Hollywood adora el retraso. Lo produce, lo promueve y cada año lo premia en su academia.
En 1976 Verna Fields recibió el Oscar por su trabajo como editora en Jaws (Tiburón, 1975), más el crédito tras bambalinas del éxito del filme, debido a la tardía aparición en escena del monstruoso animal; la 76va edición de los Oscares (febrero de 2004) no fue ya más transmitida en vivo, sino con un retraso de cinco segundos, supuestamente para prevenir incidentes como el seno expuesto de Janet Jackson en el entonces reciente Superbowl; en 1995 Forrest Gump fue nominada a trece premios Oscar, de los cuales ganó seis (entre ellos mejor película, director, adaptación y actor principal).
Tres ejemplos peregrinos del retraso y su variedad, pero para entender mejor su funcionamiento lo mejor es mirar de cerca, ya que lo que nosotros percibimos como retraso (sus formas retóricas, su humor reiterativo, su moral) no es más que una ilusión óptica que le debemos a la distancia. Este Planeta Hollywood, del que somos complacido satélite, es tan denso y su movimiento tan acelerado que termina por afectar nuestra propia percepción del tiempo.
Intuimos que también nuestra memoria.
A la desaceleración económica opone la inversión masiva; a la gravedad del cine de autor, la ligereza; a la falta de contenidos, más copias, más salas.
La fuerza centrífuga liberada por la pantalla (ésa que no deja escapar nuestra mirada) es la que convierte lo cotidiano en fantasía y el horror en lección moral, ya que obedeciendo a una gravedad distinta, todos los valores han cambiado de lugar. El hogar natural de estas operaciones es la sala de cine, cámara oscura que propicia la metamorfosis de nuestras ideologías. Recordemos que el mundo llega siempre a nuestros ojos con todos sus valores invertidos, y sólo hasta que la imagen es procesada por el cerebro recuperamos la perspectiva, gracias a este útil y rapidísimo juego de espejos. Esta ley física de la moral y el espectáculo se conoce bien en Hollywood.
En 1988 Tom Hanks apareció junto a Sally Field en Punchline, una comedia desabrida sobre comediantes poco hábiles, en la que los personajes de sendos actores desarrollan alguna forma de relación romántica. Sin embargo, en la siguiente película donde coinciden (Forrest Gump), Field, antes solicitada amante, es ahora la madre del actor.
Esta forma (invertida en sus tiempos) del complejo de Edipo, es ya menos perversa cuando entendemos la maquinaria interna que la produce, y que de alguna forma nos incluye. Basta comparar la filmografía de ambos para notar una diferencia en el promedio y desde ahí proponer una hipótesis, de la mano de Einstein y su paradoja de los gemelos, que sugiere que si uno de ellos realizara un viaje a una estrella lejana a velocidades cercanas a las de la luz, al volver encontraría que su hermano ha envejecido más que él. Siguiendo esa lógica, el caso es ya mucho más claro: Tom Hanks, sometido a las velocidades que permite el star system, mantiene una edad constante, mientras que, con menos películas realizadas durante el mismo lapso (en una proporción de casi dos a uno), Sally Field —una Wendy olvidada en el mundo de los adultos— encuentra que, más cercana a nosotros, ha envejecido dramáticamente. Aun reincorporándose a la órbita de este planeta enloquecido, estos dos personajes no volverán a sincronizar más en el tierra de la fantasía: Nunca jamás. Sally Field, un Supermán cualquiera, al que la sola cercanía con el viejo terruño afecta sobremanera, imprimiéndole una vejez prematura y achacosa; formas de nacionalismo que los nacidos después de los setenta no conoceremos nunca.
Tal vez la referencia venga al caso, ya que fue justamente Supermán quien en algún momento de la vieja trilogía nos demuestra en términos prácticos la inevitable relación entre espacio y tiempo propuesta por Einstein, cuando, para salvar la vida a Lois Lane (en realidad evitar que muera otra vez) sale disparado de la atmósfera para volar alrededor de la Tierra en circuito invertido a la órbita regular, retrocediendo el tiempo, evitando así la segunda y definitiva muerte de la amada periodista. La mayor obra de Hollywood es la fina película que cubre sus creaciones y les otorga su aura. La pátina que los protege del tiempo y la realidad dolorosa.
No será éste el único ejemplo dado por el mismo superhéroe de las complejas relaciones entre Hollywood y la física moderna, ya que un modo similar de manipulación del tiempo se expone en Superman Returns, película estrenada en junio de 2006, que repite el esquema del héroe protector del mundo, salvo que en esta última entrega el guardián regresa después de una significativa ausencia de cinco años. Tiempo apenas justo para volver a una América (un lugar de la psique de América) donde el terrible atentando del 11 de septiembre de 2001 nunca ocurrió.
En medio de esta tensión de fuerzas permanecemos, espectadores de un lugar lejano, pero no desconocido, donde Forrest Gump sigue en gran carrera, proyectado en delay perpetuo sobre el espacio vacío, como el cometa iluminado que acelera sin sentido pidiendo nuestra atención. Donde el pensamiento crítico no es inútil, ya que, en todo caso, proporciona el sutil espectáculo de luces de su propia destrucción, pequeños meteoros chocando contra la atmósfera del enorme planeta. ®