El aplastante desarrollo tecnológico que nos rodea no es desde ningún punto de vista el mal de nuestro tiempo, la razón por la cual percibimos una crisis cada vez más profunda en el sentido mismo de lo que significa ser humano. La tecnología sólo es un acompañante, el resultado de nuestro pasado inmediato y presente, la conclusión de al menos un par de generaciones y el gran campo de cultivo para ideas y factores de todo tipo que éstas representan.
En el marco del Superbowl XVIII apareció por primera vez en pantalla uno de los comerciales más icónicos en la historia. Comienza con una serie de imágenes que muestran un futuro distópico de escenarios grises por los que circulan caminando al paso hombres de piel gris, cabezas rapadas y vestidos con uniformes del mismo color. De fondo se escucha la voz del Gran Hermano, una representación del gigante computacional IBM, interpretado por David Graham que declama un conciso texto de adoctrinamiento:
Today, we celebrate the first glorious anniversary of the Information Purification Directives. We have created, for the first time in all history, a garden of pure ideology—where each worker may bloom, secure from the pests purveying contradictory truths. Our Unification of Thoughts is more powerful a weapon than any fleet or army on earth. We are one people, with one will, one resolve, one cause. Our enemies shall talk themselves to death, and we will bury them with their own confusion. We shall prevail!
(Hoy celebramos el primer glorioso aniversario de las Directivas de Purificación de Información. Hemos creado, por primera vez en la historia, un jardín de ideología pura donde cada obrero puede florecer a salvo de las plagas que proveen de pensamientos contradictorios. Nuestra Unificación del Pensamiento es un arma más poderosa que cualquier flota o armada sobre la tierra. Somos un pueblo con una voluntad, una resolución, una causa. Nuestros enemigos hablarán entre sí hasta su muerte y nosotros los sepultaremos en su propia confusión. ¡Nosotros prevaleceremos!)
Intercaladas entre esas imágenes se ven otras que muestran a una heroína sin nombre —interpretada por Anya Major— que viste zapatillas deportivas rojas, shorts rojos y top blanco con la imagen de una manzana y una computadora, que corre portando un gran martillo mientras es perseguida por policías antidisturbios. Hacia la mitad del anuncio se ve a los hombres de gris entrar y sentarse en una sala de cine en la que, desde la pantalla, el Gran Hermano sigue con su discurso. La heroína entra corriendo perseguida por los policías; la cámara recorre las filas de hombres sentados en butacas que miran a la pantalla sin expresión; la heroína se planta en mitad del pasillo y comienza a girar el martillo para arrojarlo contra la pantalla sin que los policías que la persiguen puedan impedirlo. Cuando el martillo impacta en la pantalla ésta explota y la cámara recorre las filas de hombres sentados que miran boquiabiertos.
A continuación se muestra en pantalla y se escucha en la voz de Edward Grover el mensaje: “On January 24th, Apple Computer will introduce Macintosh. And you’ll see why 1984 won’t be like “1984” (El 24 de enero, Apple Computer presentará Macintosh, y verás por qué 1984 no será como “1984”), fundiéndose al final a una imagen del logo de la manzana arcoirisada de Apple sobre fondo negro.
En efecto, se trataba del épico lanzamiento en sociedad del producto que definió a una de las marcas destinadas a imponer el ritmo del desarrollo tecnológico y comercial de varias generaciones, Apple Computer. Es evidente que la referencia literal del spot dirigido por Ridley Scott es la obra del escritor británico George Orwell que lleva por título, precisamente, 1984, dato nada casual para entender el trasfondo de la campaña. Por aquel entonces Apple, compañía situada en el corazón de un boyante Silicon Valley, distaba mucho de ser el gigante casi monopólico que hoy conocemos, aunque también estaba lejos de ser una compañía pequeña y de recursos limitados en el campo del desarrollo computacional en pleno auge ya desde la década anterior.
Sin embargo, Apple representaba en sí misma la alternativa emocionalmente necesaria para una población que despertaba ante los placeres del consumismo sin restricción. La opción amigable con el pensamiento de vanguardia, tomando en cuenta que para entonces el mercado de las computadoras y su tecnología colateral seguía delimitado por sectores muy particulares de la sociedad educada en Estados Unidos. La contracultura y su aún disperso paralelo, la cultura pop, habían surgido décadas atrás, quizás en la posguerra, sin querer debatir en torno a ello, pero para el comienzo de los ochenta se instauraba ya como el común denominador entre las nuevas generaciones, no sólo en Norteamérica, sino también en el mundo como reflejo natural del poderío económico y político de la nación.
Apple representaba en sí misma la alternativa emocionalmente necesaria para una población que despertaba ante los placeres del consumismo sin restricción. La opción amigable con el pensamiento de vanguardia, tomando en cuenta que para entonces el mercado de las computadoras y su tecnología colateral seguía delimitado por sectores muy particulares de la sociedad educada en Estados Unidos.
¿Quiénes serían entonces los encargados de portar la bandera de esta nueva corriente cultural que cobijaba al mundo? Los héroes de los sesenta habían quedado en el camino o mutado en sus ideales, esto en el mejor de los casos. Estaba claro que la política y sus instituciones carecían de cualquier asomo de respeto y credibilidad. Así, la vacante para esa tarea sería asignada no a un rostro en particular, sino a un ente global que durante los próximos años se encargó de edificar las bases del pensamiento y el desarrollo a escala mundial. Se trata de la tan satanizada cúpula empresarial que, según el mito, ha perpetuado el poder y la capacidad para mover los hilos del orden, o quizás desorden social.
Y si bien es cierto, desde los ochenta la madeja económica del mundo se teje desde Nueva York, la materia prima de la economía se ha confeccionado en puntos tan disimiles a simple vista como California, Texas o Pekín. Puntos relativamente distantes en el mapa, pero unidos por un común denominador, representan algunos de los centros de innovación tecnológica más fructíferos del orbe. La explosión masiva del fenómeno computacional que representó la década de los noventa sólo ratificó lo que empresas como Apple, Microsoft o IBM habían sembrado quince o veinte años atrás. El boom de esta nueva revolución tecnológica trajo consigo una enorme cantidad de nuevas compañías que surgían diariamente en el ámbito de las llamadas TICs.
De aquella sobrepoblación de códigos han sobrevivido las compañías más sólidas, otras muchas murieron en medio de la feroz carnicería que supone la constante actualización en el mundo de la tecnología moderna y otras tantas han ido siendo absorbidas por los nuevos gigantes. Las compañías nacidas del mundo de las computadoras se transformaron, adquiriendo un poder económico, social y hasta político cada vez mayor, llegando a formar un entreverado multinacional que marca la línea ya no solamente del desarrollo tecnológico, sino también de los estándares culturales más representativos de nuestros días. Artes, moda, contenidos multimedia y un largo etcétera, sólo por ponerle nombre a las cosas.
Tal y como lo afirmó Thomas Kuhn, los avances científicos y el desarrollo tecnológico no son sino el resultado natural del contexto histórico en el que surgen. Hoy y desde hace años, el comportamiento colectivo, los valores sociales y la atmosfera ideológica son dictados a partir de necesidades mercadológicas.
Como legado de la explosión 2.0 nos hemos ido apropiando de una diversa gama de estandartes de la cultura popular, hemos convertido en iconos, héroes globales y modelos de conducta lo mismo a destacados empresarios que artículos de consumo, gadgets tecnológicos o personajes de película creados desde un ordenador. Tal y como lo afirmó Thomas Kuhn, los avances científicos y el desarrollo tecnológico no son sino el resultado natural del contexto histórico en el que surgen. Hoy y desde hace años, el comportamiento colectivo, los valores sociales y la atmosfera ideológica son dictados a partir de necesidades mercadológicas.
Las marcas, de cualquier sector en realidad, aunque las relacionadas con tecnología para efectos del tema que nos ocupa, han establecido las bases no únicamente de la economía que sigue manteniendo a flote un sistema constantemente al borde del colapso. Más allá de Apple y la veneración casi evangélica a su fundador Steve Jobs, monstruos como Amazon, Microsoft, HP, Samsung o Google tienen en sus manos buena parte del presente y el futuro del desarrollo consciente de sociedades alrededor del mundo ligadas y ultradependientes ya de sus sistemas de producción.
Pero encasillar a las grandes empresas de tecnología, como los entes malignos que muchos flancos han tratado de promover, sería caer en un lugar común carente de argumentos sólidos, a la vez que estaríamos, como muchos, evadiendo el diálogo que nos lleve a entender el porqué de los tiempos que corren. Como en todo, existe una dualidad propia de nuestra naturaleza como entes pensantes. El aplastante desarrollo tecnológico que nos rodea no es desde ningún punto de vista el mal de nuestro tiempo, la razón por la cual percibimos una crisis cada vez más profunda en el sentido mismo de lo que significa ser humano. La tecnología sólo es un acompañante, el resultado de nuestro pasado inmediato y presente, la conclusión de al menos un par de generaciones y el gran campo de cultivo para ideas y factores de todo tipo que éstas representan.
Casi medio siglo es lo que le ha tomado al actual mercado de las tecnologías establecerse como la cara del poderío económico que algunas naciones han acumulado desde entonces. Aunque a fuerza de ser justos y apegarnos a la frialdad de los datos, no están ni cerca de ser los emporios más fuertes de la economía mundial. Petroleras, farmacéuticas y empresas especializadas en el desarrollo armamentista siguen estando muy por encima en la escala de ganancias periódicas. Aunque lamentablemente el accionar monopólico, las prácticas de mercado desleales y el recelo creativo son cada vez más recurrentes en la filosofía de trabajo de las empresas de tecnología.
Sin el ánimo de encuadrar a buenos y malos en el mapa de la historia contemporánea, la historia banalizada, lo que con estas líneas se pretende es formar una idea clara acerca de cuál es el papel que desempeña el desarrollo científico y tecnológico, que no necesariamente van siempre de la mano, en el entorno en que vivimos.
Paradójicamente, el mundo sí terminó pareciéndose al 1984 que describía George Orwell en su novela. Los aires de cambio que Apple, Compaq o Microsoft representaban a comienzos de los ochenta terminaron derivando en una contracultura que carece por completo de autenticidad. La tecnología moldeó nuestros ideales, nuestros gustos, nuestras necesidades. Son los dispositivos los que realmente marcan el patrón de conducta de las generaciones jóvenes, mientras arrastran a la obsolescencia a aquellas generaciones más grandes o sectores incapaces de adaptarse a su ritmo de cambio. En materia de avances tecnológicos nadie pude saber a ciencia cierta lo que los años venideros traerán consigo.
Sin el ánimo de encuadrar a buenos y malos en el mapa de la historia contemporánea, la historia banalizada, lo que con estas líneas se pretende es formar una idea clara acerca de cuál es el papel que desempeña el desarrollo científico y tecnológico, que no necesariamente van siempre de la mano, en el entorno en que vivimos. Y con ello, en la medida de lo posible, generar a una escala mínima conciencia sobre el origen, el desarrollo y las consecuencias de todo tipo que el empoderamiento de cualquier sector traerá consigo en un mundo interconectado. Después de todo, es casi imposible mantener partido en un tema que desde su concepción genera bipolaridad argumentativa.
En 1944, tres años antes de plasmar 1984 y cinco años antes de su publicación, George Orwell escribió una carta en la que detallaba la tesis de su gran novela. La carta advierte sobre el surgimiento de políticas de Estado totalitarias, que “dirán que dos y dos son cinco”.El contenido completo de la carta guarda un paralelismo con los regímenes autoritarios que, o bien terminaban, o bien se instauraban por aquellos años. Los vasos comunicantes entre los convulsos años de la pre y la posguerra con los tiempos que vivimos son evidentes.
“No creo que la sociedad que he descrito en 1984 necesariamente llegue a ser una realidad, pero sí creo que puede llegar a existir algo parecido”, escribía Orwell después de publicar su novela. Corría el año 1948, y la realidad se ha encargado de convertir esa pieza (entonces de ciencia ficción) en un manifiesto de la realidad. ®