaria de la librería Shakespeare & Co. —librería desaparecida, aunque en la actualidad un local ostenta ese nombre—. En Shakespeare & Co. no sólo se vendían libros, era un espacio concurrido por la cultura parisina de la posguerra y de los años veinte, que acogió con buenos ojos un manuscrito polémico.
En Estados Unidos circularon ediciones piratas: mala jugada para Joyce. Al ser impresas de manera ilícita no había manera de rastrear los derechos de autor. Además de las ediciones impresas en el continente americano, también se buscó importar la novela: hay noticia de por lo menos dos embarques mayores que no lograron superar la aduana. En ambos casos la carga de contrabando era de 500 ejemplares, con el mismo destino para todos ellos: el fuego.
En el Reino Unido el fiscal general —que respondía al mote de sir Archibald— sí leyó parte de la novela antes de censurarla. Sin embargo, utilizó un método de lectura que no recomiendo, sobre todo con esta novela: se fue directo precisamente al último capítulo, el monólogo de Molly Bloom. Sólo unas cuarenta páginas de una novela de más de 700. Pero son precisamente las páginas más explícitas, o por lo menos las más directas en su lenguaje. Eso bastó para que el fiscal se escandalizara y tachara de vulgar el libro.
Pese a la prohibición, en Estados Unidos circularon ediciones piratas: mala jugada para Joyce. Al ser impresas de manera ilícita no había manera de rastrear los derechos de autor. Además de las ediciones impresas en el continente americano, también se buscó importar la novela: hay noticia de por lo menos dos embarques mayores que no lograron superar la aduana. En ambos casos la carga de contrabando era de 500 ejemplares, con el mismo destino para todos ellos: el fuego.
La histeria en contra del libro no sería eterna: libreros y abogados buscaron quitar el veto, que se levantó en 1933. Uno de los argumentos de Joyce era que él, como autor, tenía un derecho universal de recibir los derechos de la venta de sus obras, que de cualquier forma se estaban generando por la comercialización de ediciones no autorizadas. La novela se publicó en 1922, tres años después de que en el vecino país del norte se impusiera la ley seca: la oscura etapa de la prohibición del alcohol en Estados Unidos también acabó ese mismo año de 1933.
El detractor más reciente de este libro es un escritor de autoayuda, quién más: Paulo Coelho, quien dijo que “Uno de los libros que más daño le ha hecho a la humanidad es el Ulises”. El brasileño tiene y no tiene razón. No la tiene porque lo podemos considerar un estúpido que no supo leer el libro, y la tiene en el sentido señalado por otros comentaristas del libro: su estilo es tan atractivo que genera imitadores, en su mayoría inexpertos en materia narrativa y que terminan haciendo libros mediocres o ilegibles.
¿Por qué es bueno el libro? Es una enciclopedia. No sólo de la trivialidad de un día cualquiera; es una enciclopedia de estilos narrativos. Cada capítulo está compuesto de una manera única, e incluso el episodio 14, que sucede en un hospital, es un censo representativo del inglés a lo largo de mil años de historia, cambiando de tono cada cierto número de párrafos. Ese solo capítulo es un portento único dentro de la literatura, por lo mismo irrepetible. Además, es enorme la antología de trivialidades que se pueden recoger en un libro de mil páginas que sólo narra un día en la vida de sus protagonistas. Joyce es un heredero de las digresiones al estilo de Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, novela de Laurence Sterne cuyo protagonista, que tras cientos de páginas ni siquiera ha nacido, busca narrar su vida. La disertación, la dispersión, la disección al narrar un instante hasta el extremo de agotar sus posibilidades, el discurso disyuntivo y darle vueltas al fluir de conciencia provocan una novela extensa. Como se ha dicho del Quijote de Cervantes: es un texto muy largo, sí, pero cuando lo acabas desearías que tuviera más páginas. ®
Nota
Este texto se leyó en una sesión de Libros prohibidos, un ciclo literario convocado realizado en el Ex Convento del Carmen de Guadalajara. Para su redacción se utilizaron los siguientes libros:
El prólogo del Ulises en la edición de Francisco García Tortosa, publicado por Cátedra (reimpresión de la reedición, de 2007).
Dubliners: An Illustrated Edition, con anotaciones de John Wyse Jackson y Bernard McGinley, publicado por St. Martin’s Press (1993).
Ulysses Annotated: Notes for James Joyce’s Ulysses, de Don Gifford y Robert J. Seidman, publicado por la University of California Press (reimpresión de la edición revisada y expandida, de 2008). James Joyce, de Richard Ellmann, edición en español publicada por Anagrama (2002). Los años de esplendor: James Joyce en Trieste, 1904–1920, de John McCourt, edición en español publicada por el Fondo de Cultura Económica y Turner (2002).