Crumb es uno de los grandes artistas gráficos del siglo XX, protagonista de una revolución cultural que cambió el mundo. En esta entrevista, concedida por primera vez a un periodista mexicano, habla también de política y música norteña.
I. De la revolución cultural de los sesenta a la era Trump
Nacido en 1943, Robert Crumb fue creador de Zap!, revista emblemática de los llamados “comix” o cómics subterráneos de la década de los años sesenta en Estados Unidos. Con una fama que lo antecede —que lo mismo lo pinta como un personaje obsceno, misógino y sexista que lo encumbra como un Hieronymus Bosch contemporáneo—, se trata sin duda de uno de los grandes artistas gráficos estadounidenses del siglo XX. Su trazo, abigarrado y obsesivo, ha documentado el viaje drogófilo de la era hippie, la belleza de la mujer y las historias del Libro del Génesis, sin dejar a un lado a los héroes del blues, el jazz y el ragtime a quienes ha retratado profusamente. Avecindado en Francia desde 1992, accedió a realizar una entrevista exclusiva, la primera que concede a un periodista mexicano, en la que discute la escena política de Francia y Estados Unidos y su trabajo como padrino del cómic underground.
El día que levanto el auricular del teléfono para llamar a Crumb apenas han pasado cuatro días desde que los franceses dieron su voto a Emmanuel Macron, un resultado que hizo respirar al mundo occidental. La charla comienza, inevitablemente, con ese tema, pues los Crumb —Robert y su esposa, la también caricaturista Aline Kominsky–Crumb— radican desde principios de los años noventa en una pequeña villa francesa —“Crumbland”, como la llama ella— donde ambos continúan dibujando, a la par que practican la meditación.
Así da inicio esta entrevista en la que Crumb, desde su poco ortodoxo punto de vista, aborda el escenario político, incluido el mexicano, así como la contracultura, la música y, por supuesto, el cómic.
—La semana pasada Francia votó por Macron. ¿Cuál es su postura?
—Me siento aliviado de que Macron le ganara a Marie Le Pen. No es buena, es una fascista. Es difícil saber lo que representa Macron, probablemente los negocios de siempre. Lo llamaban “el Hillary Clinton de Francia”. Muy probablemente pujará por los grandes negocios y los bancos. No lo sé, ¿quién sabe? Pero ciertamente es mejor que Marie Le Pen, quien impulsaría una agenda básicamente racista y antimusulmana de haber resultado electa. Mi favorito era Mélenchon, el candidato comunista, pero la gente votó por Macron porque la mayoría no quería a Le Pen en el cargo. Esto aún podría cambiar para la siguiente elección si “los negocios de siempre” significa un declive continuo en el bienestar de las clases trabajadoras y una tendencia creciente hacia la forma norteamericana de hacer las cosas. Francia todavía podría terminar con Le Pen o alguien como ella. Que Dios nos ampare.
—La gente alrededor del mundo se preguntaba si pasaría lo mismo que con Donald Trump en Estados Unidos. No quería entrar directamente a ese tema, pero lo que quiero saber tiene que ver con la caricatura. ¿Cuál es el reto con alguien como Trump, a diferencia de los años cincuenta y sesenta, cuando la gente era más conformista y no existían tantas libertades como ahora?
—Bueno, en los sesenta hubo una revolución cultural en Estados Unidos. Una revolución no violenta, en gran parte. Se dieron cambios radicales sin mucho derramamiento de sangre. ¿Qué pasará ahora, con Trump de presidente? No tengo la respuesta para eso. No parece que las protestas masivas y las manifestaciones tengan mucho efecto ya. La élite del poder ha aprendido a simplemente ignorar esas manifestaciones, sin importar cuántos cientos de miles de personas se presenten en ellas. Hacen lo que les place de todas maneras, así que no sé cuál sea la solución. Últimamente los medios masivos se han endurecido con Trump. Cada día que pasa parecen volverse más fuertemente críticos hacia él, ¡incluso CNN! ¡Odio esos programas de noticias de los medios masivos casi como los odia Trump! No está totalmente equivocado sobre esa gente. Últimamente parece haber una crítica más incisiva hacia Trump en esos programas. Probablemente se han vuelto más desafiantes por la manera constante en la que Trump insulta y riñe a los reporteros y la gente de los medios, incluso en conferencias de prensa. Se ha vuelto un concurso de mentadas. “¡Chinga a tu madre!” “¡No, tú chinga a tu madre!” Son todos unos imbéciles.
En los sesenta hubo una revolución cultural en Estados Unidos. Una revolución no violenta, en gran parte. Se dieron cambios radicales sin mucho derramamiento de sangre. ¿Qué pasará ahora, con Trump de presidente? No tengo la respuesta para eso. No parece que las protestas masivas y las manifestaciones tengan mucho efecto ya. La élite del poder ha aprendido a simplemente ignorar esas manifestaciones.
”¿Sabías que en 1989 hice un cómic sobre Trump? Publicó un libro a finales de los ochenta llamado El arte de la negociación, el cual leí en ese momento. Me pareció tan irritante y molesto que me vi obligado a hacer una historia sobre él. Pero él ya era una presencia en los medios masivos incluso desde entonces. Le encanta la atención mediática de cualquier tipo y siempre le ha encantado. Es una especie de producto de los medios masivos.
”Pero es una combinación de fuerzas sociales la que lleva a un demagogo como Trump al poder, iguales a las fuerzas en juego en la Alemania de los años veinte que llevaron a Hitler al poder. Una gran parte de la población de Estados Unidos se sentía perdida, alienada, confundida y paranoica. Sabían que alguien los había estafado. Sabían que alguien les había robado la cartera pero no sabían exactamente a quién echarle la culpa. Muchos de ellos ya escuchaban de siempre estaciones de radio y veían talk shows derechistas. Entonces viene Trump con su sarta de tonterías dirigida directamente a estos blancos de clase media y baja perdidos y olvidados. Todos odiaban a Hillary. Algunos habrían votado por Bernie Sanders, pero el Comité Nacional Demócrata se aseguró de que Bernie no consiguiera la nominación, así que, en su lugar, votaron por Trump. Él les dijo lo que querían escuchar y le creyeron. Es triste.
—Porque tiene sentido para ellos.
—Sí, tiene una especie de loco sentido. A los que apoyan a Trump no les importaron —y aún no les importan— muchas de las cosas que los liberales en los medios masivos le han criticado por haber dicho o hecho. A la mayoría no les molestó que lo grabaran hablando sobre agarrar a las mujeres por la panocha ni cosas como ésa. Ellos ven eso como un indicador de que Trump es un viejo estadounidense, típico y de sangre roja, como ellos y sus amigos.
—Algunos dirán que está usted defendiendo a Trump, aunque entiendo que no se trata de él, sino de los medios y cómo funcionan.
—Así es, exactamente. La mayoría no parece darse cuenta del enorme poder de la gente para controlar y manipular la mente colectiva.
—Eso me lleva al tema de la corrección política. La gente parece estarse restringiendo a sí misma más que nunca. ¿Cree que se esté volviendo más consciente o más conservadora?
—Bueno, al parecer ambas tendencias están sucediendo simultáneamente y que los Estados Unidos parecen estar más divididos en ese respecto. No sé a dónde nos lleve todo esto. No tengo una buena prognosis.
”Pero sí, la corrección política se ha vuelto un campo minado. Si desconoces la palabra o la frase correcta en uso para describir a alguien que tiene una inclinación sexual inusual o a alguien con retraso mental.. ¡ups, he ahí la frase incorrecta! Ahora se supone que debes decir “con capacidades diferentes” o algo así. Es difícil mantener el paso, pero mejor ten cuidado o podrías ofender fácilmente a alguien que sí está actualizado en la terminología adecuada. Entonces mucha gente ya se cansó de todo esto y sólo quieren soltar un “Fuck that shit! Nigger bitch moron cunt–sucking mother–fucker!” Les gusta el hecho de que Trump sea crudo, ordinario e impredecible, y de que indigne a la remilgada “élite” liberal intelectual. Y yo puedo entender eso. Puedo empatizar con ello. Pero, ¿qué hay detrás de esa atracción popular que tiene Trump? ¿Qué sustancia hay en él? Si escudriñas su historia, resulta ser un hombre de negocios fraudulento. Todos en Nueva York conocen a alguien que ha sido exprimido o estafado por él en alguna transacción de negocios: un contratista o el inquilino de un edificio del que él era dueño. Trump fue una mala noticia para el mundo de los negocios. Tenías que demandarlo para que te pagara lo que te debía. Un ladrón estafador y barato.
—Y que posee el dinero para aplastar y destruir a la gente, porque, al mismo tiempo, así es como construye su fortuna.
—Sí, absolutamente, pero también ha perdido un par de fortunas por malos manejos colosales de sus empresas. Nació en el negocio de los bienes raíces, el cual heredó de su padre, que fue quien construyó su negocio de la nada, despiadadamente. La gente en Nueva York solía hablar del “viejo Trump”. Los inquilinos de sus edificios también lo despreciaban muchísimo. Jared Kushner, su yerno, proviene del mismo tipo de familia, estos tiburones locales de los bienes raíces de Nueva York y Nueva Jersey, que son muy odiados por la gente que ha tenido que lidiar con ellos. Su padre, Charles Kushner, operaba igual que la familia Trump.
Es difícil mantener el paso, pero mejor ten cuidado o podrías ofender fácilmente a alguien que sí está actualizado en la terminología adecuada. Entonces mucha gente ya se cansó de todo esto y sólo quieren soltar un “Fuck that shit! Nigger bitch moron cunt–sucking mother–fucker!” Les gusta el hecho de que Trump sea crudo, ordinario e impredecible, y de que indigne a la remilgada “élite” liberal intelectual.
—¿Lo vio venir? Es decir, que alguien como él se volviera el presidente de Estados Unidos.
—No, tengo que admitir que estaba totalmente convencido de que la poderosa élite financiera —los bancos, Wall Street, los ejecutivos corporativos— no permitirían que Trump ganara la elección. Estaba convencido de que Hillary era su candidata, que ella ganaría definitivamente, de una u otra forma. Me quedé sorprendido, como todo mundo, cuando el 9 de noviembre mi esposa me despertó a las 7:30 de la mañana, iPhone en mano, recostada a mi lado, para decirme: “Trump ganó la elección”. No podía creerlo. No podía asimilarlo. Me tomó mucho tiempo aceptar por completo la realidad. Un grave cambio había tenido lugar. La realidad como la conocíamos acababa de explotar en nuestras caras.
—Imagine en México, con todo lo que ha dicho sobre construir un muro. Fue un shock, el peso se devaluó terriblemente. Parecía una broma.
—Se siente como una broma.
—Existe una situación muy tensa debido al Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
—¿Crees que es cierto que el TLCAN es básicamente bueno para los negocios de Estados Unidos? No sé qué tanto bien hace para los negocios de México.
—De hecho, en México pudimos saber más sobre usted y comprar libros suyos que antes no podíamos gracias al tratado comercial; antes de eso era imposible. Lo que dice Trump es que no está funcionando para Estados Unidos, que México y Canadá han estado tomando ventaja y es por eso que quiere salirse. Pero no sé qué vaya a suceder.
—Nadie lo sabe, es impredecible.
—Hablando de su arte, sus cómics retratan escenas crudas y directas con las que usted rompió barreras. Recuerdo especialmente aquella caricatura de “La familia que se acuesta junta se mantiene unida”, la cual es muy fuerte…
—Es de 1969…
—Creo que si usted ya solía ser caracterizado como un artista sexista, en los tiempos actuales lo llamarían mucho peor. ¿Cómo cree que la gente de hoy reaccionaría a su arte si lo mirara por vez primera?
—No lo sé, no estoy seguro de ello, no tengo idea, es difícil de decir. Pero lo que es cierto es que hoy puedes mirar en internet y hay de todo, cualquier locura sexual que quieras ver la puedes encontrar ahí. Cuando estábamos haciendo esas cosas a finales de los sesenta y principios de los setenta en realidad se trataba de rebelarse justamente en contra de lo que mencionabas: el conformismo represivo del periodo previo, sabes. Más allá de eso, se trataba de escandalizar. Fue divertido, fue un tiempo muy bueno. Fue un periodo muy loco y libre, sexualmente hablando.
—¿Cuál era la intención, simplemente divertirse?
—Estaba el elemento divertido, pero también el artístico. Ya sabes, el “expresarte a ti mismo”. Ninguno de estos caricaturistas “subterráneos” estaba en esto por el dinero, obviamente. En los primeros días no había dinero en ello, o había muy poco. No podías vivir de esto. Era muy experimental, una forma nueva de usar el medio de los cómics. Probar lo que fuera y ver qué pasaba. Estábamos determinados a liberarnos de todas las viejas restricciones que los libros de cómics y las tiras cómicas de los periódicos habían impuesto. Empujamos en contra de todas esas restricciones agobiantes: el sexo, la violencia, la crítica política radical o lo que fuera. Lo llevamos al límite. Eran los tiempos, parte de la rebelión cultural general. Se publicaron muchos cómics malos en el dizque underground. Si miras hacia atrás y tratas de leer muchos de esos cómics de principios de los setenta te darás cuenta de que 80 por ciento de ellos eran ilegibles. ¡Incoherentes! Los artistas estaban drogados. Sólo un pequeño puñado de ellos resisten la prueba del tiempo, o cuentan una historia coherente, o son verdaderamente divertidos, o contienen sátira aguda. Puedes contar con una sola mano a los artistas verdaderamente buenos.
Cuando estábamos haciendo esas cosas a finales de los sesenta y principios de los setenta en realidad se trataba de rebelarse justamente en contra de lo que mencionabas: el conformismo represivo del periodo previo, sabes. Más allá de eso, se trataba de escandalizar. Fue divertido, fue un tiempo muy bueno. Fue un periodo muy loco y libre, sexualmente hablando.
—Y también se trataba de hacer algo diferente a la corriente principal.
—Bueno, sí. La corriente principal todavía tenía a la mayoría del público que leía cómics con sus títulos de superhéroes o de Archie, además de su gran red de distribución. Los cómics “subterráneos” tenían una pequeña fracción del público que poseía la corriente principal. No había competencia, ciertamente. No les preocupábamos. No representábamos una amenaza.
—¿Cuál es su definición de “subterráneo”?
—A pesar de que estábamos haciendo supuestos cómics subterráneos, en realidad no lo eran. Se vendían abiertamente en tiendas. Simplemente no eran medios de la corriente principal. Eran alternativos. Se le comenzó a llamar “subterráneos” a estos periódicos hippies, pero tampoco eran subterráneos. No era como en la Segunda Guerra Mundial o la Unión Soviética, donde publicar algo criticando al gobierno realmente era algo subterráneo y te podían arrestar si te atrapaban. O ejecutarte. En ese sentido no era realmente subterráneo, nunca lo fue.
—Es interesante, porque entendemos todo eso como cultura subterránea, pero usted menciona que fueron tiempos revolucionarios, que existía esta intención de cambiar, más que de ser subterráneos y de colocarse a las faldas de la montaña cultural.
—Bueno, de hecho eran las “faldas de la montaña cultural”, pero como dije, no era “subterráneo” en el sentido verdadero de la palabra. Es cierto que la revolución cultural atrajo a tantos jóvenes que para finales de los sesenta había mucho optimismo en que verdaderamente podríamos cambiar para bien a toda la sociedad del mundo occidental. Sólo era cuestión de que nuestra generación consiguiera posiciones de poder, algo que creíamos que sucedería tarde o temprano —en verdad lo creíamos. Luego el estado de ánimo cambió un poco alrededor de 1970 y comenzó a hablarse seriamente de una revolución armada inspirada en el comportamiento de los Panteras Negras, un grupo negro radical que, por lo menos por un breve tiempo, se defendió con éxito de la policía usando armas. Esto llevó a los “Panteras Blancas” y el “Contra el Muro, Hijos de Puta” y otros grupos revolucionarios serios. Los periódicos “subterráneos” estaban repletos de discusiones y debates sobre tácticas revolucionarias y teoría política izquierdista.
”Mientras tanto, la cultura de la corriente principal trataba de encontrar la manera de sacar partido del estilo de vida hippie de la juventud. Querían convertirlo en algo que dejara dinero, a como diera lugar. Estos hombres de negocios convencionales estaban tratando de crear mercancía comercial que pudieran venderle a los hippies. Lo lograron hasta cierto punto, especialmente con la música.
—Usted nunca conectó realmente con la música de la época.
—No. No me gustaba.
—¿Sus hijos le han enseñado música moderna? ¿Le ha llegado a gustar?
—Cuando mi hija era pequeña yo solía ponerle discos viejos. Parecía que alguna realmente le gustaba. Pero cuando llegó a la adolescencia le entró a la música popular, el punk y todo eso.
—El punk es bueno.
—¿El punk es bueno? ¿Te gusta el punk? Ugh, no puedo soportar esa cosa. Un montón de ruido horrible. Sophie también le entró al rap y algunas veces trató de convertirme al rap.
—¡¿Convertirlo a usted?!
—Sí, me enseñó algunos ejemplos del mejor rap, me hacía escucharlo. Yo entendía su punto pero para mí el rap ni siquiera es música en realidad. Ahora mi hija tiene 35 años y como que ha regresado a la música vieja.
—Todos regresamos. ¿Cómo se interesó en el jazz viejo y el blues? ¿Cuándo comenzó a escucharlo?
—Estaba bastante joven, en mi adolescencia. Me gustó la moda inicial del rock n’ roll de 1955 a 1956 y el 57, pero empecé a perder el interés. Ahí fue cuando viré hacia toda esa música vieja y empecé a buscar viejos discos de 78 rpm de música vieja, jazz y blues de los años veinte. Aún me encuentro completamente enganchado en esa música más antigua, y ahora me gusta música más vieja de todo el mundo, incluyendo a México. Hay gran música mexicana producida en ese tiempo en el sur de Estados Unidos, principalmente en Texas. Existe gran música grabada de esa época.
—Música norteña.
—Exacto, norteña. Me encanta. Escuché mucha y encontré muchos viejos discos de 78 rpm cuando vivíamos en el Valle Central en California en los setenta y ochenta.
—La música norteña solía ser cultura baja en México. Ahora es muy, extremadamente popular, pero antes solía ser música para borrachos que se la pasaban en cantinas, y eso no cambió por muchas décadas.
Me gustó la moda inicial del rock n’ roll de 1955 a 1956 y el 57, pero empecé a perder el interés. Ahí fue cuando viré hacia toda esa música vieja y empecé a buscar viejos discos de 78 rpm de música vieja, jazz y blues de los años veinte. Aún me encuentro completamente enganchado en esa música más antigua, y ahora me gusta música más vieja de todo el mundo, incluyendo a México.
—Es música grandiosa, esos viejos corridos, canciones, valses y polkas. No entiendo las palabras, puesto que nunca he aprendido español, pero amo los sonidos de esos viejos acordeones y violines. En los ochenta solíamos comer en un restaurante bar mexicano cercano, el Arreola’s Café. Los braceros iban a comer y beber y a veces un par de ellos llevaban un acordeón y una guitarra y tocaban y cantaban canciones. Me parecían magníficas. Sonaban como esos viejos discos de los años treinta. Lo gracioso es que la amable pareja que manejaba el lugar tenía las típicas aspiraciones por ascender. Una noche le dije a la mujer cuánto me gustaba escuchar a esos tipos cantar viejas canciones norteñas. Ella me dijo: “Oh, no me gusta ese tipo de música, prefiero por mucho los mariachis”. A veces también iban mariachis a tocar al Arreola’s, pero prefería la música norteña de los braceros.
—De hecho, hay mucha gente en México a la que no le gustan los mariachis.
—Lo puedo entender. Es muy formulaica. Todos suenan igual.
—Y también es la imagen del país, como si ése fuera el sonido de México, y no, no lo es. ¿Baila la música norteña cuando la escucha? Es muy pegajosa.
—¿Bailar, dices? ¡Yo no bailo! [Ríe] No sé bailar. Cuando estaba en San Francisco en los años noventa había un restaurante mexicano al que iban tres viejos mexicanos con dos violines y una guitarra. Acababan de migrar desde México y tocaban esta música tan hermosa. Una especie de música country mexicana, rural… ¡magnífica! Dos hombres tocando en armonía y mis amigos la ignoraban. Yo les decía: “¡Escuchen esto! Es un privilegio escucharlo! Tal vez nunca la vuelvan a escuchar en sus vidas!”
—¿Qué hace actualmente? Tras El Libro del Génesis Ilustrado, ¿en qué ha estado trabajando estos años?
—Principalmente en trabajos pequeños. He hecho algunos cómics con mi esposa Aline, colaboraciones con ella. Aparte hago portadas de discos de música que me gusta, o retratos de gente… no soy tan prolífico como solía serlo, no trabajo tanto como antes. Mi esposa y yo estamos planeando hacer un proyecto colaborativo grande, pero no lo hemos comenzado aún. Estamos en la etapa de investigación.
—¿De qué se trata?
—No puedo contar. No me gusta hablar de proyectos artísticos antes de empezarlos. Platicarlo te drena la energía y la motivación para hacerlo.
—¿El Libro del Génesis le llevó cuánto, cuatro años?
—Cuatro años de trabajo. El proyecto más grande que he hecho. Para cuando lo terminé estaba realmente cansado de la Biblia.
—¿Llegó a alguna conclusión acerca de la religión y el catolicismo después de pasar por todo eso? Sé que su familia era católica.
—Sí, me criaron como católico, fui a una escuela católica, en la que enseñaban monjas. Aún me sigo recuperando de ello. Nunca te repones de un lavado de cerebro de esa magnitud. Y sí, claro, descubrí muchas cosas mientras trabajaba en el Génesis. Descubrí mucho sobre la Biblia. Quizá lo principal es que me di cuenta de que es una locura que haya gente en esta época que todavía use ese libro como fuente de guía moral. Eso me parece una absoluta locura. Seguro, hay algunas palabras de sabiduría aquí y allá, es una verdadera mezcolanza, pero el Antiguo Testamento, caray, es rudo. Es duro.
—Sé que su idea no era ridiculizarlo, pero para la gente que ha leído su trabajo, la primera idea es que su adaptación tiene que ser subversiva. Pero su forma de abordarlo fue diferente.
—Bueno, es subversiva sólo en el hecho de que al ilustrar de manera literal lo que viene en él resulta revelador. Mucha gente que lo ha leído me ha dicho que no tenía idea de que esas cosas venían ahí. Eso es porque uno simplemente lee el texto y no es un erudito que observa de cerca cada palabra. Lees por encima lo que no tiene sentido. Pero cuando lo ilustras lo descompones en paneles como los de un cómic, lo que estás haciendo es analizar el texto e ilustrar profusamente lo que de hecho viene escrito ahí, entonces realmente ves que es una locura.
—No creo que mucha gente pase por ese proceso, pero usted tuvo que pasar por él porque estaba dibujándolo.
—Así es. Con frecuencia tenía que hacer un esfuerzo para entender. Me preguntaba: “¡¿De qué hablan aquí?!”, sólo con el propósito de ilustrarlo. “Wow, ¡¿qué está pasando aquí?!” [Ríe] Una locura. Buena parte del significado original de las historias se perdió porque fueron contadas y vueltas a contar antes de que fueran escritas, y por eso perdieron su significado original. Es realmente imposible saber a qué se referían.
—¿Cree que si lo hubiera hecho en los años sesenta o setenta su forma de abordarlo habría sido diferente, como una forma de confrontar a los religiosos, por ejemplo?
—Mi idea original antes de hacer el Libro del Génesis era hacer una burla, una parodia de la historia de Adán y Eva. Pero luego la leí tal y como viene escrita en la Biblia, hice una lectura minuciosa y me di cuenta de que no había necesidad de satirizarla, de tan extraña y cautivadora que es. Lo único que necesitaba hacer era ilustrarla tal y como venía escrita, eso en sí mismo era ya una chifladura. Y eso no se había hecho nunca antes en forma de cómics. Todas las versiones previas en cómic que pude hallar se tomaban muchas libertades con respecto al texto original. Ponían a Adán a decir: “¡Cielos, Eva, espero que no haya bronca con Dios si nos comemos esta fruta!” Cosas así.
”Pero, no sé, probablemente en los años sesenta y setenta habría hecho la parodia irreverente, llena de atroces escenas sexuales: Eva chupando a la serpiente o alguna locura pornográfica de ese tipo. No lo sé, estaba tan bajo el influjo de las drogas psicodélicas en ese momento que de seguro le habría encontrado algún significado cósmico profundo a la historia que, ahora, en mi época vieja post–psicodélica no se me ocurriría.
—¿Usted se involucra en la discusión de cómics versus novela gráfica?
—El problema es que ese tema tiene que ver con economía y realidades industriales, porque sabemos que los editores que publicaron cómics alternativos durante años en Estados Unidos —como Fantagraphics, Last Gasp y algunos otros— hoy aseguran que ya no pueden vender esos viejos libros de cómics pasados de moda, así que te exigen que produzcas libros más grandes, y así es como éstos se convirtieron en novelas gráficas. Eso es lo que ellos dicen, yo no sé… no sé qué pensar al respecto. Es decir, a mí todavía me encanta el formato de cómic barato con el que crecí, el formato de cuando era niño; es tan atractivo. Me encantan los formatos baratos. Y ahora lo que ha pasado es que es un mundo diferente para los cómics, para las novelas gráficas; ahora hay un público más joven que se toma las cosas demasiado en serio. Mucho de esto es medio pretencioso. No estoy demasiado interesado en la mayoría de lo que hay. Como siempre, se trata del radio del veinte/ochenta por ciento: ochenta por ciento mediocre, veinte por ciento bueno. Este promedio parece aplicar más o menos en la mayoría de las áreas de la cultura humana: el arte, la música, el cine, la televisión, incluso la ciencia.
—¿Qué parte de su trabajo lo describe o lo define mejor? ¿Es Mr. Natural, el dibujo de Keep on Truckin’, los cuadernos de bocetos?
—No lo sé. Depende del futuro y lo que la gente reconozca como la parte más interesante de mi trabajo, porque, sí, tengo esta cantidad inmensa de cuadernos de bocetos, pero a lo que la mayoría le gusta son mis cómics, ¿sabes?, porque a la gente le gustan las historias. No les importa tanto el dibujo como las historias. A la mayoría, en todo caso. La gente visualmente astuta se encuentra en la categoría del veinte por ciento, según mi experiencia.
No estoy demasiado interesado en la mayoría de lo que hay. Como siempre, se trata del radio del veinte/ochenta por ciento: ochenta por ciento mediocre, veinte por ciento bueno. Este promedio parece aplicar más o menos en la mayoría de las áreas de la cultura humana: el arte, la música, el cine, la televisión, incluso la ciencia.
—Recuerdo una parte de Crumb, el documental de 1995 de Terry Zwigoff sobre usted en la que le está explicando a su hijo algo relacionado con el dibujo y él le dice: “Para ti es fácil porque eres rico y famoso”, y usted le responde: “No se trata de ser rico y famoso, sino de dibujar bien”.
—¿Esa plática pasó realmente? No nos recuerdo diciéndonos esas cosas, pero tomaré tu palabra. Pero, sí, dibujar no tiene nada que ver con hacer dinero, y tiene poco o nada que ver con si tu trabajo atrae la atención de la población en general. Son historias lo que buscan, buenas historias, bien contadas. Todos esos cuadernos de bocetos míos que han sido publicados venden muy poco, comparado con los cómics. Los cuadernos de bocetos atraen a una audiencia pequeña y especial. Dios los guarde, ésa es mi gente. En general, son cómics lo que la gente quiere ver, o más bien, leer. Es material de lectura para ellos. El Libro del Génesis Ilustrado vendió mucho mejor que cualquier cosa que haya publicado. ¡Mucho mejor, diez veces mejor, cincuenta veces mejor! Porque, ¿sabes qué? ¡Es la Biblia! ¡“La Más Grande Historia Jamás Contada” en sensacional y legible formato de cómic! Así es como funciona. ¿Quién lo iba a saber? Yo no tenía ni idea.
—¿Cuál fue el momento en el que descubrió que los cómics y el dibujo eran importantes para usted?
—Cuando estaba creciendo —nací en 1943— los cómics en Estados Unidos eran algo muy importante para los niños, para su entretenimiento. Así que, cuando era muy pequeño, cuando tenía seis o siete años, leíamos los cómics del Pato Donald y todos esos cómics de animales graciosos. Mi madre nos los traía a casa cuando iba de compras. La televisión comenzaba a introducirse y se volvió importante, pero los cómics fueron importantes hasta finales de los años cincuenta; después comenzaron a declinar como un medio dominante. Pero yo crecí con los cómics, y mi hermano mayor, Charles, estaba tan obsesionado con ellos y con dibujar caricaturas que, un poco, él me los metió. Él fue una gran influencia en mí. Cuando tenía siete u ocho años empecé a dibujar cómics. Hacíamos nuestros propios personajes e imitaciones de los cómics de animales graciosos.
—Así es como empieza uno, imitando el trabajo de otros.
—Sí, claro, por supuesto. Yo primero me volví loco por la MAD de Harvey Kurtzman, cuando tenía como catorce años. Me volví loco y me obsesioné con MAD, Humbug y demás. Contenían un trabajo muy bello y la sátira era maravillosa. Entonces comencé a hacer imitaciones de los cómics satíricos de Kurtzman. Fue una fase por la que atravesé. Justo antes de eso pasé por un periodo de obsesión por los cómics de Walt Kelly y traté de imitar su forma de trabajo. Eso fue cuando tenía doce o trece años.
—Jay Lynch y Skip Williamson fallecieron recientemente. ¿Qué recuerda de ellos?
—Jay Lynch era un personaje muy interesante. Para ser honesto, me parecía más interesante que su trabajo. Era un pensador muy original a su muy enloquecida manera. Era muy estimulante estar cerca de él. Skip Williamson no tanto. Y también estaba mi viejo amigo, Spain Rodriguez, quien murió en 2012, otra mente muy original, muy estimulante platicar con él. Tengo mucha admiración por su trabajo, es uno de los más grandes artistas de los primeros años de los llamados cómics “subterráneos”.
—¿Quiénes son los mejores a su parecer?
—Bueno, está mi esposa Aline. Creo que sus cómics son magníficos; hemos hecho todas estas colaboraciones así que, obviamente, tengo un gran respeto por su trabajo. Justin Green, quien ha sido muy poco apreciado. ¡Él es el mejor! Carol Tyler, la esposa de Justin, Joe Sacco, Dan Clowes, Bill Griffith… Ahora están Noah Van Sciver, Gabrielle Bell. Mi artista francés favorito es un tipo loco llamado David Sourdrille. Amo su trabajo. Está Phoebe Gloeckner… ¿conoces su trabajo?
—Sí, es magnífico. La entrevisté hace tiempo, ella estuvo viviendo en Ciudad Juárez, donde muchas mujeres fueron asesinadas y ella estaba realizando un gran proyecto al respecto.
—Sí, es sorprendente. Es una gran caricaturista. Hay un montón de gente, podría seguir y seguir.
II. Robert Crumb: Keep on truckin’
Nadie ha hecho jamás un cómic que haya cambiado el mundo, eso es seguro.
—R. Crumb
Robert Crumb es el mayor representante de los llamados “comix” (cómics underground) de Estados Unidos. Al lado de S. Clay Wilson, Spain Rodríguez, Gilbert Shelton y los recientemente fallecidos Jay Lynch y Skip Wiliamson, et al., Crumb contribuyó en la construcción de la estética alucinógena e hipersexualizada de los cómics sesenteros que se producían en Haight–Ashbury, la intersección ubicada en las calles de San Francisco y que fungió durante años como una especie de cuartel general de la contracultura y la gráfica subterránea estadounidense.
La génesis
Nacido el 30 de agosto de 1943, Robert Crumb es el segundo hijo de seis de una familia católica de Filadelfia. Sus otros hermanos son Charles Junior, Maxon, Carol y Sandra, y juntos son el epítome de la familia antisocial norteamericana. Esta última, con el tiempo, decidió alejarse del núcleo familiar, cansada del halo excéntrico de los Crumb.
Su padre, Charles V., fue marine y artista bélico, y por ello la familia entera cambiaba de residencia constantemente. Por su parte, su madre Beatrice había desarrollado una adicción a las anfetaminas que la mantenía en un estado que Robert describe como parecido al de los adictos al speed. Ambos, recuerda Robert, se lanzaban gritos y objetos constantemente, a tal grado que el padre trabajaba dos turnos para mantenerse alejado de casa.
Aunque los Crumb solían llevar a los niños a la iglesia, no eran muy estrictos con respecto a la religión, y un día Robert y sus hermanos decidieron no asistir más a la iglesia al darse cuenta de que el catolicismo era una falacia. Sus padres no se inmutaron ni insistieron, así que la familia entera dejó de ir a los sermones.
Desde pequeños los Crumb dieron muestras de encontrarse lejos de los convencionalismos. Charles, el mayor de la dinastía, se comportaba como un criminal, metiéndose constantemente en problemas con la autoridad. Igual que su madre, terminaría sus días empastillado, escribiendo y saliendo a la calle únicamente para pasear a su gato, al cual jalaba con una correa. Maxon, el más joven, también le acarrearía problemas a la familia. En la calle solía levantarle la falda a las chicas, costumbre por la que en repetidas ocasiones terminó en una celda y la que, con el paso del tiempo, dejó de interesarle. Después se volvió un fakir consumado. En Crumb, el documental de Terry Zwigoff de 1994, se puede apreciar uno de sus ejercicios físico–mentales, recostarse sobre una cama de clavos a los que les achata las puntas para evitar el dolor. Y es en las calles de Frisco donde lleva a cabo su mayor acto: tragarse un largo trozo de tela, el cual, tras un proceso de concentración y movimientos viscerales, sale expulsado por su ano. También ha desarrollado una carrera paralela a la de Robert dentro de la gráfica, aunque con menos reconocimiento.
Durante los años de infancia y adolescencia de los hermanos Crumb los títulos de superhéroes eran los que dominaban el mercado. Primordialmente Marvel, que atraía a nuevas generaciones de lectores, quienes devoraban las historietas creadas por Jack Kirby y Stan Lee. Charles y Robert, por su parte, preferían leer cómics humorísticos, como los de La Pequeña Lulú de John Stanley o el Pato Donald de Carl Barks. “Nunca me gustaron realmente los superhéroes, ni Charles ni yo estuvimos interesados en ellos. […] Nunca nos gustó Archie ni ninguna de esas cosas adolescentes. No fue sino hasta después cuando descubrimos [a la editorial] E. C. […] simplemente por el dibujo”. Los Crumb devoraban los títulos de horror y crimen que editaba William Gaines, así como la revista MAD, en su época dorada, con Harvey Kurtzman a la cabeza de un equipo que incluía a Jack Davis, Bill Elder y Wally Wood. Luego de hacer sus pininos tratando de emular esos cómics de animales graciosos, el primer cómic que Robert y Maxon produjeron y trataron de vender —llamado FOO— fue una reminiscencia de MAD.
Juventud desenfrenada
En la vasta producción de Crumb son comunes sus autorretratos en los que, haciendo un exacerbado uso del autoescarnio, deja muy clara su aberración hacia su propia figura. Ya entrado en la adolescencia sus calificaciones se desbarrancaban y las chicas lo iban aislando cada vez más y más, debido a su fealdad física y lo extraño de su figura. Era evidente su proclividad a vivir fuera de los valores de la sociedad. Esa tendencia a vivir como un misfit se lo achacaría por siempre a su familia. Su personalidad está moldeada a partir de los insanos parámetros de su origen genealógico. En su ostracismo, Crumb se acurrucó en la lectura de cómics y en sus bizarras fantasías psicosexuales. Desde los cinco años sentía una atracción sexual hacia la figura de Bugs Bunny. Los cómics del “conejo de la suerte” y las tiras cómicas de Popeye fueron la guarida en la que se sintió seguro, alejado del mundo exterior.
American Greetings
En 1963 Robert abandona el seno familiar y comienza a trabajar como freelance para American Greetings Corporation, compañía en donde comenzó realizando separaciones de color, hasta que se le permitió dibujar tarjetas de felicitación, así como una tira cómica llamada Roberta Smith, office girl, para el boletín de la compañía. Su jefe era ni más ni menos que Tom Wilson, creador de uno de los personajes más tetos de la historia de los funnies: Ziggy. Wilson lo forzaba a edulcorar sus dibujos y quitarle cualquier aspecto que considerara grotesco. Pero Crumb es difícil de amaestrar: “Allí fue donde me di cuenta de que nunca podría hacer una tira cómica tierna y adorable”.
Tras un año de trabajo, Crumb conoció a la que se convertirá en su primera esposa, Dana. Su padre alguna vez había pronosticado que el tímido y apocado Robert terminaría casándose con la primera mujer que se atravesara por su camino, y así fue. Con ella se estableció en Copenhague, pero pronto comenzó a extrañar el vertiginoso ritmo de vida de su país, así que regresó para continuar ilustrando tarjetas. Entonces, Terry Gilliam (conocido en ese momento por sus animaciones para Monty Python’s Flying Circus) laboraba en Help!, una revista similar a MAD, editada también por Harvey Kurtzman. Gilliam era asistente de Kurtzman y cuando decidió abandonar su trabajo en la revista pensó en Crumb para llevarlo a cabo. Para desgracia de Robert, la revista ya no duraría mucho. A pesar de la desaparición de Help!, Crumb continuó trabajando al lado de Kurtzman y fue testigo de su brinco al mundo comercial. Kurtzman ahora trabajaba para la Playboy de Hugh Hefner, donde publicaba el cómic porno soft Little Annie Fanny. Kurtzman era el ídolo de la infancia de Robert, pero en ese momento encarnaba también los logros artísticos que Crumb deseaba alcanzar. Era un excelente artista y su trabajo visionario habría de encender la mecha de muchos creadores que más tarde se unieron a las filas de las nuevas corrientes del cómic. Sin embargo, el cambio de vida y la entrada de Kurtzman al universo del jet–set impresionaron negativamente a Crumb y no volvió a ver a su guía espiritual con los mismos ojos. Cuando, en los años ochenta Michelle Urry, en ese entonces editora de caricatura de Playboy lo invitó a formar parte de las huestes de la revista, Crumb rechazó la oferta. “Básicamente por conocer a Harvey Kurtzman descubrí que tienes que tolerar mucha intromisión en tu trabajo, algo que yo no puedo soportar en mis cómics. Yo no podría aguantar que alguien delineara esto, y eso es lo que [Hugh Hefner] hace”.
Como sea, Crumb no cesaba en su intento por adherirse a las huestes de MAD, pero jamás logró hacerlo. Cansado de Nueva York regresó a Cleveland y fue allí en donde su desarrollo al centro de la cultura subterránea dio verdadero inicio, cultura que vivió y, al mismo tiempo, impulsó.
La semilla
Una vez en Cleveland Robert comenzó a consumir marihuana y LSD, droga, esta última, que su mujer conseguía gracias a la generosidad de sus amigos psiquiatras. Su intención al imbuirse en el mundo de los alucinógenos era tener visiones y alcanzar el significado de la vida. Muchos artistas usaban también el LSD y Crumb entró rápidamente en el medio hippie al encontrar puntos en común con ellos. En esos días sobrevivía con tres dólares al día y la droga siempre la recibió gratis. Crumb se encontraba en un proceso de experimentación y de sus alucinaciones nacieron algunos de sus personajes más célebres: Mr. Natural, Flakey Foont, Shuman the Human y Fritz the Cat.
Muchos artistas usaban también el LSD y Crumb entró rápidamente en el medio hippie al encontrar puntos en común con ellos. En esos días sobrevivía con tres dólares al día y la droga siempre la recibió gratis. Crumb se encontraba en un proceso de experimentación y de sus alucinaciones nacieron algunos de sus personajes más célebres: Mr. Natural, Flakey Foont, Shuman the Human y Fritz the Cat.
El verano del 67 vio la aparición de su publicación más emblemática, la que definió su papel como padrino de los comix, lo mismo como creador que como editor: Zap. La idea de editar esa revista brotó durante una noche de alcohol en la que Crumb le propuso el proyecto a Don Donahue. Zap no. 1 mostraba sólo trabajos de Crumb, pero más adelante también obra de otros artistas que estaban experimentando con la gráfica y las drogas: Victor Moscoso y Rick Griffin. Zap la vendía en las calles de Frisco al lado de su esposa: llenaban la carriola de su bebé con ejemplares y la ofrecían al público —igual que hacía Elvis con sus primeros acetatos, aunque sin carriola.
Aunque antes de Zap ya existían varias publicaciones underground la revista vino a significar una piedra angular que puso de cabeza el panorama de los cómics, subterráneos y no. En ese entonces los contenidos eran fuertemente vigilados y censurados. Crumb tenía las agallas de dibujar las situaciones más disparatadas y alejadas de la moral burguesa. En un dibujo llamado “La familia que se acuesta junta se mantiene junta”, una familia entera fornica entre sí: los papás lo hacen, pero los hermanos también sostienen una cópula incestuosa e incluso la niña más pequeña es penetrada por el perro. Muchas de sus historietas e ilustraciones incluyen escenas de sexo explícito y las pasiones más bajas, o por lo menos las más escondidas: felaciones, relaciones con niños, onanismo, fetichismo, orgías. Crumb hace añicos los falsos valores de la sociedad gringa, quizá más vulgar por su amor por el dinero y su obsesión por el estatus que por la práctica sexual. Sus fantasías eróticas por lo menos salían de una personalidad abierta y honestamente interesada por lo carnal. Crumb es, además, un masturbador compulsivo confeso. Su promiscuidad, su abierto desprecio por las feministas y el cinismo dominante en su trabajo no revelan nada que no forme parte de su propia personalidad. Pero son, a la vez que un reflejo de sí mismo, el de la sociedad en la que vive. Cuando las feministas lo tachaban de ser un misógino traumado por el sexo gracias a sus retratos de enormes amazonas que son poseídas por hombres debiluchos y enclenques como él, parcamente les daba la razón. Su trabajo es una copia fiel del mundo que habita, baste recordar que la mayoría de sus bocetos, y los cómics en que derivan, nacen primordialmente de lo que observa en la calle o mientras garabatea sentado en la mesa de un café.
Fritz the Cat
Gracias a la fama que acumulaba gradualmente, y en particular a la de uno de sus personajes, Fritz the Cat, Ralph Bakshi, cabecilla de Cavalier —una editorial para adultos que ya había publicado trabajo de su autoría— lo buscó con un proyecto en mente: realizar animaciones del personaje. Crumb jamás cedió los derechos para su realización, pero el filme fue realizado en 1972 aun sin su consentimiento. Hasta la fecha Crumb vive avergonzado de la película, a pesar de que, de una u otra forma, continúa abonando a la fama del dibujante, pues su éxito fue inusitado.
Esa fama se extendía al resto de su arte. Tal es el caso de Keep on truckin’, la frase que acuñó dentro de las páginas de Zap. De pronto la frase y el dibujo que la acompañaba comenzó a ser usada en playeras, botones y posters sin su permiso. Alan Morse, un abogado que pretendía abanderar los derechos de los artistas underground lo contactó y lo animó a entablar una demanda para recuperar el dinero que su uso arrojaba y del cual Robert no recibía ni un centavo. La pelea legal duró años y al final la corte decidió que tanto la frase como el personaje eran ya del dominio público y por lo tanto pertenecía al pueblo, resolución que dejó a Crumb endeudado con el fisco. Para pagar los 20 mil dólares que el ISR le exigía tuvo que vender su casa y gente que lo apreciaba organizó colectas a su favor. Una de las benefactoras de su causa llegó a ser la cantante Linda Ronstadt.
Los años setenta
Una vez recuperado de su debacle económica y ya separado de su esposa, Crumb volvió a trabajar en sus comix, ahora del brazo de Aline Kominski. En ese momento sus famosos cuadernos de bocetos comenzaron a ser publicados en Alemania, dándole un respiro a su bolsillo. Son los años setenta, época estéril en la que dejaría de dibujar por temporadas prolongadas. En esos años Crumb se concentró más en un proyecto en conjunto con su viejo amigo Terry Zwigoff. Con él compartía su gusto por el jazz viejo (el ragtime y los antiguos standards) y su frenética búsqueda de viejos acetatos con música de Dixieland y el Mississippi Delta Blues. A su lado creó The Cheap–suit Serenaders, conjunto de jazz, blues y ragtime —la música disco de principios del siglo pasado. Es su gusto por este tipo de música lo que encierra parte de su personalidad. Crumb puede haber representado la vanguardia de los años sesenta al retratar las partes más oscuras de la cultura anglosajona, pero en realidad es un viejo chapado a la antigua. Según la apreciación del historiador de los comix Des Skinn, Crumb representa “la sombra de los años cuarenta”. Crumb reniega del rock, a pesar de haber hecho la portada de Cheap Thrills, álbum de Big Brother & the Holding Company, banda liderada por Janis Joplin. En uno de sus cómics, llamado Where has it gone, the beautiful music of our grandparents?, hace pública su molestia por la música moderna. En él un iracundo Crumb exclama “¡Ustedes son una plaga! ¡Una maldición!” mientras aporrea a un chico con pinta de rockero. Del punk, por ejemplo, reconoce que tiene momentos interesantes, pero nada más. Se confiesa admirador de la música mexicana norteña, estilo que en ese entonces solía escuchar en los bares latinos y que era despreciado por los mismos mexicanos de California, quienes preferían escuchar la música del mariachi.
La moda del día
Con los años ochenta llega el momento más álgido en la sofisticación de su trabajo. Es entonces cuando comienza a editar Weirdo, revista que llegó a aglomerar a algunos de los dibujantes que más tarde harían explosión en la década de los noventa, la época intelectual del cómic subterráneo, como Peter Bagge (Hate, The Bradleys), y a la par comenzó a ilustrar trabajos mucho más complejos. Es cuando su dibujo alcanza niveles de virtuosismo más altos. Esa evolución se puede notar en la biografía ilustrada de Franz Kafka, escrita por David Zane Mairowitz, e igualmente en sus viñetas para los relatos urbanos de Charles Bukowski, de quien decía que era su escritor favorito. De Hank ilustró Bring me your love y There’s no business, dos pequeños volúmenes editados por Black Sparrow Press en donde la prosa rasposa de Bukowski y los obsesivos ashurados de Crumb conviven de manera perfecta.
Crumb reniega del rock, a pesar de haber hecho la portada de Cheap Thrills, álbum de Big Brother & the Holding Company, banda liderada por Janis Joplin. En uno de sus cómics, llamado Where has it gone, the beautiful music of our grandparents?, hace pública su molestia por la música moderna. En él un iracundo Crumb exclama “¡Ustedes son una plaga! ¡Una maldición!” mientras aporrea a un chico con pinta de rockero.
La aparición de la revista se da en medio de una profunda crisis en el medio underground. A finales de los setenta y principios de los ochenta sólo sobrevivían unas cuantas editoriales —como Kitchen Sink, Last Gasp y Rip Off— y existían pocas publicaciones de ese corte. Entre ellas, RAW, la magnífica revista de Art Spiegelman y Françoise Mouly, sofisticada y vanguardista, como oposición a la tradición de revistas subterráneas, de factura y contenidos menos cuidados.
En las páginas de Weirdo se pueden leer algunos de sus trabajos más elaborados en forma y fondo. De entrada, el diseño de las portadas era similar al de Humbug, de Harvey Kurtzman. “Disfruté dibujando esas [portadas]. Estaba compitiendo con Kurtzman; quería que fueran tan buenas como las primeras portadas de MAD y Humbug”, explicaba Crumb.
Allí se publican trabajos como Psychopathia Sexualis, basado en los reportes clínicos del doctor vienés R. Von Krafft–Ebing, en donde se retratan las desviaciones sexuales más brutales e inimaginables.
Aquí su obra finalmente toca los puntos de su idea del arte y el ser humano: su obsesión por alcanzar elevados niveles en el dibujo y el sexo como su centro creador. De esta etapa es recordada Mode O’Day, uno de sus personajes contemporáneos y que refleja fielmente la frivolidad de la década que autores de la época, como Paul Rudnick en Enfermedad Social, han retratado tan bien.
Su estética y su discurso eran ya demasiado refinados incluso para los liberales progresistas. Unos cuantos años antes, en 1977, había declinado ya una oferta del popular show Saturday Night Live para aparecer como conductor. Igualmente, American Greetings, queriendo aprovechar su creciente fama, pretendió reeditar las tarjetas que había diseñado años atrás, ahora con su firma. Crumb no aceptó. Para mediados de la década era tan popular que la revista People le dedicaba artículos enteros y la BBC de Londres realizó un documental sobre su vida. Pero “Ser famoso puede hacer que quieras cometer suicidio”, explica al respecto. “Es difícil de explicar si nunca has pasado por esta experiencia, porque tienes que ser verdaderamente duro para sobrevivir si eres famoso. Por eso muchas celebridades beben hasta morirse y toman un montón de drogas. […] Te preguntas: ‘¿Para qué vivo? ¿Qué saco de esto?’ No es divertido.”
Los años noventa
El punto más álgido no llegaría sino hasta 1994, año en el que su amigo Zwigoff (director también de Ghost World, Bad Santa filmara otro documental aún más cercano a su persona y su extraña familia —exceptuando a Carol, quien no quiso aparecer en el filme—. En la película, llamada simplemente Crumb, el foco de atención es, en realidad, Charles, su hermano, que al no poder ser enviado a una institución psiquiátrica por falta de recursos fue medicado con fuertes dosis de drogas aletargantes cuyo efecto se puede apreciar en pantalla, en donde balbucea sus anécdotas infantiles mientras aparecen los abigarrados ensayos gráficos que era capaz de elaborar. Robert muestra a la cámara un cómic de su autoría que comienza con el diseño tradicional de una página de historieta —paneles, dibujos y globos de diálogo— pero que repentinamente empieza a degenerar en un paisaje barroco lleno únicamente de palabras. Si, como apuntaba Burroughs, la palabra es un virus, el mayor de los Crumb estaba invadido por él. Charles terminaría suicidándose poco después del término de la grabación. Algunos críticos quedaron en shock por la naturaleza cruda y directa de la película pues resulta una cruda exhibición de atrocidades. Mientras que en la obra de Ballard esas atrocidades están encarnadas en el cuerpo del ser humano, aquí el horror tiene un apellido: Crumb. Como recuerda Robert: “Me odian. Piensan que soy un bicho asqueroso”.
Pero Crumb es odiado y adorado a la vez. Fantagraphics, la editorial seminal del arte secuencial alternativo, ha sido la casa en donde se ha publicado el grueso de su extensa obra: editó sus obras completas y continúa dando salida a sus proyectos más recientes, como Art & Beauty. En las listas que la editorial encabezada por Gary Groth publicó sobre las cien mejores obras del arte secuencial se encuentra el trabajo de Robert, y sobre todo el tomo 15 de The complete Crumb comics, justamente el que abarca su trabajo ochentero. Los lectores lo siguen buscando y es su extravagancia la que fascina. “Personalmente”, explica sobre su trabajo, “pienso que mi trabajo es tan bueno o tal vez mejor de lo que fue [en el pasado], pero no se encuentra precisamente en la cresta de la ola de la imaginación popular como lo estuvo en ese entonces. No creo que eso haga que un trabajo sea magnífico o no, ni nada por el estilo. Garfield es muy popular. Pienso yo que es una mierda, pero es muy popular. No tengo conocimiento de que la popularidad y la calidad tengan necesariamente algo que ver una con la otra”.
Es también el ejemplo más retorcido del típico nerd: su look es el del cerebro del salón, pero en su cabeza guarda los pensamientos y obcecaciones del estadounidense promedio. Cansado del American way of life ha hecho de Francia su nueva guarida. La base de la gráfica alternativa contemporánea está en Crumb. Y es una mancha casi imposible de eliminar. ®