Abigael Bohórquez. Correspondencia está formada por las epístolas del poeta sonorense, que no habla de la poesía solamente, sino que vive en ella. Es una oportunidad invaluable para observar los avatares que sufrió su existencia espiritual, así como las pulsiones personales y estéticas que lo llevaron a crear su obra.

…yo
poeta derribado sobre un lenguaje ácido
me calzo
—golpeando con mi puño cerrado
a nivel de mi tabaco amantísimo-
el estupor
de este marzo de horóscopos
con la palabra ausencia,
para escribirte desde aquí, […]
esta carta que no te ha de llegar nunca.
—Abigael Bohórquez, “Carta desencantada preguntando por el viaje”
En la actualidad, la comunicación entre personas se establece, sobre todo, a través de mensajes breves de texto enviados instantáneamente por internet. Sin embargo, en un pasado no tan lejano, el intercambio de cartas implicaba toda una ceremonia en la que mediaba un periodo prolongado de espera para obtener una respuesta y se basaba en largos y sentidos párrafos, escritos de puño y letra, que transmitían sentimientos, ideas y reflexiones íntimas y eran enviadas por correo, con estampilla, cartero y remitente. Hoy puede parecernos que toda esta parafernalia pertenece solamente a los museos.
La correspondencia siempre ha contenido información privada de quien la escribe y pertenece al dominio de lo estrictamente personal, por lo que asomarse a ella desde afuera puede ser considerado como una intrusión. Sin embargo, en el caso de la literatura, las epístolas entran en un amplio territorio que abarca desde las novelas que utilizan las convenciones propias de las cartas en su estructura narrativa, como sucede señaladamente en la novela Las relaciones peligrosas, de Pierre Choderlos de Laclos, y llega hasta los epistolarios sostenidos entre escritores insignes de otros momentos. Por ello, el conocimiento contenido en estas misivas implica mucho más que el deseo de satisfacer la curiosidad morbosa que puede provocar en el lector el observar como un voyeur la vida de un escritor, y tiene como finalidad primordial su rescate y restitución, así como su análisis y estudio. La publicación de los intercambios epistolares de escritores tiene entonces el objetivo de llegar a una mejor comprensión de su obra y dar al lector la oportunidad de formarse una imagen más fiel de ellos.
En nuestra literatura, debemos a la indiscreción de sor Filotea de la Cruz, en realidad Manuel Fernández de Santa Cruz, obispo de Puebla y confesor de sor Juan Inés de la Cruz, la publicación, e incluso el título de la célebre Carta Atenagórica, pues la monja jerónima señaló que fue ella, sin su consentimiento, “quien hizo imprimir la carta tan sin noticia mía, quien la intituló, quien la costeó, quien la honró tanto”. Este hecho desconcertó a su autora, quien al verla impresa dice haber llorado “lágrimas de confusión”, por haber recibido el “no esperado favor, de dar a las prensas mis borrones”. Sin embargo, a pesar de la opinión de la poeta, como lectores y amantes de la literatura de sor Juana, no podemos menos que agradecer a la indiscreta sor Filotea la publicación de esa carta, pues debido a ella y a la Respuesta que provocó su impresión contamos con un par de textos que están entre los mejores y más importantes ejemplos de literatura epistolar y, al mismo tiempo, son joyas de reflexión ensayística, teológica y poética, aunque también implicaron un alto costo en el plano personal para la escritora novohispana.
A pesar de su importancia y trascendencia, su obra fue poco conocida durante varios años, debido, sobre todo, a su disidencia sexual, sus osadas ideas políticas y poéticas y su no pertenencia a los grupos culturales hegemónicos.
En lo que respecta a Abigael Bohórquez (Caborca,1936-Hermosillo, 1995), se trata de un poeta de primera línea entre cuyos logros está haber obtenido el primer lugar en el Primer Concurso Latinoamericano XEW, en el que triunfó con su poema “Llanto por la muerte de un perro”, y su premio consistió en una rosa de oro. Además, obtuvo la máxima condecoración de manera consecutiva en los Juegos Florales de la Feria Nacional de San Marcos, en la ciudad de Aguascalientes, en 1962 por su poema “Carta abierta a Langston Hughes” y en 1963 por “Las canciones por Laura” y, más adelante, en 1992, la beca del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Sonora, en la categoría de dramaturgia, y ese mismo año el Premio Clemencia Isaura de Mazatlán por su libro Navegación en Yoremito (églogas y canciones del otro amor), entre otros muchos reconocimientos y actividades culturales desarrollados por el escritor, como su práctica laboral en el Instituto Mexicano del Seguro Social y en la Secretaría de Relaciones Exteriores, lugares en los que llevó a cabo una amplia labor editorial y teatral, que produjo frutos artísticos de gran alcance, como el OPIC (Organismo de Promoción Internacional de Cultura). Sin embargo, a pesar de su importancia y trascendencia, su obra fue poco conocida durante varios años, debido, sobre todo, a su disidencia sexual, sus osadas ideas políticas y poéticas y su no pertenencia a los grupos culturales hegemónicos. Afortunadamente, hace ya más de una década fue revalorada y puesta en el lugar que le pertenece dentro de las letras nacionales gracias a esfuerzos como el de Gerardo Bustamante Bermúdez, quien es el mayor especialista en su obra y ha publicado más de veinte libros alrededor suyo, incluida su Poesía reunida e inédita (Instituto Sonorense de Cultura, 2016).
El trabajo más reciente del investigador en este sentido es el libro Abigael Bohórquez. Correspondencia, publicado hace algunos meses por la UACM, cuya edición, rescate, estudio crítico y notas estuvieron a cargo suyo. El también editor escogió para su texto introductorio el significativo título “Sólo quería llamar a una puerta y que se abriera…”, el cual hace alusión tanto a las personas con las que se escribía el poeta como a la posible recepción que pueden tener sus misivas en el lector actual y que, además, fue tomado precisamente de uno de los recados de Bohórquez a su amigo Dionicio Morales, incluido entre los materiales que aquí se publican.
En este estudio, además, Bustamante Bermúdez explica al lector la pertinencia que tiene la labor que lleva a cabo el crítico literario con la correspondencia de escritores, para una mejor comprensión de su vida y contexto, con las siguientes palabras:
… existe en Occidente una importante y sostenida labor de difusión y publicación, sobre todo porque la ecdótica y la crítica literaria se han encargado del rescate, estudio y clasificación de los textos epistolares y este trabajo, eventualmente, ayuda a comprender en algunos casos el contexto de la obra y coadyuva en la construcción biográfica o autobiográfica del artista.
El editor, además, aclara que esta colección de cartas está dispuesta para ser leída bajo “el criterio de un rompecabezas en el que el lector puede hacer una correspondencia entre texto poético, ensayístico o dramático y vida”. De tal forma, la imagen que puedo ver al terminar de formar el rompecabezas, después de leer las misivas que componen este libro, resulta ser un retrato del artista que fue Abigael Bohórquez. Sin embargo, a diferencia de lo que sucede en la novela de James Joyce, en este caso el retrato no solamente está dado por el punto de vista del poeta sobre sí mismo, sino que está compuesto por las pinceladas que aportan las distintas voces que están presentes en estas páginas, las cuales terminan por conformarse en una especie de ensamble coral, una yuxtaposición de diálogos que conforman una voz colectiva, que nos permite hacernos una idea muy clara de cómo fue el escritor caborquense, pintado de cuerpo entero por las palabras de las diferentes personas que lo conocieron y trataron. En las notas que acompañan a las cartas la voz de Bustamante Bermúdez se une al coro y se convierte en una suerte de hilo de Ariadna que, gracias a su conocimiento pormenorizado de la obra y el contexto de Bohórquez, guía al lector a través de un laberinto en el que se entrecruzan los vínculos que tuvo con diferentes artistas y escritores y la manera en que éstos se traducen en distintas colaboraciones teatrales y literarias.
Esta disposición, además, refuerza una posible lectura novelada o novelesca de estos textos, pues se puede seguir a las diferentes personas que escriben las cartas como personajes que entran y salen de la vida del poeta, cuya historia tiene un arco dramático que lo lleva desde el florecimiento y el reconocimiento de su vocación y de su escritura hasta las diversas dificultades que tiene que atravesar para poder desarrollar su oficio.
Por otra parte, en su “Advertencia editorial” el editor refiere que “El presente libro reúne 159 misivas, más 14 recados o textos breves…”, y que “En el caso de las cartas, 136 corresponden a remitentes que escriben al poeta y dramaturgo sonorense y 23 fueron escritas por éste”. Además de la disposición cronológica de los materiales que componen este volumen y cuya escritura abarca un periodo “que va del 18 de junio de 1956 al 28 de mayo de 1993”. Gracias a esta forma de colocar los textos podemos atestiguar la formación de Bohórquez como poeta, desde sus primeras experiencias literarias hasta el ocaso de su actividad creadora. Esta disposición, además, refuerza una posible lectura novelada o novelesca de estos textos, pues se puede seguir a las diferentes personas que escriben las cartas como personajes que entran y salen de la vida del poeta, cuya historia tiene un arco dramático que lo lleva desde el florecimiento y el reconocimiento de su vocación y de su escritura hasta las diversas dificultades que tiene que atravesar para poder desarrollar su oficio, pues la Correspondencia de Abigael Bohórquez está formada por las epístolas de una persona que no habla de la poesía solamente sino que vive en ella. Y eso es algo que resulta fundamental en este caso y que se convierte en una de las principales virtudes de esta publicación, pues ofrece una oportunidad invaluable para observar, de primera mano, los avatares que sufrió su existencia espiritual, así como las pulsiones personales y estéticas que lo llevaron a crear su obra, sus concepciones artísticas y su manera de filtrar su experiencia del mundo a través de sus poemas.

En ese sentido, son sumamente significativas las voces de aquellos escritores que alientan su vocación.
Una de las primeras que encontramos es la de Cecilia G. de Guilarte, escritora española radicada durante un tiempo en Sonora, quien supo ver el talento precoz del poeta y lo presentó con Carlos Pellicer, que reconoció las aptitudes del joven y se convirtió en su amigo. En una de sus cartas Guilarte le dice al joven: “Es usted el primer gran poeta de esta tierra (Sonora) y confío en que al madurar con los años sea usted uno de los primeros de México…”.
Asimismo, la voz de Alonso Avilés (Mosen Francisco de Ávila) se convierte en una especie de conciencia poética de Bohórquez en sus primeros años, como podemos verlo en las siguientes palabras:
La soledad y el silencio son útiles dolores a la necesidad de ser poeta. El silencio está en pie y está en buen lugar siempre que uno no busque el mérito de la creación en la aprobación o desaprobación extraña. […] En otras palabras, escribe usted para que lo aplaudan o se lo coman a pedazos, o escribe usted para satisfacer una gran necesidad de expresión de verdades y bellezas que se le van revelando día a día, que no son suyas, que se las dictan y por las cuales no tiene el poeta razón alguna para envenenarse, ensoberbiarse (sic), entristecerse, preocuparse.
Aunque las cartas que componen este volumen van más allá de las que Bohórquez intercambiaba con escritores y artistas, pues se incluyen también las que sostuvo con personas más cercanas a su vida privada, como sucede en el caso de sus relaciones sentimentales y familiares, éstas siempre están teñidas por todo aquello que tiene que ver con su obra literaria. Así, por ejemplo, podemos constatar cómo esta condición determinaba incluso sus circunstancias afectivas, cuando leemos las siguientes palabras de su enamorado Carlos S.: “Me siento atraído hacia lo que de artista llevas en ti, si no fuera exagerar diría que la influencia que ejerces en mí es semejante a la del encantador de serpientes”.
El punto culminante de este epistolario llega cuando, después de haber atravesado por una rica trayectoria literaria y cultural, Bohórquez es atraído por el canto de las sirenas que lo llevan a creer en que es posible su regreso a una lejana Ítaca, su pueblo natal, Caborca, Sonora. El poeta declara en una de sus cartas al poeta Dionicio Morales que:
Los sonorenses me reconquistaron y no estoy arrepentido. No me acostumbro todavía, pero me siento muy animoso, fuerte. La tiricia me come, pero el orgullo me levanta. Me traje mi plaza IMSS y tengo una cátedra de literatura dramática en la Unison. He vuelto a escribir con gran pasión piezas y poemas.
Poco tiempo después su situación sería muy diferente. La razón de ello es haber tropezado con un espacio oscuro del absurdo burocrático mexicano. A pesar de sus logros poéticos y su enorme legado literario, Bohórquez es relegado y obligado al ostracismo, bajo el pretexto de no contar con un título universitario. Parece que con este acto paga su disidencia, su homosexualidad y su distancia de los grupos culturales regionales y nacionales. Las siguientes palabras, incluidas en una de sus últimas cartas, son sumamente elocuentes al respecto:
Las zalemas y empalagos con los que fui recibido a mi regreso a Sonora, después de treinta años de ausencia, se convirtieron de pronto en unas palmadas de condolencia, pero he seguido siendo sencillo y prudente, y lo resisto en la entereza y la madurez que buena es para recobrar la plenitud del ser.
El poeta Abigael Bohórquez, a pesar de las adversidades por las que atraviesa en este momento de su vida, defiende y define su valor y dignidad como artista y continúa esta carta, en la que solicita un empleo para poder realizar su labor, de una manera que, a mi parecer, la convierte en una suerte de declaración de principios que resulta sumamente elocuente, y no puedo sentir más que admiración. Aquí el poeta se deslinda del aparato oficialista de la cultura en México al mismo tiempo que lo desmantela y deja expuesto su funcionamiento al descubrir las mafias y los grupos que acaparan el poder y su formación de ídolos, que son venerados y emulados por una serie de aduladores e imitadores que los rodean y les rinden pleitesía.
Bohórquez realiza una radiografía de los modos con que operaba —y opera— la poesía nacional y lanza su canto de cisne contenido en las siguientes, desgarradoras, palabras:
Ni rebelde ni inhibido, ni omitido en mi circunstancia, ni ignorado por los grupos en turno; no opto por el recurso de descubrir que mi plumaje sí es de ésos, ni me he puesto a las órdenes rampantes de ningún jerarca en jefe para que éste me tenga culimpinado y en posición de firmes, esperando las migajas que caen al suelo en el banquete de los poderosos, congregados en los frescos rupestres de la política regional.
Ni artista marginado ni artista resaca; ni artista que no cuenta o artista pluma–blanca, ni desventurado artista–góngora en cruenta lucha por sus alimentos, ni el artista del hueso, ni el teporocho snob omnipresente, ni arquero divino, ni laberinto de la soledad, ni pendejo de muerte sin fin, ni el ánimas benditas seas mi conocido. ®
Abigael Bohórquez. Correspondencia. Rescate, edición, estudio crítico y notas de Gerardo Bustamante Bermúdez. México: UACM, 2024, 362 pp.