El arte tiene distintos principios de manifestación y eso produce diferencias entre las artes. Si no hubiera diferencias en sus orígenes todas las artes se reducirían a una.
1. Sobre la verdad del arte
El arte es, como lenguaje, una verdad, o una realidad, puesto que, con él, el artista puede expresar lo que desee. Otra cosa es la verdad o la mentira del artista.
Hay dos aspectos que no se deben confundir, qué dice el artista y cómo lo dice —con un lenguaje objetivo o con uno subjetivo. Si el cómo es capaz de expresar el qué, el arte es una verdad. Y, por otra parte, si el arte fuera una mentira ¿por qué habría arte, es que querríamos engañarnos?
Nietzsche decía que el hombre debía ser artista de su propia vida, pero para hacerla soportable. En ese caso Nietzsche hablaba de la mentira del arte dándole un sentido utilitarista, no hablaba del arte en cuanto lenguaje y tampoco dando una definición sino un uso.
2. ¿Qué, cómo y por qué?
En la conferencia de E. H. Gombrich “Sobre la interpretación de la obra de arte. El qué, el por qué y el cómo” trata cuestiones que no se pueden dejar de aclarar. En ella dice que hay tres cuestiones sobre la obra de arte, qué, por qué y cómo, aunque no explica adecuadamente la relación de esos términos con el contenido que nos ofrece.
2.1. Qué
Al tratar del qué debemos tener en cuenta que no nos habla de qué es arte, habla de qué es la obra de arte, en concreto, de la diferencia entre la obra de arte, la copia y la falsificación. Pero ésa no es una cuestión que aclare nada de la teoría del arte. La teoría del arte debe partir de la existencia de las obras de arte.
2.2. Por qué
Cuando pregunta por qué el conferenciante habla de por qué la obra posee tal forma y nos dice que la historia del arte es la historia del progreso de la técnica de la representación. Pero ni es cierto que el arte haya progresado siempre, pues hay periodos de retroceso, ni la cuestión técnica logra explicar el sentido del arte ni el sentido del arte en cada época. El perfeccionamiento de las técnicas de representación nada dice de qué se hace sino de cómo se hace la obra con los nuevos elementos y técnicas constructivas; plantear eso es como pensar que un texto, por estar escrito a máquina, es mejor que otro escrito a mano. ¿Sabe este autor de qué habla cuando trata del arte? ¿Cómo es que nadie ha advertido este burdo error de conceptos? ¿Y dónde están esos sabios para corregirle? ¿Será que no son tan sabios o que son cómplices de la falsificación social de la verdad? El escritor se queda en la superficie, se distrae —y os distrae— con la apariencia y evita tratar de la esencia. Pero, bien mirado ¿para qué mayor esfuerzo, para qué la verdad, si esta sociedad se conforma con el error que no es capaz de advertir? El mundo comulga con ruedas de molino, si las ofrece un sabio, y hasta con los molinos.
Afirmar que la historia del arte es la historia de la evolución de las técnicas de representación es no ver la importancia de los estilos en la constitución del arte ni la existencia de una causa que los genera. Si el arte sólo fuera técnica la humanidad se hubiera limitado a perfeccionar el estilo “Altamira”, pues ninguna necesidad habría, según esa teoría, de crear otros estilos. ¿Por qué, entonces, el arte griego, el románico, el gótico…? ¿Por qué el latín se trasformó en italiano, español, portugués y francés? ¿Es que “padre” supone un progreso respecto de “pater”? La teoría de Gombrich tampoco explica por qué no evolucionó el latín en todas partes de la misma forma.
2.3. Cómo
Antes de tratar de la tercera cuestión conviene recordar a ese respecto que ese autor considera que hay artistas y obras de arte pero no arte, que es algo así como afirmar que hay filósofos y libros de filosofía pero no existe la filosofía. Un exceso de razón nos lleva a la irracionalidad, un juego que se permite a los poderosos, que tienen la capacidad de establecer la verdad social aunque no coincida con las deducciones de la buena lógica, en ese mundo en el que la honestidad ha quedado sustituida por la fuerza. Éste es el tipo de elucubraciones que la sociedad permite elaborar a los individuos institucionalizados para que se pueda admirar el traje del emperador. El más allá de lo real lleva a lo surreal.
Y, ya entrando en la cuestión del cómo, es cuando el autor plantea la cuestión principal, qué es el arte, y lo hace para decir que no hay respuesta, en perfecta coherencia con sus otras afirmaciones:
[los críticos pudieron] transmitirnos aquellos aspectos que más les gustaron (…). No creo que nadie pueda aportar algo mejor.
Pero el arte no es la única realidad que no puede ser descrita.
Pero, hasta en su expresión se equivoca. El arte puede ser descrito, cualquiera puede describir una cosa. Lo que quería expresar Gombrich es que a los sabios les resulta imposible darnos una definición del arte. Éste es el poder de los poderosos, el de forzar la interpretación de los hechos hasta donde les convenga. El pensador convence a toda la humanidad de que eso a lo que se le pide respuesta no existe, y él mismo se acaba por convencer de que, si él no puede encontrar razones para explicar qué es el arte, es que no las hay. Pero razones, como meigas, haylas. Eso demuestra la poca fe que merecen los sabios. La misma fe a la que recurre un hombre que, por otra parte, rechaza creencias no demostradas, como que el arte es la expresión de su tiempo, y nos dice que no hay contradicción entre estas posturas (negar teorías ajenas por carecer de razones y decir que entiende la valoración del arte como una cuestión de fe). Lo realmente increíble no es su error, pues todo el mundo tiene derecho a equivocarse, pero no el mundo, porque lo incomprensible es el respeto que la sociedad ha concedido a sus palabras.
3. La verdad de ellos
Acerca de las vanguardias acierta sólo en decir que las vanguardias son cientifistas. Pero ya reconoce que no sabe de qué va eso. Aunque resulta que tampoco sabe de qué va lo otro (el arte anterior).
El arte existe, luego, el arte es una cosa que se tiene que poder definir. Si ellos no lo han hecho es debido a sus limitaciones para conocer pero piensan que, por su cargo y título, pueden llegar a saber (a diferencia del comprender) lo que es una cosa intuitiva, como es el arte, sólo mediante la razón.
Quien se guíe por las teorías de los sabios no llegará a conocer el origen y la definición del arte. Como todo el mundo sabe, los sabios nos dicen: Arte es lo que llamamos arte, el arte no se puede definir, el arte apareció en 1400, hay artistas pero no arte... y que cada cual piense si su intuición le dice si estas supuestas definiciones, que poseen una apariencia racional, son verdaderas o falsas. Pero quien haya caído en las redes de la lógica o del poder de las instituciones está perdido. Perdido en cuanto conocedor, pero tendrá una existencia pacífica y feliz en el mundo social de las imposiciones de los poderosos que le darán una medallita por la sumisión y el respeto que muestren hacia sus cargos y a sus personas.
4. El código de la representación artística
La cuestión de los códigos nos lleva a la cuestión del origen del arte. En un libro hay que distinguir el relato del lenguaje. En la literatura, el código son las palabras. En la pintura hay que distinguir la representación de la forma de realizarla. Así, se entenderá que el código de la imagen, cuando lo que se busca es la explicación del origen del arte, ha de estar en la forma de hacer la representación, y el código del pintor es la forma de ejecución: dibujo, pintura…; plana, con perspectiva…; mural, mueble…; románico, gótico…; figurativo, abstracto… Lo contrario, buscar el código en lo representado en lugar de buscarlo en la forma de ejecutarlo, supone analizar el relato y no el lenguaje del relato, lo que nos llevaría al estudio del concepto plasmado y a la visión objetiva del contenido explícito. En pintura, el contenido profundo (lenguaje) se produce mediante la subjetivación de la forma, y el contenido explícito (relato) es el que se muestra en el tema y se produce por la subjetividad en el tratamiento que se le da, pudiendo presentarse desde valores universales hasta meros intereses particulares.
El arte tiene distintos principios de manifestación y eso produce diferencias entre las artes. Si no hubiera diferencias en sus orígenes todas las artes se reducirían a una.
La consecuencia de ello es que debemos mirar y estudiar cada arte de una forma particular. Si nos fijamos en uno de los aspectos del arte podremos ver que, por ejemplo, en la pintura, los elementos artísticos (línea, color y forma) son simultáneos (para formar la figura). En la música, los elementos (notas) son sucesivos (para crear la melodía). En el baile, las posturas son evoluciones (para producir la danza). En la literatura, su peculiaridad consiste en la posibilidad que tiene de narrar hechos de momentos diferentes. En este caso, el tiempo de la narración se distingue del tiempo de lo narrado, que no se desarrolla ni de forma lineal ni uniforme ya que el relato puede dar saltos en los dos sentidos temporales y detenerse en unos periodos más que en otros.
Pero, además, pintamos porque tenemos brazos; cantamos porque tenemos boca; bailamos porque tenemos pies, y escribimos porque pensamos. Y, más aún, si tenemos brazos, pies, boca y cabeza es por la necesidad de manifestar unas determinadas capacidades que se mostrarán de forma espontánea y biológica o de forma deliberada, ya sea objetiva o subjetiva (como hemos visto en la primera parte). Hasta quienes niegan la existencia del arte asumen la existencia de las artes, aunque no parecen haber dado importancia al hecho ni mostrado un interés por resolverlo porque parece que es una cuestión menos importante que la de analizar la esencia del arte y los aspectos de su manifestación.
En el arte, qué y cómo (un qué y un cómo distintos de los que plantea Gombrich) son cosas distintas. Los sabios, desconociendo el origen del cómo, se centran en el qué y nos hablan, por ejemplo, de la corrosión artística o del progreso de la representación, algo accidental en la obra. En el arte la forma es producto de la subjetivación de los medios artísticos, y el contenido es el que muestra la subjetividad del artista en el tratamiento del tema expuesto, en el que se fijan los ideólogos políticos disfrazados de pensadores profundos con la intención de dirigir la actividad del artista y la percepción del público. ®
Véase El arte como lenguaje.