Dos novelas, una de un sinaloense y otra de un juarense, reconfiguran la novela negra y la literatura de vampiros aportando un discurso que se decanta por la parodia (en el caso del primero) y por la poética de lo indecible, como ocurre en el segundo, que alude a los feminicidios ocurridos en Ciudad Juárez sirviéndose del personaje del vampiro como figura retórica del silencio, del terror.
Un crítico francés del siglo XIX inspirado como otros científicos e intelectuales en los descubrimientos de Charles Darwin, en especial en El origen de las especies (1859), propuso un estudio en torno a las transformaciones del canon literario. Ferdinand Brunetière publicó en 1890 su Évolution des genres dans l’histoire de la littérature1 convencido de que en la literatura, como en otras artes el proceso evolutivo de juventud, plenitud, madurez, decadencia y muerte podía ser interpretado como un reflejo del origen de las especies darwinianas. El arte, entonces, era susceptible a ser dividido en especies vivas. Seres y arte no se parangonan entre sí de manera científica aunque compartan el mismo espíritu: luchar por su sobrevivencia. Las obras de arte no son las que mueren, son las tendencias y éstas a su vez son creadas o desechadas por la mente humana. El gusto es el espíritu de una época, llamémosle moda o fenómeno, y es la unión entre un estilo artístico y la necesidad de comprender el sentimiento y el pensamiento de una época.
Pensar en una hipotética genética literaria no me parece exagerado si tomamos en cuenta la constante revitalización de géneros que ha permitido a su vez la creación de nuevos ADNs. La parodia, el pastiche, el mélange, lo retro, lo vintage, la inter e intratextualidad y otras ceremonias redentoras y melancólicas han privilegiado la impureza en los géneros permitiendo que, por ejemplo la novela, la más libertina, modifique sus paradigmas de acuerdo con el espíritu de la época. Con más de un siglo de tradición, la novela policiaca clásica2 ha evolucionado, primero independizándose como género y luego especializándose principalmente en tres ramas: la novela-problema, la roman noir y la novela de suspense o thriller.3 A estas categorías podríamos unir otras y comentar a la vez sobre la existencia de rasgos que unas a otras se comparten. En todo afán taxonómico por clasificar géneros y especies literarias, el crítico resulta víctima de su propio laberinto. La creación literaria, como el libro de arena borgiano, escapa a la sedentarización. De ahí que comulgue con la idea de evolución más no de extinción.
En México un buen ejemplo de impureza transgenérica es El complot mongol (1969) de Rafael Bernal. En una mesa redonda sobre la obra de Luis Arturo Ramos4 el crítico Russell Cluff advirtió que en México cualquier novela que aspira a ser policiaca termina en novela negra porque al final es imposible la impartición de justicia, simple y
llanamente porque no existen las estructuras penales que la sustenten. Coincido con esta idea en tanto que la prioridad principal del relato policiaco es lograr restablecer el equilibrio social sobre la base de una justicia penal regulada a su vez por infranqueables leyes. En un país en el que el ciudadano no sabe si le teme más a un delincuente que a un policía, sentirse protegido por una institución que salvaguarde su integridad y sus derechos es una utopía.
En El complot mongol asistimos al nacimiento de la burocracia posrevolución mexicana, a la fortificación de la corrupción bien alimentada durante la presidencia (1946-1952) de Miguel Alemán Valdés y al estira y afloja entre la institucionalización y profesionalización del país versus las “viejas” formas de impartir justicia. Filiberto García, el protagonista, es un personaje que ostenta su marginalidad. Trabaja para el Coronel, símbolo revolucionario, y los trabajos que hace van desde “hacerse cargo” de alguien hasta el de investigar casos complejos. Su clandestinidad es su rasgo principal, como observamos en este pasaje cuando el Coronel lo cita para informarle sobre un nuevo caso:
Lo he propuesto para esta investigación porque conoce bien a los chinos, toma parte de sus jugadas de póker y les encubre sus fumaderos de opio. Con eso me imagino que le tendrán confianza y podrá trabajar entre ellos. Y, además, como ya dije, ha cooperado anteriormente con los del FBI.5
En esta novela de suspense la intriga es descubrir el complot y evitar un magnicidio, pero lo verdaderamente interesante es la configuración psicológica de Filiberto García, la Ciudad de México, específicamente, el centro histórico como protagonista. Resulta fascinante entrar en el bar La Ópera y luego introducirnos por el barrio chino y demás callejuelas; fascinante y frustrante para el lector el romance entre Filiberto y Martita, la china huérfana de escabrosa historia. Al final sí hay un cadáver, mas no el vaticinado. Y como si fuera un mantra mexicano, a Filiberto desde el inicio de la novela hasta el final no le queda más explicación ni consuelo ni justicia que el desahogo: ¡Pinche Mongolia Exterior! ¡Pinche ruso! ¡Pinche chino Liu! ¡Pinche soberanía! ¡Pinche lealtad! ¡Pinche Revolución!
Novelas como Sueños de frontera de Taibo II, Balas de Plata de Élmer Mendoza, Los minutos negros de Martín Solares y la nouvelle Asesinato en una lavandería china de Juanjo Rodríguez, sólo por citar algunas, son deudoras de El complot mongol por la vía paterna mexicana.
El vampiro y los disfraces de la violencia
Las designaciones y los estudios sobre la producción literaria realizada en el norte de México o que trate temas y problemáticas identificadas con esta zona han proliferado en los últimos años. Entre la literatura del norte, del desierto o de frontera encontramos obras cuyo contexto son ciudades como Mazatlán, Tijuana o Ciudad Juárez, que revitalizan temas estigmatizados como “norteños”, ofreciendo relecturas no sólo de los tópicos sino también de los géneros. Asesinato en la lavandería china6 del sinaloense Juan José Rodríguez y Los cuervos7 del juarense César Silva Márquez reconfiguran la novela negra y la literatura de vampiros aportando un discurso que se decanta por la parodia (en el caso de Juan J. Rodríguez) y por la poética de lo indecible, como ocurre en Los cuervos, nouvelle que alude a los atroces feminicidios ocurridos en Ciudad Juárez sirviéndose del personaje del vampiro como figura retórica del silencio, del terror. De la perla del Pacífico, Mazatlán, a la mítica frontera que es Ciudad Juárez, estos jóvenes autores confabulan su propia visión de lo norteño, lo liminar y lo esperpéntico.
Asesinato en la lavandería china narra las peripecias de Alejandro Medina, un personaje que como Juan Preciado en Pedro Páramo es enviado por su madre enferma a cumplir un mandato en donde se involucra el pasado del padre. Alejandro Medina no sólo se reencuentra con fragmentos de su propia historia familiar, sino que entra en contacto con una comunidad de vampiros. Lisandro y Yolanda son un par de hermanos vampiros que han decidido mantenerse en la clandestinidad dedicándose a negocios truculentos (además de traficar droga regentean el hotel de paso Iguana Azul y un centro nocturno). Estos narcovampiros afincados en las playas de Mazatlán dan un giro a los atributos del clásico vampiro: no son inmortales aunque vivan más de cien años, lo que los obliga a ser nómadas; los ajos no los ahuyentan, pero alguien que come mucho ajo hace que su sangre sea tóxica; sí se reflejan en los espejos y no se transforman en murciélagos; no los afecta la luz del sol y no necesitan de grandes dosis de sangre para sobrevivir, bastan unas cuantas gotas cada mes —incluso sus amantes gustosamente les proporcionan el alimento— y una estaca en el corazón o una bala de plata los mata como también mataría a cualquier ser humano:
Los vampiros podemos viajar, cruzar agua corriente, entrar a una iglesia, algunos hasta creen en Dios y vemos como un pecado el suicidio. Existió un vampiro suicida que era escritor: Jan Potocki, noble polaco, que el 8 de marzo de 1815 se metió una bala de plata en la cabeza. ¿Ha leído el Manuscrito encontrado en Zaragoza? Un libro fascinante. Así como hay vampiros que desarrollan de mayor manera su inteligencia, los que enloquecen o tienen mala fe multiplican su demencia o su maldad y son más peligrosos que los seres humanos [p. 43].
Por increíble que parezca, estos narcovampiros se declaran sagradamente fieles, más que hombres y mujeres. En el funeral de la madre de Yolanda, Alejandro Medina se enamorará de la vampira y ahí, como si fuese una misa negra entre el féretro y los cirios, harán frenéticamente el amor: Yolanda era virgen y Alejandro será su primer y último hombre.
En Los cuervos de César Silva la vida sin sorpresas y bastante común de un joven ingeniero y su esposa se verá sacudida por la sutil intrusión del mal. Raúl, movido por la curiosidad que le despierta su compañero de trabajo Héctor, se involucrará en una pesquisa mediada entre el terror y el morbo. Héctor llega al trabajo, una empresa maquiladora como tantas en Ciudad Juárez, con golpes y raspones. Algo en la vida de este personaje se ha desequilibrado y Raúl lo observa. Cuando conversan Héctor le confiesa que conoce a un vampiro y que ahora trabaja para él consiguiéndole “mujeres que nadie extraña”, aunque sabemos que no sólo asesina prostitutas. Pedro, el vampiro, nunca aparece como tal en la nouvelle, pero su presencia ominosa es una sombra proyectada sobre la vida del resto de los personajes. ¿Cómo es este vampiro? ¿Qué hace en Ciudad Juárez? ¿Cómo mata a sus víctimas? Son interrogantes que configuran una episteme del silencio. Lo tenebroso en este texto no es lo que se dice sino lo que el lector deconstruye a partir de estos vacíos.
Según lo relata Héctor, un personaje que rememora al clásico Renfield de Drácula (1897), el vampiro fronterizo para el que trabaja le dio a beber una especie de narcótico, luego vino la promesa, la malformación en las rodillas, el dolor y el ansia por la abstinencia, la necesidad de llevar mujeres a hoteles donde Pedro las espera y Héctor, a cambio, recibe su dosis de narcótico. En Los cuervos se entretejen discursos como el epistolar, el diario y el correo electrónico. El único momento en que sabemos sobre el pasado del vampiro Pedro y sus prácticas es en una carta que el ayudante Héctor envía a la madre de una de las asesinadas: Pedro tiene más de un siglo sobre la faz de la tierra, sobrevivió a una hambruna en China a finales del XIX; mientras que los niños eran vendidos en las carnicerías el vampiro se alimentó de perros y otros animales. Siempre ha requerido de un ayudante, cuando está frente a una víctima la persuade para que se le entregue, tal como la madre lee en la siniestra carta:
El día que [Pedro, el vampiro] conoció a su hija no lo pudo evitar. Aquella noche del sábado ella se detuvo frente al bar, él le preguntó su nombre tal como lo hizo conmigo y ella contestó tranquilamente, igual que lo hice yo; […] Delia lo acompañó a su auto porque él así lo pidió, la chica subió al pequeño departamento. […] Yo me encontraba en la recámara y cuando ella me vio nos preguntó qué le iba a suceder. Cómo ignorar el fulgor en el rostro de su asesino. Él se lo explicó. En ese instante pensé que si Delia luchaba por su vida yo la ayudaría. Su hija me observó y encendió un cigarro, ¿usted sabía que fumaba? Al terminar nos dijo que estaba lista y él se lo agradeció, le requirió que se desvistiera y recostara en el suelo, obedeció como al principio, sus ojos se vaciaron. La mordió, la mordió innumerables veces y ella nunca gritó. Recuerdo que sus manos se abrían y se cerraban una y otra vez, hasta que perdieron fuerza. Salí de ahí sintiendo asco. Los sorbos que se escuchaban a mis espaldas eran repulsivos. Estoy seguro de que su hija no sufrió [pp. 77-78].
Es inevitable no vincular esta lectura con los abominables feminicidios8 ocurridos en Ciudad Juárez desde 1993 a la fecha, como inevitable es no relacionar el discurso de Asesinato en una lavandería china con las redes del narcotráfico y los asesinatos y demás actividades ilícitas de los sicarios.
El vampirólogo Van Helsing en la novela de Stoker afirma que el vampiro puede sobrevivir a pestes que exterminan pueblos enteros. El vampiro es ya un ente que contamina, que infecta, que transmite el mal. Las ratas, portadoras de enfermedades, pululan en el castillo de Drácula y en otras representaciones como en el filme Nosferatu de Murnau (1922). Renato Giovannoli en Il vampiro innominato habla sobre el tema del dominio y el tema del contagio como marcas universales que permiten la relectura de este singular personaje:
Un vampiro, en sentido estricto, es un cadáver que se nutre a la vez que se reproduce —puesto que quien recibe una mordida se vuelve a su vez vampiro— succionando la sangre de los vivos. Los dos aspectos de la fisiología vampírica, el alimenticio y el reproductivo, corresponden a los elementos principales de la dimensión simbólica en la historia de los vampiros, en particular, la creada por Stoker en su novela. Por el hecho de succionar la sangre de sus víctimas, el vampiro es la figura del dominio del mal sobre el alma y, en sentido estricto, del poder político y económico; al crear una alianza con sus víctimas en el momento en que son mordidas en el cuello, se establece un equivalente simbólico con la peste, más ampliamente, con el mal en tanto símbolo de lo contagioso. (El mal es por naturaleza contagioso, ya sea porque el malvado seduce y empuja a otros hacia el mal, ya sea porque el mal conduce con frecuencia a cometer otros actos maléficos…) (La traducción es mía).9
Esta cita me hace reflexionar en torno a dos aspectos: en Los cuervos y en Asesinato en una lavandería china no se trata el tema de la reproducción. Pedro no vuelve vampiro a su ayudante Héctor, sólo lo torna adicto a una sustancia que no es la sangre y eventualmente, cuando ya no le hace falta, lo deja morir; los hermanos Lisandro y Yolanda pueden o no contagiar su vampirismo; en la nouvelle se aborda la idea de linaje, descendencia, mas aquella del contagio inmediato es relativa, según ellos, no todos los humanos quedan infectados por mordedura, son raros estos casos y se vinculan al constante contacto sexual. Hablar de reproducción nos remite a supervivencia de una especie, pero cuando esta especie es considerada una plaga la reproducción es una maldición. En ambos textos comentados lo que impera es el contagio del mal, segunda idea de Giovannoli que me interesa comentar. El mal como peste que lleva al exterminio. En el texto de Asesinato… Alejandro Medina es quien entra de lleno al mundo de los narcovampiros, será perseguido junto con los hermanos y verá morir al líder Lisandro en manos de su enemigo Goldoni, otro vampiro sicario cuyos motivos se relacionan con el dominio del territorio en cuanto a droga y poder, el dominio del Cártel de Vampiros. En Los cuervos el mal minará el círculo de seguridad y bienestar de Raúl en el instante en que Héctor revela la existencia del vampiro. Raúl, contagiado por la duda, rondará las calles del centro de Juárez deseando y temiendo a la vez toparse el vampiro. Beatriz, la esposa de Raúl, como si fuese otra Van Helsing, lo pondrá al tanto sobre la naturaleza de los vampiros (el personaje lee y sabe sobre estos seres) pero ella no quedará contagiada por la curiosidad, ella vivirá en carne propia la advertencia del mal cuando su mascota, Volga, desaparezca misteriosamente dejando tan solo rastros de sangre. La fractura en la vida de la pareja es inminente como lo es también la expansión de los asesinatos en esta ciudad fronteriza: feminicidios y homicidios de sicarios y ciudadanos inocentes.
Los cuervos se desarrolla durante el invierno, en el desierto; Asesinato… ocurre en Mazatlán, rodeados de mar y calor. En ambos textos los escenarios son las calles del centro, los barrios antiguos, los bares y burdeles; en ambos también está presente la violencia de género. En Los cuervos la madre de Raúl era brutalmente golpeada por el padre y una de las mujeres encontradas, quizá una víctima del vampiro, quizá no, sufría maltrato conyugal. En Asesinato… Yolanda constantemente es golpeada por su hermano, incluso esta actitud es justificada por la mujer: “Él [Lisandro] me ha golpeado porque estas últimas semanas ha tenido demasiadas responsabilidades y su vida está en juego. Y también la mía, por ser su hermana” [p. 36].
El tema del dominio en el vampiro resulta interesantemente contemporáneo si se lee como una metáfora neoliberal. Desde su configuración el vampiro es un ser de abolengo. Como la condesa sangrienta, Elizabeth Bathory,9 Stoker hace del vampiro un verdadero señor identificando a Drácula con Vlad Tepes, el empalador, príncipe de Valaquia (hoy Rumania), que vivió de 1431 a 1476 llamado Draculea, “hijo de dragón” o “hijo del diablo”. Como señala Renato Giovannoli, la interpretación política del vampiro contempla una metáfora del abuso de poder social y económico. El autor recupera una cita de Voltaire donde critica cómo hacia 1730 y 1735 sólo se escuchaba hablar de vampiros y que los verdaderos vampiros no eran los que arrancan corazones, sino aquellos que viven en palacios y fortalezas, no en cementerios. Los vampiros, según Voltaire, son los estafadores y otros usureros que chupan la sangre del pueblo. Karl Marx en El Capital (1867-1894) recupera al vampiro como alegoría de la explotación económica: “El capital es trabajo muerto que revive como un vampiro al succionar trabajo vivo, y mientras más succiona, más vive”.10
En los textos de César Silva y Juan José Rodríguez el vampiro es la personificación del mal devorante. Las historias construidas por ambos autores acaecen en espacios urbanos estigmatizados como ciudades infectadas por el narcotráfico y sus consecuencias.11 En las nouvelles de estos dos autores norteños encuentro dos formas de la hiperviolencia12 producto del neoliberalismo imperante: el silencio frente al horror (Los cuervos) y el exhibicionismo del poder (Asesinato…).
En Ciudad Juárez, como en el resto de nuestro país, reina la desinformación. Los cuervos plantea esta problemática de manera general, y en lo particular apunta al drama que azota la ciudad fronteriza: lo único que se sabe es que hay cadáveres, pero nadie sabe quién o quiénes son los asesinos, ninguna justicia se cumple, en nadie se puede confiar y sólo queda el dolor, la indignación, la pérdida, el terror. Así, Raúl, el joven ingeniero no tendrá certeza alguna sobre la existencia del vampiro, tampoco el lector; Adriana, la jefa de Raúl y Héctor, será una víctima más y no habrá nadie que lo evite. En Los cuervos no hay respuestas, reina la tergiversación de datos como bien saben hacerlo los medios de comunicación y los organismos de gobierno. Como una huella en la arena, la verdad en Ciudad Juárez se calla, se ensordece, se confunde, se reinventa. La policía hace aterrizar un helicóptero en Lomas de Poleo en donde han encontrado a una mujer más, la escena del crimen queda contaminada. Alguien se encuentra en la calle un terrorífico manuscrito que la prensa bautiza como “El diario de Richy”, en donde se narran actos de extrema violencia contra mujeres, tanto lo descrito como los torpes dibujos coinciden con las agresiones sufridas por las mujeres encontradas en Lote Bravo, en Ciudad Juárez.13 El texto, increíblemente, se esfuma, se extravía, los cadáveres siguen apareciendo. Evidencias y testimonios han sido borrados, perdidos, ignorados porque los verdaderos vampiros son más poderosos y oscuros.
Mujeres que nadie extraña, un asunto de casa, un asunto de mujeres trabajadoras, madres solteras a los catorce años, “maquilocas”, sexoservidoras, mujeres pobres, inmigrantes, indígenas, niñas de cinco y diez años violadas y tiradas en el desierto, niñas de trece y diecisiete mutiladas, estranguladas. La peste en una sociedad que extermina lo más sagrado de un pueblo, sus niñas, sus niños y sus mujeres, las que reproducen. Y como “civilización” nos cuestionamos, ¿cómo ocurrió el contagio? ¿Cómo es posible que las madres críen a sus depredadores? ¿Que los padres violen a sus hijas e hijos?
En Asesinato en una lavandería china la ostentación del poder también es una plaga que infecta. La ostentación del dominio de los sicarios, de los capos y sus narcojuniors, las trocas, las joyas, las armas famosas, la pornografía de la violencia urbana, como la llama Gilles Lipovetsky, es decir, aquella que se exhibe a la luz del día, en cualquier zona de la ciudad y que involucra a todos los ciudadanos, una puesta en escena que descara el empoderamiento del crimen organizado, reorganizado en torno y desde las estructuras judiciales y gubernamentales.
De acuerdo con Erich Fromm existen dos tipos de agresión en el ser humano: una benigna, cuando se trata de defenderse, como los animales, frente a una amenaza y que responde a un instinto de sobrevivencia, y una maligna en la que reina la crueldad, la destructividad, nociones exclusivamente humanas ya que no corresponden con ninguna necesidad vital sino que resultan un excitante lascivo.14 Entonces asistimos a las ceremonias de la violencia y sus disfraces.15 En Asesinato en una lavandería china los actores de la hiperviolencia son los tipos del barrio, los sicarios, los policías corruptos, los narcovampiros, tal como lo observamos en escenas como las siguientes: Lisandro el vampiro le cuenta a Alejandro:
Ahora en la tarde mataron a puñaladas a Enrique en el callejón Chávez y otra vez la policía vino aquí. Pudieron haberme agarrado cuando venían para acá, pero llegué brincando techos y patios. Ya son cuatro muertos en quince días y tres son gente nuestra. Esto se está llenando demasiado de sangre. Hay que hacer algo y pronto [pp. 26 y 27]. Los disparos de la ametralladora resuenan en la habitación y la puerta se viene abajo. Lisandro se estremece, las balas se engolosinan con su cuerpo, hace un gesto horripilante, se retuerce sin moverse de su silla, escupe sangre, la ropa se le llena de sangre… [p. 63].
Tal como si hubiéramos visto estas escenas en una pantalla de cine, en el noticiero del mediodía o como testigos reales, se diluye el asombro, asistimos a la costumbre, no a la domesticación de la violencia, sino a la insensibilidad frente a ella. Los muertos del día, los acribillados en Culiacán, en Ciudad Juárez, en el puerto de Veracruz, los asaltos a mano armada en el D.F., las violaciones a diario que son calladas, no denunciadas, nos vuelven una sociedad deshumanizada, no solidaria frente al dolor de los demás; si reparo en ello, mi propia sobrevivencia se ve aparentemente afectada. En realidad, esta indiferencia e inactividad es lo que nos está exterminando como plaga.
En Ciudad Juárez las cruces pintadas en los postes de luz y las que se encuentran aún en algunos baldíos donde encontraron cuerpos son recordatorios del horror. Cuando hay acribillados vinculados al narcotráfico las calles de la ciudad son acordonadas, después, donde hubo un cuerpo y sangre queda la cal que desinfecta. Con su crecimiento y mutabilidad la ciudad hace tabula rasa de la memoria. Las cruces en Juárez han ido desapareciendo porque son devoradas por las nuevas construcciones al servicio del neoliberalismo: donde fueron abandonados como desperdicio los cuerpos de mujeres torturadas, violadas y estranguladas ahora hay un Applebee’s, un Wendy’s, un Hollyday Inn. ¿Cuánto dura en nuestra mente la atrocidad, la ignominia? ®
Magali Velasco
Agradezco la lectura y sus comentarios.
Pablo Santiago
Interesantísima unión de lecturas y reflexión sobre ellas, en un momento en que el mito del vampiro se apodera a nivel mundial de cine, televisión y best-sellers. Lamento que haya tantos paralelismos con lo que ocurre en México (aunque todo el orbe es un poco mexicano en estos momentos globalizadores).
Enhorabuena, en serio.
Manuel Guillén
1) Me ha parecido un texto excepcional, profesional y detallado.
2) Considero de la mayor importancia dar difusión crítica a manifestaciones artísticas (en este caso, literarias) que el mainstream cultural considera de segundo orden por ser «subgéneros», pero que sin embargo tienen gran valía estética y política.
3) Sólo tengo un par de cuestionamientos: no me parece que la indiferencia sea el signo de las masas ante el estado atroz de la nación, sino la impotencia. Por igual, aunque comparto la crítica al neoliberalismo, no encuentro el vínculo entre el olvido de las asesinadas en Juárez y la explosión de comercios transnacionales; creo, más bien (y esto se afirma con pertinenencia en otro lugar del ensayo), que éste pasa primordialmente por carencias sociales estructurales como la impunidad y el machismo.
4) En suma, ha sido una lectura reconfortante y apasionante.