Los países nórdicos se encuentran entre los países con mayor índice de desarrollo humano, y entre los diez países mejor clasificados en el índice global de felicidad, además de ocupar los puestos más altos en el índice de libertad económica.

La audacia es mejor que la queja cuando uno está en peligro.
—proverbio vikingo
Después de unas largas semanas de debates sobre niveles históricos de reducción de pobreza en este país, en los que se desgarran por afirmar si es ahora o fue con Fox aunado a un proyecto de presupuesto enviado por el Ejecutivo a la Cámara de Diputados, no se observa que exista un modelo real de bienestar —término adoptado por Zedillo y retomado por López Obrador.
Desafortunadamente, se sigue privilegiando el asistencialismo pero no se fortalece al Estado, por eso hoy escribo sobre el modelo social nórdico, o escandinavo, que puede ser un referente importante de cómo erradicar las desigualdades.
El inicio del modelo escandinavo surgió a comienzos del siglo pasado, aunque algunos autores los sitúan a finales del XIX, en plena reorganización de la Revolución industrial, paralelamente al germen de otros Estados de bienestar centroeuropeos, como el del canciller Bismarck en Alemania.
Los nórdicos supieron aprovecharse de los primigenios flujos del capitalismo mercantilista de los alegres años veinte y, con posterioridad, de la industrialización y el colonialismo en la que se sumergieron sus rivales occidentales.
El modelo socialdemócrata escandinavo se basa en un sistema de economía mixta, también conocido como modelo nórdico, que se caracteriza por un fuerte Estado de bienestar universal financiado por impuestos elevados.
Un análisis de 2019 apunta a un alejamiento del neoliberalismo y a una repolitización del modelo, incluida una mayor cooperación entre los países nórdicos.
A la fecha, todos los países de esa zona —Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia— se encuentran entre los países con un mayor índice de desarrollo humano ajustado por desigualdad e índice de paz global. Los cinco países nórdicos se encuentran entre los diez países mejor clasificados en el índice global de felicidad, además de ocupar los puestos más altos en el índice de libertad económica.
Por otra parte, el modelo socialdemócrata escandinavo se basa en un sistema de economía mixta, también conocido como modelo nórdico, que se caracteriza por un fuerte Estado de bienestar universal financiado por impuestos elevados.
Basado en la cooperación entre el Estado, los sindicatos y los empleadores, sus pilares son la redistribución del ingreso, la movilidad social y una negociación colectiva multinivel que busca un equilibrio entre el capital y el trabajo, lo que resulta en sociedades con altos niveles de igualdad y protección social.
Los servicios y beneficios del Estado de bienestar, como la educación y la sanidad, se ofrecen a toda la población de forma universal y sin vinculación directa con las cotizaciones o necesidades individuales.
Hay una elaborada red de seguridad social y se proporcionan servicios públicos de calidad, financiados a través de un sistema de impuestos progresivos.
La clave del éxito del modelo es la colaboración tripartita entre los sindicatos, los empleadores y el gobierno para negociar los términos de las condiciones laborales y otros asuntos sociales.
A pesar de la fuerte intervención del Estado en el ámbito social, los países escandinavos mantienen economías de mercado con derechos de propiedad sólidos y facilidad para hacer negocios.
El modelo está diseñado para limitar la dependencia del mercado y la familia, promoviendo la autonomía individual y reduciendo la brecha entre ricos y pobres.
Si bien es cierto que casi de manera habitual se asocia el modelo nórdico con el socialismo, es importante destacar que no es una economía socialista, sino una economía mixta que integra el capitalismo con un sólido Estado de bienestar.
Los ciudadanos nórdicos se vanaglorian del llamado pragmatismo escandinavo, que les lleva a mantener, en estado de transformación perpetua, sus modelos de bienestar.
Los nórdicos no son ideológicos, son gente práctica que no se deja engatusar por vendedores de ilusiones; confieren un gran valor a la solidaridad y la unidad, y nada es mejor para ellos que un buen compromiso. Así se las han ingeniado para sobrevivir en un entorno de vecinos poderosos y muy peligrosos.
Los nórdicos tienen claro que sus modelos sociales son caros y demandan ingresos tributarios suficientes, pero no están dispuestos a renunciar a ellos, por mucho que sus presiones fiscales rebasen el 50% —y hasta el 60%— de sus bases imponibles.
De ahí que busquen alternativas, como la destreza laboral exterior. Los ciudadanos nórdicos se vanaglorian del llamado pragmatismo escandinavo, que les lleva a mantener, en estado de transformación perpetua, sus modelos de bienestar. Con transparencia y rigor en las cuentas y sacrificios a cambio de garantías en la obtención de sus suculentos dividendos.
Sin duda, se trata de una alternativa al capitalismo salvaje, que representa un método que guarda rigurosamente la equidad y la igualdad de oportunidades.
Es un compromiso fundamental que tanto izquierdas como derechas en Suecia asumieron al emprender conjuntamente las grandes reformas del Estado de bienestar. Aunque Dinamarca y Finlandia pasaron por momentos de crisis, supieron reaccionar restaurando las fuentes del progreso. Sólo Noruega, gracias a su inmensa riqueza petrolera, no ha experimentado crisis similares.
De acuerdo con el investigador Kevin Zapata Celestino,
En muchos sentidos el modelo mexicano podría representar la antítesis de lo que sucede en los países nórdicos. Es por esto que para lograr las condiciones que hoy sustentan al modelo de desarrollo escandinavo se requiere mucho más que discursos y buenas intenciones. Si bien recientemente se han tomado algunas acciones políticas orientadas a tal efecto, mientras no se comprendan los elementos que dan vida al Estado de bienestar socialdemócrata, el anhelo por replicar a los países nórdicos seguirá siendo un sueño.
Por eso la insistencia en que debemos impulsarlo. ®