Pierre Escalle, director de la Compañía de Boleo, y su esposa, Hélene, vivieron en Santa Rosalía de 1886 a 1889. De sus cartas a familiares suyos en Francia seleccionamos las siguientes observaciones sobre los yaquis, también pioneros de la empresa como fuerza de trabajo.
Los yaquis eran “enganchados” por contratistas de la compañía minera en Guaymas, Sonora, donde eran concentrados como prisioneros de la guerra del gobierno de Porfirio Díaz contra ellos.
Sus condiciones de vida en Santa Rosalía eran muy precarias pero mejores que las que padecían en Sonora. Recibían 80 centavos de dólar por jornada de diez horas, pagados en provisiones, tenían atención médica y, como se desprende de las cartas,* los devotos esposos Escalle les tuvieron consideración especial.
Carta de Pierre Escalle a su hija Suzanne, Santa Rosalía, 10 de abril, 1886
“Ahora estoy en contacto por correspondencia con don Bartholomé, obispo de Sonora, para contar con el cura de Guaymas, quien es uno de mis nuevos amigos, para que venga un domingo a decir misa y a bautizar a la pequeña Plat y a todos los hijos de los indígenas que no estén bautizados…
”Parece que todos los yaquis vendrán a la misa con mujeres e hijos. A manera de música habrá danzas indígenas al pie del altar que haré construir al borde de la veranda [del Hotel Francés] […] Haré tomar fotografías, te prometo una.”
Pierre Escalle a Suzanne, 27 de junio, 1886
“El cura de Mulegé estuvo de paso […] Aquí hizo 16 bautizos, permaneció cinco días hospedado en el hotel y comiendo en nuestra mesa […] Las damas adornaron una pieza grande, se ofició misa a las nueve, había mucha gente en la capilla y en sus alrededores. Los yaquis vinieron a danzar después de la misa, mientras el cura bautizaba. Era muy original, pero lo que resaltaba era el aire de devoción de todos, incluidos los danzantes […]
”…el 24 de junio, en ocasión de San Juan, fiesta de los yaquis, tuvimos una muy sencilla ceremonia y bonita ceremonia: la colocación de la primera piedra de la gran chimenea de la fundición…”
Hélene Escalle a Suzanne, 3 de enero, 1887
“La comida se ensombreció por un accidente en un horno [de la fundición] y se tornó completamente triste cuando el capitán del puerto nos hizo el lamentable relato de la situación de un centenar de indios, sus mujeres y niños casi exánimes sobre la cubierta del Korrigan y que no podían desembarcar por la furia del mar. Tu padre fue hacia allá al instante, ordenando transportar a estos infelices, diciendo que si caían al mar, él se encargaría de sacarlos. Inmediatamente los señores hicieron una cadena para pasarse de mano en mano a estas especies de momias negras que apenas tenían apariencia humana, ya que su desnutrición y desnudez eran extremas.
”Estos pobres indios se habían refugiado en una isla desierta para escapar a los horrores de la guerra. Después de seis meses, con sus escasas provisiones agotadas, no podían sino morir de hambre.
Estos pobres indios se habían refugiado en una isla desierta para escapar a los horrores de la guerra. Después de seis meses, con sus escasas provisiones agotadas, no podían sino morir de hambre.
”El Gobernador General había pedido prestado el Korrigan a la Compañía del Boleo para ir en busca de ellos. El señor Vaillé seleccionó a todos aquellos que le parecían sanos y los contrató para la mina de Providencia. Algunos murieron a bordo a consecuencia de sus privaciones; otros creían que se les había embarcado para arrojarlos al mar. Y pese a la horrorosa tempestad que los despojaba de todo sentimiento de sobrevivencia, se interrogaban unos a otros para saber si su final había llegado.
”Con qué mirada tierna agradecieron cuando se les desembarcó y se les puso en el vagón para Providencia, donde Monsieur Brahy [superintendente de la mina] se las ingenió para procurarles alimentación y vestido. Las mujeres no tenían más que harapos y los niños absolutamente nada, pero todos tenían una medalla o un escapulario. Yvonne [hija de siete años de los Escalle] fue a verlos con Monsieur y Madame Lehman pero yo no he tenido el valor de hacerlo.”
Hélene Escalle a su hijo Jean, 15 de enero, 1887
[Relato de un viaje a Soledad]
“…Mientras los señores iban a sus ocupaciones, nosotros dimos la vuelta por el supuesto pueblo con Yvonne. No puedo explicarte cuánto me he interesado por la novedad de mis observaciones. ¡Ver gentes tan felices en esta pobreza es una lección de moral! Los hombres visten camisa corta y pantalón blanco con un gran sombrero y un zarape que les sirve también de cobija por la noche. Las mujeres visten un sencillo vestido de india, rosa, azul o blanco, sus dos trenzas colgantes, los pies desnudos. Los más pequeños no llevan más que camisa.
”Construyen rápido sus casas. Recogen las piedras más grandes que la montaña provee en abundancia, las disponen en círculo, unas encima de otras hasta la altura de un metro; ramas y un cuero de res como tejado; dos piedras en un rincón forman el fogón, un petate en otro rincón sobre el suelo, he aquí la cama de la familia.
Los hombres visten camisa corta y pantalón blanco con un gran sombrero y un zarape que les sirve también de cobija por la noche. Las mujeres visten un sencillo vestido de india, rosa, azul o blanco, sus dos trenzas colgantes, los pies desnudos.
”La ocupación principal de las mujeres es hacer tortillas, el pan cotidiano de los indígenas; una gran piedra plana les sirve para moler el maíz con otra más pequeña, la cual mojan sin cesar. Cuando la pasta está hecha, la ponen sobre una lámina ondulada y cuando toma la textura del pan, la retiran. Entonces se le da forma de plato y se cuece. Yo jamás había visto hacer la tortilla. También me extasié frente a la joven que las hacía con tanta sencillez y de buena gana, y quien con sus dos pequeñas manos negras emblanquecidas, nos ofreció graciosamente un pedazo. Se lo agradecí mucho en español y le expresamos nuestro mayor agradecimiento.
”Los señores volvieron pronto y tomaron su parte en la tortilla (que yo no había podido comer) y juntos continuamos nuestro interesante estudio de costumbres. Nos complacimos en contemplar esta raza india que vive en aparente salvajismo. ¡Las mujeres en especial tienen una extrema dulzura y mucho candor! Todos quieren mucho a sus hijos y ¡no maltratan a ningún animal! Son muy hospitalarios y caritativos aunque no posean nada.”
Carta de Hélene Escalle a su hijo Jean, 28 de enero, 1887
[Relato de excursión a Cerro Verde en mula]
“Llegamos a la primera campanada de misa, antes que el tren que llevaba a algunas personas de la colonia [francesa]. El altar había sido decorado por mujeres indias, a su gusto, un poco pagano a mi parecer, muchos moños de tela sujetos con alfileres sobre sábanas blancas eran el fondo del altar, otros tantos espejos de diferentes tamaños que habían logrado juntar, grabados de todas clases y al fin, en lugar de la cruz, una pequeña muñeca con un gran sombrero y una especie de abrigo azul, la cual representaba a un peregrino, que no era otro que San Antonio de Padua. Jamás hubiera reconocido a mi santo favorito en esa vestimenta.
”¡Al fin! Felizmente que la fe salva! Y la actitud de esta raza india que la tiene hasta el fanatismo, inspira mucho más que las ceremonias extrañas y los sermones huecos de estos curas de ocasión. El de este cura fue sobre el ayuno y la abstinencia. ¡Para estos pobres yaquis que no comen más que tortilla de maíz y unos pocos frijoles! Comprendí el sermón [en español] de principio a fin, pero no estoy bromeando sobre el cura. Lo felicité por su desenvoltura al bautizar en círculo a estos quince pequeños, mezcla de blancos y cafés, como la totalidad de la tribu.
”Después de la misa hubo una danza religiosa, seis indios ejecutaron pasos y gestos cuya cadencia es guiada por el talón; llevan una especie de cabeza de animal sobre sus propias cabezas, una camisa muy blanca, un pantalón resplandeciente y un cinturón rojo y negro; siguen el ritmo golpeando con la mano derecha una calabaza llena de semillas, ejecutando una música monótona, menos agradable y rítmica que la de los violines hechos también por ellos; con la otra mano sostienen una especie de carcaj hecho con una decena de plumas de gallo de todos colores; cuando giran el carcaj, lo hacen muy bien. Me interesó mucho esta danza, una verdadera sorpresa. Conservo un gran recuerdo de mi misa en Cerro Verde.”
Hélene Escalle a Suzanne, 12 de abril, 1887
“He estado muy ocupada toda la semana confeccionando camisas para los pequeños indios, puestos en observación muy cerca de nosotros, en el llano; son familias donde ha habido casos de viruela negra, se les ha aislado para evitar el contagio. Los pequeñuelos estaban casi desnudos, y tu padre, que los visita casi todos los días, me ha suplicado hacerles camisas rápidamente. Las he cortado junto con Madame Lehman y las llevamos a Madmaoiselle Balland, que mucho nos ha ayudado con su máquina […]
”La semana pasada no hubo más novedad que un paseo a Cerro Verde [y] como el ingeniero San Miguel vino a comer con nosotros, le dije que aprovecharíamos su buena compañía para llevar los vestidos que confeccioné para una pobre familia india […] Llegados al pueblo, más bien a las chozas de los indios, fuimos en busca de la pequeña muchacha que me interesaba; ella estaba lejos recogiendo leña […] y cuando llegó tuve el inaudito placer de ponerle una blusa y un faldón de su talla. Sus pobres piernas negruzcas y flacas estaban heladas por la brisa de la noche y estaba tan feliz con su faldón, el cual mostraba con gestos coquetos; en cuanto al bebé que ella tenía en sus brazos, estaba todo desnudo y cubierto por el rebozo de su hermanita y ¡tenía miedo que le pusiera su camisa! pero al fin logré ponérsela.
He estado muy ocupada toda la semana confeccionando camisas para los pequeños indios, puestos en observación muy cerca de nosotros, en el llano; son familias donde ha habido casos de viruela negra, se les ha aislado para evitar el contagio.
”La semana pasada tejí mucho, ¡lo que me ha impedido seguir en detalle las fiestas religiosas de los yaquis! Estas ceremonias fueron perfectamente descritas por tu padre el año pasado. No obstante, jamás hubiera podido hacerme una idea de la fe tan viva de esta religión ¡tan primitiva en su aspecto! Me sentí penetrada hasta el fondo de mi alma y jamás había orado con tanto fervor a los pies del bello Cristo que tu padre hizo traer desde Boston para ellos.
”El jueves por la noche fuimos los nueve con Monsieur Brahy, la señora Dato y nuestros dos hijos a hacer la adoración. Una luna de plata iluminaba esta escena fervorosa y poética. El contraste con las decoraciones era sobrecogedor, tanto que regresé muy impresionada.
”Con la señora Dato partimos a las cinco y nos sucedieron muchas aventuras. Mi silla de montar, mal colocada, arriesgaba de tal manera mi seguridad que la señora Dato, después de desmontar, fue en busca de un joven y magnífico mexicano experto en caballos, quien vino a ajustar y colocar mi montura sobre el animal. Esperábamos llegar de un tirón pero nuestras mulas, al topar con una manada de reses mostrencas reservadas para la carnicería, se detuvieron y se rehusaron a avanzar hasta que pasó el peligro.
”Monsieur Brahy, naturalmente, nos esperaba con la cena y nos acompañó hasta la diez de la noche. Luego, el Viernes Santo, cuando sus ocupaciones lo llevaron a Santa Rosalía, lo esperamos para comer junto con los señores Haas y Santallier, quienes no teniendo pensión comen muy mal en sus casas. Volví a Providencia con Yvonne y Monsieur Brahy. Cenamos de lo más mexicano […]
”Entonces los cuatro reanudamos el peregrinaje a la capilla, remontando al llano sobre el que estaba la construcción enramada, en la cual hombres y mujeres persistían en su actitud de recogimiento y penitencia ¡con los pies desnudos!, el cabello despeinado y cantando con una voz lastimera al son de una chirimía que simulaba con dos notas tristes ¡el lamento de la virgen!
Al regresar a la capilla, todo mundo retomó su lugar, cantando u orando; los pobres niñitos dormían solos afuera a cielo abierto; los veladores de reemplazo aguardaban del otro lado del llano. Vimos también a Judas, colocado sobre una estaca, un curioso muñeco rellenado con pólvora.
”Fue entonces cuando el Cristo fue bajado de la cruz y acostado en una cama blanca recubierta bajo una especie de dosel con todas las exiguas riquezas de la tribu. A nuestro arribo se organizó la procesión; seis angelitos de piel oscura pero vestidos completamente de blanco, con el cabello arreglado como cuerdas de ébano, portaban el lecho de Cristo, la cruz era cargada por el patriarca, acompañado por la gente que cantaba un salmo doliente, mientras que unos payasos, representando el papel de los malos espíritus, buscaban distraer a los angelitos con una infinidad de gestos infantiles y graciosos que, pese a su extravagancia, no hacían sonreír a los fieles.
”Al regresar a la capilla, todo mundo retomó su lugar, cantando u orando; los pobres niñitos dormían solos afuera a cielo abierto; los veladores de reemplazo aguardaban del otro lado del llano. Vimos también a Judas, colocado sobre una estaca, un curioso muñeco rellenado con pólvora, que sería hecho estallar el sábado por la mañana. Todo esto lo contemplamos con tu padre, quien presidió nuestra caravana. La señora Dato nos acompañó siempre bien dispuesta.
”No te he contado la fiesta del sábado ¡la impresión majestuosa del día anterior! La danza de los matachines es algo monótona, completamente salvaje y primitiva, más feria que fiesta religiosa. Se lanzaban cohetes que aterrorizaron a Yvonne y Federico [hijo pequeño del matrimonio Dato].
“Después de mi travesía en mula sentí que me cocía bajo un sol de fuego [y] luego me sentí helada. Una vez que oramos y depositamos nuestras piastras en ofrenda, regresamos de prisa. Sufrí una dolorosa migraña que me obligó a acostarme por la tarde. ¡Conservaré siempre el recuerdo de una Semana Santa que pocas personas han experimentado! ¡Todo lo que se pueda contar al respecto no podría describir exactamente tan extraño espectáculo!”
Hélene Escalle a su hermana Sophie, 13 de abril, 1887
“… relato las fiestas religiosas de los indios. Me agrada repetirlo. Ya hemos leído el interesante relato que Pierre [Escalle] nos hizo el año pasado.
”Solamente me las arreglo para ver esto a mi manera, con mis propios ojos. Verdaderamente he quedado muy impresionada por la viva fe de esta religión. ¡Tan primitiva y tan ferviente! Y luego todo esto tan curioso e imposible de describir sino presenciándolo. He pasado toda la semana para hacer la segunda camisa de batista [lienzo fino] […] he estado muy solitaria, ya que Madame Lehman se puso muy nerviosa y no quiero exponerme a una crisis, y recrear todo lo que he visto sin su compañía […]”
[En la ramada de los yaquis en Providencia]
“Permanecimos a distancia, besamos los pies de Cristo, depositamos nuestras piastras y partimos. Pero el campo de los indios presentaba un aspecto de lo más singular; por un lado, los veladores nocturnos, sentados a la turca, con su zarape a la espalda, sus perros echados junto a ellos, del otro lado los largos durmientes [dispuestos como bancas], y un poco más lejos un fardo con todos los puñales y pistolas, ya que esos cuatro días son como una tregua don Dios, no se pelea ni se bebe [mezcal], ni se trabaja. El campo estaba marcado por la bandera con los colores mexicanos, coronada por una cruz. De regreso no dejamos de expresar a Monsieur Brahy los diversos sentimientos que nos había dejado esta agradable velada […]
La danza india es más primitiva, menos original: los indios, semidesnudos, se fajan cascabeles de serpiente en la cintura, sombreros con grandes conchas y portan cuernos de venado, imitando una cacería; su música consiste en golpear rítmicamente una calabaza seca.
”El sábado por la mañana fuimos con Pierre, la señora Dato y los niños a cantar Gloria y ver estallar a Judas, que esta vez tenía una vestimenta menos ofensiva a la vista de nuestra nacionalidad. Aprecié menos esta ceremonia bulliciosa que la de oración y penitencia. Encontré monótona la danza de los matachines (matador de chinos). La danza india es más primitiva, menos original: los indios, semidesnudos, se fajan cascabeles de serpiente en la cintura, sombreros con grandes conchas y portan cuernos de venado, imitando una cacería; su música consiste en golpear rítmicamente una calabaza seca. Hacía un calor intenso […] y no pude quedarme en la capilla para gran escándalo de los indios ¡que creyeron que los despreciaba! Afortunadamente la señora Dato se encargó de explicarles […] estuve tan cansada que me metí a la cama y dormí toda la tarde del sábado santo.” ®
* Mario Cuevas Arámburo y Juan Manuel Romero Gil, Una mirada de mujer sobre el mineral El Boleo: las cartas de Hélenne Escalle, 1886–1889, La Paz, BCS: Archivo Histórico Pablo L. Martínez, 2018, 126 pp.