La invisibilidad de las mujeres se perpetúa en la gramática pragmática, la que elimina la duplicidad del femenino (ellos/ellas). En su caso, la simplificación es más bien un síntoma político.
La corrección de la lengua no es un valor absoluto.
—Eulalia Lledó (filóloga)
La invisibilidad de las mujeres persiste en la gramática pragmática, que elimina la duplicidad provocada por el empleo del femenino (nosotros y nosotras, ellos y ellas, señoras y señores) y opta por prácticas (o frases) tradicionalmente funcionales (El hombre universal, el Miembro de la Academia, el Obispo). La exclusión del femenino en el dominio de lo escrito, revela la simplificación lingüística como síntoma político: la gramática como espacio de jerarquías y su género como asignación de roles (verdugo-víctima).
Todavía, el uso del género gramatical en el discurso no es meramente asunto de las ciencias de la lengua, sino de la historia política de las naciones.
La historiadora Genevieve Fraisse, por ejemplo, coloca el tema del sexismo de la lengua en una lid más útil a la crítica cultural. Entrevistada por Sophie Wanich1 en 1997, la también filósofa explicaba que en el Estado de los últimos siglos las mujeres podían ser consideradas sólo “hermanas”, en tanto estaban regidas sólo por relaciones familiares. Carentes de relaciones fuera de la filiación doméstica, quedaron ausentes de la idea republicana surgida de la Revolución Francesa. La República requirió los lazos de amistad cultivados entre varones, relación forjada en la ciudad, fuera del ámbito doméstico. Si la Revolución Francesa exaltaba los derechos ciudadanos, hasta el siglo XX la representación política no había alcanzado ampliamente a las mujeres; menos su mención en el discurso político, como sujetos concretos.
Las declaraciones de Saint Just ilustran la posición política correcta en relación con la diferencia de género: “Nadie es buen ciudadano si no es buen hijo, buen padre, buen hermano, buen amigo, buen esposo”. Y, acerca de la educación de los niños, remata: “Los chicos serán educados por la República porque le pertenecen”.
Fraisse lo explica de la siguiente manera: “Para la República, cuya esencia es la de ser representativa, el hecho de ser hermanas no da ningún derecho a la representación”.
La semántica del discurso recurrente refiere primero al universo masculino, pese al protagonismo femenino. Por ejemplo, tratándose del tema homosexual en la actualidad, se obvia la presencia de las mujeres lesbianas. El discutido derecho de adoptar que la Suprema Corte de Justicia ha dejado pendiente en su resolución, se discute en torno a la pareja gay formada por hombres, en razón de no habérsele dado naturalmente tener hijos.
Después de un proceso de reconocimiento de derechos, ha resultado posible una ampliación de los registros en el discurso, particularmente el escrito. Aunque suelen ser más socorridos los conceptos, frases y sentencias que recogen experiencias limitadas. ®
Vianett
En efecto, el asunto en la Corte incluye a parejas no sólo de hombres. Pero en el campo mediático (hay que volver a contar los titulares y cabezas) prácticamente se mencionó «gays» y homosexuales.
No discuto la tendencia de la economía lingüística al hablar, sino la inercia en el discurso escrito, que no repara en la diversidad. Grave porque, en mi opinión y en la de otr@s, escribir es reparar (en).
Antonio Rangel
La simplificación indica una tendencia natural: la ley del menor esfuerzo. Aunque se quiera ver intenciones políticas y se pretenda que sean los accidentes gramaticales temas de historiadores y politólogos, no hay que olvidar lo que dice la lingüística con respecto a conceptos básicos como lenguaje, lengua y habla. Si se tomara en serio la duplicidad de géneros, en menos de cinco minutos, se estaría realizando un discurso odioso.
Por otra parte, en la discusión sobre el matrimonio entre parejas del mismo sexo que se llevó la Suprema Corte, no se discutió el asunto solamente sobre parejas de hombres homosexuales, aunque muchos periodistas y figuras públicas, ciertamente, sólo pudieran pensar en eso.