Desde las antiguas diosas mitológicas hasta los terroríficos seres de la literatura, el cine de horror y los cómics, en el agua encontramos el placer de la vida y el horror de la muerte.
El filósofo Carlos Baliñas nos ha mostrado que existen unos primordios de sentido que conforman la significación que le damos a la realidad. El agua, sin ninguna duda, es uno de los elementos naturales sobre el que se han establecido cultos religiosos, mitos, creencias, supersticiones, etc. En diferentes culturas antiguas se puede comprobar esto que decimos. Por ejemplo, en los persas, los egipcios, los griegos o los romanos son comunes las deidades o creencias religiosas vinculadas al agua. Incluso en muchas de las religiones actuales también encontramos esto mismo: el bautismo cristiano, los baños de purificación del judaísmo, las abluciones islámicas.
Ahora bien, como indicó Mircea Eliade, el simbolismo que está contenido en el agua está relacionado con la vida, pero también con la muerte.
En el noroeste de la Península Ibérica se generó el mito de la Moura, un ser femenino vinculado al agua cuya complejidad simbólica resulta un tanto complicada. De hecho, la interpretación de estos seres es diversa, representadas como mujeres gigantes o en relación con la figura de las sirenas nórdicas. Incluso autores como Teijeiro Rey han señalado que guardan relación con una deidad marina indígena. Esta deidad recuerda a otras deidades, como Chalchiuhtlicue, diosa guardiana del agua dulce y que vive en ella. Por ello es símbolo de vida, aunque también está relacionada con la muerte, la desgracia y los naufragios.
Con este breve repaso a ciertos elementos de las culturas atlánticas vemos la importancia de ese símbolo primordial. El agua es, por lo tanto, vida y muerte. El aspecto más escatológico parece estar relacionado con esos enigmas casi insondables que genera el océano. Al fin y al cabo, una buena parte de las deidades y también de nuestros temores están en ese mar. En esa agua enigmática podemos llegar a dejar de ser quienes somos —según el mito presente en el río del olvido—. Pues bien, no parece demasiado extraño que numerosos autores hayan hecho mención de seres acuáticos para mostrar esos miedos y horrores que nos acechan constantemente. Y, claro, el noveno arte también ha mostrado estos condicionantes sociales deudores de nuestros miedos oceánicos. Veamos algunos ejemplos.
El mundo abisal
Cuando nos introducimos en el mar solemos tener unas sensaciones agradables. Nadamos, jugamos y disfrutamos en la playa. Ahora, si nos encontramos con una zona repleta de algas, donde la oscuridad es grande, no vemos el fondo y sentimos el tacto viscoso de estas plantas, la sensación de inseguridad e incertidumbre aparece y aumenta. Estas sensaciones también están presentes cuando nos imaginamos comiendo sannakji —un plato coreano preparado a base de pulpos vivos— y muriendo en el proceso por ahogamiento.
Posiblemente éste es el elemento más representativo del horror oceánico: los tentáculos. Supongo que su capacidad para aferrar objetos resulta sumamente inquietante. Los elementos tentaculares los encontramos en numerosas obras, como Evilman (Moonstone Comics), Rat Queens (Image Comics), Jonathan Struppy (Aleta), escrita y dibujada por el maestro español Joan Boix, e incluso Grant Morrison los empleó en su conocido Multiverso (ECC). Son dos los autores que han empleado este recurso simbólico de manera reiterada. Nos referimos a Mike Mignola y Alan Moore.
Todos recordamos la constante referencia a los seres lovecraftianos como tentaculares. De hecho, aunque el propio H. P. Lovecraft no describió con detalle a ninguno de los seres de su particular universo, sí los caracterizó como tentaculares. Esta idea nos conduce a lo incomprensible, a lo abisal, a lo viscoso y a lo macabro… Ahora bien, lo tentacular también mantiene una estrecha relación con la maldad y lo demoníaco. De hecho, Mignola recurrió a este elemento constantemente para ilustrar los aspectos más oscuros de su afamado Hellboy. De manera semejante, Moore utiliza esta identificación tanto en su Watchmen como en Providence. Incluso, elementos semejantes a tentáculos también los vemos en Primordial (Jeff Lemire, Image Comics).
La representación social de lo tentacular
Los pulpos son seres sumamente inteligentes y con capacidad para mimetizarse con el ambiente en el que se encuentran. Ello hace que puedan pasar inadvertidos y capturar a su presa con facilidad, pero esta presa podríamos ser nosotros. Quién no ha soñado que está atrapado y algo le sujeta las piernas para no dejarle escapar. Una pesadilla recurrente y primordial que nos advierte de que aquello que ignoramos podría ser peligroso. El miedo, de un modo u otro, se asienta en la ausencia de conocimiento. De hecho, si pensamos en lo que acabamos de decir sobre el pulpo, no hay demasiadas diferencias con lo que podría realizar un fantasma. Por esto es plausible establecer cierta analogía irracional entre el mundo de lo fantasmal y lo viscoso/tentacular.
Ello hace que puedan pasar inadvertidos y capturar a su presa con facilidad, pero esta presa podríamos ser nosotros. Quién no ha soñado que está atrapado y algo le sujeta las piernas para no dejarle escapar.
Sin embargo, lo que no conocemos también puede ser maravilloso y puede permitirnos vivir un momento agradable. En este punto estoy pensando en el propio pulpo, pero también en cualquier cosa ignorada. De nuevo la doble cara, la de las deidades acuáticas o la de la propia realidad. Al fin y al cabo, el sociólogo Josetxo Beriaín ha mostrado, en numerosas ocasiones, que la realidad social es siempre paradójica y ambivalente. El símbolo del tentáculo —y, por ende, el pulpo— será también ambivalente. Es un alimento (vida), pero genera también muerte (real y simbólica). Se asemeja a esas deidades femeninas de las que hablamos.
Posiblemente el autor que mejor ha empleado esta ambivalencia ha sido el propio Alan Moore. En Watchmen Ozymandias pretende salvar el mundo gracias a un ser tentacular que pretende que se convierta en el gran enemigo a batir y, así, salvar a la humanidad de un desastre nuclear. De nuevo, esa paradoja entre la vida y la muerte. Algo semejante lo encontraremos en Providence, en el que se nos muestra que las creencias conforman y dan estructura a la sociedad. Creencias representadas por este tipo de seres, los cuales, a su vez, terminan generando destrucción directa o indirectamente.
Nos encontramos, por lo tanto, ante un simbólico nudo gordiano. Una imposibilidad lógica debido a su carácter circular. Vida y muerte representada entre tentáculos que nos oprimen y son viscosos, pero crean vida y dan forma al nicho en el que habitan. Me pregunto si esta metáfora tentacular también lo será de la propia vida social. ®