Nuestro lado del infierno

La experiencia cultural de la violencia

Evitamos, en el estilo de Hannah Arendt, fabricar monstruos o villanos de cuentos. El cuerpo policiaco que terminó con la vida de Giovanni López y de George Floyd tienen nombres, apellidos y domicilios, y son capaces de rendir cuentas.

Feminicidios en América Latina, al alza. Foto © Diario El Correo.

En ambos extremos del Atlántico se puede contar o vivir lo mismo, pero nunca guarda el mismo sabor. Podemos preservar ídolos que representan lo mismo en diferentes lados del mundo. Un ídolo en el que pienso actualmente es Virginie Despentes en Francia.

Despentes, como Houellebecq, se venden hasta en los supermercados y sus libros forman parte de accesorios indispensables según el personaje que uno fabrica para sí mismo. El feminismo europeo ve a Despentes como un ídolo esencial: la exprostituta y víctima de violación que escribe desde la violencia contra la mujer, el cruel universo de las drogas y el punk. Se puede leer King kong théorie o Fóllame para dar cuenta de la imagen de una feminista no académica que reivindica el trabajo sexual, invita a reflexionar sobre la experiencia de la violación y la marginalización de la mujer en los medios culturales. Incontables son las veces en las que uno escucha “leer King kong théorie me cambió la vida” u “ojalá todos los hombres leyeran King kong théorie y pudieran comprender lo que es la violación”. Así nacen y se reparten los ídolos.

Personalmente, uno no necesita que le cuenten sobre acoso sexual y violación. Como mexicano queer en un país europeo pierdo la cuenta de las veces en las que he sufrido de acoso sexual con violencia en la calle, tentativas de violación, discriminación por parte de vecinos y desconocidos, racismo, etc. Pero estas experiencias no son parte de un concurso de sufrimiento, de quién puede cumplir mejor el papel de la víctima. Casi paradójicamente la experiencia de la violencia es un evento privado y personal que uno vive solo; pero sobrellevar el trauma, romper con los lazos y agentes que lo propician e intentar evitar la violencia a futuro son acciones que no dependen de uno solo. La responsabilidad es compartida, mas no universal.

El imaginario francés florece en los departamentos de las grandes ciudades, en la experiencia del asco interno y sobre todo en los discursos proustianos que llenan miles de páginas de textos autobiográficos. Los autores de Europa central y occidental parecen satisfacerse de la experiencia propia para escribir y comunicar; a los mexicanos, y a los latinos generalmente, nos va más una realidad que es mucho más grande, ruda y grotesca y que aun sin vivirla en piel propia sentimos que nos pertenece individualmente.

Cualquier mexicano pudo haber pensado en escribir Temporada de huracanes, Las muertas, La fila india o Balún Canán en el sentido en que cualquiera pudo haber abierto el periódico o un libro sobre el tema y retratar la violencia cotidiana del norte del país, las imágenes dantescas que regalan el gobierno y el narcotráfico a las primeras planas de los periódicos o la discriminación y la injusticia que siempre han vivido las comunidades indígenas en el sur de México. Por azar y genio son Melchor, Ortuño, Ibargüengoitia y Castellanos quienes narraron estos escenarios y situaciones que se viven todos los días en la república. Podemos leerlos y sentir que toda la realidad, desde Tijuana hasta la península maya, nos pertenece. Hacemos siempre nuestro ese sentimiento de ver en redes la foto de otra niña con el mensaje “Ayúdanos a encontrarla”, compartir la publicación y tres días después, en la mayoría de los casos, saber que su cuerpo fue encontrado en los bordes de alguna carretera. Eso es sólo un ejemplo de muchos.

Podemos leerlos y sentir que toda la realidad, desde Tijuana hasta la península maya, nos pertenece. Hacemos siempre nuestro ese sentimiento de ver en redes la foto de otra niña con el mensaje “Ayúdanos a encontrarla”, compartir la publicación y tres días después, en la mayoría de los casos, saber que su cuerpo fue encontrado en los bordes de alguna carretera.

Las recientes manifestaciones contra la violencia racial y los abusos por parte de las fuerzas del orden en Estados Unidos después del asesinato de George Floyd en Mineápolis inspiraron una ola de movimientos sociales a lo largo del mundo. Lo que uno se pregunta es si el racismo de un lado de la frontera es el mismo que del otro. George Floyd fue asesinado el lunes 25 de mayo de 2020. Durante esa semana en Guadalajara se organizaron varias manifestaciones contra la violencia policíaca después de que se mediatizara el asesinato de Giovanni López por parte de la policía municipal de Ixtlahuacán de los Membrillos. Giovanni López murió el 4 de mayo y hasta tres semanas después, cuando se viralizó el movimiento contra la violencia policiaca y Black Lives Matter (BLM) en todos los rincones del planeta, la población civil mexicana salió a las calles para exigir justicia por Giovanni y decenas de otras víctimas del abuso y la violencia ejercidas por los cuerpos policiacos y militares.

Si los grupos de lucha social retomaron el caso de Giovanni López en México fue por puro azar y conveniencia de tiempos, pues el caso Floyd en Estados Unidos sirve no sólo para viralizar la lucha contra la violencia policiaca en otros países, como México, sino también para servirse del poder de las redes sociales, donde todos son uno, y exigir justicia para nuestras incontables víctimas. No es de ver con malos ojos la conveniencia de utilizar un caso extranjero para propulsar uno doméstico. De otra manera Giovanni López hubiera sido uno más de los que mueren en silencio y sin hashtags a manos del crimen organizado y no organizado y los cuerpos policiacos a lo largo y ancho de la república.

Durante las marchas anti–policía y por la justicia de Giovanni en México se replicó en redes la lucha antirracista y anticlasismo. Se recordó que en México también hay racismo, que somos clasistas y que en los pueblos los indígenas son tratados como ciudadanos de segunda. Este último debate ha salido a la luz frente al proyecto del presidente López Obrador de construir un corredor férreo en el sur de país con el propósito fomentar el crecimiento económico y social en esa región. De un lado la oposición al proyecto se plantea ecologista y socialmente liberal, afirman que el proyecto no cumple con las evaluaciones ambientales necesarias y que los pueblos que habitan en las cercanías del proyecto no han sido consultados. Los que se manifiestan en pro del proyecto replican que éste es necesario puesto que comunicaría y fomentaría el comercio y el turismo en zonas históricamente abandonadas y aisladas del resto del país.

El racismo, el clasismo y la discriminación indígena existen en México, pero, contrario a lo que muchos internautas afirman, no son problemas hermanos a lo que se vive en Estados Unidos. Podemos apropiarnos fácilmente la discriminación indígena porque es un mal que se ve y del que se habla. En México se ha olvidado a los pueblos indígenas pero no existió nunca un mecanismo de exterminio y genocidio de esos pueblos como pasó con nuestros vecinos del norte. Sin embargo, como lo menciona Álvaro de la Fuente, experto en racismo de Harvard:

El racismo y la discriminación adoptan formas diferentes, maneras diferentes en los distintos países. El racismo puede expresarse de formas distintas. Pero a estas alturas hay que decir que el viejo sueño de que América Latina es menos racista que Estados Unidos, o que el racismo estadounidense es peor que el de América Latina, es simplemente falso.1

De la Fuente poco habla de México y concentra sus comentarios en Brasil, Colombia o Argentina, sin embargo, menciona que “el clasismo en América Latina tiene color”. Esta relación es quizá fundamental para poder visualizar y hablar del racismo propio a los mexicanos de color. El clasismo y el racismo son problemas difíciles, mas no imposibles de describir y caracterizar en nuestra lengua y con nuestro propio contexto y cultura. Nuestro racismo y clasismo se materializa, por ejemplo, en términos que usamos comúnmente: negrito, negro, moreno, etc., en la valorización estética que otorgamos a los distintos tonos de piel, en los porcentajes de éxito profesional y académico de gente morena contra gente de tez clara. Lo que parece un error es pensar que afirmar el racismo y el clasismo en México nos permite hablar de ellos como hablamos del racismo en otros países del mundo.

Marcos González Díaz hizo en BBC Mundo una monografía2 de lo que se vivió en México a través de redes sociales con respecto a la cuestión de comparar el racismo mexicano con el racismo estadounidense. Entre la exposición de micro–racismos, la normalización de actitudes clasistas y la falta de diversidad en medios mexicanos se puede ver claramente un collage que expresa un profundo retrato de la cruel realidad racial en nuestro país. El artículo de González Díaz resalta tuits que demarcan a México del país vecino por el hecho que Juárez fue presidente e indígena a mitad del siglo XIX, por el hecho que en México no se dio el fenómeno de la esclavitud como el sur estadounidense ni hubo necesidad de un movimiento de derechos civiles para denunciar el racismo sistemático. El problema de esta postura es la intención de limpiar nuestra cultura al exaltarla frente a la historia vecina. Son dos falacias distintas afirmar que México no es tan racista como otros países y traducir problemas extranjeros a una realidad como la nuestra. El racismo, el clasismo y la violencia tienen los mismos nombres aquí y del otro lado del mundo, pero radicalmente no se trata de las mismas mecánicas de poder, ni de las mismas víctimas. Consecuentemente no pueden ser resueltos de la misma manera.

El racismo, el clasismo y la violencia tienen los mismos nombres aquí y del otro lado del mundo, pero radicalmente no se trata de las mismas mecánicas de poder, ni de las mismas víctimas. Consecuentemente no pueden ser resueltos de la misma manera.

Más allá de la metafísica de los conceptos y las luchas universales, los problemas que compartimos como comunidad pueden ser fácilmente caracterizados dentro del lenguaje que nos es propio, con símbolos y términos propios al problema mismo. Los términos de “patriarcado” o “capitalismo”, si bien han sido conceptos prácticos para teorizar y generalizar la realidad social e histórica de una multiplicidad de fenómenos, no parecen ser útiles al momento de armar y pensar soluciones a esos problemas. Buscar solucionar los males históricos del patriarcado o del capitalismo no solamente vuelve imposible el diálogo sobre las problemáticas particulares sino que pone frente a nosotros un obstáculo para resolver estas problemáticas de manera sensata: con educación y políticas públicas.

Caracterizar e individualizar las luchas sociales humaniza a las víctimas y revela la piel humana de quienes perpetúan los horrores en nuestra sociedad. Hablar, por ejemplo, de violaciones a niñas menores de edad en cierto estado de México, asesinatos de mujeres trans en situación de calle o padres solteros víctimas de violencia y chantaje emocional en tribunales mexicanos, materializa las víctimas, los contextos sociales y dota de realidad la posibilidad de resolución, castigo y prevención. Evitamos, en el estilo de Hannah Arendt, fabricar monstruos o villanos de cuentos. El cuerpo policiaco que terminó con la vida de Giovanni López y de George Floyd tienen nombres, apellidos y domicilios, y son capaces de rendir cuentas.

Tratar con la violencia racial, policial, gubernamental, la discriminación, los feminicidios, la violencia contra la mujer, la violencia contra la comunidad queer, la lucha por los derechos indígenas debe ser un asunto propio, tanto individual como cultural. Si bien la solidaridad entre países, pueblos y colectivos es necesaria y benéfica, hace falta poder hablar de nuestros problemas, de apropiarnos la violencia que se vive en nuestras propias comunidades y buscar soluciones e inspiración más allá de los ídolos y las luchas extranjeras. Black Lives Matter en Estados Unidos, el feminismo y los movimientos de lucha en Francia son, por ejemplo, fuerzas culturales ya establecidas que ponen en marcha las dinámicas sociales en sus propios contextos para poder hablar y tratar problemáticas específicas. En México apenas nace esa cultura propia de dar voz a sus propias víctimas, de tratar la violencia por lo que es y por lo que provoca y no por lo que significa en un universo más abstracto que real. ®

Notas
1 Álvaro de la Fuente, en Arturo Wallace, “Muerte de George Floyd. ‘La idea de que América Latina es menos racista que EE.UU. es falsa’: Alejandro de la Fuente, experto en racismo de Harvard”. BBC News Mundo, 4 de junio de 2020.
2 Marcos González Díaz, “Racismo en México: cómo la muerte de George Floyd desató en el país un debate ‘del que nadie quiere hablar’”. BBC News Mundo, 5 de junio de 2020.

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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