La cazadora de microbios

Entrevista con la Dra. Laurie Ann Ximénez Fyvie

Fue la primera voz en advertir de las funestas consecuencias que tendría el negligente manejo de la pandemia que llegó en 2020. No se equivocó, y eso no se lo perdonan los fanáticos de la 4T.

La Dra. Laurie Ann Ximénez–Fyvie. Captura de pantalla en entrevista con TV–UNAM.

A un año de la publicación de su libro Un daño irreparable (Planeta, 2021), la doctora Laurie Ann Ximénez–Fyvie ha señalado las profundas heridas que ha dejado el criminal manejo de la pandemia de covid–19 en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador y el subsecretario de Salud, Hugo López–Gatell.

Convertida en una figura polémica, con miles de seguidores en redes sociales, y en una voz referente y alternativa para la prensa, ha sido agredida por miembros y simpatizantes de la llamada “cuarta transformación”, quienes la identifican solamente como dentista u odontóloga —en el mejor de los casos— y la insultan con motes denigrantes.

En marzo de 2021 el periodista Héctor de Mauleón mencionó estos linchamientos y amenazas virtuales en su columna de El Universal titulada “El infierno de Laurie Ann”. A la lista de calumniadores se han sumado personajes como Antonio Attolini, el dibujante José Hernández, el periodista Jairo Calixto Albarrán, propagandistas como Ignacio Rodríguez “el Chapucero”, medios como El Soberano, funcionarios como José Merino, la activista Dana Corres y huestes de tuiteros anónimos y debidamente fanatizados.

¿Quién era la doctora Laurie Ann Ximénez–Fyvie antes de salir a la luz pública? De 53 años de edad, es madre de familia, proveniente de una familia de médicos, músicos y fagotistas, y la menor de ocho hermanos, hija del director de orquesta veracruzano Luis Ximénez Caballero. Esta “cazadora de microbios” —como ella se define— es licenciada en Odontología y jefa del Laboratorio de Genética Molecular de la UNAM. Se doctoró en Microbiología en Ciencias Médicas en la Universidad de Harvard y dice que no cree en Dios ni en los milagros. A raíz de la pandemia ha impulsado una organización sin fines de lucro llamada “Salvemos con Ciencia”, que aporta información fundamentada y veraz sobre la enfermedad, así como otros datos científicos. En alianza con otros médicos,  como el infectólogo Alejandro Macías, el actuario y doctor en Ciencia de la Facultad de Estudios Superiores de Acatlán Arturo Erdely y especialistas como Francisco Moreno y José Ignacio López Birlain, entre otros, han logrado crear una extensa comunidad a través de charlas y conferencias virtuales.

“¡¿Por qué alcé yo la voz?! ¡Porque nadie más lo estaba haciendo!, ¡alguien tenía que hacerlo! ¿Y nos íbamos a quedar cruzados de brazos y que se muera el que se tenga que morir y que pase lo que tenga que pasar? ¡Había un silencio rotundo de la comunidad científica y médica!”

Su historia mediática surge el 6 de mayo de 2020 cuando publicó el artículo “El fiasco del siglo” en el diario Reforma, en el que señaló los primeros errores en el manejo de la pandemia tanto del gobierno como de la sociedad civil, antes de que las funestas consecuencias. Desde entonces empezó el hostigamiento contra ella, que contestó con la publicación de Un daño irreparable —el cual, por cierto, se ha utilizado como testimonio para el juicio promovido por el abogado Javier Coello Trejo en la denuncia a Hugo López–Gatell por responsabilidad en muertos por covid–19.

“Yo no me siento una figura pública, no quiero serlo, nunca ha sido mi intención y cuando termine la pandemia estaré más que súper–agradecida de volver a la privacidad de mi vida común y corriente. Mientras se pueda hacer algo seguiré tratando de ayudar a los demás porque no tengo intención política ni nada”, me confiesa en una entrevista por Zoom.  “¡¿Por qué alcé yo la voz?! ¡Porque nadie más lo estaba haciendo!, ¡alguien tenía que hacerlo! ¿Y nos íbamos a quedar cruzados de brazos y que se muera el que se tenga que morir y que pase lo que tenga que pasar? ¡Había un silencio rotundo de la comunidad científica y médica!”

—¿Cómo descubrió usted su vocación científica?
—Yo llegué a la odontología porque en otra época a una generación se le preguntaba qué quería hacer y ya debía tenerlo claro a los diez años. Tengo ocho hermanos y hermanas, más grandes que yo todos, menos una, dedicados a la odontología, la medicina, la biología. Fue la educación que tuve, no una epifanía vocacional. Mis padres eran músicos sinfónicos, mi padre director de orquesta, violinista; mi mamá fagotista en su orquesta. Mi vida transcurrió tras bambalinas en los teatros, atriles de conciertos y partituras, así fue mi infancia, pero mis hermanos terminaron en ciencias de la salud. Para mí era natural que yo fuera médico, veterinario u odontóloga. Una media hermana mía, que era a quien admiré y adoré mucho, era odontóloga y yo seguí su ejemplo. Pensaba en ese entonces: “¡Yo quiero ser como Fátima!” (se ríe).

Siempre adoré la odontología, estudiarla fue extraordinario y algo con lo que sentía hacía muy bien, competente, me motivaba, me gustaba el servicio de hacer un bien a las personas. Yo iba a hacer odontología clínica, pero el último año de la carrera hice servicio social en la Facultad de Medicina experimental de la UNAM, y cuando empecé a hacer mi trabajo de investigación para mi tesis lo hacía en el laboratorio. En la medida de lo que me involucraba en el laboratorio, me llamaba más eso que la clínica. Yo nunca tuve un consultorio ni ejercí como tal, ¿por qué? Porque el último año iba a la escuela en las mañanas y en las tardes al laboratorio. Cambié la filipina por la bata, la pieza de mano, y en el laboratorio me sentí que de ahí yo era, no hay nada que quisiera ser más que eso. No es que la odontología me frustrara, fui una alumna sobresaliente en la facultad, lo hice con mucha dedicación y amor, lo dejé de hacer porque me gustó más la ciencia, y cuando me titulé de la licenciatura estaba decidido, no iba a hacer otra cosa que no fuera un laboratorio. Hice el doctorado en Harvard y he dedicado todos mis años profesionales a la academia.

—¿Qué edad tiene? ¿O es top secret? A algunas mujeres no les gusta revelar su edad…
—No, no es top secret, tengo 53 años (se ríe).

Ésta una asociación civil sin fines de lucro con la colaboración de otros científicos, médicos, y yo soy la directora general, y di la instrucción expresa de que ahí nadie nunca hable de algo que tenga que ver con la política gubernamental para el control de la pandemia; no se hace crítica, no se evalúa, no se habla de Gatell; hablamos de la vacunación, de la enfermedad, qué se puede hacer, porque no quiero que tenga esa connotación.

—¿Cómo es su trabajo en el proyecto de “Salvemos con Ciencia”?
—Nació de todo esto, porque empecé a alzar la voz. Me han dicho unas cosas horribles, amenazas. Esa parte que cuento es tristísima, que se me ataque por ser odontóloga. No les gusta que hable de su político predilecto, pero en esa ecuación no les interesan las vidas que se pierden. Lo que terminó sucediendo es que empecé a alzar la voz con la intención de que algo mejorara, pero ya entendí que el gobierno no tiene la menor intención de cambiar las cosas. Todo esto es un manejo político y así va a seguir. Y si se suman cientos de miles de muertos más, se van a sumar. Ante esta disyuntiva formé “Salvemos con Ciencia”. Hay que tener una voz crítica, pero hoy por hoy ya no tiene la misma intención que antes. Yo pensé que esto llevaría a que el gobierno cambiara las políticas, y ahora hablo sólo para que la gente entienda. Ésta es mi aportación, si es verdad que alguien me va a matar cuando salga de mi casa, bueno, ¡pues que se sepa que lo que dejé era la intención de cambiar algo! Creo que ha podido servir por lo menos para hacer conciencia, y si alguien se ha puesto un cubrebocas o comprado un oxímetro y se ha cuidado y le ha salvado la vida, ¡qué bueno! Ésta una asociación civil sin fines de lucro con la colaboración de otros científicos, médicos, y yo soy la directora general, y di la instrucción expresa de que ahí nadie nunca hable de algo que tenga que ver con la política gubernamental para el control de la pandemia; no se hace crítica, no se evalúa, no se habla de Gatell; hablamos de la vacunación, de la enfermedad, qué se puede hacer, porque no quiero que tenga esa connotación. No nos interesa él ni el presidente. ¡Tratamos de atender gente y ésa es la aportación!

En México hay una desconexión completa entre quienes manejan la pandemia y todo lo demás. No lo hacen como un problema de salud pública sino político. Se tiene una desconexión y sólo dicen: “Quédese en casa”. ¡Cómo pueden decirle eso a la población mexicana cuando el gobierno no tiene un solo programa social para ello! Cuando en Alemania lo dicen es porque a las empresas se les dan los apoyos necesarios para que puedan cerrar sin necesidad de despedir a todos sus empleados, o que colapse y quiebre, y los que no tienen salarios fijos saben que tienen programas sociales, ¡pero aquí nada!

—Apoyo que tenga el valor de hablar, más siendo mujer, y más cuando leí la columna de Héctor de Mauleón. Hay otros periodistas que queremos darle voz a estos médicos que no eran figuras públicas hasta hace dos años, pero que tienen otra postura más allá de la propaganda. Muchos somos muy vulnerables, periodistas, doctores, pero hay que seguir adelante, no podemos hacer lo que nos dicte el gobierno. He leído las cosas horribles que le escriben en Twitter, pero no todos nos dejamos malinfluenciar.

—Cuando empecé a alzar la voz había un silencio rotundo de parte de la comunidad científica. Ahora que han muerto más de 500 mil todo mundo quiere decir que qué mal, ¡pero yo lo hice antes de que hubiera 500 mil! ¡Ojalá que podamos salvar a los siguientes 100 o 200 mil, pero el daño ya está hecho! Hay días que se siente mucha frustración. Yo soy doctora en ciencias médicas, microbióloga, pero para ser epidemiólogo puede serlo cualquiera, es como una de las partes muy básicas. El epidemiólogo no sabe de odontología. ¿Soy la persona más calificada? Tal vez no, ¡pero si nadie más lo estaba haciendo! ¡Cuando alguien empieza a hablar no les gusta! No apoyo al propagandismo politiquero. La verdad lo que siento es esto: lo que sucede nos rebasa a todos y es una tragedia de proporciones que no estamos digiriendo todavía. Yo a veces creo que alcanzo a entender la dimensión y tampoco lo entiendo; no es sólo el medio millón de casos de México y los del resto del mundo, sino todo lo que va a llevar a largo plazo, las afectaciones psicológicas, de educación y desarrollo que esto está dejando, y va tomar mucho tiempo para que se pueda subsanar, además de las consecuencias económicas, educativas y emocionales. Nadie habla de las millones de personas con secuelas, por ejemplo. Eso va a ser un problema de salud pública y económico en años por venir.

¿Soy la persona más calificada? Tal vez no, ¡pero si nadie más lo estaba haciendo! ¡Cuando alguien empieza a hablar no les gusta! No apoyo al propagandismo politiquero. La verdad lo que siento es esto: lo que sucede nos rebasa a todos y es una tragedia de proporciones que no estamos digiriendo todavía.

Hay jefes de familia que eran el sustento de la casa que ahora están incapacitados para seguir trabajando, porque tienen insuficiencias respiratorias y nadie habla de eso. Yo pienso que la normalidad antes de diciembre de 2019 nunca va a volver, porque esto ya ha dejado muchos cambios sociales, económicos, más allá de las pérdidas humanas. Es muy triste, no entiendo que a la gente le cueste trabajo entender que alguien haga algo simplemente porque tiene buenas intenciones. No lo entiendo porque no pertenezco a ese mundo. ¿Por qué uno no haría algo si puede hacer un bien? ¡Parece tan fuera de orden!

—Las secuelas del coronavirus serán un problema a largo plazo, lo que no se ha abordado con la seriedad que debiera.
—La gente con secuelas es como si no existiera, pero muchos sí lo sabemos. Se atienden casos con covid, pero no a gente con secuelas emocionales, físicas, psicológicas o que ha tenido amigos o familiares que murieron. El deterioro es muy grande y vemos más de estos casos, y esto se tendrá que abordar. La vacunación también se hace con fines electorales.

—En este lapso, ¿qué ha aprendido usted como mujer y médica? Sé que ha sido tortuoso y todos hemos aprendido algo, pero no todos lo dicen.
—Creo que he sido muy consciente de que la posibilidad de ayudar a otros es lo que da sentido a mi vida, pero no creo que siempre haya tenido una conciencia de ella. Cada día que damos de alta a un paciente y se lo decimos a la familia es un día extraordinario para mí, eso por una parte. Por otra, he estado en contacto con gente que jamás imaginé que sería tan generosa y que muestra de forma desinteresada que está dispuesta a echar una mano. En “Salvemos” hay gente que se une y que dedica su tiempo como si fuera la chamba mejor pagada del mundo. Hay quienes trabajan con nosotros, pero que se quedan en el anonimato, porque no quieren que se sepa su nombre; como a la persona a quien le dediqué el libro, es el abuelo de alguien que trabaja en el equipo. Fue algo terrible y se unió diciendo: “Porque lo que le pasó a mi familia no quiero que le pase a nadie más”, en vez de quedarse con el rencor y el odio. He visto el lado bueno de muchos y a su vez he tenido una decepción tan grande en el otro extremo, los que pueden ignorar por completo el problema por cosas tan mundanas como qué partido político va a ganar, o “no hagas quedar mal a mi presidente”. ¡Gente que no me conoce que son capaces de decir las cosas más ruines de mí, pero yo soy madre, tengo hijos, alumnos y hay gente que no tiene límites en agresividad y violencia! Lo que estamos viviendo se pudo haber detenido los primeros cinco o seis meses, y la única razón fue porque no hay esa prioridad, porque el dinero y la política tienen más peso. ¡Ésa es la razón por la que llevamos ya mucho tiempo con la pandemia!

También entre 1918 y 1920, durante la gripe española, murieron casi 30 millones de personas, y fue una catástrofe tan severa que tendría que haber quedado en la memoria histórica del ser humano para que no se repitiera nunca más, y estamos aquí cometiendo los mismos errores.

—Es como la serie de Chernobyl, de 2019. Ahí se puede ver esa dicotomía entre la política y la ciencia, de mejor desinformar en vez de tomar el toro por los cuernos, y ya sabemos las consecuencias. Me puso muy triste. Veo que desafortunadamente se sigue aplicando con una situación como la del coronavirus. Quizá pudo habernos servido como una sensibilización previa ese año, que sé que no era el objetivo de haberla producido. A 36 años de aquel accidente parece que no aprendimos nada.
—Sí la vi y es excelente, de acuerdo con lo que dices. También entre 1918 y 1920, durante la gripe española, murieron casi 30 millones de personas, y fue una catástrofe tan severa que tendría que haber quedado en la memoria histórica del ser humano para que no se repitiera nunca más, y estamos aquí cometiendo los mismos errores, porque estamos haciendo exactamente lo mismo.

—Yo aprendí de ese episodio histórico —porque no sabía que le había pegado tan fuerte a Torreón, mi ciudad natal— que no se le dio la importancia que merecía. Tenemos que estar prevenidos y vemos que no se aplicó. Cuando fue el centenario de esa pandemia no hubo una revaloración a los médicos y sociedad involucrados. ¡Es muy penoso saber eso!
—¡Sí, así es!

—¿Como podríamos avizorar el futuro a mediano o largo plazo y evitar otra pandemia?
—No estoy segura de si vamos a poder evitar que algo así vuelva ocurrir, porque para eso se requiere generar aprendizaje que lleve a acciones. Y este aprendizaje ya lo teníamos, porque cuando surgieron el VIH, el ébola, el SARS, el MERS… estas enfermedades emergentes ya nos habían dejado aprendizajes y llevado a estar listos para esquivarlas, y sin embargo no se hizo, no se tomaron las acciones para ello. No tengo la certeza de que esto esté dejando ese tipo de aprendizaje en los círculos de toma de decisiones, el suficiente que se pueda hacer algo para prevenir que algo semejante pueda acontecer.

Lo que va a pasar en el futuro es que vamos a seguir en este estira y afloja, países que van bien, que van mal, hasta que no haya una solución permanente y haya una población masivamente vacunada, terapias, tratamientos eficaces, medicamentos que puedan curarlo o la combinación de estas dos cosas, pero mientras tanto vamos a seguir viendo números importantes de personas que mueren porque no quieren hacer más pruebas, rastreos. Van a seguir dejando salir de vacaciones cuando no se debe, estados que pasarán a “semáforo verde”. ¿Y cuánto tiempo? Esto no tiene una caducidad determinada. El virus solamente se va a ir haciendo más grave conforme siga reproduciéndose, conforme siga pasando de seres humanos a otros, y será más grande y grave de controlar mientras no se tenga la certeza y la obligación de que los gobiernos tomen medidas determinantes para detener su propagación como no lo hacen México, Europa, Sudamérica. El virus será cada vez más problemático hasta que no vengan soluciones permanentes como tratamientos efectivos o una población masivamente vacunada. Mientras tanto, vamos a tener que seguir viviendo en esta situación de emergencia. El virus no tiene fecha de caducidad determinada, sólo se irá haciendo más complicado hasta que se tomen las determinaciones correctas para detenerlo. ®

Sitio oficial del proyecto “Salvemos con Ciencia”.

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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