Adolescence: una serie, una clase, una generación

Por qué importa cómo (nos) miramos

“Profe, usted se parece al padre del protagonista”, le dijo un alumno al autor. Acto seguido, dice, “mi mente viajó a la escena en la que el actor celebra sus cincuenta años. Efectivamente, ambos tenemos la misma edad: el personaje de ficción y el profesor que da la materia”.

Fotograma de Adolescence.

Primera clase de la asignatura Seminario de Integración en Periodismo Narrativo. Discutimos cómo crear escenas, cómo funcionan las secuencias y cómo, muchas veces, desde el periodismo tomamos prestados lenguajes de otras artes: el teatro, el cine, la literatura.

Ahí surgió un tema que convive entre quienes amamos los universos narrativos: la serie británica Adolescence. Narramos, discutimos y debatimos sobre las características del plano secuencia, las problemáticas adolescentes. Hasta que un alumno, desde el fondo, dijo: “Profe, usted se parece al padre del protagonista”.

Acto seguido, mi mente viajó a la escena en la que el actor celebra sus cincuenta años. Efectivamente, ambos tenemos la misma edad: el personaje de ficción y el profesor que está en la primera clase dando la materia.

Jamie Miller. Tiene trece años. Lo arrestan por el asesinato de una compañera de escuela. Pero la serie no busca resolver un crimen. Lo que persigue es otra cosa: la pregunta.

La escena pertenece a Adolescencia, la miniserie británica creada por Jack Thorne y Stephen Graham, y dirigida por Philip Barantini. Se estrenó en marzo de 2025 por Netflix. Fue grabada en plano secuencia. Sin cortes. Todo en tiempo real. Como si no hubiera escape. Como si estuviéramos ahí.

El protagonista se llama Jamie Miller. Tiene trece años. Lo arrestan por el asesinato de una compañera de escuela. Pero la serie no busca resolver un crimen. Lo que persigue es otra cosa: la pregunta. ¿Por qué? ¿Qué pasó? ¿Qué lo quebró?

Stephen Graham interpreta a Eddie, su padre. Owen Cooper es Jamie. Los dos cargan el relato. La tensión avanza en presente. Los hechos se enciman. Las emociones se filtran. El plano secuencia no da respiro. Tampoco la historia.

Flashback. Volvemos a la clase minutos antes. Hablamos sobre la genealogía del correo electrónico. Por qué el e–mail fue importante y por qué lo sigue siendo. Cuándo nació: 1971. Qué fue ARPANET: una red del Departamento de Defensa de Estados Unidos, el antecedente de internet. Todo surgió porque les pregunté a qué generación pertenecían. ¿Son los más jóvenes de los millennials o los más viejos de los centennials?

Para afinar, les pregunté si sabían qué significa poner a alguien en copia en un correo. Nadie supo. Sólo una alumna que recursaba. Tenía poco más de veinte.

Pero el tema no era lo que sabían o no. Era otro. Era ese momento en el que pueden asumirse como generación, con su propia manera de ver y narrar el mundo. Con sus herramientas, sus dudas, sus símbolos. Y desde ahí preguntarse: ¿por qué importa la mirada? ¿Por qué es fundamental contar los hechos, las emociones y los acontecimientos desde una perspectiva propia?

Ahí apareció Adolescence.

Con la referencia a la edad, pensé: ¿Por qué esta serie no se llama Adultez? ¿No nos habla también a los que festejamos los cincuenta? Ese universo adulto, con hijos ya despegados de su niñez, incorporándose al mundo, que nos lleva a revivir ciertas incertidumbres y dolores.

Es que sólo en la intimidad de aquellos dolores profundos, cuando solamente nos queda morder la almohada porque la desesperación es infinita, únicamente en esos momentos transitamos la incertidumbre de lo que va a seguir.

Ninguna instancia de desesperación absoluta nos anticipa el riesgo. La posibilidad de que todo puede romperse y quebrarse en un segundo, que la vida, tal cual como la conocíamos, puede dejar de serlo. Eso hace —nos hace— la serie Adolescencia. Nos lleva a vivir o revivir un dolor extremo.

No va a haber ningún spoiler en este texto.

El plano secuencia como instancia creativa nos transporta como espectadores a vivenciar situaciones y acontecimientos en tiempo real. El gran éxito narrativo de esta serie es el presente propuesto. Elipsis internas en una toma sin cortes. El tiempo transcurre, los acontecimientos suceden, incluso de forma paralela, aunque no lo veamos.

En una época en que el montaje libre, la posproducción permanente, los influencers que nos venden en un minuto una vida demasiado maravillosa, ese aprendizaje aprendido de los youtubers, aquí todo es diferente. Porque Adolescencia evoca el arte como experiencia.

La historia no es paradigmática de la adolescencia. El protagonista no es todos los protagonistas ni todos los adolescentes. Pero sí, la historia expone una tragedia latente que puede ocurrir…

Hay una presunción de lo teatral. Pero no es solamente teatro, porque es cine a partir de la intención narrativa de la dirección y la dirección de fotografía, que no sólo captan el rasgo íntimo, sino también conmueven desde el fuera de campo. ¿Qué ocurre en aquello que no estamos viendo?

La posproducción del sonido interviene en el plano secuencia entre el ruido, la cortina musical y los silencios, como si fuera un coro omnisciente que se acerca o aleja según nuestras sensaciones.

La historia no es paradigmática de la adolescencia. El protagonista no es todos los protagonistas ni todos los adolescentes. Pero sí, la historia expone una tragedia latente que puede ocurrir, una tragedia latente que ocurrió.

Hay símbolos que no entendemos. Los códigos que no sabemos leer que nos circundan. Pareciera que entramos por primera vez en una de las ciudades invisibles de Ítalo Calvino, sin los instrumentos necesarios para entender el mensaje, los carteles, las señales y los sueños.

¿Qué leo yo? ¿Qué es lo que no estoy entendiendo de los emojis, de los silencios, de los perfiles de redes sociales sin fotos? Y cuando hay fotos, ¿hay comentarios? Morder la almohada en silencio a la noche como un gesto de desesperación. Eso es Adolescencia. Eso es la adultez. ®

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Publicado en: Televisión y videojuegos

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