El mar a menudo es la tumba de nosotros los marinos, pero ¿que se trague a tu mujer y a tus tres hijos y no volverlos a ver? ¡Por mi alma! Me sumergí tres veces y corté los aparejos a cuchilladas [para rescatarlos] pero ya no estaban allí. Traducción, edición y notas de Ramón Cota Meza
El naufragio de la Sara
Edouard Cumenge
Contaré la cosa llanamente: con estas historias uno se expone a estropear su efecto si las cuenta en un tono demasiado fuerte; el drama es bastante negro de por sí. He aquí los hechos: la Sara navegaba de un pequeño puerto a otro en el Golfo de Cortez. [Era] una especie de balandra, bien aparejada, mal cubierta, con aforo de veinte barriles; en un palabra, un barco bien puesto en el agua.
Conocía yo un poco la estirpe de esos valientes pescadores de perlas,1 en cuyo rostro se dibuja la energía. Un buen amigo2 abordó sin temor en el puerto de Mulegé, donde se pescaban perlas bajo su mando. A veces nada nos impide apresurar el fin de nuestros días, [y] mi amigo [abordó] sin preocuparse por el peligro, sin temor a naufragar.
Él conocía bien el mar Bermejo, que dormita casi todo el tiempo como un hermoso lago, pero que a veces se encabrita en verano, cuando los ciclones azotan con furia por cualquier lado. Mas [pareció no preocuparse por] los relámpagos y la nube oscura de un chubasco que se aproximaba desde la costa opuesta. Y la Sara se fue a la deriva con el patrón, su esposa y tres hijos, cinco tripulantes, mi amigo y el bote lleno hasta el borde de corteza de torote.3 Los detalles son precisos, no invento. Ahora dejaré que hable el maestre, el desafortunado sobreviviente que me hizo saber todo:
“Viramos en redondo, todo en orden a bordo: mi esposa y mis hijos en las literas de las portas, y don Eustaquio en la pequeña lancha de popa, donde había hecho su litera. Una primera ráfaga de viento hizo tambalear la nave y la inclinó pero el timonel la enderezó [pero una segunda ráfaga la volcó].
”El mar a menudo es la tumba de nosotros los marinos, pero ¿que se trague a tu mujer y a tus tres hijos y no volverlos a ver? ¡Por mi alma! Me sumergí tres veces y corté los aparejos a cuchilladas [para rescatarlos] pero ya no estaban allí. Vi una forma humana negra que flotaba; puedes creerme, agarré el cuerpo del pobre Eustaquio y, con ayuda de mis marineros, lo pusimos sobre la quilla resbaladiza del barco. Todos ellos se habían salvado, como buenos buzos que son. Eustaquio era valiente y dejó a cinco niños huérfanos, lo lloramos al arrojar su cuerpo a los tiburones… Ya no sufriría más. ¡Esta es la historia del apuesto caballero que conocimos!
”Así que éramos seis cuerpos escurriendo agua sobre la quilla de la pobre Sara que flotaba a la deriva, preguntándonos si sobreviviríamos. Cada mañana todo era hambre, sed, miseria, y el pensamiento constante de que la tierra estaba muy lejos.
”Tenía mi cuchillo a la mano y lo arrojé al agua. ¿Por qué, señor, por qué? Porque cuando el hambre te da retortijones, te enfureces. En los ojos de mis compañeros vi que mi gesto había sido entendido. Nueve días sobre esa quilla, ¿comprendes? Nueve días mientras la sed te deseca y el sol te asa.
”El cielo se apiadó de nosotros: una bandada de tortugas se acercó al bote y como que intentaban subir a bordo: las tomamos con la mano. Recordé haber visto unos pedazos de vidrio en la popa. ¡Al agua, a bucear!, ordené a mis hombres. Destazamos las tortugas con los pedazos de vidrio y su sangre calmó nuestra hambre.
”Al sexto día, uno de mis hombres gritó: ¡Tierra! Había enloquecido, pues la tierra estaba muy lejos, pero él arrancó unas tablas del bote, las amarró como pudo y se arrojó al agua. Otro compañero, [contagiado] por la alucinación del primero, se arrojó también. Como a cien metros los vimos luchar con un cardumen de tiburones que los sacudían violentamente en medio de una mancha de sangre.
”Al noveno día ¡Barco a la vista! Lo reconocimos en el acto: ¡era el Refugio! Pero resultó casi peor, pues el Refugio también iba a la deriva y sólo llevaba unos cuantos litros de agua para beber. Compartimos como buenos marineros pero nos advirtieron: esto alcanza sólo para tres días y podríamos salvarnos si es que la tierra no está muy lejos. Desgracia tras desgracia. Usted lo sabe, señor, cuánta gente ha muerto de sed y hambre en estas áridas mesetas, donde algunos de nosotros han servido de guías.
”Pero abrigábamos una esperanza y nos dijimos: los franceses nos salvarán. No los amamos porque se llevan nuestra riqueza, disculpe usted, señor, pero el Korrigan es un barco del golfo para nosotros.
”Al doceavo día vimos una columna de humo que anunciaba el barco en la distancia, enfilando directo hacia nosotros. ¡El Korrigan salvador, viva el Korrigan!
”Mas yo me he quedado solo, sin mujer, sin hijos y sin bote, el cual escora a la deriva, tal es su destino, como el de mi corazón.”
—11 de septiembre, 1887.
Tomado de Cuentos en negro y cuentos en azul, de Edouard Cumenge, puesto en Facebook por Javier Cota. La foto de Eustaquio Valle fue proporcionada por su descendiente Gamaliel Valle Hamburgo. ®
Notas
1 Se refiere a los yaquis, que eran empleados como buzos por los pescadores de perlas en el Golfo de California.
2 Eustaquio Valle, precursor de la explotación de cobre del Boleo. Después de traspasar su concesión a la Compagnie du Boléo se dedicó a la pesca de perlas en Mulegé.
3 De uso medicinal.