LA AMISTAD EN LA NÓMINA

La economía cucurbitácea del oficio de reportero en Veracruz

Añeja práctica entre el poder y el periodismo, el “chayote” o “embute” persiste en varios lugares y medios del país. El autor recurre a periodistas y reporteros de la ciudad de Veracruz para documentar la existencia de esta insidiosa y persistente forma de corrupción.

Regar el chayote

En su libro Los presidentes, el reportero Julio Scherer García ubica el origen del uso de la palabra chayote para referirse a la ayuda con la que los personeros del poder suelen cortejar (con éxito) a los reporteros. En 1966, el presidente de la ignominia, Gustavo Díaz Ordaz, inauguraba un sistema de riego en Tlaxcala mientras un funcionario de la Presidencia entregaba a los reporteros el embute, semioculto entre plantas de chayote. “¿Ves aquel chayote?”, decían los reporteros. “Están echándole agua. Ve allá”.

Desde entonces el chayote es para biólogos y botánicos el fruto de una planta trepadora de la familia de las cucurbitáceas, de tallo liso, delgado y muy resistente. Y para reporteros, editores, directores y fotógrafos de la prensa puede ser un discreto sobre, un viaje al extranjero, un posgrado para los estudiosos, una borrachera para los parranderos desinteresados, un auto o una casa para los que se cotizan fuerte y una ofensa o un error comprensible del funcionario para quienes resisten las tentaciones del erario.

Al chayote se le esconde o presume como el marido infiel al segundo frente (si el bígamo es discreto o los bigotes de la amasia no son digamos generosos, será asunto subrepticio. Si el adúltero es fanfarrón o la naturaleza fue munificente en carne y rostro de la beneficiaria, cabe esperar el alarde), pero es parte incuestionable de la ecología del periodismo nacional y en buena medida explica notas en interiores favorables a los funcionarios y, a veces, generosidades de por medio, alguna primera plana.

Para el chayoteador, es propina para el reportero de buenos servicios y una ayuda para que el pobre complete su magra quincena. Para los reporteros es motivo de indignación en doble sentido: se lamenta la tacañería del funcionario o se desprecia su intención corruptora. Es motivo de queja si el funcionario no reparte el pastel a satisfacción y motivo de burla con las peores intenciones para el reportero que se está haciendo calladamente rico.

El chayote también es certeza nacional. El lector asiduo tiene la certeza de que el periodista se vende. El atorrante vividor que goza la efímera miel de un cargo público tiene la certeza de que todo reportero tiene un precio. Frente a estos dos, el director y el dueño del medio cuentan con la certeza contable de un tabulador que tasa los montos.

Del chayote hay anecdotario y denuncia, pero no un manual para reporteros noveles. A continuación, recogemos la experiencia de cinco reporteros veracruzanos (o establecidos donde hacen su nido las olas del mar) considerados por sus pares como profesionales críticos y solventes, en ánimo de comentar los meandros del embute, el know how (para usar vocablos empresarialmente correctos) del chayote.

El know how del chayote

Un jefe de prensa no vale nada si no tiene dinero para repartir… A mí me enviaron a tratar a las fieras con un garrote en la mano y nada más.
—Humberto Romero, director de Relaciones Públicas del Departamento del Distrito Federal, 1983

Historiador en el fondo de su alma beisbolera, el reportero y editor Juan Carlos Plata ubica los primeros pasos del chayotismo en “la necesidad alemanista de quitarle a México la cara de revolucionaria y conflictiva y embellecer al país por lo menos en la prensa”. “Alemán, el primer civil en alcanzar la presidencia de la República, era fanático de las buenas maneras que ocultan malas costumbres y estableció las relaciones públicas (que, como todos saben, es el arte de sonreír mientras le partes la madre a los demás) como la única manera en la que el Estado podía convivir con los ciudadanos.

”El propio Alemán mandó a establecer en cada Secretaría de Estado una oficina de prensa, cuya naturaleza es justamente repartir dinero entre los periodistas para que amablemente coincidan con los puntos de vista y acciones del gobierno. Para que hicieran propaganda en vez de periodismo.

”Con las oficinas de prensa funcionando, se institucionaliza el chayote, que debe su nombre a una anécdota digna de un libro de botánica y cuya historia alcanzó su momento cumbre cuando Luis Echeverría declaraba “No pago para que me peguen”, justo antes de dejarle caer a Excélsior todo el peso del Estado, en 1976 (como lo diría también López Portillo en 1977 quejándose de Proceso…).

”La práctica se generalizó y al día de hoy gobiernos de cualquier nivel, diputados, partidos políticos, empresarios, equipos de futbol centran su estrategia de exposición en medios en el chayote”.

Jefe de redacción y columnista del Heraldo de Xalapa, articulista de Notiver y director editorial de El Número Uno, Veranews, Salvador Muñoz, considerado por sus amigos como un maniático del trabajo, prefiere referirse a las risibles condiciones laborales que son antesala del embute. “El chayote existe por el muy pobre pago que tiene la mayoría de los reporteros. Su función es la de ayudar económicamente al reportero, pues el funcionario sabe de las condiciones salariales del periodista. Esa ayuda es una forma de amarrar al reportero”.

Jorge Morales es un joven reportero originario de Chiapas. Hace un periodismo de cierto corte académico, atento al desarrollo de la ciudadanía y las desmesuras del poder. Actualmente es jefe de información de plumaslibres.com.mx. “Tengo referencias testimoniales de viejos periodistas, algunos ya fallecidos, que cubrieron fuentes como la Presidencia durante la época de Echeverría y José López Portillo. En ese entonces se daban sobres con dinero para los reporteros cada cierto tiempo. Éstos eran agasajados con alcohol, hoteles, paseos, en cada gira o cuando querían resaltar algo. En Veracruz, durante el gobierno de Dante hubo muchas prebendas: desde automóviles y casas a periodistas renombrados, hasta alcohol, viajes y prostitución —de buena fuente. No he tenido mayores datos de la práctica del cochupo durante el sexenio de [Patricio] Chirinos, creo que [Miguel Ángel] Yunes eliminó gran parte de eso. En el de Fidel [Herrera Beltrán] ni se diga: ha sido el gobierno que más ha agasajado a reporteros y empresarios de los medios”.

Walter Ramírez, el reportero kamikaze por excelencia y creador de noticiasdesdeveracruz.com, asegura que el chayote florece “porque hay una relación mal entendida entre algunos periodistas y jefes de prensa o políticos. Su función es ayudar al comunicador y pagar de esa forma su simpatía, con un claro compromiso de no pegarle al jefe en turno”.

Guadalupe Mar es columnista y académica universitaria. Generosa con sus amigos y de juicio valiente y atinado. Recuerda sus inicios como reportera en la década de los ochenta: “En Veracruz había jefes de información y reporteros que cobraban una especie de salario en el gobierno estatal, de tal manera que cuando entregábamos un trabajo en la redacción de inmediato Comunicación Social de Gobierno del Estado sabían del tema”.

Del fondo de tu corazón

Práctica humanitaria y humanista donde las haya, el chayote también está dotado de una cierta magia que hermana a los hombres. Funcionarios y reporteros se estrechan las manos, se palmean los lomos, se abrazan y casi se besan el uno al otro mientras se llaman: “Amigo”. Con toda impudicia pasean muy orondos su amistad y se dejan ver juntos en la plaza institucional de la socialité-politique.

Ante la menor disputa entre ambos recurren a la conciliación del chantaje fraterno: “Tú y yo tenemos una relación de amistad”. Todos son amigos por el chayote. Sería un mundo feliz si no fuera porque en el fondo también se desprecian. El funcionario acicalado tolera los afeites sudorosos y el pobre atavío del humilde reportero. El reportero tolera la supina estupidez del funcionarito y su altanería de clara caducidad: tres, cuatro, seis años.

Y mientras la clase política se refiere a los reporteros como “centaveros”, “perros”, “muertos de hambre” y otras linduras, los cortejan con la serenata de su presupuesto y pretenden hablarles bonito cuando les dicen que la ayuda que dan sale de su corazón.

Pero el dinero sale de otra parte.

“Del erario público”: Jorge Morales; “De nuestros impuestos, que se ejercen a través de presupuestos en la función pública”: Salvador Muñoz; “Regularmente sale del presupuesto oficial”: Walter Ramírez; “El chayo, como le decimos los reporteros, generalmente sale de las arcas públicas”: Guadalupe Mar; “El dinero, casi en todos los casos, es público. Dinero de los impuestos de la gente. Cuando lo da un empresario da lo mismo de dónde venga”: Juan Carlos Plata.

La ruta del dinero

Desafiando la transparencia y la rendición de cuentas, el dinero que los contribuyentes generosamente autorizaron utilizar para que el funcionario se luzca en la prensa cursa una sinuosa trayectoria de la munificencia del personero del poder a la necesidad o ambición del reportero. “El dinero sale de las partidas secretas de las dependencias de gobierno (de todos los niveles: federal, estatal y municipal), que ni son partidas ni son secretas pero cuyo chiste es que no se tiene que comprobar. Digamos que es a prueba de auditorías”, explica Plata.

Morales añade que “hay rubros, como el de los excedentes petroleros, que la Federación transfiere al Estado cada año y que están libres de toda fiscalización y disponibles para cualquier gasto. También hay sistemas de ingeniería financiera más compleja que involucra triangulación de dinero de obras, de recursos para el área de Salud, pagos extralegales por miles de concesiones que expide el gobierno, entre otras fuentes de ingresos”.

Mar explica que “el chayo es subterráneo, ilegal, no viene jamás en partidas etiquetadas. Viene de una especie de caja chica que manejan los funcionarios públicos y cuyos montos provienen también de acciones irregulares. En Veracruz se habla de que los ingresos que reciben en la calle los agentes de tránsito o la policía se van, al menos una parte, a la caja chica del gobierno del estado”.

Y sobre la justa repartición de la riqueza, Muñoz explica la fórmula matemática con la que el funcionario administra su generosidad: “Según el sapo es la pedrada. No le dan lo mismo, por ejemplo, a Rafael Pérez Partida que a Salvador Muñoz. A uno le dan diez mil pesos al mes y al otro, dos”.

El chayote es una cosa jocosa y normalita

Los periodistas lo saben, lo saben. Los funcionarios lo saben, lo saben. La sociedad lo sabe, lo sabe, y al interior del gremio el tema del chayote es un cha cha chá. Es una parte de la cultura que por lo menos a dos sectores interesa preservar. “Es algo tan ordinario que se comenta de manera frívola y a veces hasta jocosa”: Jorge Morales. “Todo mundo habla del chayote. Bromea con el chayote y creo que se nota el chayote en lo que el reportero escribe”: Salvador Muñoz. “Regularmente, las referencias al tema son para hacer burla o acusar a alguien de chayotero”: Walter Ramírez. Incluso, explica Guadalupe Mar, los reporteros en ocasiones “se quejan de que no les han pagado, o les han retrasado el embute, porque ellos también tienen compromisos que cumplir”.

“No me referiré al cinismo porque sería muy cínico de mi parte, pero en los medios locales todo mundo sabe quién cobra en dónde y cuánto. Todos saben qué funcionario en particular reparte sobres como si fueran bolo de bautizo y quién no. Se entiende como una práctica normal, necesaria, natural o quizá yo frecuentaba puro reportero caradura”: Juan Carlos Plata.

Y mientras el gremio chancea con el tema los funcionarios pontifican en corto. Su retórica es despectiva como la del alcohólico forzado a la abstinencia, aunque después recuerdan que las paredes oyen y los periodistas reciben filtraciones que serán usadas en su contra. Así que vuelven a ejercitar sus músculos orbicular, cigomático mayor y menor, risorio de Santorini y  buccinador y otros necesarios para, por lo menos, fingir una sonrisa y actuar el papel generoso y amigable que corresponde a las sutilezas y los descaros del ritual de chayotear y ser chayoteado.

Para Jorge Morales en este ritual “todo es descarado. Casi casi como ponerte el dinero en la bolsa o sacárselo de la cartera al político o funcionario”. Walter Ramírez considera que “el tema es sutil en público. En privado es asquerosamente descarado”. Juan Carlos Plata considera que hay total naturalidad: “El chayoteador entiende al chayoteado como su empleado. El chayoteado se asume como mero instrumento y ambas partes pueden ser felices hasta que se acabe el presupuesto”.

Hasta que el presupuesto nos separe

Más poética que necesaria, existe una ética que trata de la moral y de las obligaciones del reportero. A su cobijo se han acuñado frases que constituyen un invaluable legado a la posteridad.

“El afecto en efectivo”, se dice que decía un dueño y director de periódico en Xalapa. “La amistad, en la nómina” es otro dicho recurrente. De acuerdo con Salvador Muñoz, se trata de una ética hipócrita: “No pido, pero si me dan no rechazo”. Jorge Morales asegura que los reporteros chayoteros no necesitan de justificaciones. Pero si la llegan a necesitar tienen a la mano la misma que la del político: “Si te dan, agarra”. Walter dice que la justificación está en dos necesidades del funcionario: no ser exhibido cuando hay información incómoda en su contra y ser publicado en la prensa.

Guadalupe Mar explica que el principal argumento son los bajos salarios y la falta de seguridad laboral de la prensa, en lo que coincide Juan Carlos Plata: “La necesidad económica es el argumento más socorrido. Por lo menos en los periódicos locales, los sueldos son lo suficientemente malos como para que cualquier ayudita sea bienvenida. Y hay quienes lo ven como una simple y sencilla relación de negocios: ‘Pachi, si no lo agarro yo, lo va agarrar alguien más y, la neta, sí lo necesito’, me dijo alguna vez un colega”.

Que no cualquier tiempo pasado fue mejor

El matrimonio entre funcionarios y reporteros casados por el chayote ya pasó sus bodas de oro. Miguel Alemán Valdés instituyó la ceremonia del Día de la Libertad de Prensa para que los periodistas le besaran las manos y los pies y desde entonces ha sido un matrimonio ejemplar: reglas claras (Yo te pago, tú me adulas), constantes infidelidades (Yo tengo para pagarle a todos), cierta promiscuidad (Ése le paga a todos), constante derramamiento de bilis (¿Por qué escribiste eso? ¿Por qué ya no me tratas como antes?) y un amor eterno en el que todo se brinda de corazón.

“Entonces, bajo el slogan de ‘si funciona no lo arregles’, no ha habido necesidad de modificar el sistema: los misteriosos sobres de papel manila siguen existiendo y conviven, seguramente, con los depósitos bancarios automáticos cada quincena o mes, dependiendo del banco, el chayoteador y los méritos del chayoteado”, explica, al respecto, Juan Carlos Plata.

“Salvo muy contadas excepciones (Excélsior, y posteriormente Proceso, Manuel Buendía, entre otros) la cultura del chayote no ha sufrido crisis alguna durante sus más de sesenta años de existencia. En la relación entre chayoteadores y chayoteados siempre ha habido plena conciencia de los derechos y obligaciones de las partes. Y no tiene necesidad de modernizarse o enmascararse”, añade.

No obstante, si bien la esencia permanece el accidente se moderniza. El chayote niega la máxima manriqueana de que “cualquiera tiempo pasado fue mejor”. Jorge Morales explica que la actual época es igual o más descarada que las que le precedieron: “El dinero se da en efectivo, en sobres, en especie —casas, vehículos— o en transferencias, convenios, otros pagos por ‘publicidad no regulada’, becas, etcétera”. Y Guadalupe Mar abunda: “Por ejemplo, aparte de los dineros que reciben los periodistas en el estado a veces se les agrega una especie de bonos, como tarjetas de tiendas departamentales”.

En palabras de Salvador Muñoz, la modernización del chayote depende del funcionario y del reportero: “Si a mí me ofrecieran chayote, preferiría que me pagaran unos estudios: una maestría, un diplomado, algo que tenga valor agregado personal y profesional”.

En tanto, el último grito de la moda en la administración organizacional ha lanzado nuevas estrategias que plantean la posibilidad de obtener recibos firmados por el chayote otorgado o firmar convenios de colaboración directamente con la empresa periodística. Para tal efecto, la imaginación contable se escurre entre la transparencia y la rendición de cuentas bajo conceptos tan ambiguos como “servicios informativos” y, de paso, elimina la molestia de una antesala llena de reporteros esperando audiencia.

La invasión de licenciados en comunicación y administración a los altos cargos de la administración pública también ha traído consigo la reforma profunda de viejos vicios y corruptelas habituales en las instituciones: las han convertido en nuevos vicios y corruptelas superbién.

Efecto de estas nuevas relaciones será la eliminación de los reporteros en el proceso de entrega-recepción del chayote. Todo quedará entre iguales: funcionarios acicalados y administradores de medios iguales. Funcionaritos ignorantes e hijos de dueños de periódicos muy similares que desayunan en los sitios de moda mientras se estrechan las manos, se palmean los lomos, se abrazan y casi se besan el uno al otro.

Juan Carlos refiere una anécdota relacionada: “El chayote no siempre se le da a los reporteros de a pie, sino que la relación es directamente con los directores o dueños de los periódicos. Una vez, después de un deslucido, aburrido y poco concurrido evento de campaña del PRD, la candidata se entrevistó con el dueño del periódico. La crónica que hice del evento salió al día siguiente con la cabeza (y no exagero): ‘Apoteósico cierre de campaña de Fulanita de Tal’ y yo no recibí ni un centavo”.

Artesanos perjudicados por la revolución industrial en el riego del chayote, a los reporteros quedará la contemplación de chayotes embutes modernos y modificados genéticamente y el suspiro por los viejos tiempos.

“No acuso a todos los periodistas de corruptos”

Hace unas semanas Jorge Morales fue citado a la oficina del gobernador de Veracruz. El mandatario se había desconcertado por algunas preguntas de Jorge sobre la contaminación en la comunidad de La Gloria, Perote, y lo citó a su despacho. “Yo asistí por cortesía y esperando tener respuestas o soluciones a los problemas planteados por los ciudadanos. En algún momento me preguntó si había algo en lo que pudiera ayudarme. Desde luego, decliné cualquier petición u ofrecimiento”.

Hace algún tiempo Salvador Muñoz se entrevistó con Domingo Yorio Saqui, a la sazón funcionario de la subsecretaría de Gobierno, en Veracruz. “Crisóforo Hernández Cerecedo se acercó a nosotros y dice: ‘No seas cabrón, Domingo. No abuses de Salvador. Nomás lo utilizas’. Yo dije: ‘Es que Domingo es mi amigo’. Y Domingo dijo: ‘Sí, Salvador está en mi corazón’. Y yo protesté. Le dije: ‘Sí, Domingo, pero mejor sácame de tu corazón y méteme a tu nómina’. Por supuesto, fue una mera ocurrencia”.

En sus inicios como reportero, hace diez años, Juan Carlos Plata debía cubrir la fuente informativa del Café de la Parroquia, símbolo de la ciudad y puerto de Veracruz a donde los políticos concurren para ser entrevistados por la prensa. “Todo el gremio andaba sonriente. Un reportero experimentado me confió, casi al oído, el motivo: iba a llegar el senador Fidel Herrera. En un día normal en la Parroquia hay diez o doce personas entrevistables y unos quince o veinte reporteros. Ese día había por lo menos cincuenta. Hasta formadores, diseñadores y reporteros de otras fuentes. De todo. Llegó el senador. En la mesa de junto, su secretario repartió alegremente sobres a todos los que extendieron la mano. De cuando en cuando, Fidel Herrera volteaba hacia la mesa contigua y decía: Fulanito, aquí esta Perengano, dale de los otros (más gorditos que los normales). Después me enteré: sobre normal, dos mil pesos; sobre plus, cuatro mil”.

Walter Ramírez tiene 21 años trabajando como reportero para medios como El Nacional, Unomásuno, La Jornada, oficinas de prensa y un sinfín de periódicos, revistas y estaciones de radio en diversos estados de la república. Reconoce que “hay periodistas que viven perfectamente sin esta práctica. Son los menos, pero existen”, y asegura que es necesario dignificar el trabajo de los periodistas, aumentar sus ingresos y, en general, mejorar sus condiciones y calidad de vida. Al momento de firmar este texto existen periódicos en el estado de Veracruz que pagan dos mil 500 pesos mensuales a sus reporteros.

Para ellos, la siguiente reflexión de Carlos Monsiváis, citada en el libro Prensa vendida. Una historia del periodismo mexicano y su vínculo con el poder, de Rafael Rodríguez Castañeda: “El embute no siempre ha estado con nosotros. El que conocemos deriva del principio del desarrollismo y lo determina no la venalidad periodística ni la docilidad de los órganos informativos, sino la opulencia administrativa, la institucionalización de los procedimientos de compra y asimilación y, sobre todo, el reconocimiento de existencia del cuarto poder. Te compro porque publicas, no porque tengas influencias. Al consolidarse demoledoramente las fuentes reporteriles y al ir creciendo el papel de los jefes de prensa, el embute se vuelve lenguaje perfecto e insustituible. “No acuso a todos los periodistas de corruptos. El gremio periodístico está tan viciado como las otras profesiones a las cuales las exigencias del Estado imponen frenos y controles orgánicos. Una prueba de que la corrupción no somos todos es el renombre paradigmático de Carlos Denegri (quien llevó el embute hasta el extremo de la impunidad)… Pero el embute distribuye, generaliza y aísla (los que leen para hallar las versiones que ya habían oído: no hay prensa, hay una manifestación de reporteros ávidos en busca de un sobre)”. ®

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Publicado en: Julio 2010, Periodistas

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