Guerra bajo las estrellas, III

Egipto, Mesopotamia, Babilonia, Judea y el disco solar alado

En la Antigüedad europea y del Medio y Lejano Oriente, además de la India, los eclipses y otros fenómenos astronómicos eran interpretados como señales de los dioses, apuntalando las religiones antes que el conocimiento científico.

Entre el tercero y el segundo milenio a.C. más de veinte eclipses totales de Sol ocurrieron en el norte de África y la península arábiga. Sin embargo, en el Egipto antiguo no existe ningún registro, escrito o gráfico, de ellos. Esta falta de registros antiguos también incluye a los eclipses lunares. La astronomía desempeñó un papel fundamental en la arquitectura y en la religión del antiguo Egipto.

Antes de 2500 a.C. se construyeron más de ochenta edificios o monumentos —tumbas, templos y otras edificaciones— con inscripciones astronómicas, y miles de menciones a deidades celestes. Desde sus inicios la figura solar se consolidó como una deidad fundamental en la cultura egipcia. Representada como Ra, Horus o Atum, regularmente se fusionaba con otras como Amón–Ra, Atum–Ra o Ra–Horakhty.

“El Sol unido a Osiris renaciendo con forma de Djed y nudo Ankh” (c. 1300 a.C.), papiro de Ani, Museo Británico. Derecha, “Ra–Horakhty en la forma de Osiris recibiendo incienso del sacerdote Padiuiset” (c. 900 a.C.), Dinastía XXII, Museo de Louvre (N 3795), foto de Guillaume Blanchard (julio de 2004).

¿Por qué la ausencia de eclipses en sus registros más antiguos? Algunos historiadores creen que los eclipses quedaron registrados implícitamente en la iconografía del disco alado, o Behedeti. Creada a mediados del segundo milenio a.C., probablemente inspirado en la imagen del Sol durante un eclipse total. Este fenómeno se empezó a estudiar a partir del eclipse de 29 de julio de 1878, observado en las Montañas Rocallosas de Colorado y Wyoming. Eclipses posteriores corroboraron la relación entre la actividad y la forma de la corona solar. Cuando hay pocas manchas solares el Sol tiene una baja actividad y la corona es más tenue y regular con poca altura en los polos; pero en el ecuador presenta dos extensiones o chorros, opuestas entre sí. En cambio, cuando la actividad solar es alta hay muchas manchas y la corona, muy brillante e irregular, rodea y envuelve completamente el disco solar.

“Behedeti Hermes Trismegistus”, de Leon Jean Joseph Dubois, Pantheon Egyptien (1823–1825). Derecha, “Eclipse total de Sol ocurrido el 29 de julio de 1878 en Creston, Wyoming”, de Étienne Léopold Trouvelot, The Trouvelot Astronomical Drawings, NYPL.

Las semejanzas iconográficas entre los egipcios y los pueblos vecinos indican que fueron testigos de la forma que presentaba el Sol durante los eclipses: un disco con alas. Los eclipses solares no sólo inspiraron la iconografía sino le aportaron su significado a los Behedeti: la victoria de la luz sobre la oscuridad. Por ello se instalaron en estelas, cornisas de templos o edificios, murales en techos de tumbas y otros lugares.

Este símbolo llegó a Mesopotamia y Asiria alrededor del año 2000 a.C., fusionándose con las deidades solares Shamash y Ashur o Assur. Para el siglo IX a.C. la imagen ya circulaba dentro del Imperio Aqueménida, en Medio Oriente e Irán, donde el zoroastrismo lo incorporó en los Faravahar o Foruhar; un disco con alas, cola de águila y el torso del dios Ahura Mazda, “Señor de la sabiduría, del cielo y creador supremo”, quien enseñó a Zoroastro los principios del zoroastrismo o mazdeísmo.

“Faravahar en Persépolis”, foto de Yare Zaman (30 de marzo de 2016).

Alrededor del siglo VIII a.C. el símbolo llegó, vía los fenicios, al reino de Judá. Durante los reinados de Uzías, Ozías o Azarías (r c. 790–739 a.C.) y Acaz o Ajaz (r c. 735–715 a.C.). Ellos, caracterizados por su tolerancia religiosa, lo convirtieron en un símbolo real.

En el año 2009, durante las excavaciones arqueológicas realizadas en la parte sur del Monte del Templo en Jerusalén, la arqueóloga Eilat Mazar (Israel, 1956–2021) encontró 33 impresiones de sellos llamados LMLK, por las iniciales de lamedh mem lamedh kaph o lamelekh, que significa “perteneciente al rey”, frase que acompaña a la imagen impresa en los objetos.

En una de estas impresiones se leía “Perteneciente a Ezequías, hijo de Ajaz rey de Judea”, la primera impresión de un sello personal real descubierto hasta el momento. El “Sello de Ezequías” tiene un diámetro aproximado de 13 mm, un disco alado con seis rayos saliendo —tres de arriba y tres de abajo— y un ankh —símbolo de la vida— a la derecha; todos de origen egipcio. Miles de impresiones más, del mismo periodo, se han encontrado en Jerusalén y en otros lugares. Muchas muestran escarabajos con dos o cuatro alas, el ankh egipcio y el nombre del rey Ezequías.

“Impresión de un sello LMLK sobre el asa de un contenedor” (f siglo VIII a.C.), Hebrón, Museo de Israel, Jerusalén, foto de Chamberi (5 de mayo de 2013). Derecha, “Sello LMLK del rey Ezequías encontrado en Jerusalén” (c. siglo VII a.C.), foto de Eliat Mazar y Ouria Tadmor.

La existencia de símbolos egipcios —considerados paganos— en el sello de un rey judío ha generado muchas interrogantes. Sus respuestas se remontan al 722 a.C y la conquista del Reino del Norte o Reino de Israel por el rey asirio Sargón II, quien exilió a la mayoría de los pobladores del Reino del Norte a lo largo de su imperio, dejando vulnerable al Reino de Judá o del Sur.

Para mantener la paz con Asiria y evitar la misma suerte que Israel, el padre de Ezequías, el rey Acaz, mantuvo una política de sumisión, vasallaje y pago de tributo a Asiria. Pero cuando su hijo Ezequías subió al trono (R c. 728–687 a.C.) —a principios del siglo VII a.C.— acabó con la sumisión de Judea, los acuerdos previos y canceló todo tributo a Asiria. En represalia, el entonces rey asirio Senaquerib (hijo de Sargón II), invadió Judea en el 701 a.C., destruyendo las ciudades del norte, y tomó la segunda ciudad más importante, Tel Lachish. Ezequías intentó apaciguarlo con misiones diplomáticas; le ofreció oro, plata, marfil, maderas, materiales preciosos; luego le mandó a sus hijas, sus concubinas, los músicos y hasta el tesoro del Templo de Jerusalén, pero nada le sirvió. Entonces contrató mercenarios y se alió con el reino de Egipto (2 Re 18, 21–24), pero tampoco esto funcionó. Senaquerib derrotó a los egipcios y mercenarios y llegó hasta Jerusalén, manteniéndola bajo sitio sin llegar a atacarla.

“Sargón II a la derecha, y un dignatario” (c. 716–713 a.C.), relieve en el Palacio de Sargón II en Dur Sharrukin, Irak, Museo de Louvre (AO 19873 & AO 19874), foto de Jastrow (2006). Derecha, “Relieve de la captura de Tel Lachish por Senaquerib, rey de Asiria, donde se muestra el botín y los exiliados judíos” (c. 700–692 a.C.), Palacio de Nínive, British Museum, foto de Zunkir.

Según la Biblia (2 Re 19, 2737), Dios, en voz de Isaías, prometió salvar a Jerusalén: una noche mandó un ángel que mató a 185 mil soldados asirios que dormían durante el sitio. Derrotados, Senaquerib y su ejército se retiraron a Nínive. Sin embargo, existen otras versiones del hecho. Heródoto de Halicarnaso (c. 484–c. 425 a.C.) mencionó que el ejército asirio sufrió de una plaga de ratones durante la campaña en Egipto, causando brotes de peste bubónica, lo que diezmó sus tropas. En cambio, Berossos el Caldeo (Babilonia, siglo IV–siglo III a.C.), en la misma línea que Heródoto, asegura que la plaga, de ratones o de otra cosa, se dio durante el sitio.

“La derrota de Senacherib” (1614), de Peter Paul Rubens, Johann Wilhelm von der Pfalz collection, Bavarian State Painting collections (326), Electoral Gallery Dusseldorf.

Durante el reinado de Ezequías los sellos LMLK se imprimieron en las asas de jarras y contenedores para denotar que eran propiedad real y simbolizar la alianza entre Judea y Egipto. Fueron una muestra de respeto y pleitesía al dios solar Khepri y al ankh, símbolo de la vida, elementos egipcios muy importantes.

Los eclipses en la mitología griega y en la historia grecorromana

En el mundo antiguo grecorromano existen mitos y relatos que mencionan eclipses, aunque en la mayoría se trata de un recurso o adorno literario heredado siglos antes de Mesopotamia, cuyo papel dentro de la narración fue el de destacar ciertos hechos o acciones.

Heráclito (Éfeso, c. 535–c. 470 a.C.) y Plutarco de Queronea (Acaya, c. 40–c. 120) identificaron en la Odisea de Homero (siglo VIII a.C.) una referencia a un eclipse solar: el profeta Teoclímeno, al ver el vuelo de las aves, supo que Ulises estaba de regreso en su patria Ítaca, pero disfrazado para no ser reconocido por los pretendientes de su esposa Penélope. Cuando se lo anuncia a Penélope no le creyó. Entonces va con Telémaco —hijo de Penélope y Ulises— y le dice que será el próximo heredero del trono de Ítaca. De noche, en la cena con Penélope y sus pretendientes reunidos, Teoclímeno tuvo una visión y les advirtió que pronto muchos morirían a manos de Ulises:

La oscura noche les envuelve la cabeza y su rostro se esconde entre sus rodillas; aumentan los gemidos y las lágrimas corren por sus mejillas; las paredes y las majestuosas columnas se esparcen con sangre: el vestíbulo y el patio se llenan con las sombras de aquellos que descienden a la temible oscuridad del Hades. El Sol desaparece del cielo y una maldita oscuridad invade la Tierra.[1]
“Ulises, Telémaco y Eumeo matando a los pretendientes de Penélope” (c. 330 a.C.), Museo de Louvre (CA7124), foto de Bibi Saint–Pol (6 de junio de 2006).

En algunos textos históricos tenemos otros casos. Los atenienses durante la Guerra del Peloponeso lanzaron una expedición militar contra de la isla de Citera —al sur del Peloponeso—, en 424 a.C., al mando del general Nicias (Atenas, siglo V–413 a.C.). Tucídides (Atenas, c. 460–396 a.C.), uno de los principales historiadores del conflicto, mencionó que durante la expedición se observó un eclipse solar. Por su parte el historiador romano Cayo Suetonio Tranquilo (Hipona, c. 69–c. 126) contó que cuando Julio César inició la Segunda Guerra Civil romana —al cruzar el río Rubicón el 10 de enero de 49 a.C.— el día se tornó en noche.  Los cálculos astronómicos muestran que en ambos casos no existió eclipse solar alguno. Los dos relatos, distantes en el tiempo y el espacio, comparten una misma intención al situar un eclipse solar en el evento: demostrar que el orden y el equilibrio se han perdido y que los hechos trajeron tragedias, sufrimiento y muerte. Esto es muy evidente en la obra de Cayo Suetonio Vidas de los doce Césares, escrita alrededor de 120 d.C. (170 años después del hecho), donde describe que Julio César y sus acciones trajeron guerra y muerte.

“Julio César cruzando el Rubicón” (1875), de Eugène Yvon, Museo de Bellas Artes de Arrás.

En la Antigüedad a los eclipses de Sol y de Luna también se les atribuía ser la causa de terremotos. Flegón de Trales (Trales, ps. II–fsII), en su obra Olimpiadas cuenta que, en el cuarto año de la 202 Olimpiada, a la sexta hora del día ocurrió un eclipse de Sol. El día se volvió noche, como nunca antes se había visto y las estrellas se hicieron visibles, y hubo un gran terremoto en Bitinia —región norte de la actual Turquía— que destruyó una gran parte de la ciudad de Nikaia (Nicea, en Turquía). Esta creencia llegó hasta la Edad Media y el Renacimiento. El Libro de los Milagros de Augsburgo registró que en el año 1119 un eclipse lunar causó terremotos durante nueve días en Italia, y que en el año 1228 un eclipse solar produjo terremotos e inundaciones en Frisia.

“En el año 1228, el 6 de junio, el Sol se oscureció, se dio un terremoto, Frisia quedó bajo el agua y hubo muchos muertos” (c1552), folio 52 del Libro de los Milagros de Augsburgo, probablemente de Hans Burgkmair. Explicación: “En el año de Nuestro Señor 1228 todo el Sol se tornó oscuro en el sexto día de junio a la hora novena a plena luz de día; y se volvió tan oscuro que las estrellas se pudieron observar en el cielo; y ello duró siete horas. En aquel tiempo también hubo un gran terremoto y granizada, que resultó en cerca de cinco mil personas muertas en las montañas Saluvianas. Además de esto Frisia fue casi completamente sumergida por las grandes mareas del mar”.

Gracias a Tucídides sabemos que históricamente un eclipse lunar desempeñó un papel decisivo en uno de los capítulos de La Guerra del Peloponeso, la Expedición a Sicilia. En el año 415 a.C. la ciudad siciliana de Segesta pidió apoyo a los atenienses contra sus enemigos de siempre, las ciudades de Selinunte y la más importante ciudad de Sicilia en aquellos tiempos, Siracusa. En respuesta los atenienses mandaron ese mismo año una flota de cien barcos y cinco mil soldados hoplitas al mando de los generales Nicias —que según Tucídides era muy supersticioso—, Alcibiades y Lamacus. La noche previa a la partida de la flota algunas hermas (esculturas de piedra del dios Hermes) colocadas alrededor de Atenas para protegerla, fueron destruidas, lo que se tomó como un mal augurio para la expedición.

La flota partió y durante el trayecto, después de muchas disputas y diferencias entre los tres generales, Nicias, Alcibiades y Lamacus, se decidió atacar primero a Siracusa. Pero después de algunas batallas, escaramuzas, pérdidas humanas y materiales, dado que las fuerzas de ambos bandos eran equiparables, no lograron derrotarla. Llegó el invierno trayendo algo de paz. Para el verano, Siracusa estaba de nuevo bajo sitio y aislada gracias a una muralla que los atenienses habían construido a su alrededor. Los siracusanos contraatacaron destruyendo parte de la muralla y construyendo otras. Durante las acciones murió el general ateniense Lamacus.[2]

“Afrodita coronando una herma de Dioniso” (c. 150–100 a.C.), British Museum (GR 1890.11–5.1). Derecha, “Sueño o En los Días de Sappho” (c. 1904), de John William Godward, The Getty Center (79.PA.150).

A principios de 413 a.C. llegaron los refuerzos de Corinto y Esparta para Siracusa, generando grandes derrotas a los atenienses. Nicias, el único general ateniense con vida, ya estaba cansado, enfermo y convencido de que nunca lograrían derrotar a Siracusa, y empezó a idear la retirada. En el verano de 413 a.C. llegaron nuevos refuerzos para los atenienses, pero poco después fueron eliminados por los espartanos y las enfermedades. La retirada era obligada. A finales de agosto todo estaba preparado para zarpar. Pero un eclipse lunar ocurrió entre la noche del 27 y el 28 de ese mes. Nicias, que seguramente nunca escuchó las ideas de Anaxágoras, Tales de Mileto o Heródoto sobre los eclipses, o no le importaron, interpretó esto como el presagio de una catástrofe. En extremo supersticioso, Nicias consultó a los oráculos, quienes le aconsejaron mantenerse en tierra durante todo el ciclo lunar (27 días). Eso permitió al ejército de Siracusa organizarse y al cabo de una semana tenían bloqueado el puerto, evitando que los atenienses huyeran.

“Licurgo consultando a la Pitonisa” (c. 1835–1845), de Eugène Delacroix, University of Michigan Museum of Art (168–2.75) Google Art Project.

Los atenienses no aguantaron todo el ciclo. Unos días después, el 10 de septiembre, en lo que se conoce como la segunda batalla de Siracusa, intentaron con todas sus fuerzas disponibles romper el cerco enemigo y abandonar el puerto. Durante cuatro días lanzaron sin éxito sus naves, y terminaron huyendo por tierra, lo que se convirtió en la tumba para 33 mil de sus hombres, entre ellos Nicias, que fue capturado y ejecutado. Sólo siete mil lograron permanecer con vida, pero su destino no fue mejor. Una vez capturados o rendidos murieron por las terribles condiciones de encarcelamiento o acabaron vendidos como esclavos. ®


[1] La Odisea, de Homero, canto XX, línea 351, traducción de Luis Segalá y Estalella, 1910.
[2] Por su parte, el general Alcibiades se había pasado al lado de los espartanos, cuando en Atenas lo culparon de destruir las hermas de la ciudad y lo mandaron detener.

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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