Jelgava, de Janis Jonevs, el metal literario de Letonia

Entrevista a Sidharta Ochoa

¿Qué pasaba en Letonia en los años noventa? Sobre todo entre los jóvenes. En esta novela su autor cuenta la historia de un adolescente nerd que se da cuenta de que “de repente había toda una multitud de nosotros que odiábamos a los que tenían éxito y que idolatraban a los condenados”.

Janis Jonevs.

Jelgava es una importante ciudad de Letonia, que antes fue una república socialista soviética y está por cumplir treinta años de recuperar su independencia en una década en la que muchos de sus jóvenes disfrutaron del rock, como en tantas otras partes del mundo.

Acerca de aquellos tiempos en que el antiguo heavy metal sufrió diversas transformaciones y cómo fue una suerte de guía para los jóvenes, el escritor letón Janis Jonevs publicó su novela Jelgava, en la que relata las andanzas que vive un joven para ampliar su mundo y desarrollarse acompañado por aquella música. Es la historia de un adolescente nerd que se da cuenta de que “de repente había toda una multitud de nosotros (no, no una multitud, éramos los pocos fuera de la multitud) que odiábamos a los que tenían éxito y que idolatraban a los condenados”.

Esa novela es de las escasas obras de lengua letona que han llegado al español, en este caso por Casa Editorial Abismos apenas el año pasado. Sobre esa novela, que obtuvo el Premio de Literatura de la Unión Europea, conversamos con la directora del sello editorial, Sidharta Ochoa.

—¿Por qué publicar hoy una novela como Jelgava, de Janis Jonevs, un autor letón que ha sido Premio de Literatura de la Unión Europea?

—Hace dos años adquirí los derechos de algunas obras durante la Feria Internacional del Libro de Fráncfort, uno de los cuales fue Jelgava 94, que es el nombre completo del libro. Había una necesidad de la editorial de publicar autores extranjeros; me interesaba enriquecer las novedades con traducciones, sobre todo de lenguas que no tienen tanta proyección en México y que no son hegemónicas como el inglés, el francés y el italiano.

La historia me interesaba porque es la de los millennials que ya somos adultos, y está contextualizada en un hecho histórico que es la música heavy metal de los años noventa en Letonia.

Letonia es una pequeña república que fue invadida varias veces y que en los años noventa logró su independencia. Es una novela histórica que cumplía con los aspectos que me interesaban para el catálogo. La novela, efectivamente, ha sido reconocida con el Premio de Literatura de la Unión Europea, y me parece una propuesta interesante y arriesgada porque el letón es un idioma poco conocido, tanto que a ese país lo confunden frecuentemente con Lituania.

—¿Cómo hallaste a Jonevs? ¿Cuándo lo leíste?

—Fue una coincidencia muy rara porque cuando fuimos a Fráncfort todos los mexicanos nos juntábamos para comer y para salir, pero un día me quedé sin batería en el celular y permanecí en la feria hasta que cerraron. Me quedé haciendo scouting en todos los stands. Conocí a la agente de Janis, quien vive en Italia y trabaja para el Estado letón, y comenzamos a platicar. Fuimos al stand de Letonia y me dijo que estaban discutiendo Latinoamérica; le dije que yo soy mexicana y editora, por lo que enseñó el catálogo, de donde me interesaron tres: el primero ya lo editamos, Polvo en el reloj de arena, de Arno Jundze, la primera novela traducida del letón al español, y Jonavs es la segunda. La tercera es una autora que aún no está claro si la vamos a publicar, pero al menos ya tenemos dos novelas del letón en el catálogo.

—¿Qué te llamó la atención de Jonevs?

—A veces esto es un problema: darse cuenta de qué premios tiene un libro, aunque hay libros buenos que no tienen premios. A mí me interesaba uno que tuviera cierto reconocimiento, más porque es un país muy pequeño y no hay una tradición literaria de él que podamos reconocer en Latinoamérica. Entonces fue el premio y la identificación generacional que tuve con Janis: fui en los años noventa a la escuela, conocí a estos ídolos del grunge y del heavy metal, todos nos traumamos con el suicidio de Kurt Cobain, etcétera.

La historia gira en torno de estos antihéroes, de los que está llena mi generación.

—Es una novela que empieza justamente con Cobain y después habla del desarrollo de diversas formas del metal, los conciertos, etcétera. ¿Cuál es el peso de la música en ella?, ¿hay casos parecidos en México?

—Tengo un amigo que es un melómano y dos que se dedican a la música, y todos están de acuerdo en que estoy más sorda que una tapia. No tengo cultura musical y no sé por qué; me quise instruir en ese sentido pero realmente me cuesta mucho trabajo conectar con la música y voy más sobre la letra.

Es interesante que cuando en la novela se menciona alguna canción, yo la recordara a pesar de que nunca fui una gran fanática de la música. Además, él recupera las letras (que se dejaron en su idioma original, el inglés, para no hacer el oso de traducirlas).

Es una literatura que está buscando una identidad nacional. Es muy reciente: estamos hablando que el alfabeto letón, tal y como lo conocemos, se instituyó apenas en el siglo XX, a pesar de que era la lengua que se hablaba desde antes.

La historia se teje a través de lo que el personaje va reconociendo como nuevas experiencias musicales y cómo eso le da un estatus, aunque era como el gran perdedor, que no era popular con las chavas, pero que tenía amigos extraños en la escuela que le hacen bullying. Lo redime la música.

En México el caso que se me viene a la mente es Rogelio Flores, que escribe más sobre la década de los ochenta y que teje sus historias mediante la música contracultural que después se volvió popular.

—En la novela, para el personaje la música es una vía hacia el conocimiento: descubre la contracultura, el alcohol, las drogas y el sexo a través de ella.

—Eso es algo que comenté mucho con la traductora y con la correctora de estilo: decíamos que los personajes, a pesar de que son superrebeldes y se oponen a lo que dicen el mainstream y la cultura dominante, son muy inocentes. Se emborrachan y les gusta la mariguana, pero es la historia de un descubrimiento pueril en el que no hay maldad ni perversión ni una objetivación de la gente. Se trata de una época hasta cierto punto muy pura.

La traductora fue punk, y claro que le evocaban muchas de las canciones y de los momentos de la novela, y nos reíamos de eso. Es una vía de conocimiento y también el signo de una época que ya se terminó, y a lo mejor ahora eso ya no es tan puro. Ahora ya no sé cómo podemos definir la contracultura; es complejo porque ahora todo es al margen y no hay un centro definido al cual oponerse.

Eso es lo que se me hace curioso de la novela: cómo narra a través de la música.

—Hay algunas frases del personaje: “Odiábamos a los que tenían éxito y amábamos a los condenados”, o que él y sus amigos habían recuperado, mediante la música, experiencias y su derecho a ser malos. Busca la otredad, dice el personaje, como vía de salvación.

—Eso me puso a pensar. Hace unos días dije: ¿qué ídolos había para mi generación? Y encontré muchas cosas de mí misma. Nosotros veíamos constantemente a esos tipos que venían de la clase obrera, que no querían verse bonitos, que no tenían esa aspiración estética sino que entre peor se vieran y estuvieran más al margen de lo que es la sociedad, definían una identidad. Eso me explicó muchas cosas de mi vida personal. Una amiga me dijo: “Eso era”. Al ver unos videos de los años noventa, eso era reivindicar la figura del perdedor que desconfía de los valores tradicionales porque no le parecen interesantes y le dan asco, y empieza esta curiosidad casi infantil.

El personaje de Jegava es un chavo que crece, y el último capítulo (no se lo voy a arruinar al lector) es la parte que me pareció más emocionante, cuando ya es el adulto que se piensa cuando tenía ideales, pero que de repente ya es aquello que criticó.

—¿Qué podemos encontrar de esta experiencia juvenil desarrollada en un país tan lejano a México, en muchos sentidos, como Letonia?

—A veces pareciera que no estamos hablando de un país tan lejano. Es un país de Europa del Este ocupado por los soviéticos durante muchos años, desde la Segunda Guerra Mundial hasta los años noventa.

Esta novela se sitúa entre 1994 y finales de esa década, cuando Letonia se independizó de la Unión Soviética. Apenas en 1991 había retomado el letón como su idioma nacional. Cuando estaba la ocupación soviética el letón era hablado por 65 por ciento de la población porque llegó mucha migración de otras repúblicas soviéticas, y había una hegemonía rusa.

La primera novela que publicamos de Letonia, Polvo en el reloj de arena, es un mamotreto de 400 páginas que fue traducido directamente por la única traductora en Latinoamérica del letón, Agnija Anca, quien vive en Puebla. Pero Jelgava fue traducida del inglés al español. Yo pude revisar la versión del inglés británico, que es muy neutro, por lo que fue relativamente fácil revisarla.

Es una literatura que está buscando una identidad nacional. Es muy reciente: estamos hablando que el alfabeto letón, tal y como lo conocemos, se instituyó apenas en el siglo XX, a pesar de que era la lengua que se hablaba desde antes. Es una lengua que, comparada con el español, apenas surge; estamos hablando de siglos de diferencia, de una lengua institucionalizada.

En un primer momento parece algo tan ajeno como una república soviética, pero que es una novela cercana porque todos conocemos la música de la que está hablando, sabemos quién fue Kurt Cobain, por ejemplo. Creo que también habla de la identidad del joven global, del millennial tan criticado en redes.

Yo pertenezco a esa generación, y ya estamos siendo más adultos. Esta identidad es globalizada y es común a todo el mundo Eso es muy interesante.

—Para el libro de Jonevs, ¿cuáles fueron los problemas que tuvieron que sortear en la traducción?

—La primera novela que publicamos de Letonia, Polvo en el reloj de arena, es un mamotreto de 400 páginas que fue traducido directamente por la única traductora en Latinoamérica del letón, Agnija Anca, quien vive en Puebla. Pero Jelgava fue traducida del inglés al español. Yo pude revisar la versión del inglés británico (porque fue publicada en Londres), que es muy neutro, por lo que fue relativamente fácil revisarla. La traducción fue hecha por una filósofa y librera mexicana, Ana Karenina Ochoa, que es también mi hermana.

La trabajamos entre la traductora, la correctora Aura Sabina y yo. Fue complejo porque hubo mucha revisión y llevó varios meses de trabajo, pero el resultado nos gustó mucho porque logramos una novela que está bien traducida para el público mexicano, sin españolismos y esas inflexiones.

La novela que había traducido Agnija es muy poética y compleja, más que la de Janis, que está en un español más sencillo.

—Vamos sobre la editorial: ¿cómo surgió Abismos Editorial?, ¿cuál es su proyecto?

La editora Sidharta Ochoa.

—Surgió por cierta ingenuidad y después se convirtió en otra cosa, en un proyecto de negocio que tiene que sobrevivir vendiendo libros. Hubo una primera etapa en la que sólo tuvo autores mexicanos, y hace cuatro años empezó a integrar a los de otros países. El catálogo se convirtió en un asunto más serio, por decirlo de alguna manera.

Antes eran amigos los que se acercaban; el primer año fue con gente que yo conocía. Fuimos a la FIL en 2011 y teníamos un catálogo pequeñísimo; creo que duré un año con tres autores.

Después de eso el catálogo se fue nutriendo y ahora hacemos traducciones del portugués, del francés, del italiano, y cada vez son autores más reconocidos.

La editorial ha pasado por diversas etapas; hay momentos en los que me he preguntado para dónde va, qué es lo que sigue, qué es lo que hay que hacer.

Muchas veces el catálogo me incomodaba porque sentía que necesitaba algo más allá de los autores mexicanos, muchos de ellos reconocidos pero que están en una situación más marginal, y pasar a autores que son más conocidos y que estaban construyendo una carrera que no se quedaba con esa etiqueta de marginal. Puedo decir que ahora tenemos un catálogo muy amplio, con diversos perfiles de autores vivos en México. En ese sentido estoy satisfecha con ese aspecto del catálogo.

—¿Cómo han trabajado con las autoridades de Letonia? Tú has obtenido importantes becas como editora y ésta es una coedición con el gobierno de ese país.

—La primera experiencia fue muy hermosa, lo que no fue la experiencia pospandemia. Tienen procesos muy rigurosos porque vienen de una sociedad muy burocratizada que a los mexicanos nos cuesta un poco de trabajo entender. La primera fue una experiencia muy sencilla y la segunda no tanto en términos burocráticos. Ha variado con el tiempo; la primera etapa fue maravillosa con ellos, con gente muy preocupada y profesional, y después tuvimos algunos asuntos burocráticos que ya no fueron tan sencillos. Digamos que depende de la suerte. Los procesos burocráticos son muy distintos: en México, aunque nos quejamos mucho, hay mayor flexibilidad, y no tanta en Europa del Este.

—Estamos en una situación muy crítica no sólo en el país sino en el mundo. ¿Cómo ha sido publicar libros en medio de la pandemia?

—Editar es una operación compleja y hay muchos factores en la producción de libros. Al principio de la pandemia fue no saber qué iba a pasar porque había incertidumbre, pero la producción siguió. Tuve a mi impresor de Guadalajara, que pudo trabajar en semáforo rojo porque había compromisos que cumplir.

Esto va aunado a lo que me pasó con los letones: tienes que meter cosas a crédito y debes cavar un hoyo para tapar otro. En esa situación estamos todos los editores, y hay puntos de venta que ya no existen, como las presentaciones y las ferias del libro que no hubo este año. Pero nos pudimos mantener y ahora entramos en distribución con Gandhi y Sanborns, lo que nos ha ayudado un poco a mantener las ventas. Ése es el problema principal: cómo vender libros, cómo hacerlos circular y que no se queden en un público especializado o supernerd. Ese es el reto, y sí es una situación complicada. Por ejemplo, un colaborador nuestro tuvo covid y se dificultaron algunos procesos por no poder terminar ciertos requisitos burocráticos en perjuicio de un libro. Pero lo logramos sacar, a pesar de todo. Hay que seguir, darle vuelta a la página y ver qué sigue.

—¿Cuáles son las perspectivas de Abismo Editorial?

—Estrenamos otro título que se llama Río en seis tiempos, de Alexandre Kostolias, que hicimos con el apoyo del gobierno brasileño. Viene una antología que se llama Síndrome de Astier, en el que hay varios autores mexicanos; trata sobre robo de libros e ideas, y en ella viene un incidente que tuvo México en el exterior. Es un poco parodiar esa idea del robo de las ideas y de la apropiación intelectual. Son dos libros que me parecen interesantes. Y seguiremos distribuyendo los libros que ya están, y seguiremos con ese empuje. ®

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Publicado en: Libros y autores

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