José Agustín es el más literario de la Literatura de Onda, el que más aprende de la literatura beat y, no conforme con ello, también aprende de James Joyce cuando todos tenían miedo de aprender de Joyce.
José Agustín nace en 1944 y su trayectoria académica lo lleva a estudiar letras clásicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, dirección cinematográfica en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos y composición dramática en el INBAL y la ANDA. En su juventud participa activamente en el taller literario de Juan José Arreola entre 1962 y 1965, y ahí escribió su primera obra, La tumba (1964), a la edad de diecinueve años. “Era uno de los mejores alumnos del taller, ya traía lo suyo, él ya no necesitaba ni del taller ni de Arreola”, afirmaría Jorge Arturo Ojeda.
Durante su trayectoria José Agustín recibió becas del Centro Mexicano de Escritores y de la Fundación Guggenheim en 1978, lo que le permitió la libertad y la soltura para poder escribir y consolidar su literatura. Su visión acerca de la cultura la pudo dejar plasmada durante su dirección del programa “Letras vivas” de 1985 a 1988 en radio y televisión.
Se ha señalado que, a pesar de sus contribuciones, José Agustín no escapó de la controversia política. Para el comunicólogo y analista Eloy Garza, “José Agustín fue un analista político duro y censurado, relegado en ocasiones por la comunidad artística y cultural de México. Su posición crítica y su resistencia a conformarse con las normas establecidas lo hicieron un personaje polémico, a la vez admirado y cuestionado”, son los mismos que hoy se dan golpes de pecho y que lamentan su muerte —aquí sobran nombres, todos lo sabemos.
A José Agustín le debemos lo más representativo de la literatura de ese grupo de escritores que Margo Glantz nombró como “Literatura de la Onda” en el “Estudio preliminar” a su antología Onda y escritura en México (1971), y que se sitúa a mediados de los años sesenta con dos novelas emblemáticas para la literatura mexicana del siglo XX: Gazapo (1965) de Gustavo Sainz, todo un rompecabezas narrativo y una apuesta por narrar una historia desde un mismo punto de partida, pero también por deconstruir el lenguaje y proponer, arriesgarse, aventurarse a un estilo literario. Hay que aclarar un punto aquí: muchos ponen por encima de Sainz a José Agustín y me parece que es un error porque son dos vías totalmente opuestas. A Sainz le bastó una novela, Gazapo, para pasar a la historia de la literatura mexicana, porque se trata de una novela que para la época es casi una declaración de guerra contra las convenciones no sólo del lenguaje sino de las formas narrativas comunes; Gazapo se constituye como un experimento sonoro y un partir del mismo punto, de una misma situación, un principio que años más tarde utilizarían, incluso, muchos cineastas, así que me parece que ni siquiera hay punto de comparación: tanto José Agustín como Gustavo Sainz caminan por vías distintas, alternas, digamos que se complementan: se necesita leer a los dos para tener una visión total del panorama literario del México de esa época.
Ellos, los de la Onda, se inspiran en su música, las toman, las hacen suyas no sólo a manera de epígrafes, que eso ya se hacía, sino como temáticas para un cuento, para una novela, como queda demostrado en muchos de los trabajos literarios de Parménides García Saldaña, el Rimbaud de la Onda, de quien conservamos algunas etílicas y drogadictas anécdotas gracias a las crónicas de José Agustín.
De acuerdo con Margo Glantz, madrina del movimiento literario, la “Literatura de la Onda” nace en un contexto histórico marcado, principalmente, por el preludio de lo que posteriormente será el movimiento estudiantil del 68, el que daría lugar a otro movimiento literario, la literatura del 68, de la cual, por ejemplo, yo me quedo con un autor y una obra: Gonzalo Martré y Los símbolos transparentes. Glantz también señala las manifestaciones contra la guerra en Vietnam, la desigualdad social y la recién iniciada lucha contra todo lo que oliera a autoridad, por eso ya desde entonces los jóvenes de la Onda viven en una constante crisis de identidad y en constante enfrentamiento contra las autoridades; van contra las leyes, los padres, la familia, tienen referentes musicales directos que empiezan a incorporar en sus textos, las letras de las canciones de The Doors, Rolling Stones, Bob Dylan, The Beatles, por primera vez son también literatura, y van de la mano en su producción literaria. Ellos, los de la Onda, se inspiran en su música, las toman, las hacen suyas no sólo a manera de epígrafes, que eso ya se hacía, sino como temáticas para un cuento, para una novela, como queda demostrado en muchos de los trabajos literarios de Parménides García Saldaña, el Rimbaud de la Onda, de quien conservamos algunas etílicas y drogadictas anécdotas gracias a las crónicas de José Agustín, como aquella en la que narra que chocan a altas horas de la noche en una glorieta de la colonia Narvarte, uno de los reinos de la Onda que se repite, lo mismo que La Mancha en el Quijote, y Parménides abandona a José Agustín con todo y el coche, que era propiedad de los papis de Parménides, desmadrado; luego Agustín lo va a buscar a su casa, éste es el pretexto para comenzar una loca y quijotesca aventura.
Ya se ha dicho que José Agustín destaca en su propuesta del lenguaje y eso en literatura es uno de los aspectos más importantes: no se queda en los viejos andamios, en lo ya aprendido, en las viejas tradiciones, sino que literaria y gramaticalmente construye sus propios accesos a la literatura, sus propias vías; escucha y conoce el habla de los jóvenes, él mismo lo es, porque tiene un oído finísimo, melómano de a madres, y por eso es capaz de recrear diálogos que no se le caen de las manos; destruye y crea conforma avanza en sus procesos narrativos, va del español al inglés como un relámpago, es el pachuco de la Onda, cada una de sus narraciones en los distintos géneros literarios en los que se expresa son propuestas, pero también son búsquedas. José Agustín es el más literario de la literatura de Onda, el que más aprende de la literatura beat y, no conforme con ello, también aprende de James Joyce cuando todos tenían miedo de aprender de Joyce, de quien se confiesa admirador ferviente, “por sus asociaciones libres, los intrincados monólogos interiores de sus personajes y sus juegos con las palabras”, señala Hernán Lara Zavala, y eso se aprecia en sus novelas, en sus distintas estructuras narrativas, en esos páramos donde gustaba de echar a andar a solas montado en su caballo, lo mismo, insisto, que el ingenioso Hidalgo.
La tumba. Aquí están los orígenes, aquí se desencadena todo, con esta novela se inaugura la literatura de la Onda. José Agustín escribe una novela que es a la vez un manifiesto, un nuevo concepto literario con sus propias reglas, sus propios sonidos, su propio lenguaje. La tumba es decisiva en la historia de la literatura mexicana porque rompe con la tradición, propone una nueva forma de escritura que se vale de distintos recursos, de los cuales el lenguaje será el principal de ellos, fresco, coloquial, independiente, reinventado a partir de los signos de la época. José Agustín lo sabe: algo tiene que cambiar en la literatura y él es uno de sus provocadores, tiene ya todo para demostrarlo.
Es en De perfil donde José Agustín vuelve a demostrar que toda su literatura asume una actitud frente a la vida, que su lenguaje, sus palabras, se entrelazan íntimamente con la actitud real del escritor y del lector. “Es, a pesar de gestos, altavoces, desapegos y cinismos, la novela de quien busca, sabiendo que no habrá de encontrarlo, el paraíso de la inocencia perdida una vez que se ha perdido la historia”, dijo Ramón Xirau en 1967.
En De perfil (1966) hay un eje temático transversal en toda la propuesta narrativa de José Agustín, y es que sus personajes siempre pasan por circunstancias adversas que los llevan a mostrar una sólida actitud frente a la vida, rebelándose contra cualquier tipo de autoridad, sobre todo la familiar, para provocar sus propios ritos iniciáticos. José Agustín escribe a la rebeldía, pero no a la rebeldía ociosa y sin pretensiones; escribe a una rebeldía que es una búsqueda constante, un camino sagrado, que conduce a resultados donde el conocimiento de uno mismo se vuelve real mediante el uso de elementos que son imprescindibles para la época: las drogas, la música, la literatura, el lenguaje, sobre todo el lenguaje. Y es en De perfil donde José Agustín vuelve a demostrar que toda su literatura asume una actitud frente a la vida, que su lenguaje, sus palabras, se entrelazan íntimamente con la actitud real del escritor y del lector. “Es, a pesar de gestos, altavoces, desapegos y cinismos, la novela de quien busca, sabiendo que no habrá de encontrarlo, el paraíso de la inocencia perdida una vez que se ha perdido la historia”, dijo Ramón Xirau en 1967.
Inventando que sueño (1968) es un contenedor donde José Agustín vuelve a mostrar la maestría que ya tiene dominada en la imaginación, por lo que cada relato es totalmente distinto al anterior; propone, arma, confronta la agresividad, la violencia y hasta la destrucción con todo el poder de la belleza que es capaz de proporcionarnos la literatura, la armonía, el equilibrio, cada uno de los personajes de Inventando que sueño son contradictorios, sí, pero eso, en el fondo, es lo que los vuelve humanos, demasiado humanos. Aquí se nos muestra que José Agustín es capaz de manejar distintas técnicas narrativas. Inventando que sueño pasará a la historia como un gran homenaje al género del relato, un libro que debería considerarse un manual para escribir cuentos en cualquier taller literario, y eso que hablamos de 1968, pleno apogeo y madriza de la lucha estudiantil. José Agustín siempre estuvo adelantado a sus compañeros de generación, y también a los años que le tocaron vivir, tan adelantado estuvo que llegó a su muerte a destiempo, y quizás ni siquiera era su muerte, quizás murió uno de sus personajes y no él.
Se está haciendo tarde (final en laguna) (1973). Muchos críticos la han señalado como la novela en la que José Agustín realmente demuestra su influencia en las letras mexicanas, aunque para el año en que se publicó José Agustín ya había demostrado la maestría que tenía como narrador y lo trascendental que iba a ser para la literatura mexicana del siglo XX. No obstante, esta novela es, cuidadosamente leída, en la que más se advierten algunas influencias de Jack Kerouac, William Burroughs, Henry Miller y Charles Bukowski: hay en Se está haciendo… un descenso a los infiernos dionisiacos del alcohol y las drogas, sin embargo, contrario a lo que otros autores propondrían bajo esquemas de una redención moral, José Agustín llega a las vías exploratorias de los estados de conciencia, ahí donde solamente alcanzan a llegar unos cuantos elegidos —y él mismo es un elegido, como bien lo sabía, y demostró y escribió de ello otro autor que José Agustín admiraba, Aldous Huxley.
Ciudades desiertas (1982). Por favor, no hay que acercarse a ella como se ha dicho en tantas otras ocasiones: “Un altar en el que José Agustín eleva a la mujer, le reconoce su libertad”, porque, a mi juicio, es lo que menos pretende José Agustín en esta novela: hay, nuevamente, un propuesta acerca de lo que es una relación amorosa desde un José Agustín humorístico, que es capaz, incluso, de conseguir una visión satírica de la sociedad estadounidense a la que hasta hace pocos años muchos de sus contemporáneos admiraban y la cual irremediablemente está cambiando, y no precisamente para bien. José Agustín habla de la complejidad en una pareja, pero de ninguna manera cae en la etiqueta que muchos le colocaron a la novela en su momento, la de ser “la primera novela antimachista escrita en México”, aunque como publicidad no le vino nada mal; sin embargo, José Agustín para estos momentos ya no la necesitaba; fue llevada al cine con el título de Me estás matando Susana con la dirección de Roberto Sneider, protagonizada por Gael García y Verónica Echegui.
El rock de la cárcel (1984) es un libro cuyos testimonios pasarán a ser una parte valiosa de la historia de la literatura mexicana. En este libro José Agustín se desnuda y nos relata su vida desde la adolescencia, experiencias sobre cómo conoció a Margarita Dalton, hermana del gran escritor Roque Dalton, muchas fiestas, el camino iniciático en las drogas y el alcohol. José Agustín es un personaje de su propia historia, y la vez que lo detuvieron los federales en 1970 por traer marihuana en los bolsillos en uno de los tantos operativos puestos en marcha por el Negro Durazo, suceso que lo llevó a pasar un rato en el famoso Palacio Negro de Lecumberri, acusado de formar parte de una banda de narcotraficantes. Ahí conoció a un autor que admiraría siempre, José Revueltas, y podemos imaginar las charlas que tuvieron. Ahí adentro, entre charla y charla, José Agustín también se dio tiempo para escribir sobre el papel de las tortas que le llevaban de comer su novela Se está haciendo tarde, la cual revisó al salir de la cárcel durante 1972 y publicó en 1973.
Tragicomedias (tres volúmenes). ¿Hay distintas formas de contar la misma historia? Claro que sí, y es lo que hace José Agustín en estas Tragicomedias, porque nuevamente les da su toque narrativo, su ritmo, su estilo; se apropia de la historia que todos conocemos, la que todos aprendimos robóticamente en la escuela y la narra con un singular sentido del humor, restándole la solemnidad con la que los mexicanos contamos nuestros propios hechos. No obstante, el trabajo de José Agustín en cada una de las Tragicomedias es un trabajo serio que se puede leer, también, como un relato muy ilustrativo de los principales acontecimientos que se enmarquen en la época que señale la Tragicomedia, tanto los que pertenecen al verdaderamente trágico del México que José Agustín considera profundo como los cómicos, aquellos que ocurren tras bambalinas y que están controlados por los medios periodísticos del periodo posrevolucionario, por ejemplo. Se ha señalado, incluso, que, tanto por su claridad narrativa como por su inmejorable sentido del humor, José Agustín supera en estas Tragicomedias al cronista oficial de la Ciudad de México, Carlos Monsiváis, así como al otro cronista ingenioso y oficialista, Salvador Novo.
Con la muerte de José Agustín se va uno de los autores más emblemáticos de la literatura mexicana de mediados del siglo XX, pero además se va uno de los últimos Jefes de un grupo literario, la Onda, que tenía sus propios motivos y sus propias reglas para escribir, que no solamente supo irrumpir en el panorama literario y hacer el escándalo que merecían sus publicaciones, sino que apostó por el lenguaje, por la contracultura desde la contracultura misma, por temáticas totalmente opuestas a lo que se hacía en el momento, y ganó, claro que ganó, y tal vez hoy hablamos de la partida del rey José Agustín, pero nos quedan sus palabras, y eso él lo sabe, claro que lo sabe, porque en literatura solo así se celebra a los grandes. ®