Las mujeres y el periodismo de los hombres

Invisibles desde adentro hacia afuera

¿Cómo esperamos que los reporteros y los editores adviertan la diferencia entre “se murió” y “la asesinaron”? ¿Cuándo encontraremos más mujeres como fuentes consultadas, columnistas y expertas en temas diversos que como víctimas de la nota roja?

Los medios tienen coberturas machistas, los ángulos son tendenciosos, las verdades se cuentan a medias, los titulares no reflejan la realidad y todo lo que parezca feminista queda fuera. Hasta aquí, ninguna novedad.

La cobertura sobre violencias de género en México deja mucho que desear en los medios tradicionales, en los que la información es un bien público que de público a veces no tiene mucho y de plural definitivamente nada si se tiene en cuenta que en México 51% de la población es del sexo femenino y las agendas constantemente niegan las violencias particulares que vivimos las mujeres y que, por ende, niegan nuestras realidades: 51% de las realidades.

El programa Libertad de Expresión y Género de Comunicación e Información de la Mujer (CIMAC) ha contabilizado 898 agresiones contra mujeres periodistas en México de 2002 a junio de 2020; de las cuales 77% corresponden a amenazas, desprestigio de la labor periodística y hostigamiento.

Frecuentemente se nos dice que el periodismo no milita. Que se reportea y denuncia o se hace activismo, pero la utópica idea de la objetividad periodística queda rápidamente desmentida al analizar el uso del lenguaje y la desviación del fondo de la cuestión que constantemente podemos observar en las notas referentes a cualquier asunto que tenga que ver con el atropello de nuestros derechos.

Desde el nada inocente ni espontáneo cambio de palabras en el que pareciera que “muerta” y “asesinada” son lo mismo, pasando por los detalles innecesarios sobre las vidas de víctimas utilizados para intentar excusar sus asesinatos —como la gran diferencia de edades que Ingrid Escamilla tenía con su pareja que le quitó la vida—, o la vestimenta, la hora y el estado de Mara Castilla cuando fue violada y asesinada por el chofer de un servicio de transporte, hasta la adjetivación negativa que se emplea para hablar de las marchas y manifestaciones que estallan con cada feminicidio que se vuelve viral, cuando los medios se afanan por contabilizar los cristales rotos pero dejan de lado las diez mujeres que son asesinadas al día. Si a cifras vamos, la violencia nos ha arrebatado de forma violenta más vidas que cristales.

En este sexenio, hasta junio de 2020 se tenían documentados 271 casos de violencia contra mujeres periodistas, es decir, una periodista violentada cada dos días.

Si eso pasa con la cobertura de crisis y crímenes de lesa humanidad, qué decir sobre la falta de inclusión de temas sobre acceso a nuestros derechos humanos, sobre educación, trabajo, profesión, familia, representatividad; sobre problemas y posibles soluciones.

Sería sencillo pensar que se requieren nuevas guías de estilo, capacitaciones y documentación que les permita generar mejores reflejos de la realidad, pero lo cierto es que el problema va un poco más allá.

Los medios efectivamente no están reflejando lo que sucede afuera, porque están reflejando lo que sucede ahí adentro, donde se ve a sus reporteras jóvenes como niñas —no mujeres— a las que hay que enseñar y, peor aún, “foguear”; a quienes hay que intimidar, alburear y mirar lascivamente, porque esa es la industria a la nos vamos a enfrentar allá afuera. ¿Allá afuera o aquí adentro, donde me piden que defina mi planificación familiar antes de ocupar un puesto en la redacción? ¿Allá afuera o aquí adentro, en donde desde la primera entrevista de trabajo se me dice que el medio es feminista pero que prefieren no dar espacio a sus controvertidas historias? ¿O aquí, donde los comentarios sobre el físico y la vestimenta son para romper el hielo, no para acosar ni intimidar?

Es ahí adentro en donde, militantes de su propio concepto de feminismo, se naturaliza el hostigamiento y el acoso; en donde la que quiere ser periodista aprende a aguantarse porque si no aguanta no tiene lo que se necesita, no nació para esto.

¿Cómo esperamos que los reporteros y los editores adviertan la diferencia entre “se murió” y “la asesinaron”? ¿Cuándo encontraremos más mujeres como fuentes consultadas, columnistas y expertas en temas diversos que como víctimas de la nota roja? ¿Cómo cambiaremos estos vicios y ángulos de abordaje si, por dentro, tienen tan determinado cuáles y hasta dónde tienen libertades y derechos sus propias colegas?

¿De verdad creemos que va a llegar el punto en el que podamos ver una correcta reconstrucción del feminicidio si la empatía con sus colegas, a las que ven todos los días, es todavía tan mítica y lejana?

¿En realidad llegará el día en que podamos obtener análisis profundos sobre las realidades y problemáticas por las que atravesamos? ¿Cuando podamos reconocernos a través de sus relatos y emocionarnos con las soluciones y miradas novedosas que nos plantean? Suena imposible de creer para un medio que tacha automáticamente todo lo que suene a feminismo con la excusa de defender y salvaguardar al periodismo de las ideologías.

Mientras se le rehuya y exista una resistencia a todo lo que involucre lucha por los derechos de la mitad de la población mexicana y se siga oscureciendo el verdadero problema de derechos con la ridícula reducción del debate feminista a pintas de monumentos y ventanas rotas, las mujeres seguiremos ejerciendo puestos y colándonos en industrias que no están dispuestas a tratarnos como lo que somos: personas dignas, capaces de ejercer y dirigir.

Mientras no se elimine la negativa automática que se tiene cuando estos temas saltan a la esfera pública seguiremos viendo titulares sesgados, piezas que no nos representan; sobre todo, seguiremos siendo la fuerza invisible de un medio en el que trabajamos más, asumimos los mayores riesgos y aguantamos más maltratos, y que aun así vigila más por bien de sus anunciantes que por el de sus reporteras y audiencias femeninas.

Parte de nuestro trabajo como reporteras es manejar el hostigamiento, y una industria que se codea con el machismo pierde su capacidad de denunciarlo.

Al contexto de violencia generalizada en el que se ejerce el periodismo en México —uno de los países más peligrosos del mundo para la profesión— a las mujeres se les suman las agresiones particulares del género (acoso, hostigamiento, desprestigio, cuestionamiento de su labor, tratos inadecuados, etc). La falta de reconocimiento de estos hechos por parte de los medios y la falta de solidaridad de los propios compañeros generan una invisibilidad que las deja solas ante este lacerante problema.

Como reporteras, incursionamos en el medio a veces sabiendo más sobre cómo salir bien libradas que sobre la misma redacción y tratamiento de la nota. Con esto no quiero desestimar la bien intencionada labor de quienes nos advierten de un reportero mano larga, de un jefe de comunicación social volado o un colega misógino, porque a final de cuentas nuestra integridad va de por medio y, como novatas, es preferible saberlo por oídas que por experiencias, pero tampoco podemos negar que no es natural enseñar a la nueva reportera a esquivar acosos en lugar de enseñar al compañero a respetarlas.

Con una cerrazón hermética a la discusión de estos temas centrales del feminismo y una naturalización del hostigamiento como parte del ambiente laboral —naturalización que hasta podría caer en derrotismo ante la falsa creencia de que las cosas así han sido siempre y no van a cambiar—, la capacidad de análisis y denuncia seguirá viéndose mermada.

¿Cómo denunciar lo que pasó allá afuera si es algo que también pasa aquí dentro? ¿Cómo problematizamos algo que estamos tan convencidos de que es inherente a la sociedad? Y para muestra, los titulares; para muestra, las notas que menosprecian las violencias que vivimos. Mujeres invisibles desde adentro hacia afuera.

¿No sería más lógico enseñar a los hombres a respetar a las reporteras y a los directivos a no poner sobre la mesa las vidas reproductivas de sus empleadas, en lugar de enseñar a las mujeres a sortear las incomodidades, dar explicaciones sobre sus vidas personales y enseñarlas a asumir un trato que no merecen? Porque sí, pedirle a una reportera que tolere tratos machistas en una sala de prensa es pedirle que asuma un papel que no tiene; que acepte un trato que no merece recibir.

¿No sería más natural pensar que quien “no tuvo lo que se necesita para aguantar este oficio” o que “no nació para esto” es precisamente aquel incapaz de comprender, analizar y aproximarse a un movimiento histórico sin descalificarlo automáticamente sólo por el color verde o lila de sus pañuelos? Porque, de ser así, efectivamente no todos nacieron para el periodismo. ®

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Publicado en: Medios

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