Quizá sea el líder revolucionario más ninguneado y vilipendiado en la historia de México del siglo XX, a pesar de sus valerosas acciones en el campo de batalla, en la administración pública, su impulso a la educación y la infraestructura, la creación de empresas exitosas y duraderas, la organización de cooperativas agrarias, obreras y pesqueras, y la filantropía.

La historia suele ser injusta y con Abelardo L. Rodríguez se ha cebado. Me refiero a la historia escrita en los cenáculos consagrados de la Ciudad de México y otros lares, no a la historia regional, ni del empresariado.
En Sonora, Rodríguez es benemérito designado por el Congreso del Estado (1949) y, sin lugar a dudas, el mejor gobernador (1943–1947) en la historia de la entidad. En Baja California Norte, gobernada por él de 1923 a 1929, es considerado el modernizador por excelencia.
La doctora Araceli Almaraz, investigadora del Colegio de la Frontera Norte, ha hecho una minuciosa recuperación de su labor constructiva y la formación del empresariado regional en diversos artículos, en contraste con los vituperios de algunos investigadores locales que recuerdan el moralismo prohibicionista de California de fines del siglo XIX. Algunos historiadores de la UNAM se inclinan por hacer una revaloración de su obra.
En la bibliografía de Estados Unidos destaca el clásico Ayer en México, de John W. F. Dulles (1961, FCE, 1977), cuyo balance objetivo de la presidencia de Rodríguez no aparece en los libros de los muchos historiadores mexicanos que lo citan profusamente. Barbara Allen Kuzio escribió President Abelardo L. Rodríguez (1932–1934). From Maximato to Cardenismo (Portland State University, 1996), que echa por tierra la versión de que Rodríguez fue un “títere” de Plutarco Elías Calles. En 2023 apareció el libro The Sonoran Dynasty. Revolution, Reform and Repression, de Jürgen Buchenau, que también destaca la independencia de Rodríguez respecto de Calles, hace un balance positivo de su obra administrativa y critica el volumen 12 de Historia de la Revolución Mexicana del Colmex (1978) y La revolución en crisis de Arnaldo Córdova (1973). Eugene Keith Chamberlin elogió la capacidad de Rodríguez para convertir una “economía parasitaria” (la del juego y el vicio en Baja California) en economía productiva (“Mexican Colonization vs American Interests in Lower California”, Pacific Historical Review, Feb. 1951). Otros libros justos con Rodríguez son El Presidente Rodríguez, de Francisco Javier Gaxiola (1938), Obra económica y social del General de División Abelardo L. Rodríguez, de Francisco Sánchez González (1959) y Abelardo L. Rodríguez: aquel hombre, de Carlos Moncada Ochoa (1997).
Los fundadores del Fondo de Cultura Económica no lo mencionan, pese al apoyo que dio a la creación de la editorial y siguió dando como gobernador de Sonora. Los volúmenes 11, 12, 13 y 15 de Historia de la Revolución Mexicana del Colmex apenas si lo mencionan y cuando lo hacen es para denigrarlo.
Pero su presidencia (1932–1934) y su personalidad han sido sobajadas o desdeñadas por muchos historiadores mexicanos, en parte por la exageración que se ha hecho del poder de Calles, englobado en el cliché periodístico “Maximato”, que facilita la periodización, y en parte por las calumnias de José Vasconcelos en Breve historia de México (1958) y otros moralistas inspiradores de la maledicencia académica. Los fundadores del Fondo de Cultura Económica no lo mencionan, pese al apoyo que dio a la creación de la editorial y siguió dando como gobernador de Sonora. Los volúmenes 11, 12, 13 y 15 de Historia de la Revolución Mexicana del Colmex apenas si lo mencionan y cuando lo hacen es para denigrarlo.

La denigración del presidente Rodríguez se nutre también de compararlo con el presidente Cárdenas, considerado rectificador de los gobiernos precedentes. Lo cierto es que Rodríguez sentó las bases de políticas importantes de Cárdenas —recuperación de los recursos naturales y creación de grandes empresas públicas e instituciones que sobreviven—, como lo muestra Jürgen Buchenau, quien arremete contra “décadas de historiografía académica” que hablan de una supuesta “ruptura” entre su presidencia y la de Cárdenas. Debe decirse también que Rodríguez divergió de Cárdenas en la colectivización del ejido, la educación socialista, la tolerancia de la demagogia sindicalista y la propaganda socializante. Éstas fueron las razones de la publicación de su libro Notas de mi viaje a Rusia (1938), demolición de la tiranía estalinista y su propaganda grandilocuente cuando muy pocos se atrevían a denunciarla (hay una reseña mía de este libro en el sitio web de Letras Libres).
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Hasta fines de los años cincuenta, Abelardo L. Rodríguez fue respetado como revolucionario, gobernante, empresario, filántropo y hombre de bien. Su alto prestigio pudo haber sido la razón de que el presidente Manuel Ávila Camacho le haya encomendado la tarea de reunir a todos los expresidentes en la proclamación de la Unidad Nacional ante la Segunda Guerra Mundial. Rodríguez ocupó entonces la comandancia de la flota naval del Golfo de México por breve tiempo (el comandante del Pacífico era Lázaro Cárdenas). Es probable que su denuncia de los hermanos Fidel y Raúl Castro en 1962 como dictadores egocéntricos peores que Fulgencio Batista, que entregarían la isla a la URSS, haya contribuido a su marginación en aquel ambiente de exaltación de la Revolución Cubana.
Calles incluyó a Rodríguez en la terna para sustituir al presidente Pascual Ortiz Rubio porque era presidenciable desde 1929 por su destacada labor en Baja California, su lealtad al constitucionalismo, su energía y su firme carácter. Su lealtad a Calles no debe confundirse con subordinación. Las decisiones en las que difirió de él fueron muchas e importantes, evidentes para quien quiera verlas.
Cuando José Vasconcelos lo injurió con vileza olvidó que treinta años antes le había pedido, por interpósita persona, ser su jefe de campaña electoral por la presidencia en 1929 y haberle propuesto que, dependiendo del desarrollo de los acontecimientos, él podría ser el candidato. Rodríguez se rio de la ocurrencia y no la contestó. El general Fausto Topete, conspirador de la rebelión escobarista en 1929, le confió el plan y le ofreció la candidatura presidencial de los rebeldes. El general Rodríguez lo reconvino en términos comedidos, igual que a Gonzalo Escobar (ambos eran sus amigos), denunció el plan con el presidente Emilio Portes Gil y escribió el folleto Lo que manda el deber, que ordenó distribuir entre todos los jefes militares. Su apoyo al ejército nacional contra los sublevados en el norte de Sonora fue decisivo para derrotarlos —como ocurrió también en la derrota de la rebelión encabezada por Adolfo de la Huerta en 1925, que apoyó con más de un millón de pesos.
Rodríguez empezó a considerar sus posibilidades presidenciales a raíz del asesinato de Obregón en 1928 y admitió que la modalidad que le convenía era la de presidente sustituto porque le ahorraría hacer campaña electoral (Abelardo L. Rodríguez, Biografía, 1962). Pero aborrecía la politiquería y la demagogia. Al terminar su administración en Baja California en 1929 se fue a Europa con su esposa durante siete meses. Como presidente se dedicó por decisión propia a administrar el presupuesto público y poner en pie la economía nacional, dejando la “estorbosa política” al general Calles (Id.). Como la politiquería era el tema predilecto de periódicos y corrillos, sus intríngulis fueron los que pasaron a la historia, cubriendo de hojarasca la obra eminentemente constructiva del presidente Rodríguez.
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Está bien establecido que la recuperación económica de México después de la Gran Depresión empezó en 1932 (La industrialización mexicana durante la Gran Depresión, Enrique Cárdenas, Colmex, 1987). De entonces data el inicio de la política de sustitución de importaciones, objeto de mofa de los ideólogos neoliberales desde los años ochenta, pero que en los años treinta y cuarenta fue asunto de vida o muerte económica por la Gran Depresión, la restricción de las exportaciones de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y la crisis económica de los países europeos.
La industrialización de las materias primas mexicanas, objetivo de todos los gobiernos constitucionalistas, empezó a tomar cuerpo en el primer semestre de 1932 bajo la presidencia de Pascual Ortiz Rubio y a expandirse bajo la presidencia de Rodríguez. El PIB creció 6 por ciento anual en 1933 y 1934. Si añadimos el 6 por ciento del primer año de Cárdenas (1935), que prosiguió ese año la política económica del gobierno de Rodríguez, el crecimiento del PIB fue de 18 por ciento esos tres años.
Los cenáculos académicos dan el crédito de este logro a Alberto J. Pani, secretario de Hacienda en el último tramo de la presidencia de Ortiz Rubio y el primero de Rodríguez. Ciertamente, su gestión hacendaria y financiera fue notable, pero la atribución de todo el mérito a él ignora que la política de expansión monetaria, que fue el arranque de la recuperación, había sido puesta en marcha por el gobierno de Rodríguez en Baja California Norte.
Esta medida había sido inconcebible para los gobiernos precedentes y los técnicos del Banco de México. Para instrumentarla, Rodríguez sustrajo la facultad de acuñación de moneda del renuente Banco de México y la transfirió a la Secretaría de Hacienda por seis meses, sin que la nueva acuñación rebasara el 10 por ciento de las reservas del banco central.
La expansión monetaria fue destinada al aumento de salarios de los trabajadores y al crédito industrial y agrario. Esta medida había sido inconcebible para los gobiernos precedentes y los técnicos del Banco de México. Para instrumentarla, Rodríguez sustrajo la facultad de acuñación de moneda del renuente Banco de México y la transfirió a la Secretaría de Hacienda por seis meses, sin que la nueva acuñación rebasara el 10 por ciento de las reservas del banco central, lo cual fue suficiente para poner la economía en marcha, como dar crank a un motor para que arranque.
El tabú de la expansión monetaria se había enquistado en los gobiernos mexicanos desde el siglo XIX por su dependencia de los impuestos a las exportaciones. Cuando los precios de las materias primas bajaban —lo que ocurría con frecuencia— el gobierno en turno recortaba el gasto público y el salario de los empleados para equilibrar el presupuesto y mantener estable el valor de la moneda. El gobierno de Abelardo L. Rodríguez abolió este artículo de fe con éxito. Es cierto que la idea de la expansión monetaria como medida contracíclica era ya discutida por varios economistas de Estados Unidos, Inglaterra y Alemania, entre ellos John Maynard Keynes e Irving Fisher, pero Rodríguez la había ejecutado en Baja California Norte en la década precedente.
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A partir de 1926, los trabajadores agrícolas del valle de Mexicali empezaron a ganar cuatro pesos por jornal de ocho horas cuando el salario mínimo promedio en México era 75 centavos. Rodríguez se propuso repatriar a los mexicanos que trabajaban en el Valle Imperial para colonizar el valle de Mexicali, entonces un enclave extranjero con 5,600 chinos, 1,500 norteamericanos y unos 600 mexicanos.
La expansión monetaria en Baja California Norte fue posible por el cobro de impuestos, comisiones y licencias a los propietarios estadounidenses de casas de juego, hipódromos, hoteles, cantinas y prostíbulos. El aprovechamiento de esa “economía parasitaria” fue dictado por la necesidad. Cuando Rodríguez fue designado gobernador en 1923 el presupuesto o subsidio federal del distrito era de 900 mil pesos anuales, apenas para pagar al personal administrativo. En 1925 regresó esa suma al gobierno federal y la canjeó por derechos aduanales de los insumos importados por el gobierno y las empresas en que su gobierno y él mismo tenían intereses económicos.
La población creció más del doble y que el gobierno dedicó 47 por ciento del presupuesto a educación, contribuyó a crear decenas de empresas y cooperativas y urbanizó los pueblos, convirtiéndolos en ciudades.
El crecimiento económico y social y el poblamiento de Baja California Norte por mexicanos bajo el gobierno de Rodríguez es tema extenso. Basta decir que la población creció más del doble y que el gobierno dedicó 47 por ciento del presupuesto a educación, contribuyó a crear decenas de empresas y cooperativas y urbanizó los pueblos, convirtiéndolos en ciudades. El nombre de Abelardo L. Rodríguez suele asociarse a Tijuana por su estereotipo de “ciudad del vicio”, pero el núcleo de mayor actividad económica de su gobierno fue Mexicali, seguido por Ensenada. Los intereses de Rodríguez en la “economía parasitaria” de Tijuana sumaban el 25 por ciento de las acciones del casino e hipódromo Agua Caliente de 1927 a 1935, cuando Cárdenas prohibió tales actividades.
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La economía nacional que Rodríguez y Pani activaron con la expansión monetaria no puede ser llamada “parasitaria”, pero no era muy diferente: “capitales pasivos” llamó Rodríguez al dinero atesorado en bancos, como era el uso de los empresarios mexicanos de la época. El aumento de la demanda causado por la expansión monetaria puso esos capitales en movimiento. Nacional Financiera, creada por el gobierno de Rodríguez, obedeció a este propósito. Dicho sea de paso, Abelardo L. Rodríguez creó dos bancos comerciales de fomento a la producción en Mexicali, los cuales crecieron hasta ser nacionales.
La administración federal de Rodríguez hizo muchas otras obras valiosas y duraderas: Banco Nacional Hipotecario y de Obras Públicas (hoy Banobras), Comisión Federal de Electricidad, carretera México–Nuevo Laredo —que abrió México al turismo de Estados Unidos—, Ley de Patrimonio Ejidal, reparto de casi dos millones de hectáreas para 195 mil campesinos, cooperativas de producción y consumo, almacenes, irrigación, instituciones de seguros, salario mínimo, Departamento de Trabajo, la primera reforma administrativa (con miras a crear el servicio civil de carrera), muchas escuelas y guarderías infantiles, Ley Orgánica de la Universidad Nacional Autónoma de México, trabajos preparatorios del Instituto Politécnico Nacional (creado por el gobierno de Cárdenas), servicios públicos, mercados municipales, embellecimiento de ciudades para el turismo, Aerovías de México (hoy Aeroméxico), multiplicación de la producción cinematográfica por más de cuatro en los 27 meses de su administración), radiofonía…
Las medidas de fomento a la cultura del presidente Rodríguez también son sobresalientes. Su apoyo a la creación del Fondo de Cultura Económica (con crédito del Banco Nacional Hipotecario y del Departamento de Estudios Económicos del Banco de México —departamento creado por Rodríguez— para formar el fideicomiso de la editorial), habilitación del Teatro Nacional (hoy Palacio de Bellas Artes), teatros populares, producción de Redes, primera película de arte producida por el gobierno mexicano, mecenazgo de Silvestre Revueltas y presumiblemente de otros miembros de esa destacada familia de artistas, oriundos de Santiago Papasquiaro, Durango, la tierra de Nicolás Rodríguez, padre de Abelardo.
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Abelardo L. Rodríguez se consideraba administrador antes que político y militar, aunque siempre cuidó las formas de su jerarquía castrense. “Civil en uniforme militar” lo llamó Ortiz Rubio. Terminado su periodo presidencial se dedicó a los negocios y a viajar. Los revolucionarios mexicanos que se volvieron empresarios exitosos se cuentan con los dedos de una mano. Rodríguez fue sin duda el más destacado y posiblemente el empresario más prolijo de México hasta principios de los años sesenta (murió en 1967).
No fue un empresario que se casara con una sola empresa o un holding, sino que contribuyó a crear noventa, la mayoría exitosas. Fue empresario creador de empresarios. Su modus operandi consistía en detectar necesidades sociales, disposición de recursos naturales mexicanos, idear el tipo de empresas adecuadas y reunir socios. Muchas fueron creadas por él y fue socio de muchas más —minoritario la mayoría de las veces—, pero siempre fue nombrado presidente de los consejos de administración. Una vez que las empresas empezaban a caminar por su propio pie Rodríguez vendía sus acciones y se abocaba a crear nuevas o a fortalecer empresas existentes.
Por su capacidad y honestidad administrativas Rodríguez fue nombrado presidente del Consejo de Administración de Altos Hornos de México en 1942 y de Telmex en 1948 sin ser socio y no saber mucho de telecomunicaciones. Su aportación principal fue convertir a los usuarios en accionistas de la empresa. Fue presidente de patronatos del Instituto Nacional de Cardiología, del Instituto Nacional de Endocrinología y de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. En Hermosillo, Sonora, creó con su esposa, Aída Sullivan, la Fundación Esposos Rodríguez (1946), que ha becado a unos 90 mil estudiantes a la fecha. La formación de la clase profesional en Sonora sería impensable sin el concurso de esta fundación.
Rodríguez es el artífice de la industria pesquera en las costas del noroeste mexicano, desde Ensenada hasta Mazatlán y Nayarit. Su empresa Pesquera del Pacífico en Ensenada distribuyó el 50 por ciento de sus utilidades entre los trabajadores y luego fue convertida en cooperativa. Los astilleros que fundó ahí aún existen. En Guaymas creó astilleros, procesadoras y congeladoras, fábricas de equipo y arreos de pesca y una financiera para la industria. Los pescadores de Guaymas celebran el Día de la Pesca el 12 de mayo, día del nacimiento de Rodríguez.
Su dedicación a esta industria honró su compromiso con el derecho de las clases populares a la “diversión sana”, como él decía. Produjo o contribuyó a producir más de 150 películas, entre ellas Abismos de pasión, de Luis Buñuel, y muchas otras célebres de la llamada época de oro del cine mexicano, el célebre Noticiero Mexicano y más de cien salas de cine.
Por su política de cooperación y amistad con Estados Unidos a partir de la Segunda Guerra Mundial recibió la Medalla de Honor por el presidente Eisenhower en 1953 y el doctorado Honoris Causa de la Universidad de Berkeley en 1951. En 1961 fue nombrado Coordinador del Consejo Nacional de Pesca y presentó el primer programa integral de la industria: producción, distribución, comercialización, fabricación de barcos y arreos de pesca, conservación de las especies y educación técnica y dietética.
Puso gran parte de su energía en la cinematografía como productor, distribuidor y exhibidor. Su dedicación a esta industria honró su compromiso con el derecho de las clases populares a la “diversión sana”, como él decía. Produjo o contribuyó a producir más de 150 películas, entre ellas Abismos de pasión, de Luis Buñuel, y muchas otras célebres de la llamada época de oro del cine mexicano, el célebre Noticiero Mexicano y más de cien salas de cine. Fue promotor del deporte (fue beisbolista, capitán de equipo y boxeador, lo que le valió para ser nombrado comandante de policía de Nogales a los 24 años) y creó la primera federación de atletismo en México. Como gobernador de Sonora dedicó su sueldo íntegro a la compra de uniformes y equipo deportivo para los estudiantes de primaria (creó 218 escuelas y modernizó 190 en la entidad).
En su biografía, Rodríguez se refiere someramente a la evolución de su carácter, del joven intempestivo y a veces violento que fue, al hombre sereno y discreto, de pocas palabras y mucha acción. Reconoce la influencia de su esposa, Aída Sullivan, en su maduración y el resto de su vida desde que se casó con ella en 1924. ®