Ahí estaba frente a nosotros una figura mítica del boxeo mexicano, el mismo hombre que hizo grande a De la Hoya; la mano que lo mismo enseñaba a un púgil a golpear que a sostener con entereza un libro de Shakespeare o de Marx.
No me di cuenta a qué hora comenzó la entrevista, quizá la razón estribe en que nunca lo fue. Todavía no nos sentábamos mi compañero y yo cuando Jesús “Choláin” Rivero, como en un acto de iluminación (porque hasta el momento no parecía recordar que acordamos la cita por teléfono), comenzó a golpearnos con palabras. Parecía que el botón rojo de la reportera bailoteaba ante las prisas de captar el instante que Choláin había puesto en vigencia y que comenzaba a correr sobre el mismo caballo que sus palabras. Ahí estaba frente a nosotros una figura mítica del boxeo mexicano, el mismo hombre que hizo grande a De la Hoya; la mano que lo mismo enseñaba a un púgil a golpear que a sostener con entereza un libro de Shakespeare o de Marx.
Jesús Rivero habla sobre sus años en la secundaria, evoca los personajes que lo rodearon en sus tiempos escolares pero, sobre todo, trae al presente sus amistades entrañables siempre amarradas a historias que se van sucediendo una tras otra.
Después del relámpago anecdótico la reportera se muestra estable. Miro de reojo la cinta del casete y corre bien. Habíamos sobrevivido a esa primera tormenta gestada en la terraza de don Chucho, quien minutos antes nos había invitado a sentarnos. La camiseta rosa de Choláin se mimetiza con el color de su casa en Mérida. El cabello gris parece alborotarse más con los golpes producidos por el aporreo de la lengua yucateca. Las pupilas de Choláin están rodeadas por un azul de viejo y la barba huele a cicatriz mal-afeitada.
—Venimos a entrevistarle por su carrera en el box…
—¡¿Y por qué no vienen a entrevistarme por mi actividad política e intelectual?! —contesta Jesús Rivero, y no alcanzamos a aprehender la cantidad de ironía que contienen sus palabras—. Me gustaba el box, en la escuela Modelo [en Mérida], en tercero de secundaria había un muchacho que boxeaba: el “Caballito” Ordóñez; nosotros éramos unos chamacos e íbamos a las peleas de Manuel Ordóñez, —buen boxeadorcito— y eso despertó en mí una inquietud. Tiempo después un grupo de amigos me animó —porque me gustaban los pleitos en la calle— y me dijeron: ¿Por qué no boxeas? Y yo dije ¡Ta bueno! Yo estudiaba en el Colegio Americano cuando se organizó un campeonato estatal de box amateur, intervine y gané. Después le pedí permiso a mi papá para pelear profesionalmente; después de cinco peleas mi papá me dijo “Esto ya está…” y me mandó a México, allá también boxeé e hice contacto con peleadores profesionales. Yo estaba interno en la Universidad Militar Latinoamericana. El general Aurelio Calles, quien era mi cuate, me animó a participar en un campeonato amateur del Ejército nacional, allá en el Campo Militar Número uno. Me obligaron a pelear… porque yo no quería, ya había peleado profesionalmente. Después me salí de la escuela, allí terminé el primer año de derecho y, como me gustaba el box y leía box y lo estudiaba, empecé a tener contacto con gente como el “Cachorro” Herrera, Gabriel Díaz, Julio César Jiménez. Después llegó el “Ratón” Macías y yo entrenaba con ellos aunque no volví a pelear profesionalmente. Todo el entrenamiento que tuvo Memo Diez antes de pelear con el “Pájaro” Moreno lo hizo conmigo. En ese tiempo no sólo me interesaba mi carrera de Derecho sino comenzaban a interesarme cuestiones de filosofía, historia y de literatura, y todo esto me fue absorbiendo, poco a poco dejé de entrenar.
—Es entonces cuando usted se convierte en mánager…
—Dejé de estudiar derecho y me metí a la Facultad de Filosofía, después de estar cinco años allá regreso a Yucatán, luego me fui seis años a Campeche para regresar acá a poner un negocio de aluminio. El papá de Guty Espadas sabía que yo tenía nociones de boxeo y quiso que yo fuera a observar a su hijo al gimnasio donde entrenaba; en ese gimnasio estaba Canto y él me dijo: “Yo quiero que usted me enseñe lo que le enseña a Guty”. Así empecé a entrenar peleadores.
—¿Cuál cree que fue la fórmula para hacer triunfar a los boxeadores que estuvieron en sus manos?
—No todos mis boxeadores han sido ganadores, muchos han fracasado… he tenido suerte; algunos han sido disciplinados y además tuve buenos peleadores, tenía a los mejores: el “Zurdo” González, Baquedano, Garma. Y la realidad es que los otros manejadores no enseñan. En el boxeo como en cualquier momento se necesita gente que sepa para poder enseñar y hacer figuras. Puedes ser un peleador muy fuerte, valiente, rápido, pero si no tienes técnica a lo máximo que puedes llegar es a un determinado nivel, después de ese nivel ya no vas a pasar más allá. No se puede enseñar boxeo si no se conoce la historia del box porque en la historia están las técnicas del boxeo. En los años veinte se sale del boxeo rudimentario y aparece el primer boxeador técnico Jim Corbett, el primero que utiliza el yap y el movimiento de piernas… entonces, si conoces la evolución del box, si lo has practicado y si lees puedes enseñar. En cambio si eres un campeón mundial sabrás hacer muchas cosas pero para enseñar no tienes la menor idea. Ellos dicen “haz esto” porque a ellos se los dijeron, pero no enseñan el porqué de las cosas. Esto no pasa solamente en el box, pasa en el futbol, en todos lados… ahí está el caso de Baby Ruth, un gran pelotero que no pudo enseñar a nadie. Incluso mis boxeadores no han podido hacer boxeadores nuevos. Si un campeón no puede, imagínate ese tipo de manejadores que jamás se han puesto un par de guantes…
—Usted daba a leer literatura a sus pupilos, ¿por qué?
—Cuando hablo con mis boxeadores les hablo de todo; de literatura, historia, hago comentarios políticos. Por ejemplo, ahorita les estaría hablando de las crisis económicas, de Obama… Yo trataba de despertar en ellos una inquietud para leer. Pero no todos me hacían caso. Cuando peleaba Canto venían periodistas de todo el país; yo le decía a Canto ¡Lee!, para que cuando venga ellos los puedas llevar a Chichen Itzá y contarles…
”El boxeador, desgraciadamente, pertenece a un grupo de muchachos pobres, rodeados de un ambiente raquítico, intelectualmente hablando. Yo a De la Hoya le hablé de mil cosas, le decía: “No sirve de nada que yo te explique a Shakespeare, se trata de que tú lo leas”. “A mí me gusta que usted me lo explique”, me decía Óscar. ¡Hay modorra en ellos! No es fácil; salen con sus amigos y éstos solamente hablan de novias y pendejadas ¡pero no leen! Y no sólo pasa con los boxeadores, ¡pasa hasta con los intelectuales, con los propios maestros! Los maestros estudian para ganarse la vida pero la carrera no termina ahí. Todo mundo conoce, pero nadie se supera. Estamos en un México donde a la gente se le engaña; somos mediocres y eso duele. Y si interviene la religión ¡peor! porque ésta mata todo espíritu científico. Imagina el dominio histórico del cristianismo a partir de que se hace una religión de Estado con Constantino, es la negación total. Y nos hemos pasado 1,500 años explicándonos todo cómodamente: todo es eterno. Con el desarrollo del capital se rompen estos esquemas y se abren las puertas al desarrollo científico que en un principio se da muy lentamente.
—Imagino que en la mente de la figura de boxeador que usted describe pasa la idea de que no sirve de nada estudiar si la vida gira en torno a los puñetazos…
—Claro, muchos se meten de boxeadores para solucionar un problema y salir de la pobreza. Cuando yo le preguntaba al “Chololo” Larios “¿Por qué hay día y noche?”, “No lo sé”, me contestaba. Un campeón mundial que no sabe por qué hay día y noche, qué tristeza.
—Pero, este interés de usted por hacer leer a sus peleadores ¿era porque buscaba una formación integral en ellos, digámoslo así, por su propio bienestar o todo estaba enfocado al boxeo?
—Lo hacía porque pensaba que era mi obligación. Al “Archie” Solís yo le di a leer a Rulfo. A De la Hoya le hablaba de economía política, de Marx… quizá con el tiempo lleguen a decir “Este señor tenía razón y yo de pendejo no seguí”. Mi obligación era tratar de despertar una inquietud por la cultura. Yo cumplí: no sólo enseñé box, les inculqué una conciencia; que sepan qué es México, que sepan de las desigualdades y sus causas. Pero no les interesó.
—Por lo menos a dos de ellos sí. Me gustaría leerle este par de fragmentos: “Si algo aprendí de Cholain como deportista fue la estrategia del boxeo y la responsabilidad. Hay muchos mánagers que se le pasan detrás de sus pupilos para que entrenen, pero él no; si uno de verdad tiene hambre de éxito, como adulto será puntual y constante, no necesita que alguien se lo esté repitiendo a cada momento. Y es que es un tipo muy preparado el Cholain, según recuerdo estudió Filosofía y Letras en la UNAM. De ahí que se volviera un estudioso del boxeo. Me llevaba a su casa a mirar los videos y analizar a los peleadores; es una persona muy metódica, le gusta la estrategia. En su tiempo yo conocí a muchos entrenadores, pero ninguno como Cholain” dice Joe Baquedano. Y Este otro: “La intervención de Jesús Rivero en mi carrera ha sido magnífica porque creo que no sólo me enseñó boxeo, me enseñó a ser un poco más justo y culturizarme; me enseñó cómo hablar ante las cámaras, historia, literatura, me formó como persona y como boxeador”, dice Ulises “Archie” Solís.
—Me da mucho gusto, pero fíjate que Baquedano no habla de la cultura, no habla de mis enseñanzas. Sin embargo, ellos se acuerdan, me da mucho gusto porque me quieren.
—Cortázar decía con respecto al box: “Me interesa el enfrentamiento de dos técnicas, de dos estilos, la habilidad de vencer siendo, a veces, más débil”.
—Sí. Él era aficionado al box, al igual que García Márquez, Hemingway, Spota… ¿Vence el más débil físicamente o el más débil técnicamente? Normalmente se enfrentan la fuerza contra la habilidad. En el caso de Canto casi todos eran más fuertes que él, pero Canto encarnaba la técnica y la velocidad; es la confrontación de los dos estilos de los cuales habla Cortázar.
—Julio Cortázar es un estupendo escritor que amaba el box, usted es un estupendo entrenador que ama la literatura…
—Hay una simbiosis entre cultura y deporte. Yo di una conferencia en alguna ocasión donde dije: “Yo vine a hacer de De la Hoya un humanista”, con respecto a la relación entre deporte y cultura. En esa ocasión un intelectual nicaragüense me preguntó lo mismo que tú me preguntas ahora, y yo le dije: “No hay nada raro”. En una sociedad normal, digo, no corrompida, el mundo físico y el intelectual son una misma cosa; los griegos clásicos conjugaban el cuerpo y el espíritu y tanto una cosa como la otra eran igual de importantes. Con la instauración del cristianismo le dan un tajón al ser humano y la figura del ser queda prohibida. Todo lo que pasa ahora es la expresión de un mundo podrido.
Los ojos de don Chucho comienzan a brillar más, pide que le traigan un libro de poesía y ahí, en la terraza comienza a recitar. La voz aguardentosa no rompe la dulzura de las palabras. Se emociona y se levanta de la silla, pide que apaguemos la grabadora por unos minutos…
—Se ha hablado de que De la Hoya era un peleador rústico y hasta atrabancado antes de entrenar con usted. ¿Lo cree así?
—Estuvo mucho tiempo en el boxeo amateur y éste es muy rudimentario. Él tenía muchas fijaciones porque el box profesional ha heredado muchos males del amateur, por eso está en decadencia. Óscar era muy limitado, y hubo que quitarle muchísimos vicios que a él le impedían ser un peleador de primer nivel. Tenía la ventaja de la estatura. Mira, puedes tener las manos abajo y nadie te va a tocar, para eso sirve la técnica y Óscar no sabía aprovechar su estructura física. Yo transformo desventajas en ventajas. Cuando De la Hoya llegó a mí querían que pelee contra Chávez y yo dije que no, que todavía tenía que aprender muchas cosas. Pasó algún tiempo y entonces ¡ahora sí! ¡Que contraten la pelea! Julio César Chávez es un peleador mediocre y la gente no lo sabe porque la televisión engaña pero, sin duda, él no es el número uno; hay diez peleadores mejores que él. De la Hoya trató a Chávez como un chiquito y lo noqueó. Chávez no le dio un sólo golpe porque es un mediocre.
Choláin se levanta y dirige la mirada hacia mi compañero. “Es que tengo que mostrarles para que sepan…” Y entonces comienza a instruirnos. “¡Vamos, si te paras así te voy a botar nomás con la vista, fíjate bien!” El cuerpo de don Chucho rejuvenece y comienza a moverse con velocidad alrededor de Alejandro. Lo tira al piso de un empujón, lo levanta, vuelve a empujarlo. Mi compañero se para mejor. “¿Ya ves? Así no te caes”…
—Y sobre el boxeo en Yucatán ¿augura usted un posible resurgimiento?
—Podría darse: el auge y la decadencia son procesos cíclicos. Es muy difícil predecir; pueden venir grandes entrenadores y quién sabe… la materia prima siempre existirá. Mucha gente pobre se refugia en el box para salir de su situación. Si surgen personas que enseñen, entonces vendrá el auge. Mira, el box tiene mucho desprestigio, hay mucha mafia y hoy en día la podredumbre está disfrazada; las facultades no llegan porque les cierran el paso.
El sol comienza a pegar en la cara don Chucho, se cubre con la mano izquierda mientras habla, y la voz apasionante comienza a perder vigor. El manager está cansado y no solamente de la larga charla.
—¿Qué busca Choláin ahora desde el retiro?
—Ya ni me entreno a mí mismo. Sólo veo, comento y nada más. Me da mucha tristeza. Hace algún tiempo me hablaron para invitarme a colaborar con el boxeo en Yucatán. Di algunas opiniones… Puede hacerse mucho en la capacitación de entrenadores pero uno ha sufrido demasiadas ingratitudes y eso hace que te vuelvas indiferente. Ahora tengo cosas más importantes que hacer y debo hacerlas porque ya voy de retirada. A ver si terminamos algunos escritos… Bueno, ¿ya estuvo? Mmm… ¡liquidados! ®