Como sus antecesores de principios de siglo, estos periodistas son grandes escépticos: no hacen caso a las fuentes tradicionales y revuelven de nuevo la basura que se esconde debajo de las alfombras de los despachos oficiales y se meten sin dudarlo en las cloacas del poder.
Como persona, como periodista busco desenmascarar las injusticias y catástrofes de la vida cotidiana, de las que nadie se ocupa; me esfuerzo por hacerlas visibles. Para mí eso es una necesidad existencial.
—Günter Wallraff
Muckraker, el que revuelve en la basura. Así bautizó el presidente estadounidense Theodore Roosevelt, a principios del siglo XX y con evidente desprecio, a un tipo de periodista que se dedicaba a denunciar las injusticias de la democracia de Estados Unidos. Quizás el que más nos suene hoy en día sea Joseph Pulitzer, porque aún siguen concediéndose unos premios que llevan su nombre. Pulitzer fue demandado en su día por Roosevelt y por el banquero J.P. Morgan por difamarlos al relacionarlos con graves casos de corrupción. Ganó el juicio.
Puede que los nombres de los otros muckrakers no les digan demasiado, pero sentaron un precedente que aún hoy nos anima a muchos periodistas a seguir sus pasos. El trabajo demoledor de Upton Sinclair, en The Jungle, hizo que cambiaran las leyes —fue Roosevelt quien accedió luego de recibirlo— sobre las condiciones higiénicas de la industria cárnica. Este libro haría que el autor de El periodista indeseable y Cabeza de turco, Günter Wallraff, quisiera dedicarse al periodismo de experimentación e investigación. No sólo había hombres: Ida Tarbell llegó a poner en jaque al magnate petrolero Rockefeller al denunciar sus prácticas abusivas en la industria que entonces comenzaba. Thomas Lawson investigó por vez primera vez algo cuya corrupción está hoy en día en la cresta de la ola: los financieros de Wall Street. Lincoln Steffens también se ocupó de la corrupción, pero en las urbes (La vergüenza de las ciudades). Él, junto con Ida Tarbell y Ray Stannard Baker, formarían el más famoso trío de muckrakers en la McClure’s Magazine. A esta lista —tampoco son tantos— habría que agregar a David Graham Phillips, que desveló corrupciones en el senado de Estados Unidos en la revista Cosmopolitan (cuando aún era prestigiosa, con plumas como Jack London, Rudyard Kipling o Ambrose Bierce). En esta revista también coincidiría con Upton Sinclair e Ida Tarbell.
Aquella época de oro del periodismo de denuncia se vería apagada por el advenimiento de la I Guerra Mundial, la Gran Depresión y luego la II Guerra Mundial. Los periodistas estadounidenses se dedicaron a defender lo suyo, aunque estuviera podrido, frente al exterior. La única excepción fue la revista Time, que siguió ejerciendo un periodismo crítico, pero no tan underground como el de los muckrakers. No sería hasta los años sesenta, superado el trauma de la II Guerra Mundial, cuando los periodistas volvieron a ejercer su función social de denuncia, de contrapoder. Tuvo mucho que ver el estallido de mayo del 68, en el que mucha gente, periodistas también, decidieron que querían ser realistas y pedir lo imposible. A la prensa underground se le unió el periodismo literario comprometido (en aquella época comenzó Norman Mailer, que llegaría a colaborar hasta su muerte en 2007 con los muckrakers actuales de The Huffintong Post), con Truman Capote como figura señera.
Como sus antecesores de principios de siglo, estos periodistas son grandes escépticos: no hacen caso a las fuentes tradicionales y revuelven de nuevo la basura que se esconde debajo de las alfombras de los despachos oficiales y se meten sin dudarlo en las cloacas del poder. Y no dudan en ser ellos mismos testigos directos, aunque para ello haya que simular, disfrazarse o cambiar de personalidad. Gracias a ellos nos enteramos de las barbaridades de la guerra de Vietnam (Seymour Hersh), de la connivencia del Comité de Actividades Antiestadounidenses con el Ku Klux Kan y el macartismo (Tom Hayden, uno de los maridos de Jane Fonda), de la corrupción en la policía neoyorquina (David Burnham) o del fraude en la industria automovilística (Ralph Nader, en 1965, con su famoso “Inseguro a cualquier velocidad”, que ganó el caso contra General Motors e hizo que le siguieran una legión de activistas, que a su vez se dedicaron a investigar la corrupción en otras industrias y sus conexiones políticas ).
Un poco antes (1955) de esta eclosión de nuevos muckrakers en Estados Unidos, en países como Colombia aparecía Relato de un náufrago, de García Márquez, que también comenzó como periodista. Relato de un náufrago se publicó a diario en El Espectador de Bogotá y en 1970 apareció como libro. Se podría considerar el A sangre fría latinoamericano.
En Europa no supimos vender tan bien este tipo de periodismo, pero hay antecedentes bien claros. Si somos laxos, las novelas de Dickens (que también fue periodista) son un reflejo de las miserias de la época que le tocó vivir en Inglaterra, en los inicios del proletariado resultante de la Revolución Industrial. Contemporáneo de Dickens fue Emile Zola, el escritor francés que denunció en su novela Germinal la esclavitud de los mineros del carbón tras estar con ellos en una huelga. Aunque Zola pasaría a la historia por su compromiso de denuncia en el caso Dreyfus, que le costaría el exilio y no entrar nunca en la Academia Francesa, a pesar de que llevaba razón y contaba la verdad. También podríamos citar a Robert Louis Stevenson, otro coetáneo de los anteriores, con algún relato suyo inspirado en la vida real y todavía vigente. Lean si no me creen El ladrón de cadáveres (no confundir con la película de terror mexicana de Fernando Méndez, 1956) y luego busquen el trabajo de la periodista estadounidense Annie Cheney titulado Body Brokers (2007) sobre el negocio de los traficantes de cuerpos en la industria funeraria y médica. Curiosamente, en una de las redes investigadas se descubrió que una de las víctimas había sido un periodista británico-estadounidense de 95 años, Alistair Cooke, que a buen seguro se divertiría con la chapuza que hicieron con sus huesos tras morir, pues tenía cáncer.
Ya en los años setenta del siglo pasado aparece en Europa el fenómeno Cabeza de turco, del alemán Günter Wallraff, que aún está en activo (en junio de este año le robaron en España su portátil, con parte de los reportajes de su nuevo libro). Wallraff se hizo pasar por trabajador inmigrante primero en Alemania (como turco) pero luego llevó su investigación a otros países, como Japón, donde se hizo pasar por iraní y nos descubrió, nuevamente, que los individuos que están en la base de la sociedad y son de otra nacionalidad o religión siguen siendo tratados como despojos por los poderosos de cualquier país, por civilizado que éste parezca.
O periodistas o publicistas del poder
¿En qué se diferencia el periodismo muckraker del resto? Básicamente, revela hechos que el poder —sea éste del tipo que sea— trata de ocultar; es iniciativa —a veces obsesiva— del periodista o grupo de reporteros que lo hacen y raras veces proviene de filtraciones (pues éstas son siempre interesadas) y, sobre todo, requiere mucho tiempo y una resistencia que raya en lo inhumano.
¿Se sigue haciendo este tipo de periodismo? Sí, pero no suele ser alentado por las empresas periodísticas, pues es una inversión de tiempo y dinero muy fuerte. Además, convertida la mayoría de la industria de la comunicación en un enorme escaparate para los grandes anunciantes del mundo y reclutados algunos de sus “periodistas” (para mí dejan de serlo cuando anuncian algo y dan la cara por una marca) para la publicidad, lo que cuentan los muckrakers modernos no les interesa. En la actual crisis de los medios de comunicación, perder propaganda institucional del gobierno o a alguno de los anunciantes que más invierten supone la quiebra segura para alguna de estas empresas. Por eso quizás este tipo de periodismo ahora mismo sólo lo puedan hacer reporteros a título individual, que tienen muy fácil la publicación en la Red o la autopublicación en papel (el formato libro sigue siendo el más adecuado para este tipo de periodismo), o también pequeñas empresas que no tengan demasiado que jugarse porque están en sus inicios.
En España, la dictadura de Franco y la posterior transición creó un tipo de periodismo seguidista del poder o directamente partidista. Los periodistas de investigación sobreviven en revistas, algunas ya desaparecidas. Podemos destacar trabajos de Pepe Rodríguez (sobre sectas y la vida sexual del clero) y también en estos últimos años saltó a la fama Antonio Salas, seudónimo de un periodista de experimentación que formó parte de una banda de neonazis para escribir Diario de un skin y que alternó con proxenetas y traficantes de mujeres en El año que trafiqué con mujeres. También hay que destacar a J. David Garrido Valls, autor de El lado oscuro de las ONG, obra en que denuncia entramados de este tipo de organizaciones que apelan a la solidaridad mientras se dedican a turbios negocios con lo recaudado.
No nombro a otros que destaparon grandes casos de corrupción política (como hicieran en su día con el Watergate Woodward y Bernstein) porque les falta la característica principal: que su trabajo no sea producto de una investigación propiciada por filtraciones interesadas y dossieres amañados (normalmente por oponentes políticos). Es precisamente este tipo de periodismo, junto al denominado “sensacionalista” , “amarillista” o “rosa” el que propicia que cada vez menos gente se crea lo que se escribe en la prensa. Estudios aparecidos en varias universidades del mundo desvelan que los medios no suelen contrastar sus informaciones y que la mayor parte de las noticias que digerimos a diario proceden de una sola fuente —interesada, por supuesto. Incluso uno de ellos sugiere que las principales cadenas de radio y televisión usan menos de una fuente de información por pieza (esto es, fusilan directamente a otros medios, en general los escritos, que a su vez tampoco contrastan).
Además: aunque se hiciera buen periodismo, ¿hay público preparado para recibirlo? ¿Tenemos tiempo para digerirlo y analizarlo como público? Un ejemplar de un periódico cualquiera del domingo contiene mayor volumen de datos que el que recibiría una persona que viviera hace dos siglos en toda su vida. Cualquiera capaz de leer mil palabras por minuto durante ocho horas diarias necesitaría mes y medio para leer toda la producción impresa de un día, calculó Ignacio Ramonet en 1998. Ahora súmenle a eso radios, televisiones e internet.
No importa el tipo de periodismo que se haga ni el medio en que se cree: puede que el gran problema y el reto sea que los receptores dejemos de ser nosotros mismos y aquellos sobre los que escribimos. Que los que nos lean sean las madres, padres, hermanos y primos trabajadores de todos los que escribimos, pero dotados de espíritu crítico. Quizás haya mucho emisor crítico pero poco receptor crítico, lo cual es un problema de agenda política, relacionado con la educación, la formación y el presupuesto a ello destinado.
Jugarse la vida
¿Merece la pena convertirse en muckraker? Cada vez menos. Günter Wallraff insistía en una conferencia a los periodistas mexicanos en que no lo hicieran: hay países donde no te someten a juicio, como le pasó a él, que se gastó una fortuna en ellos, sino que directamente te matan. En México no hay más que leer cada semana las necrológicas. En Europa, cuyos estados parecen más proteccionistas y garantistas, también hay asesinatos. En Irlanda, Verónica Guerin fue acribillada en 1996 por investigar a narcotraficantes. En Rusia han matado hace poco a periodistas por desvelar las atrocidades de Chechenia (la más conocida fue Anna Politkóvskaya, en 2007). Revelar lo oculto, lo que hacen las mafias, es también lo que hace el británico Misha Glenny en su obra McMafia, también fruto de varios años recorriendo organizaciones criminales de todo el mundo. Glenny ha recibido amenazas, por supuesto, pero no al nivel de Roberto Saviano, el italiano que tras escribir Gomorra, viaje al imperio económico y sueño de dominio de la Camorra, tiene que llevar protección policial permanente y ocultarse.
Uno, que es un escéptico pero no un cínico, se pregunta si sigue valiendo la pena morir por la verdad. Si cambia algo que contemos o no, los periodistas, determinadas situaciones. Si el actual periodismo de sillón que practicamos no es una consecuencia de haber tirado la toalla al comprobar que todo sigue igual. ¿Es un valor ser un mártir hoy en día? ¿Cuánto va de la locura al martirio? A veces quienes se juegan el tipo no son periodistas, sino “arrepentidos”. Sería el caso de John Perkins, que en su libro Confesiones de un gángster económico cuenta el modo en que opera Estados Unidos y la corporatocracia para esquilmar a muchos países sus recursos. Es un libro de “ayer” (2004) en el que confirma muchas de las cosas que cuenta desde hace décadas Noam Chomsky sobre el imperialismo de ese país.
Ahora, con la Red, quizás los muckrakers más puros sean los creadores de Wikileaks.org. Es un grupo de disidentes chinos, taiwaneses, intelectuales europeos, expatriados rusos, antiguos analistas de inteligencia estadounidense, australianos y sudafricanos unidos a activistas matemáticos, informáticos y criptógrafos. Ahora mismo su cabeza visible, el australiano Julian Assange, está oculto porque ha sido amenazado de forma velada por el mismísimo Obama. Sí, el reciente Premio Nobel de la Paz —¡qué paradoja y tamaño sarcasmo!— tiene miedo de un periodista. No de él, sino de la información que atesora: revelaciones sobre el 11S y sobre las atrocidades que Estados Unidos está cometiendo en Afganistán e Irak, en guerras de invasión en las cuales nuestros gobiernos —hablo como europeo y español— siguen apoyando al gobierno estadounidense. El mismo que ha suspendido la libertad de expresión e información ante el desastre petrolífero en el Golfo de México.
Como vemos, los muckrakers son más necesarios que nunca. Remueven basura y ya saben lo que entonces sucede: el hedor es insoportable. ¿Tendremos narices para soportarlo o preferiremos que nos los tapen los inciensos de los poderosos? ®
manuel
didáctico, informativo, muy interesante, en fin excelente trabajo, que mueve la sangre, nos resucita y nos da vida gracias
Pablo Santiago
Recomiendo esta entrevista a Assange:
http://www.ted.com/talks/view/id/918
Tiene subtítulos en español, para quien no sepa inglés.