¿Puede El Quijote todavía ser actual?

Más dibujado y recreado en el arte que leído

Se da por hecho que El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, novela aparecida en 1605, es un personaje universal porque encarna valores universales, aunque ya se olvidan cuáles son. No se lee, pero su imagen se reproduce ad infinitum.

El Quijote y Sancho Panza, grabado de Gustave Doré.

Si un personaje de la literatura clásica, entendiendo lo clásico como aquella que ha tenido ya su tiempo razonable de consolidación en un canon, es todavía pertinente y actual, lo será porque simbolice valores universales. Lo universal, sería en este caso, desde luego no sólo en el espacio sino también en el tiempo: pertinente y actual para cada época.

Se da por hecho que El Quijote, protagonista de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, novela aparecida en 1605 en su primera parte, es un personaje universal porque encarna valores universales, aunque ya se olvidan cuáles son.

Más allá de los epítetos que lo rodean que con el tiempo se han vuelto clichés, en el presente ensayo se propone explorar si algo queda del aura original de El Quijote como inspiración para la creación de obra plástica y pictórica, tomando como ejemplo el estudio y análisis de la obra Estantigua de Jaime Torres Mendoza.

Para ello se tomarán como punto de partida las teorías de obra áurica y reproductibilidad de Walter Benjamin, la intertextualidad de Julia Kristeva necesaria para explorar la conexión entre un texto literario y su imagen, así como las ideas de Joan Fontcuberta para determinar qué queda de esa aura quijotesca en un mundo de constante exposición mediática.

Partamos de un hecho preocupante que se enlaza con el libro, la lectura y lo literario: la caída de lectores según las encuestas de lectura. Así lo muestra la encuesta MOLEC del INEGI de 2024 realizada vía telefónica a mayores de dieciocho años de áreas urbanas. De 2015 a 2024 hay una reducción de población lectora de 14 puntos de cualquier tipo de material de lectura, ya sean diarios, blogs, revistas, libros o foros de internet. De esa misma población lectora se desprende que sólo los lectores de libros se redujeron 0.4 puntos en el mismo periodo, de 3.6 a 3.2, lo cual muestra una tendencia estable dentro de una tendencia a la baja (INEGI, 2024).

No se pregunta, por desgracia, cuántos de ellos han leído El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha —lo que sería estupendo, por otro lado—. Sin embargo, se puede extrapolar que esta novela, la que se tiene como el pináculo de la literatura española, es poco leída.

Los lectores de libros se mantiene mientras que los lectores en general decaen. Lo cual da cierta esperanza de que al menos, dentro de todo, el libro prevalece. Que esos datos estadísticos sirvan para contextualizar y traer a la discusión la salud de la lectura en nuestro país. La encuesta no mide cuáles libros lee la población lectora de libros. No se pregunta, por desgracia, cuántos de ellos han leído El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha —lo que sería estupendo, por otro lado—. Sin embargo, se puede extrapolar que esta novela, la que se tiene como el pináculo de la literatura española, es poco leída.

Varias circunstancias alrededor nos permiten suponer que no es una novela de masas: más allá de su número de páginas, también es su abundacia de arcaísmos, términos que han caído en desuso, que para algunos puede dificultar su disfrute lector.

Lo es también su estatus de “obra culta”, lo cual, más que ayudar, entorpece al colocarla en lo más alto del canon, pedestal que la aleja de los lectores; también añadiremos que la novela presenta una estructura por capas, o de cajas dentro de cajas, que desafían la paciencia del lector poco entrenado, ya que éste debe recurrir a le memoria cuando la acción de los personajes principales se interrumpe por la introducción de historias aparentemente ajenas al núcleo principal.

Y, por último, el hecho de que un producto derivado, la imagen misma de sus protagonistas, El Quijote y Rocinante junto con el fiel escudero Sancho Panza, sean ya más conocidos que la propia novela que protagonizan, debido a las decenas, o quizá miles, de obras plásticas y pictóricas que se han producido por más de cuatrocientos años, muchas de las cuales se producen para ilustrar las portadas de cada edición de la novela.

En este último punto, el de la producción y reproducción plástica de imágenes en escultura y pintura, está el corazón del problema al que nos enfrentamos al abordar al personaje de El Quijote fuera de su obra en que se origina, la novela de Miguel de Cervantes.

¿Es posible todavía aportar una interpretación fresca y novedosa? Pero más importante, dados los bajos índices lectores que hay en México, como la dificultad que entraña leer la propia novela, ¿es posible que cada producción plástica del personaje quijotesco sea producto de la lectura de la novela o que se deriven de producciones plásticas ya existentes? Después de cuatro siglos, ¿El Quijote aún mantiene su aura?

Es claro que la imagen de El Quijote ha cabalgado por el mundo de forma libre y desprendida totalmente de su texto literario. Es un caso semejante al de Cristo y otros personajes como La Criatura de Frankenstein, que se modifican a tal grado desprendidos de los textos en que se originaron.

En ese mismo sentido, hay en el imaginario colectivo una imagen de El Quijote, ya podríamos decirlo así, que es parte de un canon de representaciones pictóricas, y que poco tiene que ver con otro Don Quijote, la de su versión textual. Este otro Quijote textual duerme un tanto olvidado y a espaldas del gran público, de la gran masa de lectores, aun si el libro sea uno de los más vendidos de todos los tiempos.

Si aceptamos el hecho de que la novela El ingenioso hidalgo… se lee muy poco, por las razones arriba expuestas, y que es una obra culta de entendidos, académicos y escritores, habríamos de reflexionar entonces qué significa que su personaje, El Quijote, exista en reproducciones escultóricas hechas de metal, madera u otros materiales, las cuales se pueden comprar en tiendas departamentales o tiendas on line como Amazon y Mercado Libre como meros souvenirs.

Quizá el personaje haya devenido en un símbolo de alta cultura, por la sabiduría y la erudición asociada a la novela y al acto mismo de leer. Poseer estas figurillas decorativas equivale a poseer una edicicón intonsa de la novela a la vista de todos, un objeto decorativo más que manda señales de pertecer a una élite lectora.

Porque si hay ofertas de estas figurillas quijotescas —cuya fidelidad de representación varía de los más apegado a lo muy apartado—, en algo se debió convertir Don Quijote para que haya un mercado de quijotes. Quizá el personaje haya devenido en un símbolo de alta cultura, por la sabiduría y la erudición asociada a la novela y al acto mismo de leer. Poseer estas figurillas decorativas equivale a poseer una edicicón intonsa de la novela a la vista de todos, un objeto decorativo más que manda señales de pertecer a una élite lectora.

Más que un signo de alta cultura, las muchas reproducciones de estas figurillas son una característica de su reproductibilidad, la reproductibilidad que vaticinó Walter Benjamin, como de la masificación industrial de nuestro personaje y de cualquier otro personaje. En las tiendas de regalos y souvenirs El Quijote convive estático montado sobre Rocinante junto a esculturas de diversos tamaños de águilas alzando el vuelo, búhos de ojos bien despiertos sobre una pila de libros, caballeros medievales con sus armaduras y caballos que simulan correr libres. Símbolos masificados de estatus pero también de poder.

Para Benjamin (2003) la reproductividad técnica destruye el ‘aquí y ahora’ de la obra de arte, aquí y ahora que el filósofo berlinés metaforiza con el aura o halo dorado que se le pintaba rodeando las cabezas de los santos. El aura, pues, de una obra es única y no reproductible. La reproducción masiva destruye. Esa reproducción masiva es desde luego resultado de la producción tecnificada producto de la revolución industrial, que permite hacer muchas copias de una sola cosa.

Desde luego, no es lo mismo una fotografía, por mucho que sea en 4K en una pantalla de altísima resolución de La Mona Lisa, por citar un solo ejemplo entre muchos, que estar frente a La Mona Lisa en el Louvre en medio del maelstrom de turistas que sólo van por la selfie. Nunca una foto de una obra sustituirá a una pintura, pues la foto aplana, por decirlo así, las marcas y los brochazos dejados por el pintor. En esto el filósofo berlinés tenía razón.

Cuando se trata de una obra literaria habríamos de adaptar el concepto de obra áurica al ejercicio lector, quizá a la imagen mental que nos produce el acto mismo de leer. La imagen mental de una novela clásica —para no incluir a las novelas gráficas— se produce por ciertos recursos narrativos, bien o mal empleados según la pericia del autor, como son las descripciones físicas de los personajes, las descripciones de los escenarios y atmósferas en que se produce la acción, así como de objetos y otros elementos.

Estos ejercicios de descripción se vuelven ejercicios de écfrasis de imágenes que no existen exactamente, pero que dan pie a sus interpretaciones en obras plásticas.

Tan sólo como ejemplo, en el primer párrafo del capítulo uno de la primera parte de El ingenioso hidalgo… así describe el narrador a su protagonista:

Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada», o «Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que de este caso escriben, aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba «Quijana» (Cervantes & Sevilla Arroyo, 2015).

Así, un lector atento se va construyendo una imagen mental del personaje que se describe por estas palabras clave: complexión recia, seco de carnes, enjuto, sobrenombre de Quijana, etc. La “Quijana” o “Quesada” y el rostro enjuto y seco nos da una idea casi exacta de la apariencia física, que coincide con la mayoría de las interpretaciones plásticas que se han hecho del personaje.

Sin embargo, y pese a lo conciso de la descripción, una de las primeras adaptaciones a lenguaje pictórico, hechas para tapices, del artista francés Charles Antoine Coypel, pareció no respetar ni la complexión ni la quijada del Don Quijote, ya que en ellas luce con la cara redonda y muy francés (Martino Alba & Vega Cernuda, 2005).

Anónimo, Viñeta de portada con Don Quijote (1618), grabado en cobre (Cervantes Saavedra, Seconde partie de l’histoire de l’ingénieux et redoutable chevalierDon Quichotte de la Manche, 1618).

Podemos suponer que el aura del personaje se mantuvo más o menos, como relación de culto, en los dos primeros siglos de existencia, justo antes de la revolución industrial.

Así, habría que pensar en qué medida se puede hablar de obra de arte áurica sobre obras literarias, más cuando de éstos se extraen personajes que se trasladan a otros lenguajes. ¿Hay un ‘aquí y ahora’ en el acto mismo de leer y de recrear la imagen mental de lo leído? ¿Algo de esa aura se pierde al momento de trasladar o traducir la descripción textual a otro medio como una pintura o una escultura… o un tapiz?

Quizá el tiempo que lleva la novela El ingenioso hidalgo… de cabalgar por territorios, naciones y lenguas diversas nos ayude a responder las preguntas planteadas arriba, ya que cuatro siglos deben ser suficientes para una perspectiva histórica. Podemos suponer que el aura del personaje se mantuvo más o menos, como relación de culto, en los dos primeros siglos de existencia, justo antes de la revolución industrial.

En la mente de esos primeros lectores, como en las adaptaciones a obras plásticas, había una relación distinta tanto con la novela como con la figura del personaje adaptado. Es decir, aun con los famosos grabados de Doré ya en los años de 1800, y pese a la existencia de la imprenta que reproducía masivamente, se mantenía cierto ‘aquí y ahora’, cierto halo dorado en el personaje, puesto que la sociedad leía.

El medio masivo de entretenimiento era la lectura. Aún no llegaba el cine como medio masivo de entretenimiento. Grabados e ilustraciones servían de acompañamiento al texto literario. De alguna manera las sociedades preindustriales, o premasificación, para ponerlos en términos de Benjamin, conocían la novela de Cervantes de primera mano.

Lo que vino después, la masificación, pero sobre todo la llegada de los medios masivos de entretenimiento, primero la televisión y ahora el internet y las redes sociales, parecen haber matado la lectura y el acto de leer. Pero El Quijote ha sobrivido como figura popular, aunque como personaje desvinculado de su texto. El vínculo se rompió, y habría que buscar si este Quijote desvinculado, desarraigado de la novela, mantiene un aura propia.

¿Cómo fue el proceso? Múltiples factores pueden explicarlo. Para una nueva teoría del arte, Fontcuberta (2016) aporta el término de adopción para sustituirlo por el de apropiación: “podemos adoptar una imagen como se adopta una idea, una imagen que hemos elegido porque tiene un valor determinado: intelectual, simbólico, estético, moral, espiritual o político”.

Al ser un personaje literario de una novela poco leída, son los valores de la lectura y el acto de leer los que se transmutaron a El Quijote. Es decir, la imagen de El Quijote por la obra literaria: alta cultura, sabiduría, conocimiento, etcétera.

Una hipótesis a explorar de cómo se dio esa adopción masiva, sería que la sociedad adoptó la imagen de El Quijote por un par de valores que ya encarna el personaje por la novela, pero no por él mismo. Al ser un personaje literario de una novela poco leída, son los valores de la lectura y el acto de leer los que se transmutaron a El Quijote. Es decir, la imagen de El Quijote por la obra literaria: alta cultura, sabiduría, conocimiento, etcétera.

El propio Fontcuberta señala que esta adopción de una imagen es pública, y por pública entendemos masiva pero también a la vista. ¿Para qué son esas figurillas de metal que se venden como souvenirs sino para ser presumidas y ser vistas? Éstas suelen instalarse en vitrinas, pedestales, libreros de maderas preciosas con libros de lomos llamativos, o sobre escritorios amplios en los que no reposan libros, quizá nunca, pero sí El Quijote.

¿Hay salvación? ¿Se puede recuperar el aura de El Quijote o algo de ella en la medida que una interpretación pictórica lo permita?

El autor de una obra plástica original tendría que operar como operaron muchos artistas plásticos en el pasado: ir a la fuente original, o sea, leer la fuente original. Parece un obviedad, pero con unos índices lectores tan bajos, a veces se olvida que en cuanto a creación de arte, la lectura debe ser un requisito primordial.

Jaime Torres Mendoza, dibujo de Estantigua.

En este sentido, la obra Estantigua del artista coahuilense Jaime Torres Mendoza (General Zepeda, 1955) propone una reinterpretación original de la figura central de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, al ser a su vez un artista multifacético pero también profesor de literatura española, filosofía y redacción.

Muchas características de Estantigua recuperan algo del aura quijotesca: en primer lugar, que aunque se trata de una obra plástica, ésta se presenta en formato de libro de pasta dura; de este libro sólo existen diez ejemplares únicos incluido un original, negando así su reproductibilidad benjaminiana; el libro consiste en hojas sueltas tamaño carta que contiene paratextos como prólogos explicativos e introductorios, además de un epílogo; el corazón de la obra son 30 láminas en que se interpreta a El Quijote trazado con estilógrafo o algún instrumento de escritura, el cual recupera elementos originales como la lanza, el bacín–yelmo y las aspas de los molinos que algunas láminas se mezclan con las piernas del personaje logrando una fusión de elementos.

Además, estas interpretaciones pictóricas muestras grandes volúmenes, trazos con mucho aire y abiertos, creando el efecto de movimiento al caminar, en el que se aprecian manchas de tintas de diversos colores como de otros líquidos. Jaime Torres propone un balance entre la limpidez y la blancura de la hoja con las manchas de tinta como de los trazos de la pluma utilizada. Para hacer que este Quijote camine y se represente en acción, se prescinde de Rocinante, personaje que suele acompañar a la mayoría de las representaciones clásicas desde Doré pasando por Picasso. En Estantigua sólo cuatro elementos se mantienen, pero que son esenciales para su iconografía: el bacín de barbero —la muesca donde se coloca el cuello es clave—, la lanza, la armadura y los molinos de viento representados por las aspas.

Jaime Torres Mendoza, dibujo de Estantigua.

Restaurar el aura de El Quijote pasa por vincular otra vez al personaje con la novela de Cervantes mediante operaciones intertextuales. Partiendo de la polifonía de Bajtin, Kristeva (1981) propone el término intertextualidad para caracterizar que todo texto es un espacio con enunciados de otros textos. La cultura es así un texto general en el que se vinculan otros textos más particulares. Se asienta entonces la idea de vínculo entre diferentes textos, correspondencias sígnicas entre un lenguaje y otro.

Hay que recordar que en El ingenioso hidalgo… un narrador revela que la historia contada es conocida, intradiegéticamente, por la existencia de unos rollos traducidos por un árabe llamado Cide Hamete Benengeli, un narrador dentro de la narración, por quien realmente la historia de El Quijote, Sancho y Rocinante y demás personajes nos es conocida.

Hay en Estantigua, de Torres Mendoza (2021), elementos intertextuales que dialogan directamente con la fuente original: el hecho de que esta representación plástica se presente en formato de libro. También lo es de forma más profunda: hay que recordar que en El ingenioso hidalgo… un narrador revela que la historia contada es conocida, intradiegéticamente, por la existencia de unos rollos traducidos por un árabe llamado Cide Hamete Benengeli, un narrador dentro de la narración, por quien realmente la historia de El Quijote, Sancho y Rocinante y demás personajes nos es conocida.

Así, los rollos de Cide Hamete Benengeli, como las hojas sueltas, no encoladas dentro del libro en Estantigua, son símbolos que se vinculan.

Hay otro elemento sígnico ya señalado que lo vincula con el libro y el campo semántico del libro: la utilización de un instrumento de escritura para hacer la interpretación plástica. Aun así haya sido utilizado un pincel propiamente dicho, es pertinente recordar que la caligrafía china emplea pinceles gruesos para generar escritura, escritura que asemeja a un dibujo. Allí, los límites entre dibujo y escritura se funden. Las hojas sueltas de Estantigua, por su blancura y los trazos de los dibujos, asemejan también a la caligrafía, dicho sea de paso. Más de un vínculo escritural se mantiene.

Si algo del aura del El Quijote se puede rescatar todavía, sería con una obra plástica que niega su reproducción masiva, que no se puede presumir a la vista como una escultura en una repisa, librero de lujo o vitrina, porque la obra misma exige ser leída como un libro, no sólo porque contiene paratextos escritos en sentido literal, sino porque cada una de las treinta láminas de la obra exigen una apreciación detenida y minuciosa; es decir, una lectura visual detallada. ®

Este artículo de difusión forma parte de las actividades de retribución social para la Maestría en Arte y Diseño de la Facultad de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila en el marco del programa de Becas Nacionales para posgrado de la SECIHTI.

Referencias

Cervantes, M. de, & Sevilla Arroyo, F. (2015). El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Penguin Random House Grupo Editorial.
Fontcuberta, J. (2016). La furia de la imágenes. Galaxia Gutenberg.
INEGI. (2024). Módulo sobre lectura (MOLEC).
Kristeva, J. (1981). Semiótica 1. Editorial Fundamentos.
Martino Alba, P., & Vega Cernuda, M. A. (2005). ¿Qué Quijote leen los europeos? (pp. 121–128). Universidad Complutense de Madrid.
Torres Mendoza, J. (2021). Estantigua. Tres Lunas Casa Editora.

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Publicado en: Ensayo

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