Adrián Curiel Rivera satiriza a las nuevas inquisiciones que, al grito de la igualdad, abanderan las abominaciones representadas por el lenguaje inclusivo, la cultura de la cancelación y el juicio extemporáneo de la historia.1
Es, definitivamente, el libro más divertido que leí en 2023. No divertido solamente por jocoso, sino por la punzante ironía que recorre estas sorprendentes fábulas del futuro que el autor sitúa en una uto–distopía —o dis–utopía— en la impredecible y fascinante península yucateca. El camino de Wembra y otras utopías feministas (Lectorum, 2023), de Adrián Curiel Rivera, pone al día las fantasías de Bradbury y de Philip K. Dick con un toque adicional de sátira, delirio y pesadilla.
Si en nuestros días los excesos de la ultracorrección política ya nos parecen peligrosos, los que se suceden en estos cinco cuentos recrean con creces los de regímenes totalitarios o teocráticos del pasado y del presente —incluso del pasado medieval, llevado ahora al año 6335, en el que conviven y se asesinan entre sí los violentos descendientes de los antiguos monarcas mayas.
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Permítanme una breve digresión. Nadie en su sano juicio estaría en contra de los derechos humanos de todas las personas, de su libre albedrío y de su libertad individual —siempre que no se afecte o dañe a otros—, pero hemos visto casos en los que se abusa de una condición para insultar o agredir, como hace la diputada morenista María Clemente —que se define a sí misma como “prostituta, política y activista transexual” y “una perra del presidente López Obrador”— cuando insulta y agrede a representantes de la oposición e incluso a personas en la calle.
Como saben, originalmente la palabra inglesa woke se utilizaba como la forma del pasado del verbo wake, despertar. En nuestra cultura contemporánea, y en las redes socio–digitales, woke ha adquirido un significado diferente. Ser woke equivale a ser consciente y estar alerta a las injusticias sociales, sobre todo en relación con la discriminación racial y de género; alguien woke debe ser una persona comprometida con la equidad y la justicia social y, asimismo, comprender y abordar los problemas sistémicos que afectan a diversas comunidades. El término ha sido adoptado en los ámbitos de quienes se nombran progresistas —lo sean, efectivamente, o no.
El wokismo, lo hemos visto, puede provocar una sensibilidad excesiva y llevar a la cancelación cultural, con la que se intenta eliminar o boicotear a personas o ideas que no se alinean con normas percibidas como socialmente justas —como ha pasado en universidades de Estados Unidos…
No pocas veces muchas personas que se consideran wokes son parciales y contradictorias, por lo que el término a veces se utiliza de manera peyorativa para describir actitudes de una excesiva corrección política o que pretenden imponer ciertos puntos de vista sobre otros: que todo mundo hable el lenguaje incluyente, por ejemplo. El wokismo, lo hemos visto, puede provocar una sensibilidad excesiva y llevar a la cancelación cultural, con la que se intenta eliminar o boicotear a personas o ideas que no se alinean con normas percibidas como socialmente justas —como ha pasado en universidades de Estados Unidos, en las que se ha prohibido a conferenciantes hablar de antisemitismo, por ejemplo, o se les exige a profesores que no aborden temas que puedan causar malestar, culpa o angustia a los estudiantes—. El wokismo promueve la autocensura, pues no pocas personas temen represalias por expresar opiniones que podrían ser consideradas incorrectas.
En este escenario, no cabe duda de que lo más conveniente es la discusión abierta, informada e inteligente de los graves problemas que aquejan a nuestras sociedades. Y una manera de hacerlo es mediante la literatura, como ha ocurrido con muchas de las grandes obras a lo largo de la historia. Ahí están, por ejemplo, Los miserables (1862), en la que Victor Hugo aborda las enormes desigualdades sociales, y 1984 (1949), de Orwell, una lúcida crítica del totalitarismo, de la manipulación del lenguaje y la vigilancia masiva, y Matar un ruiseñor (1960), de Harper Lee, cuyo tema es el racismo y la injusticia a través de la historia de Atticus Finch y su hija Scout, y Madame Bovary (1857), en la que Flaubert critica la sociedad burguesa del siglo XIX y las restricciones impuestas a las mujeres, y La condición humana (1933), de André Malraux, ambientada durante la revolución china, y que examina temas como la lucha de clases, el compromiso político y la búsqueda de significado en un mundo convulso, entre tantas más.
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Con El cuento de la criada (1985) nos acercamos a los temas del libro con el que abrimos estas reflexiones. La novela de Atwood nos habla de control social, patriarcado y derechos de las mujeres, y reflexiona sobre los peligros de la religión y la política extremas. Los cinco cuentos de Adrián Curiel Rivera —“El cuento del criado”, “Operación limpieza profunda”, “La visita”, “El camino de Wembra” y “Redundancia del futuro”— no dejan de sorprender por su lenguaje crudo, impecable y hasta incendiario.
En el futuro Marte es el Gulag de los heterosexuales y en la Tierra el matriarcado ha alcanzado en el año 3218, por fin, su feliz concreción. Las mujeres viven 150 años y los hombres —gestadores— apenas 75. Si usted es, muy probablemente, posesión de una Ama, y ésta se llama Glenda, usted se llamará invariablemente Deglenda y será solicitado eventualmente para fecundar, de manera aséptica e impersonal, a una mujer. Aunque existen transgresores y tránsfugas de una y otra parte.
En el puerto de Progreso sobrevuelan combis aladas y aeropatrullas, como las de Blade Runner, y en vez del Tren Maya circula un tranvía electromagnético. A pesar del progreso, o por eso mismo, el planeta es ya un basurero…
En alguno de esos futuros se habrá instaurado ya el Imperio del Pueblo Bueno y Sabio, en el que las desviaciones se castigan, cómo no, con ejecuciones ejemplares, faltaba más, como la del profesor que llamó compañera a «une compañere». En el puerto de Progreso sobrevuelan combis aladas y aeropatrullas, como las de Blade Runner, y en vez del Tren Maya circula un tranvía electromagnético. A pesar del progreso, o por eso mismo, el planeta es ya un basurero: “Un manto de moco viscoso cubría el globo terráqueo de Estambul a Valencia; del Mediterráneo al Atlántico, de las Islas Canarias al Cabo de Hornos y al Pacífico”, y “De las inabarcables planicies de hielo de Groenlandia solo quedaba una desolada región de charcas encenagadas. Los glaciares eran ahora una inhóspita sucesión de escabrosas morrenas”.
En el futuro se habrá inventado ya una vacuna contra el machismo, pero se habrán extinguido varias especies animales, sustituidas por avispas electrónicas y perros de metal. Y a todo esto, ¿quién es Wembra? Nos informa Curiel Rivera de que “La doctora Wembra es la creadora de la teoría de la tentacularidad simbiótica, la antesala del Cthulhuceno, una nueva era de felicidad social donde convivirán para siempre las personas, los animales no humanos y las máquinas en un universal abrazo de pulpo. Lo que representará el acta de defunción del Faloceno unívoco y blanco”.
El camino de Wembra ofrece pasajes de espléndido humor y latigazos hilarantes y delirantes sobre los diferentes futuros que acechan a la humanidad de seguir como va. Nuevos totalitarismos e intolerancias se asoman ya en el horizonte. Literatura sarcástica de la mejor, haría bien en leerla la inefable diputada María Clemente. O se ríe a mandíbula batiente o, gulp, se enoja y nuestro autor tendría que correr al exilio, posiblemente a Marte. ®
Nota
1 Roberto Pliego, “La distopía ya está aquí”. Milenio, 3 de noviembre de 2023.