Piero Gobetti vio la verdad y la capacidad radicales del liberalismo; no sucumbió al fascismo y lo enfrentó con valentía física y valor intelectual, y sumó al ejemplo de razón activa un ejemplo de amplitud y cooperación culturales.
Para Gustavo Cajica, parte de la historia liberal de Puebla.
Presentación
Italiano, turinés, Piero Gobetti nació en 1901 y murió en Francia, en París, en 1926, con veinticinco años apenas. Fue indirectamente asesinado por un tal Mussolini: murió de las complicaciones causadas por los golpes de un escuadrón fascista.
Escritor y editor de altura. Intelectual agudo, polemista público, activo y con propuesta, y creador de publicaciones valiosas, sobre política y cultura —Energie Nuove, La Rivoluzione Liberale e Il Baretti.
“Revolucionario liberal”. O, mejor dicho, liberal revolucionario. Su liberalismo era (es) una filosofía de lucha social e individual, una ética de emancipación que encontró conectable y conectó con la idea de revolución obrera.
El cuadro —marco y pintura
El contexto sociohistórico del siempre joven Gobetti son la primera posguerra mundial, la Revolución rusa y el ascenso de Benito Mussolini al poder. Este último hecho es una de las claves para entender a Gobetti, su tipo de liberalismo y su “revolucionarismo”. Porque clave en la esencia gobettiana es el antifascismo.
En 1921 los fascistas ya dominan la política italiana y en 1922 su duce se convierte en primer ministro. Gobetti, como Carlo Rosselli —y a diferencia de quien sería otro gran antifascista, Gaetano Salvemini—, no tardó en oponerse al fascismo; fue su crítico antes de la toma del poder. Por ese empoderamiento fascista Gobetti se oponía también a que la izquierda se limitara a buscar reformas económicas y beneficios materiales inmediatos para los obreros. Criticó la limitación a esa búsqueda, no la búsqueda en sí. En esa Italia la retracción y la pasividad políticas equivalían a dejar el campo despejado para los fascistas; dejar la despensa del Estado abierta para el pillaje autoritario. Fascistas: los saqueadores antipluralistas, antidemocráticos, antiliberales. Gobetti: intelectual, crítico y activista estructuralmente antifascista.
Un contemporáneo suyo, el mismo Gramsci, escribió que para Gobetti “los principios del liberalismo se proyectan desde el orden de los fenómenos individuales al orden de los fenómenos de masa”. Lo que causaría un clasismo positivo y no exclusivo, amén de revolucionario.
Antifascista como Antonio Gramsci. Y amigo del marxista Gramsci, quien dio cabeza en 1919–1920 a un movimiento obrero en Turín, la ciudad de la Fiat de los Agnelli. Gobetti dirigía Energie Nuove (fundada en 1918) y simpatizó no sólo con los intereses de los obreros sino con la idea gramsciana de que eran un nuevo sujeto revolucionario en Italia. Gobetti afirmó que el movimiento obrero “es el protagonista moderno de la historia italiana”. Aún no fracasaba la joven Revolución rusoviética iniciada en octubre de 1917 (la “Nueva Política Económica” de Lenin es de 1921), es decir, las lecciones del experimento no estaban disponibles para Gobetti. Sin ser comunista, Gobetti pensó entonces en una revolución como herramienta y en 1922 empezó a editar La Rivoluzione Liberale.1
La Revolución de Gobetti era una lucha por la emancipación, pero no de unos pocos ni de un solo sector, tampoco para producir nuevos privilegiados, y también era de los obreros como tales. Éstos serían actores de la Revolución liberal en búsqueda general de lo que Gobetti veía en las tomas y los consejos de fábrica del “bienio rojo” del 19–20: la autonomía de los obreros y su libertad.
Ese punto —y otros elementos— han llevado a algunos a calificar el liberalismo gobettiano como “social”. Yo veo lo social en Gobetti en varias vertientes: tenía un acento político pero no era indiferente a lo socioeconómico como blanco de mejora, daba cabida a la lucha político–liberal tanto de individuos como de colectivos, y la lucha colectiva la articulaba a la lucha que por la emancipación/liberación de sus miembros pudiera hacer una clase en cuanto tal, precisamente como clase social. Un contemporáneo suyo, el mismo Gramsci, escribió que para Gobetti “los principios del liberalismo se proyectan desde el orden de los fenómenos individuales al orden de los fenómenos de masa”. Lo que causaría un clasismo positivo y no exclusivo, amén de revolucionario. Y un contemporáneo nuestro, Gonzalo Varela Petito, escribió que Gobetti “pertenecía a la escuela de los realistas contrarios a la profecía, inclinados a tomar la historia tal cual es de modo de cambiarla para mejor por obra de la previsión de individuos y de las clases activas”.2
Hacia todo ello se mueve la idea de Revolución liberal de Gobetti: un medio revolucionario, con operadores individuales y de clase, para la emancipación de individuos y clases necesitados de libertad. Apostillo: el liberalismo no es intrínsecamente revolucionario y clasista, pero encarnado puede serlo, revolucionario y relativamente clasista como en los casos del inicio de la Revolución francesa y la propuesta gobettiana; Antisocial es lo que no puede ser si es liberalismo verdadero y realista. Gobetti era real y verdaderamente liberal, su “revolucionarismo” influido —o presionado— por su contexto nacional e internacional tenía intención realista.
Además de su aceptación de medios revolucionarios —para fines liberales, repito, de libertad de todos los que la necesitaban—, su fuerte crítica a muchas fuerzas políticas italianas y su dura oposición a los fascistas han hecho que otros —como James Martin— hablen del liberalismo agonístico de Gobetti. Agonístico, no agónico, de lucha directa, abierta, fiera, no temerosa, apenada ni reticente. Como el fascismo intentaba acomodar, cooptar o comprar opositores —si no intentaba encarcelarlos o matarlos—, Gobetti remarcó el punto conflictivo de su liberalismo. Según Varela Petito, “para él lo propio de una política liberal no sería la conciliación sino la lucha”.
Ahora bien, lo propio del liberalismo en sí mismo, o como género, no puede ser ni una lucha específicamente dura ni la conciliación o negociación con quien sea. No se confunda la lucha por la libertad, la lucha en general, con el conflicto político en particular, las luchas relativas al poder del Estado. La lucha como conflicto político y la conciliación política/económica son medios cuyo uso liberal depende del momento histórico y de la situación real en que se encuentra la libertad. Aquella lucha puede ser lo necesario o propio en algunos casos, bajo ciertas circunstancias, no en todos los casos ni bajo cualquier condición. En la Italia fascista el liberalismo debía y tenía que luchar así, entrar en conflicto pleno y mayor con Mussolini, resistirlo y contraatacarlo; conciliar con los fascistas, enemigos de la libertad, no podía ser verdaderamente liberal sino (anti)liberalmente suicida. Gobetti tenía razón en el contexto italiano de sus años. Pero no hay que trasladar la posición gobettiana a toda condición —lo que sería el error de pensar los medios sin condiciones históricas—, ya que puede no ser la mejor opción pensando en el avance fáctico de la libertad.
Liberalmente, no cabe idolatrar todo esfuerzo de consenso ni el conflicto por sí mismo: sólo son herramientas, con sus momentos y espacios justificados, no son la esencia liberal; ésta es la libertad, y ella da los fines subsiguientes de liberación colectiva o individual para el ejercicio de la libertad de cada cual. Tampoco habría que pasar por alto que Gobetti quería conflicto político para mantener el pluralismo en Italia: no quería luchar, en vez de conciliar, para luego destruir a todos esos con los que no se concilió y con los que no se quisiera en lo futuro ni conciliar ni luchar; ésta era la posición fascista, no la de Gobetti. El fascismo proyectaba ser primero conflictivo para después no tener que serlo pluralistamente, lo que implicaba llegar por cualquier medio a un estadio en que la mayoría y casi todos dentro del país estuvieran con el partido y el líder.
Algunas veces el liberalismo fue burgués en un sentido porque los burgueses fueron liberales en un momento: necesitaban liberarse de la aristocracia, de la Iglesia y de un Estado favorable a esas clases, para lo que se valieron de apelaciones a la libertad universal y a derechos universales de libertad.
Gobetti criticó también al régimen prefascista y a los políticos llamados liberales. No creía que fueran verdadero liberalismo. No creía que la realización liberal pudiera carecer de formas sino creía que la Italia liberal sólo existía en formalidades que muchas veces no se aplicaban. No creía que hubiera una cultura política liberal y sabía que no había ocurrido una Revolución liberal. De ahí su crítica al periodo dominado por Giovanni Giolitti, cinco veces gobernante entre 1901 y 1914. Si las conclusiones de Gobetti sobre ese periodo son enteramente correctas, o demasiado injustas, es algo que está fuera de este cuadro; basta decir que Giolitti puede ser un ejemplo de otra degeneración: degenerar en la práctica al liberalismo por culpa de la práctica excesiva de la negociación inmediatista, degenerarlo ahora no por un exceso de conflicto provocado por un “conflictivismo” extracontextual o mal contextualizado sino por un exceso de transigencia táctica provocado por un “consensualismo” tan (mal) contextualizado que se confunde o mimetiza con el contexto mismo y puede tender a lo conservador. Por esa senda pueden lograrse reformas, e incluso reformas relevantes y valiosas, pero siempre más gradualistas —y, por paradoja lingüística, de menos grado de alcance e impacto— y siempre reactivas, para desactivar descontentos en vez de evitar descontentos, para apagar efectos de problemas en lugar de resolver problemas en sus raíces. Giolitti fue, reciclando la expresión de su estudioso Alexander de Grand, “el sastre para un jorobado”. Creo que Gobetti quería enderezar al jorobado —volverlo guapo sería otra cosa…3
En fin, así como el liberalismo puede incluir e incluye muchos medios —competencia, cooperación, conflicto, consenso, Estado, mercado, lo público, lo privado, lo social, lo mixto, etcétera— a los que puede combinar de muchas y distintas maneras, lo que es necesario en todos los contextos, para que el liberalismo lo sea verdaderamente, es que la libertad formal e informal —su realidad total, ejercicio y gozo— no sea sólo de una clase social. La que sea. La acción liberal puede, espacio–temporalmente, acentuar la lucha a favor de la libertad de una clase, pero no exclusivamente como clase sino como conjunto de individuos y como clase necesitados de algún tipo y grado de liberación. Es decir, el acento liberal contextual se haría en el primer conjunto por las características individuales dignas y merecedoras de libertad y en el segundo conjunto —la clase— por las características socioeconómicas difíciles o contrarias al desarrollo de la libertad. Ése es otro acento compatible con el todo gobettiano.4
Como bien vio Gobetti, lo liberal no era siempre burgués ni debe ser reducido a burgués. No son la misma cosa. Algunas veces el liberalismo fue burgués en un sentido porque los burgueses fueron liberales en un momento: necesitaban liberarse de la aristocracia, de la Iglesia y de un Estado favorable a esas clases, para lo que se valieron de apelaciones a la libertad universal y a derechos universales de libertad, lo que es la médula espinal liberal. Eso es todo. No hay razón ninguna, ni hacia la Razón misma ni hacia la Historia, por la que el liberalismo sea o deba ser la ideología de los ricos o de los grandes empresarios.5
Por último, ese acento social–clasista más el del “conflictivismo” y el pluralismo determinaban que Gobetti rechazara los llamados a “la unidad nacional” y no fuera estrictamente nacionalista, si bien su actividad no prescindía del Estado–nación como referencia y marco. Digamos que una de sus referencias y uno de sus marcos eran estado–nacionalistas. Recordemos dos hechos más: por un lado, que el nacionalismo es uno de los elementos o condiciones necesarias del fascismo6 y, por otro lado, que Gobetti tuvo un proyecto editorial europeísta para fertilizar y fortalecer la cultura italiana, como se demuestra con la revista Il Baretti y la edición gobettiana del libro On Liberty de John Stuart Mill en 1924.
Conclusión
Los elementos principales de la “tabla periódica” de la tierra gobettiana son el liberalismo, el antifascismo y la Revolución. El liberalismo y el antifascismo siguen teniendo validez. Se la niego a la Revolución. Se la niego para el presente por lo pasado. Gobetti se equivocó sobre la Revolución rusa. Pero si bien rechazo lo revolucionario, no rechazo todo lo radical. No hay razón objetivamente universal ni universalmente objetiva para reducir el radicalismo a la Revolución o al extremismo —por ejemplo terrorismo, guerrilla, ultraizquierdismo, anticapitalismo puro, ultraderechismo, etc.—. El liberalismo puede ser y ha sido radical, tanto en el sentido revolucionario —Francia 1789— como en el del reformismo a profundidad–raíz. Se podrá decir que no hay partidos liberales o políticos liberales que hoy estén proponiendo o tengan poder para hacer reformas radicales. No es mi punto, sin embargo. Mi punto es otro que entendió Gobetti: el liberalismo no es idénticamente ni necesariamente lo mismo que partidos y políticos liberales. Muchas veces los partidos y políticos que se llaman liberales sólo son nominalmente liberales. El liberalismo es una filosofía. En la filosofía está su origen, su esencia y su mayor desarrollo. Lo que no quiere decir que sea utópico, ahistórico y antiempírico; su destino único no han sido ni son las ideas, que son su cuna, su esqueleto y su primer motor. El liberalismo es distinto del marxismo, que tiene su origen directo en un solo autor (Marx) y sus desarrollos están definidos por la intención de ser un partido o ser de un partido.
El liberalismo puede y actualmente debe ser radical: ir en las propuestas a la raíz de los problemas. Con o sin partidos, con o sin políticos poderosos. Debe ir a la raíz del problema social que juega contra la libertad individual, la libertad individual general, sí, la libertad de todos y cada uno de los individuos en tanto individuos. Aunque no sean totales y uniformes, con tantos problemas vigentes, con tantas situaciones nacionales e internacionales de opresión, de pobrezas incapacitantes y represiones varias, ¿cómo sería imposible que el liberalismo fuera tanto socialista como radical? No constitutivamente sino instrumentalmente. ¿Cómo no podría serlo y cómo podría no serlo? El liberalismo de hoy tiene que ser también un paquete de reformas políticas, sociales y económicas profundas, así locales como globales. Y para ellas como propuestas, intentos y posibles acciones estatales podemos usar a Gobetti.
El liberalismo puede y actualmente debe ser radical: ir en las propuestas a la raíz de los problemas. Con o sin partidos, con o sin políticos poderosos. Debe ir a la raíz del problema social que juega contra la libertad individual, la libertad individual general, sí, la libertad de todos y cada uno de los individuos en tanto individuos.
Lo más importante de Piero Gobetti es, para mí, una tríada: vio la verdad y la capacidad radicales del liberalismo; no sucumbió al fascismo y lo enfrentó con doble valor, esto es, con valentía física y valor intelectual; y sumó al ejemplo de razón activa un ejemplo de amplitud y cooperación culturales: el liberal revolucionario como editor publicó al marxista Gramsci, al exmarxista y nuevo liberal idealista Benedetto Croce y al liberal reformista John Stuart Mill. Por eso dedico este fragmento gobettiano a un amigo liberal y editor. ®
Notas
1 Otro marxista vio con buenos ojos a Gobetti. El peruano José Carlos Mariátegui, autor de un marxismo aun más heterodoxo que el gramsciano, fue lector y admirador del joven liberal. No debe escaparse ese punto: ambos marxistas no eran ortodoxos. Gramsci siempre tuvo claro que Gobetti no militaba ni militaría en el comunismo.
2 “Reflexiones italianas sobre el subdesarrollo: la revolución liberal de Piero Gobetti”, en Perfiles Latinoamericanos, México: FLACSO, vol. 18, núm. 36. Crucemos el contenido de Gobetti con el de otro líder del antifascismo, ya mencionado, Carlo Rosselli: “ese liberalismo [más concreto] es obligado a contar con los grupos y las clases y a dar hoy, en el estado social actual, un puesto preponderante al problema social, a la lucha entre proletarios y capitalistas”, escribió el fundador de “Justicia y Libertad” en el libro Socialismo liberal, Puebla: Editorial Cajica, 1969, p. 112. Gobetti y Rosselli coinciden en algunas esencias y puede formarse una especie de continuum liberalismo social(ista)–socialismo liberal(izado). Sobre su unión en la izquierda liberal, lea esto.
3 Relea la oración previa a la nota al pie 2.
4 Vuelvo a cruzar con Rosselli en su libro de 1930: “El socialismo debe tender hacia el liberalismo, el liberalismo debe nutrirse de la lucha proletaria. No es posible ser liberales sin adherirse de una manera activa a la causa de los trabajadores” (Socialismo liberal, p. 166). Actualizada, sin reduccionismo marxista ni Revolución, la conclusión de Rosselli y Gobetti sigue siendo válida. El liberalismo no puede estar contra los trabajadores ni ignorar sus necesidades socioeconómicas, sean trabajadores rurales o urbanos, de clase media o baja, especialmente fuera del llamado “primer mundo”. Todos ellos son individuos… y necesitados todos de mayor calidad de vida y mayor libertad. Además, pensando conectadamente el párrafo octavo del texto y el párrafo que da pie a esta nota, no debe olvidarse que el liberalismo no es negativamente clasista, o discriminatoriamente clasista, salvo contra la clase plutocrática, ni marxistamente clasista ni solamente clasista —cuando tiene algo de clasismo.
5 Hay, no obstante, unos cuantos multimillonarios con ideas liberales que han ayudado a realizaciones liberales, como George Soros. No es el caso de escorias plutocráticas como Ricardo Salinas Pliego.
6 Defino sencillamente al fascismo como una suma de nacionalismo, autoritarismo, populismo y violencia.