El caudillo sin sombra

Política: fracaso de la empatía, triunfo de la irresponsabilidad

El presidente no muestra el menor interés por aquello que indica que el país está a la deriva porque no hay reacciones generalizadas ante esos errores. Que ser periodista en México sea una profesión de alto riesgo es algo que lo tiene sin cuidado. No pierde el sueño por menores de edad sin medicamentos, tampoco por las muertes que se podrían haber evitado por covid–19, los feminicidios, la violencia en aumento, la inseguridad, la carestía o la participación del narco en las elecciones.

Proyección en la fachada del Palacio Nacional. Foto @glorie2021

Hace pocos meses se conmemoró la caída de Tenochtitlan. Se habló de los 500 años de la resistencia indígena, esa de los pueblos originarios contra los conquistadores. Como era de esperar, no se habló de los pueblos hartos de la opresión mexica, de ésos que se aliaron con los conquistadores para acabar con la opresión. No todas las resistencias son iguales. La historia oficial siempre es selectiva, como son selectivas las acciones que se llevan a cabo para honrar a quienes fueron derrotados por los conquistadores en alianza con los pueblos o con el olvido en cuanto a las atrocidades cometidas por los mexicas. Por recurrir a cierto lenguaje de moda, los sacrificios humanos, la violencia, se normalizan y exaltan sin decirlo abiertamente.

Como buen discurso oficial de gobierno new age, los cambios en las formas han sido la preocupación principal desde el 1 de diciembre de 2018. No extrañan las acciones más recientes. Ya no hay Árbol de la Noche Triste. Hay Árbol de la Noche Victoriosa. Es curioso que no hay árbol y que ganar una batalla sea más importante que ganar una guerra. Debe existir alguna lógica que excede mis capacidades. Ya no hay Puente de Alvarado. Hay Calzada México–Tenochtitlan. Ya no hay estación Zócalo. Hay estación Zócalo–Tenochtitlan. Fuera del cambio de nombres, siguen estando presentes los mismos problemas que han plagado, por décadas, a la Ciudad de México, a pesar de los cambios tan trascendentes cortesía del actual gobierno local. Haber cambiado esos nombres es tan relevante y tan real como el recorrido presidencial en el tren de la imaginación a Santa Lucía. Mientras, la pobreza y la pobreza extrema siguen en aumento, sin que los tan admirados y honrados pueblos indígenas se hayan salvado de ello.

Es curioso que el 12 de diciembre no se toque el tema de la resistencia indígena. La Virgen de Guadalupe es demasiado querida por el movimiento que se pretende partido político secular como para ser considerada como lo que es, parte de la Conquista y de los valores preferidos e impuestos por los conquistadores. Es curioso. Esos conquistadores que trajeron la corrupción que se dice no existía en el imperio que sojuzgaba a los otros pueblos son, también, quienes fueron bondadosos al dar el emblema de la esperanza y la lucha para el pueblo bueno, noble y sabio, ése que ni es indígena ni es europeo.

Existe un grupo que dice llevar las riendas del gobierno. Tienen gran imaginación, como queda claro con los cambios mencionados y los proyectos que no siempre se sabe si son viables. A pesar de tan grande y noble imaginación, no parecen haberse dado cuenta de que el país está sin rumbo y sin políticas públicas, excepto de nombre. No es una exageración llamarlo desgobierno. Existe una persona que públicamente dice tomar decisiones desde Palacio Nacional y existen cabezas en las secretarías y en las otras burocracias que conforman el gobierno, todas personas muy honestas y algunas hasta con experiencia en los trabajos que les fueron asignados.

Como sea, llama la atención que Angela Merkel no se hubiera comunicado a Palacio Nacional para solicitar consejos en cuanto al arte de gobernar, en especial cuando tenía que tomar decisiones ante inmigrantes o reunirse con Vladimir Putin. ¿Por qué Joe Biden o Kamala Harris, tan poco populares en estos momentos, no llaman y le preguntan al Sr. López cómo logra ser tan popular a pesar de no tener resultados?

A pesar de no tener algo que muestre resultados en línea con su imaginación mañanera, el individuo que reside en Palacio es muy popular. Hasta en la retórica oficial se presume de que es el más popular de entre todas aquellas personas que ocupan puestos de responsabilidad equiparable. Claro, cuando se considera la percepción sobre problemas específicos y políticas particulares ya no existe el mismo grado de confianza, aunque sí en las Fuerzas Armadas. Como sea, llama la atención que Angela Merkel no se hubiera comunicado a Palacio Nacional para solicitar consejos en cuanto al arte de gobernar, en especial cuando tenía que tomar decisiones ante inmigrantes o reunirse con Vladimir Putin. ¿Por qué Joe Biden o Kamala Harris, tan poco populares en estos momentos, no llaman y le preguntan al Sr. López cómo logra ser tan popular a pesar de no tener resultados? ¿Las tlayudas y las garnachas son las armas secretas?

¿Cómo es posible ser irresponsable y ser popular? Para responder esa pregunta hay que considerar a quienes aplauden esa irresponsabilidad y a quienes actúan en forma irresponsable. Debe recordarse, sin embargo, que no sólo importa lo que haga una población o lo que haga una persona. Son las interacciones entre la población, partes de la población —algunas son más iguales que otras— y la parte visible de una red, en este caso el Sr. López, lo que importa. Sin embargo, que alguien sea la parte visible de una red no se traduce en que se pueda ignorar que una persona, por sí misma, ni es relevante ni puede hacer mucho. El Sr. López, sin ciertas personas dentro y fuera de Morena y dentro y fuera del gobierno, sería irrelevante.

Por una parte ¿tantos millones de mexicanos se cayeron de la cuna y se pegaron en la cabeza? ¿O es tan extendido el maltrato a los menores de edad que ello se refleja en sus habilidades cognitivas y emocionales cuando llegan a adultos? Tal vez haya algo en las dinámicas familiares que expliquen el gusto por el abuso, activo o pasivo. No encuentro lo gracioso en eso de la “chancla voladora” o el forzar el amor y devoción al catolicismo con recurso al Infierno, pero parece que a mucha gente le trae buenos recuerdos el haber vivido eso. Hasta lo comparten con las nuevas generaciones.

Ser irresponsable cuando se debe ser responsable es una forma de abuso. La pésima educación pública, y algunas alternativas privadas, aunado a las pésimas alternativas de distracción que se ofrecen en los medios de comunicación, cortesía ya no sólo de Televisa, no ayudan a que se desarrollen capacidades cognitivas, críticas y emocionales que permitan identificar esa situación. No hay tiempo o interés por aprender a pensar en formas correctas. No hay tiempo para interactuar con otras personas, aunque sí con personajes acartonados y unidimensionales. Ante esto, conocimiento y sentimientos pasan a ser irrelevantes. Basta con tener una opinión y aprender a gritar más.

Bebe recordarse que hasta expertos en un área que no es ciencia política o algunas personas dedicadas a la difusión de la ciencia gustan de mostrar que pueden hablar de aquello que no entienden cabalmente.

No es extraño que le resulte difícil a tanta gente observar lo que sucede a plena luz del día y ante las cámaras, a darse cuenta de que algo no va por buen camino. Es lamentable y preocupante que no se les hayan dado herramientas para ello. También es lamentable que quienes cuentan con esas herramientas no están dispuestos a compartirlas y que estén más preocupados por el lucimiento personal. Quienes se dedican a la difusión de la ciencia suplen las carencias educativas entre la población. Hablan acerca de lo que se sabe y, más importante, acerca de cómo es que se sabe eso. En las ciencias sociales no se cuenta con algo equivalente. Tal vez por ello no sea extraño que toda persona se sienta capacitada para hablar sobre la política.

Visto como alguien que no haya estudiado ciencia política, debe ser algo misterioso el tratar de entender cómo es que tanto comentarista político llega a conclusiones categóricas sobre lo que pasa y pasará en el país, pronósticos que en muchas ocasiones resultaron equivocados. Si no se sabe cómo identificar los supuestos implícitos y aquello que estructura una argumentación, su lógica y evidencia es sencillo pensar que todo son historias sin más, que en algunos casos efectivamente lo son. Por alguna razón, ciertas personas en la política, más allá del presidente, o ciertas decisiones son importantes, sin que quede claro el porqué. No se explican leyes, que no hay y sería bueno decirlo, o mecanismos que ayuden a entender por qué algo o alguien es relevante. Se cuenta una historia que es importante en muchos casos porque es quien la cuenta quien es importante, al menos entre su círculo de admiradores.

Es poco probable que quienes viven inmersos en el aquí y ahora tengan la capacidad de ver en conjunto lo que es y no es importante, que además se verá una vez que el presente sea el pasado. Sólo quienes se dedican a la historia muestran esa honestidad. No es extraño, como me comentó una persona, que parezca que esos comentaristas hablan y escriben sobre lo que se les ocurre, que en ocasiones es cierto, no algo sobre lo que tengan evidencia, siendo que se tiende a evitar el tema de lo que cuenta como evidencia. Y bueno, debe recordarse que hasta expertos en un área que no es ciencia política o algunas personas dedicadas a la difusión de la ciencia gustan de mostrar que pueden hablar de aquello que no entienden cabalmente.

Regresando a la población en general. Es posible que parte de la explicación en cuanto a la popularidad del hombre en Palacio sea cultural, por limitadas que sean esas explicaciones. Se puede decir que es muy mexicano lo que hace el Sr. López, y además en formas que no son de “clase alta” sino del pueblo, sea lo que sea el pueblo. Tal vez por eso le gustan los “baños de pueblo”, ésos de los que tanto hablan y se vanaglorian en la “izquierda”, ésos que se presentan como acciones de gobierno en la capital del país. Conviene ser el carnal Andrés Manuel, aunque es extraño que no salga a comer a las fondas o a los puestos atrás de Palacio Nacional, siendo que ama tanto al pueblo que lo rodea.

Si en algo influye la cultura entonces no se puede ignorar que el mexicano promedio no es una persona que guste ver más allá de sus propios intereses. Lo curioso es que el Sr. López es egoísta e individualista, no un jugador de equipo. No es alguien con una visión de largo plazo excepto para él. Es como ese vecino que escucha música a todo volumen a las dos de la mañana entre semana. Está en su casa ¿no? Es rey en sus dominios. Otros también lo hacen o lo harían si pudieran o se atrevieran. Los demás deben adecuarse a sus preferencias. Sabe que la reacción usual por parte de otras personas va a ser la de no meterse con quien abusa, menos si es alguien popular, aunque sea popular por su capacidad real o potencial de recurrir a la fuerza o a la violencia. ¿En el país de los charros cantantes con pistolas se teme a la violencia?

Por otra parte, está el inquilino de Palacio Nacional. Como ese vecino que impone sus preferencias con éxito, las acciones del Sr. López han dado resultados magníficos para él y los suyos, tanto así que puede abusar de su puesto y no ser responsable, aunque jurara actuar con base en lo mandatado en la Constitución y las leyes. Él está bien, su familia y amistades están bien, sus fieles seguidores —su clientela política— están bien. Es popular. Vive en un palacio y evita la ostentación de Los Pinos. Podría ser el Fidel Velázquez, el Don Perpetuo, de la presidencia. Se puede bajar su sueldo al aumentarlo y se le aplaude por ser el emperador desnudo. Todo está bien y podría estar mejor con las poblaciones que importan. Es el rey pequeño del país pequeño. México no es un país surrealista. Es un país en que lo ridículo es la norma.

Sin llegar a los excesos de Donald J. Trump (2017–2021), el Sr. López puede arruinar al país sabiendo que no será castigado por ello. Aunque, como existe la posibilidad que alguien busque ir en contra suya, es imperativo para su sobrevivencia política y la de su movimiento que no gane la oposición. Ser irresponsable sí conlleva riesgos cuando ya no se vive en Palacio, incluso si los nuevos inquilinos sean sus colaboradores incondicionales, al menos por ahora. Sabe que la política es de coaliciones exitosas. Ello requiere dinero, entre otros recursos que se van a acabar una vez que esté afuera de Palacio. Pero eso está en el futuro. Aquí y ahora, quien vive en Palacio está haciendo lo que harían otras personas si estuvieran en su lugar: ser irresponsable y cubrirse las espaldas. Es la versión mexicana del sueño en que cualquiera puede llegar a la presidencia.

Los problemas con el Sr. López no son meramente debidos a su perfil psicológico, uno francamente preocupante, sino por las estrategias que sigue. No deja de sorprender la capacidad que muestra para ser consistente en algunos temas y acciones, como denostar a quienes considera sus enemigos. Esa consistencia quita el interés sobre lo que hace —beneficiarse del puesto— y de lo que no hace —gobernar—, al tiempo que quita la atención de lo que hacen otros —su familia y amistades— y centra la atención en quienes ya no toman decisiones —los anteriores que no son parte de la regeneración del beneficio personal—. Al mismo tiempo, logra que temas graves sean dejados de lado como algo falso o como meros ataques a su persona —la prensa que le pega con todo, más que a Francisco I. Madero, según dice—, aunque la evidencia sea clara en cuanto a lo que niega.

Con su “tengo otros datos” niega todo aquello que no le conviene. No muestra el menor interés por aquello que indica que el país va en la dirección equivocada o que está a la deriva porque no hay reacciones generalizadas ante esos errores. Que ser periodista en México sea una profesión de alto riesgo es algo que lo tiene sin cuidado. No pierde el sueño por menores de edad sin medicamentos, como no pierde el sueño por las muertes que se podrían haber evitado por covid–19, los feminicidios, la violencia en aumento, la inseguridad, la carestía o la participación del narco en las elecciones. Los abrazos son para ellos y ha resultado, al menos en algunos casos, en votos a favor del partido de la regeneración nacional. ¿Un narco–Estado es parte de la regeneración? Vaya ironía.

Tal vez la lógica en Palacio sea que las Fuerzas Armadas ya fueron cooptadas y no lo quitarán del poder, a él que es la manifestación más visible de la democracia regenerativa del pueblo. Sin embargo, si los militares pasan a ser tan relevantes en todo y para todo, con control de tantos recursos ¿para qué siguen los civiles tomando decisiones?

No sólo es irresponsable. No muestra empatía ante tantas pérdidas humanas, no humanas y el daño ecológico y el calentamiento global. No debe extrañar, pues, que tampoco muestre preocupación por la participación de las Fuerzas Armadas en la política. Jair Bolsonaro tampoco se muestra preocupado, aunque su participación en el ejército explicaría su actitud. Al menos no hace festejos por “tres años de democracia” cuando se sientan las bases que la minan. Tal vez la lógica en Palacio sea que las Fuerzas Armadas ya fueron cooptadas y no lo quitarán del poder, a él que es la manifestación más visible de la democracia regenerativa del pueblo. Sin embargo, si los militares pasan a ser tan relevantes en todo y para todo, con control de tantos recursos ¿para qué siguen los civiles tomando decisiones?

Al mismo tiempo que insulta a sus enemigos, insulta a su clientela, al pueblo de las tres cualidades, al que trata como a una bola de babosos. Al mentir sobre lo que lo hace diferente en comparación con los anteriores y hacer lo mismo, cuando no superarlos, deja en claro que no tiene el menor respeto por la inteligencia de sus adeptos. Decir que la corrupción se acabó cuando está en aumento es un insulto. Al menos no ha dicho que sus hijos son el orgullo de su nepotismo, como hizo José López Portillo (1976–1982) con su hijo, aunque le quedan, por ley, un poco menos de tres años para que pueda decirlo. ¿No causa preocupación o no llama la atención que personajes sin nada que mostrara talento empresarial antes de 2019 hayan pasado a ser “empresarios exitosos” y hasta logren vivir en Estados Unidos, alejados de la violencia y corrupción que se vive en México? El que no llame la atención y no cause indignación ayuda a explicar que se trate sin respeto a la clientela. La falta de herramientas sale cara.

No se puede negar que hay gente ciega ante lo que sucede. Sabina Berman fue crítica de las acciones de John Ackerman sin que pueda ser crítica de las consecuencias de la cuarta transformación, acciones de auténticos cuatreros. No es un caso aislado. Que los apologistas del tabasqueño busquen todas las falacias lógicas posibles y un rechazo casi completo a la evidencia empírica para justificar a su héroe tampoco es extraño. Les pagan para eso, cuando no es que están convencidos de ello, como cierto productor de fantasías visuales y acciones dignas de 007.

Lo que puede parecer extraño es que gente con estudios y pensante justifique lo injustificable. Tampoco es extraño. Basta un ejemplo real. Una persona tiene a un pariente internado en un hospital público. Hace una vaquita para pagar por insumos para ese pariente. En el hospital no hay dinero para insumos. Esa persona sigue apoyando al Sr. López porque es incapaz de ver que los hospitales están sin dinero por las decisiones que se han tomado en este sexenio, decisiones mal pensadas, mal planificadas y mal ejecutadas. Sin lugar a dudas, había problemas serios antes de diciembre de 2018, problemas que siguen sin ser resueltos. Pero, en lugar de buscar alguna solución para esos problemas, se optó por hacerlos peores. Quien apoya al Sr. López olvida eso y se centra en lo que le dicen en cada homilía mañanera: es culpa de los anteriores, ésos que la buena persona fiel desprecia y que gracias al de Macuspana ya no están. Fin de la historia. Quien dice que “la corrupción ya se acabó” no miente porque lo dice él, quien sacó a los deshonestos. Por eso puede sostener que es honesto y por eso lo puede decir a diario. Quienes lo adoran no ven el juego en el que están participando y lo que están perdiendo, aunque crean que están ganando porque todo se centra en que ya no están los anteriores. Los anteriores que se colaron en Morena pasan inadvertidos. Lo interesante es que no están y siempre son una amenaza —fantasma—, como el demonio que se puede aparecer para tentar a los que quieren ser puros. ¿Por qué no se aplica lo que dice Noam Chomsky sobre la manipulación al Sr. López?

La fe de los fieles y de los verdaderos fieles no tiene por qué salvarlos. Pero mantienen su fe. Es curioso. Tener fe en un humano es un poco extraño y, más que nada, arriesgado, en especial cuando ese humano se dedica a la política. Tal vez crean que las tarjetas y becas del bienestar sean garantías suficientes. Tal vez crean que ser miembro de Morena sea garantía suficiente. Ni hablar. Como decían abuelos o bisabuelos, dependiendo de la edad que se tenga, el que por su gusto es buey hasta la coyunda lame.

Mentir y negar responsabilidad cuando se es responsable es un insulto para quienes lo apoyan, aunque sea más sencillo verlo para quienes no lo apoyan. No mostrar empatía ante el sufrimiento de los demás es un insulto para quienes podrían pasar a ser parte de aquellos a quienes se ignora. Considerar que no importa porque no le pasa a uno, porque es a otros a quienes les pasa, es una mala estrategia que privilegia el presente e ignora escenarios futuros, además de ser una muestra de egoísmo a lo tonto y falta de empatía notable. Quienes son fieles, quienes ya vieron la luz, pueden ser afectados e ignorados por los errores que se cometen. Los programas se pueden quedar sin dinero, y se ha mostrado que saben gastar sin pensar en cómo gastan. Hasta los verdaderos fieles, ésos que lograron buenos puestos, pueden caer de la gracia. La fe de los fieles y de los verdaderos fieles no tiene por qué salvarlos. Pero mantienen su fe. Es curioso. Tener fe en un humano es un poco extraño y, más que nada, arriesgado, en especial cuando ese humano se dedica a la política. Tal vez crean que las tarjetas y becas del bienestar sean garantías suficientes. Tal vez crean que ser miembro de Morena sea garantía suficiente. Ni hablar. Como decían abuelos o bisabuelos, dependiendo de la edad que se tenga, el que por su gusto es buey hasta la coyunda lame. El que la gente no pueda considerar la validez de sus creencias hace que la estrategia que se sigue desde Palacio sea exitosa.

Se debe reconocer que la estrategia que se sigue es buena, si no es que excelente, para la sobrevivencia política. Mostrar a los enemigos en forma que sea fácil de entender para la clientela tiene sentido. A final de cuentas, representa una lucha entre el “bien” y el “mal” en el país de los mochos e ignorantes. Fifís, neoliberales —los hijos del Sr. López cumplen con el perfil, pero pasa inadvertido entre sus clientes—, conservadores —como él, algo que también pasa inadvertido— y una larga lista de insultos no sólo están a la altura de la investidura presidencial, sino que centran la atención en aquello contra lo que se debe luchar, el “mal”. Religión y política son una buena combinación. Quien es religioso no puede ser mala persona ¿no?

No se puede negar que las personas objeto de su ira no se han ayudado. Saben, en especial quienes más participaron con los gobiernos anteriores, que tienen colas demasiado largas para pisar. Que lo nieguen es encantador, pero poco creíble. Es cuestión de grado el nivel de participación y lo dispuestos que hayan estado para entrar a la cloaca o al lodazal, pero es difícil creer que no tomaran ventaja del problema nacional permanente: la aplicación selectiva de la ley y la falta de un Estado de derecho, exactamente como hoy. Ya no se encuentran protegidos, a diferencia de quienes ahora son cercanos al poder y que por ello pueden dormir tranquilos y negar que son corruptos. El temor a la cárcel ayuda a que se guarde silencio. Dicen que el que calla otorga. No hay mucho que hacer en ese sentido. Ese silencio da cierta credibilidad a la aseveración de “la corrupción ya se acabó” y “no soy como ellos”, a pesar de la evidencia que muestra lo contrario.

El comportamiento carente de empatía e irresponsable está dando buenos resultados para él, su familia, sus amigos y su movimiento. Ocurre lo mismo con los autócratas alrededor del mundo y en los sistemas considerados democráticos se llega a ver algo parecido, y no sólo con Trump (por ejemplo, Anne Applebaum, “The Bad Guys Are Winning”, The Atlantic, 15 de noviembre de 2021 ). Esto no quiere decir que la empatía siempre sea buena idea o siempre sea realizable en la política, pero el que no se le valore resulta preocupante. Lo podemos ver ahora con lo que sucede en China contra los uigures o lo que sucede en la zona este de Kenia por la sequía. Son noticias y no se ven como algo que les pase a otros seres vivos, al tiempo que los gobernantes justifican sus acciones o ignoran lo que ocurre. Pasa lo mismo con quienes están en la pobreza extrema. Se olvidan las tragedias de otras épocas. Se dice que no se olvidarán.

¿Por qué alguien que no muestra empatía puede ser exitoso en la política? Tal vez se deba a que la política es un espectáculo (véase, por ejemplo, la obra de Murray Edelman al respecto o el libro de Mario Vargas Llosa). Ser el actor que desea la mayoría, el que dice lo que se desea escuchar y actúa como se espera, puede ser mejor que ser el político que se necesita. Ser visto como empático, al tiempo que se aparenta ser parecido a las personas comunes y corrientes, puede contar más que ser empático en la realidad. Si es el caso que la mayoría en México es egoísta e individualista, como se planteó en artículos que aparecieron en 2009, 2011 y 2018 en Nexos (José Antonio Aguilar Rivera, “México: Individualista y antiliberal”; “El mexicano ahorita: Retrato de un liberal salvaje”, y Marco Robles y Benjamín Salomón, “El mexicano hoy. Igual de liberal, pero más salvaje”), entonces es más sencillo identificarse con quien sea como uno (un antiliberal/liberal salvaje), es decir, alguien que esté dispuesto a aprovechar las oportunidades sin importar el costo para otras personas y pretender que no hace lo que hace gracias a que es dicharachero y sencillo. Es difícil sentirse identificado con alguien que aparenta ser mejor y que claramente no lo sea, una acusación válida contra el PAN de Vicente Fox y Felipe Calderón y más contra el nuevo PRI que ofreció Enrique Peña Nieto.

La ventaja para quien sabe actuar es que en México las formas son más importantes que el fondo. Debe ser un reto muy interesante crear esas imágenes ramplonas para venderlas ante un público sin las herramientas para poder detectar el engaño. ¿Se recordará ese anuncio antes de las elecciones presidenciales en que toda persona traía una máscara del Sr. López, una especie de V sin las buenas intenciones? La empatía es una careta para engañar.

Adam Smith (Kirkcaldy, 5 de junio de 1723–Edimburgo, 17 de julio de 1790).

Uno de los grandes defensores de la empatía, aunque la denominara simpatía, como base para la ética y la vida en sociedad fue Adam Smith (1723–1790), el llamado padre de la economía gracias su segundo libro, Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1776). En su primer libro, La teoría de los sentimientos morales (1759, revisado en seis ediciones y hasta poco antes de su muerte), consideraba que existen varias motivaciones en nuestro actuar, no una en particular o una exclusivamente. Hasta una persona egoísta puede sentir gusto o placer cuando a alguien le va bien. Tenemos, además, la capacidad de considerar a un “observador imparcial” que nos permite ver más allá de nuestros sesgos y así valorar las implicaciones de nuestras acciones, tanto en lo que las motiva como en sus resultados. No sólo cuentan los resultados, como en las versiones burdas del utilitarismo. Contrario a lo que se cree que aseveró en la Riqueza de las naciones, el interés propio (egoísmo) es de esperar sólo en un tipo de interacciones (intercambios económicos), siendo que esos intercambios son posibles gracias a que existe respeto por las leyes y confianza entre las personas, porque hay empatía —me puedo poner en los zapatos de la otra persona—, precisamente el material que cubre en su primer libro y que lo une con el segundo (para un análisis breve y sencillo, véase la introducción de Amartya Sen a The Theory of Moral Sentiments en la edición de Ryan Partick Hanley para Penguin). Adelantándose a Immanuel Kant (1724–1804), considera que las personas son fines en sí mismas, no medios para que alcancemos nuestros fines.

Es aquí cuando ocurre algo interesante. En la política la gente puede ser usada como medios para los fines que se persiguen. Pues sí, hay que separar ética y política, pero ¿realmente se entienden las consecuencias de hacerlo? Quien tiene poder lo ejercerá sobre quien no lo tenga y la justicia sólo ocurre entre iguales, sentencia Tucídides. De acuerdo, pero si se vive en un país de grandes desigualdades ¿no importa que sólo entre iguales ocurra la justicia y que quienes no tengan poder se atengan a las consecuencias cuando el Estado de derecho es un buen deseo?

¿Puede alguien que se dedica a la política ser empático en el sentido en que lo entiende Smith? ¿Puede serlo en cualquier sistema político o hay algunos en que sea poco posible, incluso imposible, que ocurra? Al menos queda claro que en casos como la URSS, China o la Alemania nazi, por no mencionar a la Cuba de Castro o a la Venezuela de Chávez/Maduro, es imposible. ¿Es posible en sistemas autoritarios o que son parcialmente democráticos? ¿El Sr. López es una aberración o es exactamente lo que se debe esperar bajo las condiciones que imperan en México?

Adentrarse en las ideas de Smith y su relevancia para la política no es lo relevante en este caso. Sólo menciono lo más general porque ayuda a considerar cuáles puedan ser las motivaciones que expliquen las acciones de quienes se dedican a la política y si esas personas en algo se preocupan por aquello que les preocupa a otras personas. Si el egoísmo es algo que es más frecuente en un tipo particular de interacciones ¿es posible que quienes se dedican a la política puedan tener motivaciones no sólo egoístas? ¿Puede alguien que se dedica a la política ser empático en el sentido en que lo entiende Smith? ¿Puede serlo en cualquier sistema político o hay algunos en que sea poco posible, incluso imposible, que ocurra? Al menos queda claro que en casos como la URSS, China o la Alemania nazi, por no mencionar a la Cuba de Castro o a la Venezuela de Chávez/Maduro, es imposible. ¿Es posible en sistemas autoritarios o que son parcialmente democráticos? ¿El Sr. López es una aberración o es exactamente lo que se debe esperar bajo las condiciones que imperan en México?

Quienes se dedican a la política pueden pretender que son empáticos. Por ejemplo, Biden puede tener excelentes motivos éticos y morales para proponer inversiones multimillonarias en infraestructura. No lo sabemos, aunque las enseñanzas de la Iglesia católica sean muy importantes para él. La religiosidad no le impidió a Jimmy Carter (1977–1981) tomar decisiones y actuar en formas que eran contrarias a lo que él mismo enseñaba como pastor, cada domingo, incluso mientras era presidente (supo mantener la separación Iglesia/gobierno). Sabemos que esas inversiones pueden mantener contenta a la base que le importa a Biden, dentro y fuera del gobierno, y a posibles votantes para el Partido Demócrata, en especial cuando se empiecen a ver los efectos de esos proyectos. Sus motivos reales pueden ser, sin más, el abrir las puertas para su reelección —parece que poco probable—, para facilitar que Kamala Harris sea la contendiente más importante para la nominación o que Pete Buttigieg, su secretario de Transporte, sea un candidato creíble. A final de cuentas, Buttgieg tendrá mucho dinero para repartir. No es cuestión de un cinismo abierto y descarado o de corrupción, sino de inversiones que tienen sentido desde tres puntos de vista: son lo correcto, son necesarias para la actividad económica y son para ganar votos. Sin embargo, que sea éticamente o moralmente relevante no tiene por qué entrar en las consideraciones. En tal caso, algo cercano a ello serían temas de distribución y redistribución del ingreso o en cuanto a oportunidades laborales.

Buscar políticos éticos no causa interés, aunque sea una queja usual y exagerada el que sólo haya corrupción en la política, incluyendo en las llamadas democracias —y no, el movimiento a favor de la separación de la ética y la política no empezó con Maquiavelo—. Sin embargo, en el momento de evaluar lo que se haya logrado con proyectos gubernamentales surgirán debates en cuanto a los valores que se lograron realizar —igualdad, justicia, libertad—. Ello llevará de regreso a las acciones y motivaciones de quienes se dedican a la política. Se regresará al tema de si se actuó con base en lo que era mejor para la población o si se actuó con base en lo que era mejor para quienes propusieron esas acciones.

En México puede ocurrir una tragedia y no mostrar interés por aparecer con las familias afectadas o asistir a los funerales, sin que haya consecuencias. Hasta es necesario llevar las fosas a la plancha del Zócalo para ver si alguien en Palacio se entera de que hay dolor, tristeza y enojo.

Es difícil saber si el tabasqueño es capaz o es incapaz de ser empático, aunque es difícil creer que lo sea, como ya se comentó. Más allá de ese caso ¿la falta de empatía ha sido algo usual en la política nacional? Es posible. Es difícil olvidar las lágrimas de cocodrilo de José López Portillo en su último informe de gobierno (1982) y la lenta aparición y reacción de Miguel de la Madrid (1982–1988) después del sismo de 1985, algo que a veces rayaba en la indiferencia. Ni uno ni otro parecían muy preocupados por las personas afectadas. Las apariciones presidenciales en público siempre tienen el aspecto de una buena escenificación en que se presenta al presidente como alguien que sabe dónde está parado y que se preocupa por la gente. En algunos casos hasta besa con cierta pasión a menores de edad. Lo extraño en el caso mexicano es que no parece que haya habido o haya interés por presentar algo que se asemeje a la empatía, como ocurre en otros países. ¿Tal vez sea que son más cínicos en esos países? Franklin D. Roosevelt (1933–1945), Lyndon B. Johnson (1963–1969) o Ronald Reagan (1981–1989) fueron distantes, fríos y calculadores, poco conocidos incluso para sus familiares y amistades, pero buenos para aparentar ser empáticos, en parte gracias a la radio o la televisión y gracias a actos públicos, como aquellos en que se presentaban con las familias que habían padecido alguna tragedia. En México, en cambio, puede ocurrir una tragedia y no mostrar interés por aparecer con las familias afectadas o asistir a los funerales, sin que haya consecuencias. Hasta es necesario llevar las fosas a la plancha del Zócalo para ver si alguien en Palacio se entera de que hay dolor, tristeza y enojo.

Quien se dedique a la política debe ser alguien a quien le guste actuar y sepa pretender que todo lo que dice o hace es lo mejor que podría haberle pasado al país, estado, ciudad o alcaldía, cuando no al mundo. Es, en parte, un juego de espejos y humo, un engaño, y en parte un juego en que se deben aceptar las reglas del juego sin que pierda de vista cómo adecuarlas a las propias necesidades y ver hasta qué punto se pueden tergiversar e incluso ignorar esas reglas. Benditos abogados.

Quien se dedica a la política debe vender la imagen de persona de convicciones, valores, visión y tenacidad. Ayuda ser una persona bien parecida y agradable, aunque ayuda más el tener los recursos para mantener vivo el apoyo y el recurrir al juego duro si es necesario. La imagen en escenarios adecuados vende. Además, debe saber que hay límites en cuanto a lo que puede hacer y lograr, de ahí que deba conocer las reglas del juego y a aquellas personas con quienes interactúa, al tiempo que debe convencer a gente que sabe poco o nada sobre la política y lidiar con quienes creen saber más de lo que saben. Debe aprovechar la falsedad y la idiotez y debe ser capaz del autoengaño. Hay que engañar a la gente y debe engañarse a sí mismo. Es por ello que se invierten millones en crear una imagen, algo que entiende Claudia Sheinbaum. Pretender que se es empático es parte del juego, aunque las motivaciones disten de tener algo que ver con la ética o la moral. Lo mejor es que se compra esa imagen, cuando no esa mentira. Más que conocimientos o valores, se necesitan estrategias y acciones que vendan bien con el público que importa.

Para bien o para mal, se ha aceptado en el estudio de la política que quienes se dedican a ella responden a los incentivos que enfrentan. De una manera u otra son actores racionales. No es necesario considerar si pueden ser personas éticas. Como nadie puede tomar decisiones por sí mismo en las democracias, sino que son decisiones en grupos, no es necesario esperar que haya ángeles o temer que haya demonios. No es necesario esperar grandes cualidades éticas si las reglas del juego son las correctas. Además, ni siquiera un dictador o alguien al frente de un sistema totalitario puede hacer lo que quiera. Existen otros actores que también son o pueden ser importantes para el logro de los objetivos del dictador y, por lo mismo, son posibles retos a su poder. No siempre es necesario recurrir a la violencia con esos actores. Independientemente del tipo de sistema, toda persona que se dedica a la política tiene claridad en cuanto a los fines que desea lograr, por lo que recurre a los mejores medios para ello dentro de lo que es legal/aceptable y en trabajo con otros actores —coaliciones—. Toma en consideración a la gente que deba tener contenta para llegar al poder y mantenerse en él y los recursos con los que cuenta para poder mantener contentas a las personas correctas.

Bruce Bueno de Mesquita y Alastair Smith, en The Dictator’s Handbook: Why Bad Behavior Is Almost Always Good Politics (2012), considera algunos de los problemas que he mencionado, ofreciendo una explicación de por qué alguien como el Sr. López puede ser exitoso. Es una versión breve de The Logic of Political Survival (2003). Considero uno de los puntos que mencionan: si se llega al poder se debe tener recursos suficientes para mantener la lealtad de actores clave. No es cuestión de toda la población, ni siquiera en las democracias, aunque en éstas haya más gente a la que se deba tener satisfecha. Es importante preocuparse por las personas que lo puedan reemplazar. Se deben considerar formas de eliminar —despedir, anular, encarcelar o matar— a quienes deseen retar o puedan ser problemáticos. Es necesario mantener contentos a los actores relevantes. Gobernar y las políticas públicas son lo de menos o pueden ser de menor importancia si se tiene a clientes satisfechos, por decirlo así.

El dinero es un recurso fungible, por lo que sin él no sirve de gran cosa el reparto de puestos. Mantiene contenta a su base. El que sea popular es un añadido que le da credibilidad, pero sin ese dinero sería irrelevante la popularidad. Asimismo, el que busque gente 90% honesta y con 10% de experiencia es completamente lógico.

Una de las primeras acciones del Sr. López después de las elecciones de 2018 fue reunirse con el entonces presidente para revisar el presupuesto. Quería encontrar los millones en robos. Quería el dinero. No lo encontró, pero una vez que llegó a la presidencia encontró la forma de obtener ese dinero y mantener contenta a la gente importante, que incluye a la población beneficiaria de sus programas. Ésta ha sido otra constante en sus estrategias: gastar todo el dinero que pueda y tener guardados —la partida secreta— para mantener la lealtad y poder comparar lealtades más allá de las que se deban institucionalmente —una bella metáfora—. El dinero es un recurso fungible, por lo que sin él no sirve de gran cosa el reparto de puestos. Mantiene contenta a su base. El que sea popular es un añadido que le da credibilidad, pero sin ese dinero sería irrelevante la popularidad. Asimismo, el que busque gente 90% honesta y con 10% de experiencia es completamente lógico. No busca cómo resolver problemas. Busca que nadie sea un reto para su autoridad, la del líder carismático, que nadie haga sombra al caudillo. Sólo él puede crear y tener sombra. Es curioso releer a Martín Luis Guzmán en esta época.

A pesar que desde Palacio Nacional se comunican sinsentidos ganadores, existe una lógica para acciones meramente simbólicas o para la irresponsabilidad y la falta de empatía. Estar indignado no ayuda a entender lo que se vive. Es necesario entender la lógica y el método para la locura si se desea encontrar soluciones a esa locura. Contrario a lo que se pueda creer, es necesario que se enfatice la ética y la moral en el actuar gubernamental, algo que no se puede resolver por medio de leyes. Asimismo, es necesario considerar qué es lo que ha facilitado la irresponsabilidad y el desprecio, la falta de empatía, no sólo como problemas en cuanto a las reglas del juego. Se ha enfatizado demasiado ese elemento a costa de otros elementos que no se ha mostrado sean irrelevantes, como las cualidades de la persona en el poder. En tal caso, hay que considerar si es cierto que los pueblos tienen los gobiernos que merecen. ®

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Publicado en: Política y sociedad

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