Aunque el vocablo anarquía aún provoca exclamaciones —debido al énfasis sensacionalista de los telediarios—, las opiniones y las acciones del denominado «movimiento anarquista» manifiestan la carencia de fibra anárquica y la consecuente atrofia de sus órganos emuntorios.
A la memoria del incansable compañero Alfredo M. Bonanno.
Se podría decir que todo lo que sabemos, es decir, todo lo que podemos,
ha terminado oponiéndose a lo que somos.[1]
—Paul Valéry
Seguramente estos señalamientos provocarán diagnósticos variopintos en torno a la causa de mis alteraciones de conciencia. Sin embargo, cada vez me resultan más vívidos los elefantes alados al interior de nuestras tiendas. Y no, no es que sufra alucinaciones psicotrópicas ni practique ayunos prolongados o padezca trastornos oftálmicos: los elefantes alados están a la vista de todos. Sólo que son mayoría quienes optan por no ver y tildar de alucinada toda nota discordante. Empero, lo realmente alucinante es que no se registren más avistamientos ni se debata y reflexione sobre estos «fenómenos anómalos».
No soy la única persona que percibe el vuelo de estos corpulentos mamíferos —identificando antiguos y nuevos ejemplares—; no obstante, parece obvio que acusar su presencia no ha sido la tónica predominante en el «movimiento anarquista». Hay observadores que prefieren omitir sus comentarios en aras de la prudencia acrítica y permiten que continúen revoloteando sin importarles el inminente desastre que se avecina. Tampoco faltan espectadores que aplaudan la extraña presencia de estos animales fantásticos por sus pretendidas connotaciones «revolucionarias». También los hay —y son muchos— carentes de olfato en estos menesteres de detectar «anomalías», que se paralizan ante la clásica disyuntiva marxiana: ¿A quién vas a creerle: a mí o a tus ojos?
La respuesta a la gran interrogante de Marx —Groucho, el antepenúltimo de los célebres hermanos— inmediatamente pone de manifiesto quiénes somos, cuáles son nuestros objetivos y qué papel desempeñamos en el tablero de la confrontación, por lo que no debe asombrarnos que predomine la indecisión o que se opte por negar lo que ven nuestros ojos. Lo cierto es que la suma de estas tres posturas ha dado lugar al anarquismo estreñido que padecemos.
Breve recuento de daños
Así ocurrió en la segunda mitad del XIX (1868–1872) con el elefante alado del liberalismo y sus boñigas populistas, herederas de Manzzini y el positivismo sansimoniano: «la égalisation des classes» y el «federalismo». Este mamífero emplumado también dejó caer sobre el incipiente «anarquismo» decimonónico los mojones del nacionalismo y el paneslavismo. Afortunadamente, Bakunin[2] supo afrontar en la práctica todo el estercolero, lo que originó su ruptura con la Liga por la Paz y la superación del liberalismo proudhoniano con su proyecto mutualista.[3] Poco después, con ese mismo ímpetu, el anarquista ruso evidenciaría el vuelo del elefante comunista,[4] confrontando en actos el estatismo marxiano, lo que provocó la atronadora división en la Primera Internacional y dio paso a nuestra especificidad teórico–práctica (con núcleos conceptuales aún precarios pero plenamente reconocibles). Más tarde, Bakunin volvería a señalar las nuevas acrobacias áreas del elefante populista y combatiría al Naródnichestvo ruso (que en un principio le había obsesionado) con la misma furia que confrontó al Programa del Congreso de Eisenach y la propuesta de Estado Popular (Der Volksstaat) del Partido Social–Demócrata Obrero Alemán.[5]
A finales del siglo XIX y comienzos del pasado emprendió su vuelo el escabroso elefante sindicalista y, pese a que Errico Malatesta detectó «sus inconvenientes y sus peligros»,[6] profetizando los efectos colaterales de las tesis sorelianas en el anarquismo, la mayoría optó por ignorar hacia dónde encaminaba sus pasos el «mito social», codo a codo con «la cuestión moral».[7] Acto seguido comenzó a revolotear en nuestras tiendas el elefante alado de la no–violencia[8] y, de nueva cuenta, fue Malatesta quien supo salirle al paso al cristianismo espiritual (doukhobor) y su «fantasiosa eficacia de la “resistencia pasiva” [que] en el nombre de una moral mística niega el derecho a la auto–defensa […] al punto de tornarlo ilusorio».[9]
A la sazón, le tocó arreciar vuelo al elefante modernista («lo bello es lo nuevo»). Llevaba largo rato salpicando sus excrementos —«progreso», «industrialización», «tecnología»— en nombre de la Gesamtkunstwerk. Tras una exitosa y prolongada evolución al cuidado de los poderosos instrumentos de la actuación racional y efectiva, la Modernidad engendró al paquidermo fascista. Este singular animal desde muy temprana edad planeó con frenesí en nuestras tiendas —aunque se niegue desfachatadamente— y mantuvo presencia en los años de entreguerras, potenciando el intercambio de casacas.[10] Sindicalistas anarquistas y bolcheviques, con las gafas fotocromáticas de la lucha de clases y el antiliberalismo bien colocadas, se sumaron gustosos a la utopía fascista en busca de una modernidad alternativa, llegando a afirmar «con orgulloso ceño que actuarán fascistamente».[11]
Tras una exitosa y prolongada evolución al cuidado de los poderosos instrumentos de la actuación racional y efectiva, la Modernidad engendró al paquidermo fascista. Este singular animal desde muy temprana edad planeó con frenesí en nuestras tiendas —aunque se niegue desfachatadamente— y mantuvo presencia en los años de entreguerras.
La «sensación de comienzo», la excitación «de encontrarse en el umbral de un nuevo mundo» —que, como advierte Roger Griffin en Modernismo y fascismo, fue «un elemento clave en la génesis, la psicología, la ideología, las políticas y la praxis del fascismo»—, hechizó a multitudes, mostrando «que la convicción de que se puede alcanzar la trascendencia a través de las transformaciones culturales, sociales y políticas deja su impronta en la ideolgía, las políticas y la práctica del fascismo y el nazismo».[12]
Frente a la seducción generalizada que provocó la «revolución antiburguesa» hubo espíritus intuitivos como Renzo Novatore, Severino Di Giovanni, Gino Lucetti, Stefano Vatteroni, Michele Schirru, Angelo Sbardellotto e infinidad de compañeros y compañeras que se enfrentaron al fascismo hasta su último aliento. Sin embargo, a pesar de los estragos de su impacto, jamás logramos articular una reflexión original en torno a esta peste. En su lugar, se acogieron las divagaciones marxianas y se repitieron hasta la saciedad las chapucerías leninistas más vulgares. No hubo una sola pluma ácrata que diera a luz una concepción teórica propiamente anárquica del fascismo. Replicarían la perorata ideologizada de la ortodoxia soviética:
La política ofensiva de la burguesía contra el proletariado, tal como se manifiesta del modo más notorio en el fascismo internacional, está en la más estrecha relación con la ofensiva del capital en el orden económico […] el enloquecido delirio fascista es la última apuesta de la burguesía […] Las grandes masas del pueblo trabajador se convencen cada vez más de que la dominación de la burguesía sólo es posible mediante una dictadura no encubierta sobre el proletariado.[13]
De tal suerte, se impulsaba en nuestras tiendas las teorías de la «crisis catastrófica del capitalismo» y del «agente de la gran burguesía», aprobadas en el IV Congreso de la Komintern (1922) y ratificadas durante el verano de 1924 en su V Congreso.
Nuestro Malatesta no fue la excepción. Tampoco tuvo la capacidad de observar el fenómeno desde la óptica anárquica e interpretarlo a partir de una concepción propia. Lo abordaría con lente ajena, repitiendo al pie de la letra la misma letanía. En 1922 escribía:
La burguesía, amenazada por la marea proletaria, incapaz de resolver los problemas urgentes de la guerra, impotente de defenderse con el método tradicional de la represión legal, se veía perdida y habría recibido con alegría a cualquier militar que fuese declarado dictador y que hubiese ahogado en sangre cualquier intento de reconquista. Pero en esos momentos, en la inmediata posguerra, la cosa era demasiado peligrosa, y podía precipitar la revolución en vez de abatirla. En cualquier caso, el general salvador no salió, o no resultó de la parodia. En vez salió de los aventureros que, habiendo hallado en los partidos subversivos campo suficiente para sus ambiciones y sus deseos, pensaron especular con el miedo de la burguesía ofreciéndoles, como compensación adecuada, el socorro de la fuerza irregular que, asegurada la impunidad, podía abandonarse a todo exceso contra los trabajadores sin comprometer directamente la responsabilidad de los presuntos beneficiarios de la violencia cometida.[14]
Malatesta duda de la autenticidad de la revolución fascista, asevera que «Hicieron la revolución, si revolución le quieren llamar, con permiso de sus superiores y al servicio de sus superiores»,[15] negando a priori la autonomía y el carácter revolucionario, anticlerical, antiburgués, obrerista y populista del fascismo. Y lo reafirma en el siguiente número de Umanità Nova: «La dictadura triunfa, dictadura de aventureros sin escrúpulos y sin ideales, que arribó al poder y permanece allí por la desorientación de las masas proletarias y por la ansiosa avaricia de la clase burguesa en busca de un salvador».[16]
La hegemonía del enfoque simplista
La miopía leninista desembocó en nuestras tiendas y penetró profundo obstruyendo severamente la cavilación anárquica. Por una parte, cobró fuerza la carroña estalinista con las conjeturas promovidas por el búlgaro Georgui Dimítrov. Según este enfoque, el fascismo es «el instrumento de la gran burguesía para luchar contra el proletariado, cuando los medios de que dispone el Estado no son suficientes para someterlo» [por lo que se erige como] «el brazo fuera de la ley de la gran burguesía para imponer y extender su dictadura».[17] Esta retórica elemental y sin matices identificaba al fascismo —y continúa haciéndolo— con la reacción burguesa conservadora que imponía sobre el proletariado una feroz dictadura con el fin de evitar el avance de la revolución.
En la misma lógica, pero crítica de la «teoría estalinista», se desarrolló la «teoría bonapartista». Esta hipótesis, defendida por Trotsky literalmente hasta el último día de su vida, retoma el término de Marx (Carlos) en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, con la finalidad de establecer un paralelismo entre el autogolpe de Estado del 2 de diciembre de 1851 —ejecutado por Luis Napoleón Bonaparte y el «lumpenproletariado» afiliado a la Sociedad del 10 de diciembre— y la formación del primer gobierno de Benito Mussolini el 30 de octubre de 1922 —a solicitud del rey Víctor Manuel III, tras ser coaccionado con la Marcha a Roma de los «camisas negras» del Partido Nacional Fascista—. Así quedó registrado el 20 de agosto de 1940 en la respuesta póstuma[18] de Trotsky a la revista Partisan Review, intitulada “Bonapartismo, fascismo y guerra”.[19]
En este texto, si bien aclara que el fascismo no es una repetición del bonapartismo, insiste en que Hay un elemento de bonapartismo en el fascismo» y asegura que
Sin este elemento, a saber, sin la elevación del poder estatal por encima de la sociedad debido a una extrema agudización de la lucha de clases, el fascismo habría sido imposible […] En la época de la declinación del imperialismo un bonapartismo puramente bonapartista es completamente inadecuado; al imperialismo se le hace indispensable movilizar a la pequeña burguesía y aplastar al proletariado con su peso […].[20]
Tal vez lo único rescatable en este breve artículo sea su crítica a las «categorías abstractas» de la teoría estalinista «formuladas a partir de la base de una experiencia histórica parcial e insuficiente». En esencia, era la misma hipótesis que había planteado en 1934 en su artículo “Bonapartismo y fascismo” y en todos los textos anteriores relacionados al tema.
Con mayor rigor intelectual, Antonio Gramsci aportaría otra hipótesis a partir del análisis metodológico de las formas concretas que asumió el fascismo italiano. El marxiano sardo abordaría el flujo de acontecimientos políticos de entreguerras poniendo especial atención en la crisis de la Modernidad. Desde esta perspectiva, desarrolló la «teoría del cesarismo» y el concepto de hegemonía, este último entendido como la unidad dialéctica entre liderazgo y dominación, consenso y coerción, que arroja como resultante una forma particularmente sofisticada de ejercicio y conservación del poder de la clase dominante sobre las clases dominadas. Gramsci establece la diferencia entre los cesarismos y bonapartismos históricos y los contemporáneos. Analiza estos desarrollos no sólo en torno al líder carismático sino a partir de la irrupción de políticas de masas tendientes a regimentar procesos instituyentes. Sin embargo, no deja de ser curioso que echara mano de esas categorías para desarrollar su hipótesis, en franca contradicción con la prédica marxiana que afirma que en «esta superficial analogía histórica se olvida lo principal: en la antigua Roma, la lucha de clases sólo se ventilaba entre una minoría privilegiada, entre los libres ricos y los libres pobres, mientras la gran masa productiva de la población, los esclavos, formaban un pedestal puramente pasivo para aquellos luchadores».[21]
Marx redactó El Dieciocho Brumario a manera de crítica al liberalismo radical de Proudhon y el uso desdeñoso que éste hacía del término «cesarismo» —como «alternativa al desgobierno y la anarquía, así como la única posibilidad de producir una situación revolucionaria»—.[22] Para él, el cesarismo y el bonapartismo tenían que ser analizados en su «dimensión histórica». Es decir, el cesarismo en el contexto de la antigüedad clásica, y el bonapartismo en el periodo histórico que comprende la Revolución de Julio de 1830 y el surgimiento del Segundo Imperio de Napoleón III en 1852. Pese a esta puntualización de Saint Charlie de Tréveris, a finales del siglo XIX y principios del XX, el paradigma cesarista–bonapartista «se extendió ampliamente entre los intelectuales marxistas, que lo adoptaron como medio de polémica política en el debate cotidiano, pero también como herramienta de interpretación histórica».[23] De hecho, representaba un modelo transhistórico de «intervención desde arriba concebido como instrumento de neutralización momentánea del conflicto y también como herramienta para preservar el orden existente».[24] Gramsci no quedaría exento de la «necesidad dialéctica» de comprender una realidad histórica dada a través de conceptos preexistentes, que después deberían de ser «traducidos»[25] a la situación histórica específica. Estas «traducciones» también calarían hondo en nuestras tiendas.
En el prólogo original de Mussolini a la conquista de las Baleares, de Camilo Berneri, editado por Tierra y Libertad en Barcelona en 1937, Sinesio Baudillo García Fernández (alias Diego Abad de Santillán) hace suya la «teoría del cesarismo» de Gramsci y la vomita sin digerirla:
El cesarismo mussoliniano fue adquiriendo poco a poco un cuerpo de doctrina y una voluntad acerada en medio de una Europa claudicante que pretende apoyarse en las llamadas democracias, y sólo consigue, de hecho, abrir las puertas, de par en par, a los audaces sin escrúpulos y favorecer los designios de la reacción moderna antiproletaria y antihumana.[26]
Con su exégesis, el Abad continuaba alimentando al elefante alado bolchevique que había irrumpido impetuoso en nuestras tiendas en octubre de 1917. Desde entonces, los «anarcobolcheviques»[27] han estado presentes en diferentes momentos del denominado «movimiento» y permanecen incólumes entre nosotros.
Berneri —el célebre federalista libertario[28] asesinado por el fascismo rojo en Barcelona— criticó con enjundia la retórica socialista–comunista en torno al «alma proletaria», la «conciencia proletaria», la «cultura proletaria» y todo el mito abstracto de las «masas obreras». Incluso, llegó a considerar las doctrinas socialistas «una creación de los intelectuales burgueses» y abogó por «desaparecer» de nuestro léxico formulaciones como «civilización obrera» y «sociedad proletaria».[29] Esta postura le llevó a reconocer en el verano de 1923 que el fascismo había comenzado «a penetrar en las masas», narrando el proceso con lujo de detalles:
En primer lugar, corrieron a inscribirse en los sindicatos fascistas aquellos trabajadores que siempre habían estado listos para ir donde vieran el cuenco más lleno. Entonces, los que estaban aislados en lugares sin gran desarrollo de la vida obrera tuvieron que elegir entre la nada y la entrada en los sindicatos fascistas. Luego llegaron las adhesiones en masa en las zonas en las que los medios de coerción, desde las palizas a incendiar las casas, eran tales, que no permitieron resistencia alguna. El terror explica, pero sólo hasta cierto punto, las deserciones.[30]
Desde este prisma, su análisis de la naturaleza del fascismo sería mucho más certero que el diagnóstico de «crisis catastrófica del capitalismo» y el «balance de fuerzas entre las clases» enarbolado por la Komintern y mucho más incisivo que los desarrollos críticos de Gramsci en derredor a estas dos cuestiones. También superaría con creces la ceguera de los llamados teóricos anarquistas de su época. Por si fuera poco, guardaría prudente distancia del pensamiento utópico tan arraigado en la tradición anarquista.
Los «nuevos» elefantes
Con la derrota militar del Frente Popular en el Estado español y del Front d’Esquerres en Cataluña, el paradigma anarco–sindicalista —y muy particularmente la versión española— precipitó su declive. Saldría severamente vapuleado, teórica y prácticamente, después de su «trascendental»[31] participación en el Gobierno de la República en guerra (1936–1939), presidido por el socialista Largo Caballero.
Para la década de los cuarenta el perfil del modelo a seguir del paradigma anarco–sindicalista se deshilacha. A esta suerte de réquiem se sumó el enorme crecimiento capitalista en los años de posguerra con su consecuente consolidación de los Estados benefactores, la integración masiva de los trabajadores y los sectores populares a las democracias parlamentarias (bajo la forma extendida de «sufragio universal»), el apogeo del «nacionalismo de izquierda» y las expectativas que esta oscura reconceptualización despertaba en América Latina, Asia y África, y la extraordinaria atracción ejercida por el «comunismo realmente existente» de los países del bloque soviético y el «maoísmo revolucionario» de la República Popular China.
Sobre este escenario lúgubre se iniciaba una etapa histórica de sobrevivencia y repliegue que favoreció muy poco al movimiento. En esa atmósfera de dispersión y ausencia de paradigmas reproducibles el anarquismo mortecino abría sus puertas permitiendo el paso a «nuevos» elefantes alados. Concretamente en las décadas de los sesenta, setenta y ochenta se intensificó el tráfico aéreo de estos mamíferos. La mayoría eran nietos de aquellos que habían irrumpido en casa en repetidas ocasiones, con la peculiaridad de que durante este periodo todos volaban a la vez.
Con prodigiosa constancia se registró mayor frecuencia en los vuelos del elefante liberal, del populista y del bolchevique, materializados en singulares mutaciones que —al transformar su material genético— dificultaban identificar sus ancestros. Tal fue el caso del «antitotalitarismo» (la cara del liberalismo cincuentero), de la «autonomía» (el rostro setentero del bolchevismo) y de la «movilización social» y el «poder popular» (las caretas ochenteras del populismo). También reaparecieron elefantes alados mucho más exóticos rebautizados con impensables eufemismos. Sólo que, incapaces de mirar con claridad, con el paso de los años normalizamos su presencia.
Muchos de estos elefantes se han apareado con un anarquismo desahuciado —incapaz de ofrecer resistencia—, engendrando incontables creaturas que ostentan gustosas el apellido paterno y reducen a prefijo su alma mater («anarco»). Quizá por eso, las opiniones y las acciones del denominado «movimiento anarquista» ya no producen sorpresa alguna. La carencia de fibra anárquica ha atrofiado nuestros órganos emuntorios impidiendo la expulsión de toxinas. La retención de las heces pone en peligro su vida. De no evacuar de inmediato y superar el estreñimiento crónico que padece, el desenlace será fatal. ®
Posdata 1: Estudiar una causa es profundizar en los mecanismos de la enfermedad. La comprensión de los mecanismos causales nos permite generar hipótesis y diseñar posibles intervenciones que modifiquen sus efectos.
Posdata 2 (de consolación): Día con día me convenzo más de que la anarquía es excelsa como para dejarla en manos de anarquistas.
[1] «On peut dire que tout ce que nous savons, c’est-à-dire tout ce que nous pouvons, a fini par s’opposer à ce que nous sommes».
[2] Hago alusión a Bakunin por el relevante papel que desempeñó en ambos acontecimientos. Sin embargo, siendo preciso, tengo que sumar a la lista a connotados anarquistas, entre los que destacan los hermanos Élie y Elisée Reclus.
[3] Sobre las críticas de Bakunin y sus discusiones con Proudhon Vid. Poliansky Fedor Iakovlevitch, Kritika ekonomicheskij teorii anarjizma [Crítica de las teorías económicas del anarquismo], Moscú, 1976, pp. 42, 52, 54. Recogido en Mintz, Frank, Bakunin. Crítica y acción, Libros de Anarres, BB.AA., 2006, p. 16. (Consultado el 20 de diciembre de 2023).
[4] «¿Qué diferencia, se me dice, hace usted entre el comunismo y la colectividad? Estoy verdaderamente maravillado de que el señor Chaudey no comprenda esta diferencia, él, el ejecutor testamentario de Proudhon. Yo detesto el comunismo, porque es la negación de la libertad y yo no puedo concebir nada humano sin libertad. Yo no soy comunista porque el comunismo concentra y hace que el Estado absorba todos los poderes de la sociedad, ya que termina necesariamente en la centralización de la propiedad en manos del Estado, mientras que yo quiero la abolición del Estado —la extirpación radical de ese principio de la autoridad y de la tutela del Estado-, que, bajo el pretexto de moralizar y civilizar a los hombres, los ha esclavizado, oprimido y depravado hasta el día de hoy […] Como deseo la abolición del Estado, quiero la abolición de la propiedad individualmente hereditaria, que no es sino una institución del Estado, una consecuencia misma del principio del Estado. He aquí en qué sentido soy colectivista y de ninguna forma comunista». M. Bakunin, Discurso en el Congreso de la liga de la Paz y la Libertad, Berna, 1868.
[5] Vid Cartas a un francés; edición rusa, vol. IV, pp. 224–239; edición francesa, vol. IV, pp. 39–62. Recogido en Bakunin, Mijaíl, Escritos de Filosofía Política, 1953, pp. 346–352. (Consultado el 20 de diciembre 2023).
[6] Si bien es imprescindible mencionar a Malatesta como uno de los protagonistas más destacados de la crítica anárquica al sindicalismo en general —«reformista por su propia naturaleza»—, y al anarcosindicalismo larvario, en particular —«[que] termina haciendo impotente al sindicato para su finalidad específica, o atenuando, falseando y aniquilando el espíritu anarquista»—, no podemos pasar por alto la innegable factura colectiva de tan certera crítica. Prueba de esto son los incontables artículos aparecidos en la prensa ácrata internacional desde finales del ochocientos (Le Libertaire, L’ Agitazione, Fede!, Pensiero e Volontà, Umanità Nova, Il Risveglio, Cronaca Sovversiva, etc.). Sobre los artículos críticos de Malatesta, ver Richards, Vernon (compilador), Malatesta, pensamiento y acción revolucionarios, Tupac Ediciones (Utopía Libertaria), BB.AA., 2007, pp. 111–130. (consultado el 20 de diciembre de 2023).
[7] Malatesta experimentaría estos «efectos colaterales» en Livio Ciardi, su amigo y compañero de lucha durante las agitaciones de la primavera de 1914 y de la «semana roja» de junio de 1914. Destacado sindicalista revolucionario que terminó afiliado al Partido Nacional Fascista (1922), siendo diputado por el PNF durante tres legislaturas (de 1924 a 1939) y consejero nacional de la Camera dei Fasci e delle Corporazioni (de 1939 a 1943). Ocupó numerosos cargos en los sindicatos fascistas, siendo secretario de la Corporación de Trabajadores de Comunicaciones Internas (1923–1927), secretario de la Confederación Nacional de Transportes Terrestres y Navegación Interior (1927–1929) y luego su presidente (1929–1933). Posteriormente fue comisario de la Federación Nacional de Sindicatos Fascistas de Trabajadores Portuarios y en febrero de 1943 fue nombrado senador del Reino de Italia (consultado el 20 de diciembre de 2023).
[8] Obra y gracia del conde Lev Nikoláievich Tolstói (también conocido como León Tolstói).
[9] Malatesta, Errico, “La violencia como factor social”, 1895. Texto originalmente publicado en el número de abril de 1895 del periódico anarquista inglés The Torch, en respuesta a las críticas a la violencia ácrata emitidas por el pacifista T. H. Bell; recogido en Graham, Richard, Anarchism: A Documentary History of Libertarian Ideas, Vol. I. Artículo traducido por @rebeldealegre en rebeldealegre.blogspot.com (consultado el 20 de diciembre de 2023).
[10] Sin duda, los ejemplos más connotados de este «intercambio de casacas» y de la porosidad ideológica del momento son el anarcosindicalista francés Georges Valois y su camarada Jacques Arthuys, ambos fundadores en 1925 de Le Faisceau —el primer partido fascista francés—. Curiosamente, tres años más tarde, estos personajes junto a un puñado de fascistas franceses «volverían al redil» reivindicándose «anarcosindicalistas» y conformarían el Parti Républicain Syndicaliste. En 1932 el anarcosindicalista Ángel Pestaña (tres veces secretario general de la Confederación Nacional de Trabajadores, CNT, del Estado español) retomaría la propuesta de fusionar sindicato y partido para formar el Partido Sindicalista y su periódico El Pueblo. Vale señalar entre los tránsfugas del anarcosindicalismo español a Óscar Pérez Solís, quien terminó sus días en la Falange Española, apoyando la sublevación de 1936, no sin antes haber sido miembro fundador del Partido Comunista Obrero Español (PCOE) y, poco después, del Partido Comunista Español (PCE).
[11] Malatesta, Errico, Por qué el fascismo vence. Publicado originalmente como «Perché il fascismo vinse», en Libero Accordo, 28 de agosto de 1923. Traducido por @rebeldealegre (consultado el 20 de diciembre de 2023).
[12] Griffin, Roger, Modernismo y fascismo. La sensación de comienzo bajo Mussolini y Hitler, Madrid: Akal, 2010, p. 14.
[13] Recogido en Tesis, manifiestos y resoluciones adoptados por los Cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista (1919–1923), Edicions Internacionals Sedov, p. 204 (consultado 20 de diciembre 2023).
[14] Malatesta, Errico, «Mussolini al potere», Umanità Nova, año III, núm. 195, 25 de noviembre de 1922 (consultado 20 de diciembre de 2023).
[15] Ibídem. Énfasis mío.
[16] Malatesta, Errico, «La situazione». Umanità Nova, año III, núm. 196, Roma, 2 de diciembre de 1922 (consultado 20 de diciembre 2023). La cursiva es añadida.
[17] Vid. Beethan, David, Marxists in Face of Fascism: Writings by Marxists on Fascism From the Inter–war Period, Chicago: Haymarket Books, 2019.
[18] Minutos antes de que el oxidado piolet —empuñado por el sicario cubano a las órdenes de Stalin— pusiera fin a su existencia.
[19] Disponible aquí. (Consultado 20 de diciembre de 2023).
[20] Ibidem.
[21] Marx, Carlos, El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Prólogo del autor a la segunda edición de 1869, Madrid: Fundación Federico Engels, 2003, pp. 6 y 7.
[22] Antonini, Francesca, Caesarism and Bonapartism in Gramsci: Hegemony and the Crisis of Modernity, Historical Materialism Book Series, Vol. 215, Leiden: Brill, 2020, p. 2. Vid para comparar: Proudhon, P., La revolución social demostrada por el golpe de Estado e Idea general de la revolución del siglo XIX.
[23] Ibid., p. 7.
[24] Id.
[25] Boothman, Derek, Traducibilità e processi traduttivi. Un caso: A. Gramsci lingüista, Perugia: Guerra Edizioni, 2004.
[26] Énfasis mío. Disponible aquí. (Consultado 24 de diciembre de 2023).
[27] El término «anarcobolchevique» cobró presencia en nuestras tiendas con el triunfo de la llamada Revolución rusa de 1917. A finales de 1918 y comienzos de 1919 el impulso bolchevique cruzó el Atlántico de la mano de infinidad de publicaciones que intentaban orientar e impulsar la revolución leninista más allá de las fronteras orientales. Todos los agrupamientos anarquistas históricamente involucrados en los movimientos obreros locales, a lo largo y ancho del continente americano (de norte a sur), abandonaron las discrepancias y las tradicionales tensiones con marxistas y sindicalistas revolucionarios para «saludar» el triunfo de la soñada Revolución Social. Aquella «gigantesca epopeya», «orientada» por Lenin y Trotsky, que había implantado el «autogobierno obrero» (soviet), exigía una revisión minuciosa de la teoría y la práctica anarquista y llamaba a reeditar los principios del anarco–comunismo. Esta corriente, que identificaba al bolchevismo como una manifestación propia del anarquismo, se autodenominó «maximalista» y fue prácticamente hegemónica en el movimiento de 1917 a 1921. En Argentina, desde las páginas de La Protesta, los «orientadores anarquistas» de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) del V Congreso —rebautizada «FORA Comunista» entre 1918 y 1921— mostraban su decidido apoyo a la Revolución bolchevique e invitaban a replicarla. En México, desde las páginas de Regeneración, también se expresaba apoyo a la gesta bolchevique. Ricardo Flores Magón recalcaba que «Los bolcheviques son los verdaderos internacionalistas. Ellos son los únicos que desean ver extenderse por todo el mundo las ideas de la revolución» (Regeneración, Nº 262, 16/03/1918). Bajo el influjo de la Revolución bolchevique los anarquistas brasileiros fundaron en 1919 un Partido Comunista libertario buscando encaminar las acciones anarquistas; con este fin comenzarían a editar el semanario Spártacus, bajo la dirección de José Oiticica y Astrogildo Pereira. Tras una fallida insurrección armada, el Partido Comunista libertario se desarticuló. En 1922, Astrogildo Pereira renunciaría a las ideas ácratas junto a otros exmilitantes anarquistas para fundar el Partido Comunista de Brasil (PCB) y adherirse a la Tercera Internacional Comunista. Vid. Dulles, John W. Foster, Anarquistas E Comunistas No Brasil (1900–1935), Rio de Janeiro: Civilização Brasileira, 1980, p. 147.
[28] Cualquiera que haya estudiado los escritos políticos y el quehacer epistolar de este antiautoritario herético coincidirá con esta distinción. El proyecto «federalista libertario» formulado por Berneri es la fusión de su «federalismo social» a través de los consejos de fábrica, las cooperativas y los sindicatos, con el «federalismo político–territorial» de Carlo Cattaneo y Gaetano Salvemini (p.128), concretando así un «Estado libertario» —entendido como «aproximación histórica a la anarquía»— capaz de garantizar un máximo de autonomía «tanto material como espiritual, para los individuos y los grupos» (pp. 159–169). Vid. De Maria, Carlo, Camilo Berneri. Tra anarchismo e liberalismo, Milán: Franco Angeli, 2004. En realidad, el proyecto berneriano era una formación híbrida entre posicionamientos ideológicos frecuentemente adversos —donde cabría añadir el «socialismo liberal» de su gran amigo Carlo Rosselli—, que decidían unir fuerzas frente a la aplanadora totalitaria del apogeo de los fascismos (negro, pardo y rojo); de ahí las motivaciones del «anarquismo actualista» de Berneri (ibidem, pp. 17, 124–125, 133). Sin embargo, es indiscutible que esos posicionamientos, frecuentemente adversos, dieron paso a una síntesis ideológica que se ha preservado como la cara «oficial» del «movimiento libertario» de posguerra, reforzado con nuevas aportaciones socialistas liberales (Hanna Arendt, Cornelius Castoriadis, Claude Lefort, Noam Chomsky, etc.). La prueba fehaciente de la afirmación anterior son las llamadas «federaciones libertarias» que aún vegetan en diferentes geografías en pleno siglo XXI, pero eso es harina de otro costal.
[29] Berneri, Camillo, L’operaiolatria, Brest: Gruppo d’edizioni libertarie, 1934. Publicado por entregas en L’Adunata dei Refrattari, año XIV, núm. 36-38, Nueva York, 1935. Está recogido en Berneri, Camillo, Umanesimo e anarchismo, editado por G. Fofi, Roma, 1996, pp. 39–56. «El culto al obrero», versión en castellano, en Berneri, Camillo, Humanismo y Anarquismo, Ernst Cañada, ed., Madrid: Los Libros de la Catarata, 1998, pp. 85–98.
[30] Berneri, Camilo, El fascismo, la masa, los jefes, Roma: Studi politici, junio…julio de 1923. (Consultado 24 de diciembre de 2023).
[31] Solidaridad Obrera, órgano de expresión de la CNT, en su edición del 4 de noviembre de 1936, celebraba que cuatro conocidos dirigentes de su organización sindical (Federica Montseny, ministra de Sanidad; Juan Peiró, ministro de Trabajo; Juan López, ministro de Comercio, y Juan García Oliver, ministro de Interior) se sumaran al gabinete del presidente Largo Caballero. Este «hecho trascendental» evidencia el pragmatismo político de la dirigencia cenetista y otorga la razón a la previsoria sentencia malatestiana sobre el destino manifiesto del anarcosindicalismo que «termina haciendo impotente al sindicato para su finalidad específica, o atenuando, falseando y aniquilando el espíritu anarquista».